Que el cristiano deba anunciar al mundo una Navidad
cristiana y no una navidad pagana, parece una afirmación de Perogrullo, algo
obvio, pero en nuestros días, caracterizados por el ateísmo, el materialismo,
el agnosticismo y el relativismo, no lo es. Para entender un poco mejor la
idea, veamos en qué consiste la “navidad pagana”. Una navidad pagana consiste
en desplazar al Niño Dios –la Persona principal de la Navidad, cuyo nacimiento
y venida en carne se festeja-, por un personaje caricaturesco, llamado “Papá
Noel” o “Santa Claus”; una vez desplazado el Niño Dios, la navidad pierde su
esencia y todo lo que se le agrega no es más que una perversión de la Verdadera
Navidad; otro elemento que caracteriza a la navidad pagana es la multitud de
personajes que nada tienen que ver con el Niño Dios y sí con su blasfemo
sustituto, Papá Noel: el trineo de este personaje, los alces que tiran de él,
los duendes, que suelen vestirse como Papá Noel –la inclusión de duendes es una
satanización de la navidad más explícita, porque los duendes son, en sí mismos,
habitantes del Infierno-; la navidad pagana se caracteriza por un desenfrenado
consumismo, de manera tal que los regalos pasan a ocupar un papel relevante en
esta navidad pagana, al punto tal que si no hay regalos, no parece haber
navidad; la navidad pagana se caracteriza por el desplazamiento del aspecto
espiritual de la Verdadera Navidad, por un aspecto meramente gastronómico y
culinario, de manera que las comidas elaboradas, que llegan a constituir
verdaderos manjares, ocupan la única mesa de la navidad pagana, que es la mesa
material, la mesa alrededor de la cual se sientan los comensales; la navidad
pagana se caracteriza por ser una fiesta pagana, en la que predominan de forma
excluyente géneros musicales de todo tipo, incluidos los ritmos sensuales y
hedonistas que, lejos de elevar el alma al Niño Dios que nace, hacen descender
al hombre a la búsqueda de la satisfacción más baja de sus placeres depravados;
la navidad pagana se caracteriza por el consumo de bebidas de todo tipo, entre
las que predominan las bebidas alcohólicas, en gran abundancia; la navidad
pagana se caracteriza porque, si se le quita el falso y superficial barniz religioso que aun conserva en algunos países antiguamente cristianos, se
convierte en una fiesta pagana más, en las que la búsqueda de la satisfacción
de las pasiones más bajas del hombre es la norma; en la navidad pagana, se da rienda suelta al emocionalismo, de manera que por encima de la alegría sobrenatural que
supone la Venida en carne de la Segunda Persona de la Trinidad, se suplanta por
la alegría del reencuentro familiar o, en su defecto, por la tristeza de no
estar con familiares, sea por la distancia, sea por otros motivos de índole
familiar, entre los que no faltan los desencuentros, los enojos, las iras y los
mutuos reproches: en muchos casos, la navidad pagana se convierte en un foco
que alimenta las pasiones humanas más bajas, relativas a la ira y a la falta de
perdón por viejas heridas familiares. Nada de esto tiene que ver con la Verdadera
Navidad. En definitiva, en la navidad pagana reina una alegría, sí, pero una
alegría mundana, una alegría que nada tiene que ver con la alegría divina que nos
viene a traer el Niño Dios, porque es una alegría ocasionada por los regalos,
por la comida rica y abundante, por el reencuentro o no con los familiares, por
la calidad y cantidad de regalos recibidos y dados. En la Navidad Verdadera, parafraseando
al Evangelio, podemos decir que Dios nos da su Alegría, que es Alegría
infinita, eterna, fruto del perdón divino ofrecido en el Niño Dios, Víctima
Propiciatoria por nuestros pecados, que para salvarnos nace como Pan de Vida
eterna en Belén, Casa de Pan. Podríamos parafrasear al Evangelio y poner en
labios del Niño de Belén: “La alegría os traigo, al Alegría os doy, no como la
da el mundo, sino como la da Dios, porque la Alegría que os traigo en Navidad
es la Alegría de Dios, que es Alegría infinita”. Pero, lo volvemos a repetir,
en la navidad pagana reina una alegría extraña, una alegría no divina, una
alegría humana, pero una alegría humana pervertida y contaminada por el pecado,
porque es una alegría que se deriva de motivos circunstanciales, pasajeros e
incluso pecaminosos.
Si un pagano, es decir, alguien que nunca conoció el
cristianismo, nos preguntara a nosotros qué es la Navidad y qué es lo que celebramos
en Navidad, ¿le diríamos que la Verdadera y Única Navidad es la que celebra el
Nacimiento milagroso, en el tiempo, de la Segunda Persona de la Trinidad,
encarnada en el seno de María Virgen –y que perpetúa esta Encarnación en la
Eucaristía-, y que ha venido desde la eternidad para asumir un cuerpo y un alma
humanos para ofrecerlos en la Cruz como Víctima Inocente para nuestra salvación
–salvación del Pecado, del Demonio y de la Muerte- y que se nos dona cada vez
en el Nuevo Portal de Belén, el altar eucarístico? ¿Le diríamos, al que nada
sabe de la Navidad, que la verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de
Nochebuena, prolongación sacramental en el tiempo de la Encarnación del Verbo
de Dios? ¿O diríamos que la Navidad es la navidad pagana, la navidad falsa que
nos presentan los medios de comunicación y el mundo pagano, apóstata y
materialista de nuestros días? No festejemos una navidad pagana, una navidad
sin Cristo Dios en el centro, una Navidad sin la Santa Misa de Nochebuena como
la verdadera fiesta a celebrar y de la cual las fiestas humanas y materiales
son una figura y en ella encuentran su justificación. Somos cristianos, somos
católicos, y por lo tanto, estamos obligados a vivir y a anunciar una Verdadera
Navidad, el Nacimiento milagroso, en carne, del Hijo del Eterno Padre, para
nuestra salvación, en un humilde Portal de Belén, que prolonga su Encarnación
en cada Eucaristía. Si anunciamos algo distinto a esto, entonces estamos viviendo
y anunciando una falsa navidad, una navidad pagana, una navidad no-cristiana.
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