miércoles, 25 de marzo de 2015

En la Solemnidad de la Asunción, la Legión de María se consagra a la Virgen imitando a su Reina que se consagró a su Hijo ante el Anuncio del Ángel


¿Por qué la Legión tiene indicado, en sus estatutos, que la consagración pública, como Legión, debe realizarse, de forma preferencial, el 25 de Marzo, es decir, el día de la Solemnidad de la Anunciación?[1]
Para saberlo, recordemos primero qué sucedió el día de la Anunciación: la Virgen, ante el Anuncio del Ángel, que le revelaba que Dios la había elegido para ser la Madre de Dios, la Virgen dijo “Sí” a la Voluntad Divina, aceptando con su Mente Sapientísima, es decir, con una fe firmísima, la Verdad de la Encarnación del Verbo; dijo “Sí” a la Voluntad Divina, amando con Inmaculado Corazón, al Verbo de Dios, que se hacía Hombre, sin dejar de ser Dios, para así salvar a la humanidad; dijo “Sí” a la Voluntad Divina, recibiendo con su Cuerpo Inmaculado al Hijo Eterno del Padre, que por ser Dios era Espíritu Puro y era Invisible, y que por lo tanto, necesitaba de un Cuerpo visible, un Cuerpo que es el que iba a ofrecer en la cruz, cuando fuera adulto, como sacrificio para la salvación de los hombres, y este Cuerpo se lo tejió la Virgen, en su útero materno, al proporcionarle de su propia carne y sangre los nutrientes, como hace toda madre con su hijo en el seno materno.
Es decir, en el día de la Anunciación, la Virgen, que ya estaba consagrada al Espíritu Santo -porque el Espíritu Santo moraba en Ella desde su Inmaculada Concepción-, se consagró a su Hijo en mente, corazón y cuerpo, y su Hijo comenzó a morar en Ella por la Encarnación, y así, la que hasta entonces era Hija de Dios Padre y Esposa de Dios Espíritu Santo, comenzó a ser también Madre de Dios Hijo.
Entonces, a imitación de María, que en la Solemnidad de la Anunciación, se consagró en mente, corazón y cuerpo a su Hijo Jesús, la Legión de María, en el Acies, se consagra públicamente, en sus miembros, en mente, cuerpo y alma, a la Virgen, y así como la Virgen le dijo a su Hijo: “Soy todo tuya, Rey mío, Hijo mío, y cuanto tengo tuyo es”, así el legionario, en el Acies, esto es, en el Acto de consagración colectiva de la Legión de María, repite, parafraseando a la Virgen, diciendo a la Virgen: “Soy todo tuyo, Reina mía, Madre mía, y cuanto tengo, tuyo es”. 
Esto es la consagración: "Ser TODO" de la Virgen. ¿Y qué significa "ser TODO" de la Virgen?
“Ser todo de la Virgen”, que es “Reina mía” y “Madre mía” y reconocer que “todo lo que tengo es de la Virgen”, implica, en esa frase, la consagración, es decir, dar a la Virgen TODO mi ser, toda mi vida, toda mi existencia, todo mi pasado, mi presente, mi futuro, mis bienes, mis pensamientos, mis deseos, mis palabras, mis obras, mis pasos, mi familia, mis seres queridos, mis seres no tan queridos, mi trabajo, mis preocupaciones, mis alegrías, mis penas, mis angustias, etc., porque TODO significa literalmente TODO, sin reservarme nada. La consagración a la Virgen quiere decir que TODO lo que soy y lo que tengo, le pertenece a la Virgen; es de la Virgen, para la Virgen, por la Virgen, y esto quiere decir que es de Jesucristo, para Jesucristo y por Jesucristo, porque, como dice San Luis María Grignon de Montfort, “quien se acerca a María, recibe a Jesús”. Esto también quiere decir que, si algo me reservo para mí, sin dárselo a la Virgen, entonces mi consagración es incompleta y si es incompleta, es falsa e inexistente, como si nunca hubiera existido. Implica también la lucha contra mis pecados, mis defectos, mis vicios, mis egoísmos, y todo lo que me impide alcanzar la santidad, porque la consagración del Acies, tiene un doble objetivo: honrar a la Virgen como Reina de la Legión –por eso la reconocemos como “Reina nuestra”-, pero además “recibir de Ella la fuerza y la bendición para otro año más de lucha contra las fuerzas del mal”[2]. Y las “fuerzas del mal” contra las cuales debe luchar el legionario día a día, no son fantasías de la imaginación, sino dos poderosas entidades espirituales malignas, el pecado y los “espíritus malos de los aires” (cfr. Ef 6, 12-14), los ángeles caídos, liderados por el “Príncipe de este mundo” (Jn 12, 31), Satanás, la Serpiente Antigua, el “Padre de la mentira” (Jn 8, 44), y el legionario se consagra a María, porque la victoria total y definitiva contra estas terribles fuerzas del mal, el demonio y el pecado, solo las puede obtener de la mano de María y Jesús, porque Jesús, que es Dios, es quien le participa de su poder divino a su Madre, y es así que el legionario, consagrado a la Virgen, aplasta con Ella la cabeza de la Serpiente (cfr. Gn 1, 3), venciendo así al Príncipe de este mundo, de la mano de María, y el legionario se consagra a la Virgen también para vencer al otro mal, el pecado, porque el pecado solo puede ser desterrado del corazón humano, en donde anida, únicamente por la gracia de Jesucristo, y la gracia de Jesucristo viene por mediación de María, que es “Medianera de todas las gracias”.
La consagración ideal, según el Manual Oficial de la Legión de María[3], es la que se realiza en la Eucaristía, puesto que allí Jesucristo, el Único Mediador, presenta al Padre, por el Espíritu Santo, y en las manos maternales de María, todas las consagraciones y ofrendas de la Legión. Esto quiere decir que, para hacer la consagración en la Misa, el legionario deberá tener en cuenta que la Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la cruz, por lo que, para que su consagración sea perfecta, deberá ofrecerse, en la Misa, como víctima, uniéndose, en María, a la Víctima Inmolada, Jesús en la Eucaristía, con toda su vida, pasada, presente y futura, y pedir participar de la Pasión de Jesús en cuerpo y alma, para la salvación de sus hermanos, los hombres.
Por último, la consagración debe realizarse, no de manera mecánica[4], automática, sino con amor, con todo el amor con el cual nuestros pobres corazones sean capaces. Para eso, nuestro modelo es la Virgen en la Anunciación: así como la Virgen aceptó con fe pura y con amor encendido en su cuerpo purísimo al Verbo de Dios, diciéndole a su Hijo: “Soy todo tuya, Rey mío, Hijo mío, y cuanto tengo tuyo es”, así nosotros, cuando digamos: “Soy todo tuyo, Reina mía, Madre mía, y cuanto tengo, tuyo es”, se lo diremos a la Virgen, con fe pura, con amor encendido y con pureza de cuerpo y alma.





[1] Cfr. Manual Oficial de la Legión de María, XXX, Actos Públicos.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

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