Nuestra Señora se apareció en Fátima a tres niños pastorcitos
–Lucía, de nueve años, Jacinta, de siete y Francisco de diez años- en el año
1917, durante seis veces, entre los meses de mayo y octubre del año 1917. Estas
apariciones de la Virgen estuvieron precedidas el año anterior, 1916, por las
apariciones del Ángel de la Paz o también Ángel de Portugal, que fueron tres en
total. Una aproximación superficial a estas apariciones podría hacer pensar en
una situación bucólica, ideal, y hasta romántica: un ángel de la paz y la
Virgen, se aparecen a tres niños para darles mensajes. Estos mensajes, puesto
que se tratan de la religión cristiana,
y están dirigidos a los niños, no pueden no ser mensajes de ternura, mensajes
edulcorados, acaramelados, que hablen de paz, de cielo, de bondad, de cosas
lindas. ¿De qué otras cosas hablarían nada menos que un ángel y la misma Madre
de Dios a tres niños? ¿Podrían, estos seres celestiales, asustar a los niños,
hablándoles del infierno? ¿Podrían, el ángel y la Virgen, hablarles de
sacrificios, de penitencias, de renuncias, de rezar constantemente el Rosario,
a tres niños pequeños? ¿No sería eso traumatizarlos? ¿No sería eso hacerlos
retroceder a una visión de un catolicismo ya perimido para un siglo XXI, pleno
de avances científicos y tecnológicos, en donde el hombre ha superado estas
concepciones antiguas y obsoletas?
Pues bien, tanto el Ángel de la Paz o Ángel de Portugal, y
la mismísima Madre de Dios, la Virgen María, en sus apariciones, hablaron a los
niños de pecado y de gracia, de la necesidad de oración constante y
perseverante, incluso el Ángel interrumpió el juego de los niños para decirles que
recen; les hablaron de mortificación y sacrificio y de la gran importancia del
sacrificio y de sacrificios importantes, como la privación del agua hasta el
punto de experimentar la sed, o el dormir con una soga que provocara dolor,
como en el caso de Jacinta; les hablaron de rezar el Santo Rosario todos los
días; les hablaron de la ingratitud y de la malicia de los hombres pecadores para con Jesucristo, que le
pagan con desprecios, ultrajes e indiferencias, su gran Amor, demostrado en la
Pasión; les hablaron de la necesidad imperiosa de reparar, con sacrificios,
penitencias y mortificaciones, este gravísimo ultraje que los hombres pecadores
hacían a Jesucristo principalmente en su Presencia sacramental; el Ángel, por orden de
Dios, les enseñó dos oraciones de reparación[1],[2],
al tiempo que en una de sus apariciones, los interrumpe en sus juegos para
decirles que oren y se mortifiquen, porque “los corazones de Jesús y de María
están prontos para escucharlos”.
Pero es sobre todo la Virgen María quien nos llama la
atención en estas apariciones: primero, porque Sor Lucía nos dice que “no
estaba contenta”, sino triste; y en segundo lugar, porque no es que simplemente
les “habla” del Infierno a los tres niños, sino que, misteriosamente, con el poder
divino que la asiste por ser Ella la Madre de Dios y Reina de cielos y tierra,
les hace “experimentar místicamente”, o bien los conduce -no lo sabemos
exactamente- al Infierno, según la vivacidad de la experiencia que los niños sienten.
Eso se deduce de las palabras mismas de Sor Lucía, quien relata así lo sucedido
en la Tercera Aparición de la Virgen en Fátima, el 13 de Julio de 1917: “Mientras
Nuestra Señora decía estas palabras abrió sus manos una vez más, como lo había
hecho en los dos meses anteriores. Los rayos de luz parecían penetrar la
tierra, y vimos como si fuera un mar de fuego. Sumergidos en este fuego estaban
demonios y almas en forma humana, como tizones transparentes en llamas, todos
negros o color bronce quemado, flotando en el fuego, ahora levantadas en el
aire por las llamas que salían de ellos mismos junto a grandes nubes de humo,
se caían por todos lados como chispas entre enormes fuegos, sin peso o
equilibrio, entre chillidos y gemidos de dolor y desesperación, que nos
horrorizaron y nos hicieron temblar de miedo. (Debe haber sido esta visión la
que hizo que yo gritara, como dice la gente que hice). Los demonios podían
distinguirse por su similitud aterradora y repugnante a horribles animales
desconocidos, negros y transparentes como carbones en llamas. Horrorizados y
como pidiendo auxilio, miramos hacia Nuestra Señora, (…)”.
En consecuencia, si esta es la visión que la Virgen y un
ángel de Dios nos muestran a través de las Apariciones de Fátima, ¿cuál es
nuestra visión de la Iglesia? Porque pareciera ser que, para muchos en la
Iglesia de hoy, no existirían ni el pecado, ni la gracia, ni la necesidad del
sacrificio, ni de la penitencia, ni de la mortificación; tampoco existirían el
infierno, ni la necesidad de la conversión de los pecadores, ni las tentaciones
del mundo, ni el demonio y sus ángeles caídos, y nuestro paso por la vida,
sería algo así como un parque de diversiones, al estilo Disneylandia, en el que
lo único que hay que hacer es disfrutar, al máximo posible, los goces
mundanos que ofrece el mundo y el dinero, y para acallar la conciencia, basta con dar un barniz superficial de cristianismo, ocultando y separando de este
cristianismo todo lo que impida concretar el ideal mundano de este “Mundo Feliz”
sin Dios y sin Cristo crucificado y resucitado, sin Virgen María y sin
Mandamientos; un “Mundo Feliz” de Disneylandia, con un cristo sin cruz, un
anticristo con mandamientos hechos a la medida del hombre, elegidos por el
hombre, que satisfacen todos sus apetitos carnales y mundanos. Pero un mundo
así, es un mundo sin Dios, que finaliza en el Abismo de donde no sale; un mundo
así, en el que vivimos en el día de hoy, finaliza en el Infierno, el mismo que le mostró
la Virgen a los pastorcitos de Fátima: “Mientras Nuestra Señora decía estas
palabras abrió sus manos una vez más, como lo había hecho en los dos meses
anteriores. Los rayos de luz parecían penetrar la tierra, y vimos como si fuera
un mar de fuego…”. Es hora de despertar, católicos, porque el “Mundo Feliz sin
Dios”, el que pintan los medios de comunicación masiva, no existe, es solo una
pantalla de cartón pintado, detrás del cual se encuentra el Infierno mostrado por la
Virgen a los Pastorcitos de Fátima.
[1] En la primera aparición, el
Ángel se arrodilló y tocando la frente con el suelo, dijo esta oración: ‘Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni
esperan, ni te adoran, ni te aman”. Sor Lucía dijo: “Después de repetir esta
oración tres veces el ángel se incorporó y nos dijo: “Oren de esta forma. Los
corazones de Jesús y María están listos para escucharlos”.
[2] En la tercera aparición, el
Ángel les da a comulgar la Hostia y a beber del Cáliz, a la par que les enseña
la segunda oración de reparación, esta vez dirigida a la Santísima Trinidad.
Dice así Sor Lucía: “Después de haber repetido esta oración no sé cuantas veces
vimos a una luz extraña brillar sobre nosotros. Levantamos nuestras cabezas
para ver que pasaba. El ángel tenía en su mano izquierda un cáliz y sobre él,
en el aire, estaba una hostia de donde caían gotas de sangre en el cáliz. El
ángel deja el cáliz en el aire, se arrodilla cerca de nosotros y nos pide que
repitamos tres veces: Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te
adoro profundamente, y te ofrezco el precioso cuerpo, la sangre, el alma y la
divinidad de Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en
reparación de los sufragios, sacrilegios e indiferencia por medio de las cuales
Él es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y por el
Inmaculado Corazón de María, pido humildemente por la conversión de los pobres
pecadores.
Después se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la
hostia. La hostia me la dio a mí y el contenido del cáliz se los dio a Jacinta
y a Francisco, diciendo al mismo tiempo,
Tomen y beban el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo
terriblemente agraviado por la ingratitud de los hombres. Ofrezcan reparación
por ellos y consuelen a Dios.
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