La historia del Escapulario de la Virgen del Carmen comienza el día 16 de julio
del año 1251, en el que la Madre de Dios se le apareció a quien en ese momento
fuera superior de la Orden de los carmelitas, San Simón Stock. La Santísima
Virgen, quien llevaba en una mano al Niño Dios, de corta edad y en la otra el
Santo Escapulario, enseñándole éste último, le dijo estas palabras: “El que
muera con el escapulario puesto, no padecerá el fuego eterno”, entendiendo,
obviamente, por “fuego eterno”, el fuego del infierno. En otras palabras, la
Virgen promete que, todo aquel que, llevado por la fe en sus palabras, por el
amor a su Hijo Jesucristo, por el amor a su Inmaculado Corazón y por la
devoción al Santo Escapulario del Carmen, no se condenará en el fuego del
Infierno. Es decir, no promete, a quien use el Escapulario, directamente el Cielo,
pero al menos, cierra, con el poder de la Sangre de Cristo y con la fuerza del
amor maternal de la Virgen, las tenebrosas Puertas del Infierno, para el que
sea devoto del Santo Escapulario y, por amor a la Virgen, lo lleve puesto hasta
el último suspiro en esta vida terrena. La Virgen prometió además que Ella
acudiría al próximo sábado después de la muerte de quien usara el Santo
Escapulario, de modo que si alguien va al Purgatorio, pasará como máximo seis
días en él, aunque hay que tener en cuenta que en el Purgatorio un minuto
equivalen como a cien años terrestres o más.
Ahora bien, para valorar más este preciosísimo regalo del
cielo que es el Escapulario del Carmen -porque no es un invento de los
sacerdotes para que haya más devoción, sino un verdadero regalo de la Virgen y
de su Hijo Jesús-, es necesario considerar de qué es aquello de lo que nos
salva el Escapulario, y es principalmente, del fuego del Infierno. Por este
motivo es necesario considerar, al menos brevemente, en esta espantosa
realidad, que es eterna, que dura para siempre y que lamentablemente, como
dicen los santos, cuando los predicadores hablan de él, es igual a nada, porque
el hablar del Infierno no se compara en nada en cuanto a su realidad. Sin embargo,
por poco que sea, debemos hablar del Infierno, cuyas Puertas son cerradas por
el Santo Escapulario del Carmen y al pensar en el Infierno, cuando pensamos en
su terrible y pavorosa realidad, cuando pensamos aunque sea por un instante en
los horrores inimaginables de los abismos insondables de ese lago de fuego
interminable que es el Infierno, en las torturas atroces que sufren los
condenados por parte de los Demonios, en los dolores insoportables producidos
por el fuego que nunca jamás se habrá de apagar y que provoca ardor
inaguantable tanto en el alma como en el cuerpo; cuando pensamos que además del
dolor insoportable, invade a los condenados el espanto, el terror, el horror, que
es imposible de describir, porque la vista de los demonios y del mismo Lucifer
es tan espantosa y horrorosa que hace que el alma estalle en alaridos no solo
de dolor, sino de espanto y de terror, tratando de escapar de su horrorosa visión
pero en vano, sin poder escapar nunca jamás de la presencia de los ángeles del Infierno
sufriendo para siempre tanto el dolor como el horror; cuando pensamos en el
terror espantoso que los condenados sufren al ver cara a cara no solo a los
demonios y a los otros condenados sino al mismo Satanás, la Serpiente Antigua,
que provoca un espanto de muerte con solo intuir su presencia y que en el Infierno
no se puede escapar de él para siempre; cuando nos damos cuenta que todos estos
horrores espantosos no son solo sino el comienzo del comienzo y que nunca jamás
tendrán fin, y que solo por llevar el Santo Escapulario de la Santísima Virgen
del Carmen y por la infinita Misericordia Divina de su Divino Hijo Jesús
habremos de salvarnos, no podemos sino postrarnos de rodillas y con la frente
en el suelo dar gracias por su infinita misericordia por su infinito amor, porque
quien desea llevar el Santo Escapulario, es porque ha sido elegido por la
Virgen para que lo lleve; quien desea llevar el Santo Escapulario del Carmen,
es un hijo que ha respondido al llamado amoroso de la Madre de Dios que ha elegido
a su hijo para vestirlo con su hábito carmelita, como un signo de
predestinación eterna, como un signo de salvación eterna, como un signo de que Ella
lo ha elegido para ser salvado, ya desde aquí en la tierra, para no ser condenado
en lago del fuego, sino para gozar sin fin en las mansiones eternas de Dios en
el Reino de los cielos.
Por
último, el uso del Escapulario implica llevar una vida cristiana, lo cual
quiere decir hacer el propósito de luchar por una verdadera conversión del
corazón a Jesucristo, de frecuentar los sacramentos, sobre todo la Penitencia y
la Eucaristía, de observar los Diez Mandamientos, de observar los Mandamientos
de Jesús en el Evangelio, los Preceptos de la Iglesia, las Obras de caridad. Solo
así, al fin de nuestras vidas, y con el Santo Escapulario y por la infinita Misericordia
de Nuestro Señor Jesucristo, salvaremos nuestras almas y las de nuestros seres
queridos.
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