Según
la Tradición la natividad de María el 8 de septiembre está vinculada
a la construcción de la Basílica de Santa Ana en Jerusalén, en el
siglo IV d.C., erigida en el lugar donde una vez estuvo la casa donde los
padres de María, Ana de hecho y Joaquín, vivían y donde nacería la Madre
de Dios. Esta fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen surgió en oriente en
donde se encontraba siempre viva la tradición de la casa natalicia de María.
La
Natividad de la Santísima Virgen María es un anticipo y un anuncio inmediato de
la redención obrada por el Hombre-Dios Jesucristo, ya que se trata del
nacimiento de su Madre la Virgen María, concebida sin mancha de pecado, llena
de gracia y bendita entre todas las mujeres. Aunque su historia no está en la
Sagrada Escritura, según una tradición piadosa, los santos Ana y Joaquín habían
sido infértiles durante toda su vida matrimonial. Entonces, al igual que Sara (Gn
21, 2) e Isabel (Lc 1), Santa Ana, Madre de María Santísima, concibió en
su vejez una hermosísima niña, la Santísima Virgen María, destinada desde toda
la eternidad a ser Virgen y Madre de Dios.
La
primera fuente de la narración del Nacimiento de la Virgen se encuentra en el Protoevangelio
apócrifo de Santiago, que coloca el Nacimiento de la Virgen en Jerusalén, en el
lugar en que debió existir una basílica en honor a la María Santísima, junto a
la piscina probática, según cuentan diversos testimonios entre los años 400 y
600 y es por esta razón que la fiesta litúrgica surgió muy probablemente como
dedicación de una iglesia a la Virgen, junto a la piscina probática; tradición
que se relaciona con el actual santuario de Santa Ana[1] en Jerusalén. Después del
año 603 el patriarca Sofronio afirma que ése es el lugar donde nació la Virgen
y posteriormente, la arqueología ha confirmado la Tradición.
En
cuanto a su concepción y nacimiento, la Virgen María fue concebida y nació de
la forma habitual. Sin embargo, habiendo sido justificada en su concepción (por
eso es la Inmaculada Concepción), y no en el vientre como Juan el Bautista (Lc
1, 41), o por el bautismo, como nosotros, la Virgen nació “llena de gracia” (Lc
1, 28) y por haber nacido sin la contaminación del pecado original, la Virgen
no solo no cometió ningún pecado en toda su vida, sino ni siquiera la más ligera
imperfección.
La
importancia del Nacimiento de la Virgen -Pura e Inmaculada y Llena de la gracia
del Espíritu Santo, radica en que su Nacimiento de María se ubica en la convergencia
de los dos Testamentos, por un lado poniendo fin a la etapa de la expectativa y
las promesas y, por otro lado, inaugurando la era de la gracia y la salvación
en Jesucristo[2].
El
nacimiento de María Santísima está ordenado en particular para su misión como
Madre del Salvador y su existencia está indisolublemente unida a la de Cristo:
participa de un plan único de predestinación y gracia diseñado por el Padre: el
Padre pide a Dios Hijo que se encarne en el seno virgen de María, por obra del
Espíritu Santo y es por esta razón, por la encarnación del Verbo en las
entrañas purísimas de María, más el consentimiento pleno y perfecto a la
voluntad de Dios, es que la Virgen participa, íntimamente unida a su Hijo y a
los planes de la Trinidad, en la Redención del género humano, por lo cual
merece ser llamada, con toda justicia, “Corredentora de los hombres”, unida indisolublemente
al Redentor de los hombres, su Hijo, el Hombre-Dios Jesucristo. De esta manera,
el Nacimiento de María, como su Divino Niño, se inserta en el corazón mismo de
la Historia de la Salvación.
Por
qué es importante para la Iglesia el nacimiento de María?
Como
vemos, la Nacimiento de la Santísima Virgen María es de vital importancia para
la Santa Iglesia Católica, debido a su imprescindible papel en la historia de
la salvación. El Catecismo de la Iglesia Católica dice[3]: “A lo largo de la
Antigua Alianza la misión de muchas santas mujeres se preparó para la de María.
Al principio estaba Eva; a pesar de su desobediencia, recibe la promesa de una
posteridad que vencerá al maligno, así como la promesa de que será la madre de
todos los vivientes. En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de
su vejez. Contra toda expectativa humana, Dios elige a los que se consideraban
impotentes y débiles para mostrar su fidelidad a sus promesas: Ana, la madre de
Samuel; Deborah; Piedad; Judith y Esther; y muchas otras mujeres. María “se
destaca entre los pobres y humildes del Señor, que esperan confiadamente y
reciben de él la salvación. Después de un largo período de espera, los tiempos
se cumplen en ella, la exaltada Hija de Sion, y se establece el nuevo plan de
salvación”.
Los
fieles pueden celebrar piadosamente la Natividad de la Santísima Virgen de
muchas formas: por ejemplo, dado que la Virgen María siempre nos señala a su
Hijo, podemos asistir a Misa ese día, en el que la Santa Iglesia Católica, de
quien María es modelo y ejemplo, recibimos al Hijo de la Virgen, Cristo Jesús,
en la Eucaristía y esto porque el mayor homenaje que podemos hacerle a la
Virgen, es recibir, con el corazón purificado por el Sacramento de la
Penitencia, a su Hijo Jesús en la Eucaristía. Otras formas de celebrar el
Nacimiento de la Virgen es rezar el Santísimo Rosario; también leer las Sagradas
Escrituras, meditando en los pasajes en los que la Virgen interviene colaborando
con su Hijo Jesús en la salvación de los hombres, como el misterio de la
Anunciación del Ángel Gabriel en la Encarnación del Verbo, o la Visitación de
la Virgen a su prima Santa Isabel, o su asistencia en las Bodas de Caná, en donde
Jesús realiza el primer milagro público por pedido e intercesión de la Virgen;
también podemos meditar en el Apocalipsis, en donde la Mujer “revestida de sol”
es la Virgen así como también la “Mujer del Apocalipsis” que huye al desierto
para poner a salvo a su Hijo Jesús.
Por
último, recordemos que ninguno de nosotros nos salvaremos, si no recibimos el
Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, el Redentor, acompañados al pie
de la Santa Cruz por María Santísima, la Corredentora de los hombres.
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