La Anunciación del Señor y la Encarnación del Verbo de Dios
por obra del Espíritu Santo en el seno purísimo de María Virgen constituyen los
misterios centrales sobre los cuales se fundamenta la espiritualidad y la
actividad apostólica de la Legión de María. Por esta razón, vamos a meditar
someramente acerca de este gran misterio salvífico, misterio por el cual la no
solo la Legión de María, sino la Iglesia Católica en su totalidad, encuentran
su razón de ser.
Antes
de la Encarnación del Verbo, el Ángel Gabriel anuncia a la Virgen, de parte de
Dios, la noticia más alegre y grandiosa que jamás alguien pueda recibir: Ella,
por ser la Llena de gracia y la Inmaculada Concepción, ha sido elegida por la
Trinidad para ser la Madre de Dios. Así, María Santísima obtiene, por los
méritos de su Hijo en la cruz, un doble mérito, el de ser Virgen e Inmaculada,
por un lado, y por otro, el de ser Madre de Dios.
Al aceptar libremente el ofrecimiento de ser la Madre de
Dios, la Virgen se convierte, en ese instante, en un sagrario viviente, porque
en el instante de su “Fiat”, el Espíritu Santo conduce a Dios Hijo a su seno
virginal y al mismo tiempo crea el Cuerpo y el Alma de Jesús de Nazareth,
uniendo esta Humanidad Santísima a la Persona Divina del Hijo de Dios.
El misterio de la Encarnación del Verbo de Dios en el seno
de María Santísima es el centro de la fe católica y es el hecho más
trascendente para la humanidad desde su creación al inicio de los tiempos y,
con relación a la Legión de María, constituye el fundamento de su
espiritualidad y de su apostolado, porque según Juan Pablo II, la Legión de
María tiene como objetivo “la santificación de sus miembros y, a través de
ellos, del mundo”[1],
y esta tarea la realiza “desplegando la Bandera de la Inmaculada”, uniéndose a
la Virgen por una específica “espiritualidad mariana”, convirtiéndose así la
Legión en un dócil instrumento de la Madre de Dios en su tarea de ser
Corredentora y “partícipe del plan de salvación”[2] de
la Trinidad para la humanidad. La Encarnación del Verbo tiene un significado
que trasciende absolutamente todo lo que seamos capaces de pensar o imaginar,
porque es Dios Hijo en Persona quien se compadece de nuestra miseria, de
nuestra humanidad abatida por el pecado original; Dios Hijo se apiada de
nuestra doble esclavitud, la esclavitud de las pasiones y el vicio y la
esclavitud del demonio y se encarna para no solo liberarnos de estas
esclavitudes, cadenas y hierros que nos atenazan en esta vida, sino que se
encarna para concedernos su propio Sagrado Corazón, envuelto en las llamas del
Divino Amor, como alimento sagrado para nuestras almas, para convertir nuestras
almas en una porción del Cielo, para hacernos participar, ya desde esta vida,
de las dulzuras y alegrías eternas que brotan del Ser Divino trinitario y que
por la Misericordia Divina esperamos gozar por toda la eternidad.
Al encarnarse, Dios Hijo asume la naturaleza humana desde el
instante mismo de la concepción y así se convierte en nuestro Hermano Santo,
que santifica a la humanidad por su unión personal primero y por medio de la
gracia santificante distribuida por los Sacramentos, después. Así el Hijo de
Dios, al unirse a la Humanidad de Jesús de Nazareth en la Encarnación, nos
predestina a todos a la santidad; al rebajarse a la unión con la humanidad,
Dios en Persona nos invita a unirnos a Él en el Banquete celestial que Él mismo
nos prepara, Banquete en el cual nos convida con la Carne del Cordero, asada en
el Fuego del Espíritu Santo, con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la
Sangre de Jesús, el Hombre-Dios y el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía,
y nos convida a este Banquete celestial para hacernos partícipes de su Vida
divina, su Alegría divina, su Ser divino trinitario.
Como podemos ver, al contemplar el misterio de la
Anunciación y Encarnación del Verbo, el misterio de la Virgen y Madre de Dios
está estrecha e indisolublemente unido al misterio del Hombre-Dios Jesucristo,
Salvador de los hombres, porque, como dicen los santos, “donde está la Madre,
está el Hijo”. Por esta razón, el Papa Juan Pablo II advertía a los legionarios
que el mundo se seculariza –es decir, se paganiza, se aleja del Único Dios
Verdadero- y esta secularización se hace más profunda y más grave cuanto más se
oscurece en los corazones de los hombres la devoción a la Virgen y es aquí
donde entra de lleno la misión apostólica de la Legión de María: hacer crecer
la devoción al Inmaculado Corazón de María que es, según San Luis María Grignon
de Montfor, “el camino más rápido, más seguro y más eficaz” para llegar al
Sagrado Corazón de Jesús. La Legión de María, haciendo conocer y amar a la
Madre, hará conocer y amar al Hijo de Dios[3],
Jesús de Nazareth, único camino al Cielo, única Verdad de la Trinidad y única
Fuente Increada de vida divina para todo ser humano.
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