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domingo, 7 de marzo de 2021

La Mujer más grandiosa de la historia es la Virgen, la Madre de Dios

 



         La Mujer más grandiosa de la historia es la Virgen, la Madre de Dios

         Si hay alguna mujer a la que hay que recordar, halagar, venerar, amar y tenerla siempre presente, en la memoria, en el intelecto y en el corazón, esa Mujer es una sola y es la Virgen María, la Madre de Dios. La Virgen es la Mujer más excelsa y más grandiosa, jamás creada por Dios Trino; una Mujer como no hubo antes de Ella en la humanidad, no hay, ni habrá otra igual por la eternidad. Por supuesto que también considera cada uno a su madre biológica como el ser que encarna el amor de Dios en la tierra, pero la madre biológica es para cada uno, mientras que la Madre de Dios es para todos los hombres, para todos los que, por la gracia de Dios, nazcan a la vida de los hijos de Dios por la gracia.

         Veamos brevemente las razones de la grandeza de la Madre de Dios.

         Por su mismo título y condición, “Madre de Dios”: María da a luz en Nazareth a una persona y así se convierte en madre, pero esta persona es la Persona Segunda de la Trinidad, Dios Hijo encarnado en su seno virginal, por lo que al darlo a luz en el tiempo a Aquel que es la Eternidad en Sí misma, se convierte en Madre de Dios Hijo encarnado.

         Porque además de ser Madre de Dios, fue, es y será Virgen por la eternidad, porque su Hijo no fue concebido por obra de varón alguno, sino por obra del Amor de Dios, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, Quien fue el que llevó al Verbo de Dios para que se encarnara en el seno virginal de María Santísima.

         Porque es la Concebida sin pecado original, un privilegio concedido por la Santísima Trinidad a una sola creatura humana –con excepción de la naturaleza humana de Jesús de Nazareth-, lo cual quiere decir que, desde el punto de vista humano, era el ser humano más puro, inmaculado y perfecto que pudiera ser concebido por la Trinidad. Esto significa, entre otras cosas, que la Virgen era perfectísima, porque no cabía en Ella no solo ni la más ligera maldad, sino ni siquiera la más ligera imperfección y esto desde el primer instante de su Inmaculada Concepción. La razón de este privilegio es que Dios Hijo quería una Madre acorde a su dignidad divina y esto significaba que su Madre en la tierra no debía estar manchada por el pecado original.

         Pero además de ser concebida sin pecado original, la Virgen Santísima fue concebida como “Llena de gracia”, esto es, inhabitada por el Espíritu Santo, lo cual significa que su alma, su mente, su corazón, su cuerpo todo, estaba pleno del Espíritu Santo, que moraba en Ella como en su Templo más preciado y la razón de esto es la Encarnación: Dios Padre quería que Dios Hijo, que era amado por Él desde la eternidad en su seno paterno con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, al encarnarse, fuera recibido por el mismo Amor de Dios, por el mismo Espíritu Santo y esto sólo era posible si la creatura que habría de recibirlo estaba colmada de este Divino Espíritu y es por esto que la Virgen fue concebida, además de Inmaculada, como Llena de gracia.

         Porque la Virgen es la Mujer del Génesis que, en virtud de la inhabitación de la Trinidad en su Inmaculado Corazón, recibe de la Trinidad todos sus dones, virtudes y perfecciones, por participación; entre ellos, recibe el ser partícipe de la omnipotencia divina y es en virtud de esta omnipotencia divina participada, que la Virgen aplasta la cabeza orgullosa de la Serpiente Antigua, el Diablo o Satanás y lo encadena para siempre en lo más profundo del Infierno.

Porque la Virgen es la Mujer al pie de la Cruz que participó, mística y sobrenaturalmente, de la Pasión Redentora de su Hijo Jesús, Pasión por la cual la Trinidad abrió las Puertas del Reino de Dios a la humanidad caída; Pasión por la cual el Hijo de Dios lavó los pecados de los hombres al precio altísimo de su Sangre Preciosísima, derramada en el Calvario el Viernes Santo y cada vez en la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz; Pasión por la cual cerró las puertas del Infierno para quienes sean lavados con esta Sangre Preciosísima, además de abrirles de par en par el seno del Padre Eterno, destino final de quienes mueren crucificados con Cristo; Pasión por la cual fueron derrotados los tres grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, la Muerte y el Pecado, de una vez y para siempre, en la Cruz. Y por haber participado, mística y sobrenaturalmente de la Pasión de su Hijo, es que la Virgen es Corredentora, porque su Hijo es el Redentor de la humanidad.

        

         Porque la Virgen, por encargo de su Hijo Jesús, Quien nos la dio como Madre celestial antes de morir en la Cruz, es Nuestra Madre del cielo, quien desde ese momento nos adoptó como a sus hijos muy amados, en lo más profundo de su Inmaculado Corazón, siendo así la esperanza de nuestra eterna salvación, porque si alguien es tan desalmado y desatinado como para no hacer caso a Jesús, no dejará de escuchar, amar y obedecer a su propia Madre, la Virgen Santísima.

         Porque la Virgen es la Mujer del Apocalipsis, que defiende a su Hijo de las fauces del Dragón Infernal y como es Madre de la Iglesia, es la Iglesia la que continúa esta labor defensiva de los hijos de Dios, frente a los ataques del Dragón Rojo, de la Bestia y del Falso Profeta.

La Virgen es también la Mujer revestida de sol, descripta en el Apocalipsis, porque el sol representa la gloria de Dios y María Santísima, por ser Inmaculada y Llena de gracia, está inhabitada y revestida de la gloria de Dios desde su Concepción Inmaculada.

Porque la Virgen da a luz, milagrosamente, en Belén, Casa de Pan, a Aquel que es el Manjar del cielo, Cristo Jesús, que se nos dona como Pan de Vida eterna en la Sagrada Eucaristía.

         Por estas y por otras innumerables razones, la Virgen es la Mujer más grandiosa y formidable que haya existido jamás y que jamás, por toda la eternidad, habrá nadie que pueda siquiera asemejársele remotamente.

         

        


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