¿En qué consiste la Asunción de María Santísima? Consiste en
que su cuerpo fue glorificado en el momento en el que se produjo su muerte -o,
más bien, su “dormición”-, de manera tal que su cuerpo no sólo no sufrió jamás
la corrupción a la que se ve sometido el cuerpo humano con la muerte, sino que
fue lleno de la gloria de Dios. Es decir, en el momento mismo en el que su
cuerpo, por la muerte debía, teóricamente, comenzar a sufrir la descomposición
orgánica, en vez de que ocurriera esto, su cuerpo fue glorificado, con lo que
comenzó a transfigurarse, a semejanza de la Transfiguración de su Hijo Jesús en
el Monte Tabor. Esto se explica por su Inmaculada Concepción: puesto que María
Santísima fue concebida inmaculada y llena del Espíritu Santo, debido a que
estaba destinada por la Trinidad a ser la Madre de Dios Hijo, su alma estuvo
siempre inhabitada por el Espíritu Santo, siendo la zarza ardiente de Moisés imagen
de este misterio de María Santísima: así como la zarza ardiente estaba envuelta
en llamas, pero no se consumía, así la Virgen y Madre de Dios estaba inhabitada
por el Fuego del Amor Divino, el Espíritu Santo, y no se consumía, puesto que
el Amor de Dios, que es Fuego Ardiente, no solo no provoca dolor, sino que es
fuente de toda alegría y de todo gozo. Esto quiere decir que su alma, Llena de
gracia, al momento de morir, derrama, por sobreabundancia, sobre su cuerpo, la
plenitud de gracia de la que estaba colmada, y es esta gracia la que glorifica
su cuerpo, convirtiéndolo en una antorcha viviente, que llameaba con las llamas
del Fuego del Divino Amor; la gracia de su alma bendita, se derramó sobre su
cuerpo virginal, el cual comenzó a dejar traslucir la luz de la gloria divina a
través suyo, cumpliéndose así la realidad de la Virgen como la “Mujer revestida
de sol” del Apocalipsis (cfr. 12, 1).
El cuerpo de la Virgen no sólo se mantuvo incorrupto, sino
que fue glorificado, lo cual significa que adquirió las características del
Cuerpo glorificado, lleno de la luz y del Amor de su Hijo Jesús, convirtiéndose visiblemente
en lo que ya era desde su Concepción Inmaculada: en templo de Dios y morada del
Espíritu Santo y esto debido a su condición de ser Madre de Dios. El Papa Pío
XII, citando a San Germán de Constantinopla, afirma que “el cuerpo de la Virgen
María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque
así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar
santidad de su cuerpo virginal: “Tú, según está escrito, te muestras con belleza;
y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios,
todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que,
sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e
incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la
vida perfecta””[1].
En resumen, en el momento de morir, la Virgen no murió, sino
que se “durmió” –por es a esta fiesta la llaman la “Dormición de la Virgen”,
sobre todo en la liturgia oriental; y al despertarse, se vio con su cuerpo
glorificado, lleno de la luz y de la gloria divina y que era asunto al cielo
por la fuerza del Amor de su Hijo, siendo escoltada por miríadas de ángeles y
recibida por Dios Padre, quien le colocó la corona de gloria, la corona que merecía
por haber participado, mística y sobrenaturalente, aunque no físicamente, de la
coronación de espinas de su Hijo Jesús, así como de toda su pasión. A este
destino de gloria estamos llamados, porque allí donde fue la Madre, van los
hijos, para que así como María fue coronada en cuerpo y alma en los, cielos,
también lo seamos nosotros, aunque para eso se necesita, de nuestra parte, responder
con nuestro libre albedrío.
Por último y siguiendo esta última idea, hagamos nuestras la
oración de los Fieles en la Liturgia de los horas, en las que se pide que la
conteplación de María Asunta en Cuerpo y Alma a los cielos, sea la fuerza, que
proviene de su Hijo Jesús, la que será la que llevará –a quienes sean fieles en
gracia- a los cristianos a la vida eterna, para ser glorificados a imagen y
semejanza de su Madre celestial-
.
[1] De la Constitución apostólica
Munificentissimus Deus del papa Pío XII; (AAS 42 [1950], 760-762. 767-769)
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