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sábado, 15 de agosto de 2015

Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María


         ¿En qué consiste la Asunción de María Santísima? Consiste en que su cuerpo fue glorificado en el momento en el que se produjo su muerte -o, más bien, su “dormición”-, de manera tal que su cuerpo no sólo no sufrió jamás la corrupción a la que se ve sometido el cuerpo humano con la muerte, sino que fue lleno de la gloria de Dios. Es decir, en el momento mismo en el que su cuerpo, por la muerte debía, teóricamente, comenzar a sufrir la descomposición orgánica, en vez de que ocurriera esto, su cuerpo fue glorificado, con lo que comenzó a transfigurarse, a semejanza de la Transfiguración de su Hijo Jesús en el Monte Tabor. Esto se explica por su Inmaculada Concepción: puesto que María Santísima fue concebida inmaculada y llena del Espíritu Santo, debido a que estaba destinada por la Trinidad a ser la Madre de Dios Hijo, su alma estuvo siempre inhabitada por el Espíritu Santo, siendo la zarza ardiente de Moisés imagen de este misterio de María Santísima: así como la zarza ardiente estaba envuelta en llamas, pero no se consumía, así la Virgen y Madre de Dios estaba inhabitada por el Fuego del Amor Divino, el Espíritu Santo, y no se consumía, puesto que el Amor de Dios, que es Fuego Ardiente, no solo no provoca dolor, sino que es fuente de toda alegría y de todo gozo. Esto quiere decir que su alma, Llena de gracia, al momento de morir, derrama, por sobreabundancia, sobre su cuerpo, la plenitud de gracia de la que estaba colmada, y es esta gracia la que glorifica su cuerpo, convirtiéndolo en una antorcha viviente, que llameaba con las llamas del Fuego del Divino Amor; la gracia de su alma bendita, se derramó sobre su cuerpo virginal, el cual comenzó a dejar traslucir la luz de la gloria divina a través suyo, cumpliéndose así la realidad de la Virgen como la “Mujer revestida de sol” del Apocalipsis (cfr. 12, 1).
         El cuerpo de la Virgen no sólo se mantuvo incorrupto, sino que fue glorificado, lo cual significa que adquirió las características del Cuerpo glorificado, lleno de la luz y del Amor  de su Hijo Jesús, convirtiéndose visiblemente en lo que ya era desde su Concepción Inmaculada: en templo de Dios y morada del Espíritu Santo y esto debido a su condición de ser Madre de Dios. El Papa Pío XII, citando a San Germán de Constantinopla, afirma que “el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal: “Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la vida perfecta””[1].
         En resumen, en el momento de morir, la Virgen no murió, sino que se “durmió” –por es a esta fiesta la llaman la “Dormición de la Virgen”, sobre todo en la liturgia oriental; y al despertarse, se vio con su cuerpo glorificado, lleno de la luz y de la gloria divina y que era asunto al cielo por la fuerza del Amor de su Hijo, siendo escoltada por miríadas de ángeles y recibida por Dios Padre, quien le colocó la corona de gloria, la corona que merecía por haber participado, mística y sobrenaturalente, aunque no físicamente, de la coronación de espinas de su Hijo Jesús, así como de toda su pasión. A este destino de gloria estamos llamados, porque allí donde fue la Madre, van los hijos, para que así como María fue coronada en cuerpo y alma en los, cielos, también lo seamos nosotros, aunque para eso se necesita, de nuestra parte, responder con nuestro libre albedrío.
         Por último y siguiendo esta última idea, hagamos nuestras la oración de los Fieles en la Liturgia de los horas, en las que se pide que la conteplación de María Asunta en Cuerpo y Alma a los cielos, sea la fuerza, que proviene de su Hijo Jesús, la que será la que llevará –a quienes sean fieles en gracia- a los cristianos a la vida eterna, para ser glorificados a imagen y semejanza de su Madre celestial-
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[1] De la Constitución apostólica Munificentissimus Deus del papa Pío XII; (AAS 42 [1950], 760-762. 767-769) 

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