En la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, la Santa Iglesia
Católica celebra el fin de la vida mortal de la Madre de Dios y el inicio de su
vida gloriosa en el Reino de los cielos, hecho que se conoce como “Asunción de
María Santísima en cuerpo y alma a los cielos”, siendo definido como dogma por
el Papa Pío X .
Lo que sucedió en la Asunción de María Santísima fue que, en el momento en que
la Madre de Dios debía partir de este mundo al otro, en vez de morir, la Virgen
se durmió -por esta razón, en las iglesias católicas de rito oriental a esta
fiesta se la denomina como la “Dormición”, porque se “durmió”- y su alma
santísima, que estaba colmada de gracia por un doble motivo, por ser Ella la
Llena de gracia al estar inhabitada por el Espíritu Santo y también por haber
sido concebida sin la mancha del pecado original, derramó sobre su cuerpo toda
esa plenitud de gracia, la cual se convirtió, en el momento de pasar de este
mundo a la vida eterna, en luz de gloria eterna, glorificando así su cuerpo
junto con su alma. Fue esto entonces lo que sucedió en la Asunción de María
Santísima: toda la plenitud de gracia, de la que estaba colmada el alma de
María Santísima, se derramó sobre su cuerpo purísimo mientras la Virgen dormía,
en el último instante de su vida terrena y esta gracia divina, convertida en
gloria divina, glorificó su cuerpo purísimo, al igual que había hecho con su
alma, colmando a su alma y a su cuerpo con la luz de la gloria divina, siendo
así glorificada la Virgen con la misma gloria con la cual había sido
glorificado su Hijo el Domingo de Resurrección. La Virgen, el día de la
Asunción, se durmió plácidamente, rodeada por los discípulos en la tierra, con
su cuerpo mortal y se despertó en los cielos, rodeada por los ángeles, que
habían bajado de los cielos para llevarla a los cielos, con su cuerpo y alma
glorificados, y al despertarse se encontró con su Hijo Jesús, a quien adoró y
abrazó con amor maternal, tal como lo había hecho en la tierra, pero ahora la
Madre y el Hijo, ambos glorificados, no se habrían de separar nunca más.
Ahora bien, la Asunción de María Santísima no es un hecho aislado de la vida de
la Iglesia en general, ni de sus miembros en particular, desde el momento en
que la Virgen es Madre de la Iglesia y Madre de los hijos de Dios. Por eso
mismo, la vida de la Virgen, relatada en la Sagrada Escritura, desde el inicio
hasta el fin, debe ser meditada por sus hijos, es decir, por cada uno de
nosotros, porque el destino de la Virgen es nuestro destino, o al menos debe
serlo y por eso debemos conocerlo o reflexionar al menos brevemente en los
misterios sobrenaturales de la Virgen. Así, la Virgen es la Mujer que en el
Génesis aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua, el Demonio, Lucifer o
Satanás; es la Mujer que intercede ante la Santísima Trinidad para que la
Santísima Trinidad modifique sus planes y así Dios Hijo, por orden de Dios
Padre y movido por el Amor de Dios Espíritu Santo, obre el primer milagro
público en Caná, demostrando así la Virgen su advocación de “Omnipotencia
Suplicante”; la Virgen es la Mujer que, en el Calvario, acompaña a Dios Hijo
encarnado en su agonía en el sacrificio de la cruz y se convierte, por pedido
de Dios Hijo, en Madre adoptiva de los hijos de Dios; la Virgen es la Mujer del
Apocalipsis, la Mujer revestida de sol -revestida de gracia, la Mujer Asunta en
cuerpo y alma a los cielos, la Virgen de la Asunción, con la luna bajo sus pies
y con una corona de doce estrellas en la cabeza, indicando que es Reina del
universo, porque su Hijo es Rey del universo; es la Mujer a la cual se le es
dada dos alas de águila para huir al desierto y poner así a salvo a su Hijo, el
Niño Dios, es la Virgen que protege a la Iglesia en la historia, en tiempos de
persecución y tribulación. Es necesario conocer, aunque sea brevemente, la
historia de la Virgen Asunta a los cielos, porque sus hijos están predestinados
a seguir sus pasos, lo cual quiere decir que, si la Madre está en el cielo,
allí también deben estar sus hijos, pero a diferencia de la Madre, que nació
sin pecado original y por eso fue Asunta en cuerpo y alma a los cielos,
nosotros, sus hijos, sí hemos nacido con el pecado original y por eso, si
queremos ir al cielo, debemos hacer el propósito de confesarnos pecadores, de
confesar los pecados, de vivir en gracia, de conservar la gracia y de
acrecentarla, para lo cual debemos frecuentar los sacramentos, sobre todo la
Penitencia y la Eucaristía; debemos obrar la misericordia, que abre las puertas
del Reino de Dios; debemos cargar la cruz de cada día en pos de Jesús, camino
del Calvario, negándonos a nosotros mismos y así para morir al hombre viejo y
nacer al hombre nuevo, al hombre regenerado por la gracia santificante. Solo
así podremos ser, algún día, glorificados en cuerpo y alma y solo así podremos,
luego de superar el juicio particular, comenzar a vivir, en el Reino de Dios,
junto a nuestra Madre celestial, la Virgen Asunta al cielo, la eterna alegría
de contemplar y adorar a la Santísima Trinidad y al Cordero de Dios, Nuestro
Señor Jesucristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario