En
esta fecha se conmemoran dos acontecimientos bíblicos, el primero es la
purificación de la Virgen María después del parto virginal y el segundo es la
presentación de Jesús al templo de Jerusalén (Lc 2
22-39). Debido a que se celebran estos dos acontecimientos, La fiesta es
conocida y celebrada con diversos nombres: la Presentación del Señor, la
Purificación de María, la fiesta de la Luz y la fiesta de las Candelas; todos
estos nombres expresan el significado de la fiesta. Con respecto a la
Virgen, la Fiesta de la Candelaria se originó en España, en las Islas Canarias,
en el año 1497, después de encontrar milagrosamente una imagen de la Virgen con
esta advocación[1],
la Purificación de María y se comenzó a realizar con una procesión de velas o
candelas. Con respecto a Jesús, se celebra esta fiesta en memoria de lo que
hacían los hebreos para cumplir la prescripción de la Ley del Antiguo Testamento (Lev 12,
1-8), que era la de consagrar al primogénito varón al Señor.
En
la Fiesta de la Candelaria -“Candelaria” proviene del latín candela (vela), procedente de candeo
(estar candente, encendido, brillar)-, Cristo,
la Luz del mundo, es presentado por su Madre en el Templo y con su Luz Divina
oculta en su Humanidad Santísima de Niño recién nacido, viene a iluminar a toda
la humanidad disipando las tinieblas, así como la vela o la candela -de donde
se deriva el nombre de Candelaria- disipa las tinieblas a su alrededor.
Ahora bien, debemos tener en cuenta que la candela
representa, por un lado, a la Virgen, porque por el Espíritu Santo que inhabita
en Ella, en Ella no hay sombra de pecado ni tinieblas de malicia o de error;
por otra parte, la candela representa a Jesucristo: la cera es la humanidad y
la luz es su divinidad: Cristo es la Luz Eterna que ilumina al mundo sumergido
en tinieblas y sombras de muerte y que procediendo del seno eterno del Padre,
ingresa en nuestro mundo a través del Portal de luz eterna que es la Virgen
Inmaculada.
Otro
aspecto a tener en cuenta es que cuando encendemos las velas, no estamos
haciendo un simple ritual conmemorativo: la Iglesia bendice el fuego y las
velas y las convierte en sacramentales, es decir, en señales de la presencia bendita
de Nuestro Señor Jesucristo en medio de los hombres y como todo sacramental,
las velas bendecidas tienen dos funciones principales: alejar al demonio,
Príncipe de las tinieblas y hacer que el corazón del hombre desee unirse a los Sagrados
Corazones de Jesús y María por la gracia, la fe y el amor. El encender las
velas también tiene el siguiente significado espiritual: aun cuando estemos
acostumbrados a la luz artificial y a la luz del sol, vivimos en un mundo
sumergido en las tinieblas del pecado, en las tinieblas del error y de la herejía
y en las tinieblas vivientes, es decir, aunque estemos iluminados con luz
eléctrica y luz natural, vivimos rodeados de la presencia de los ángeles
caídos; el encender las velas benditas, disipa todas estas tinieblas
espirituales, porque como dijimos, representan tanto a la Virgen, que es la
Llena del Espíritu Santo y por eso es el Portal de Luz Eterna y porque
representan a Jesucristo, Luz Eterna y Lámpara de la Jerusalén celestial. Encender
las candelas no es una simple costumbre piadosa, aunque lo sea, es mucho más
que eso: es iluminar espiritualmente nuestro mundo y nuestra vida con la luz que
proviene de los Sagrados Corazones de Jesús y María y esto es tanto más necesario,
cuanto que en nuestros días la oscuridad espiritual es tan densa, tan espesa,
tan profunda, que como dice el Padre Pío, si pudiéramos ver a los demonios que
nos rodean en todo momento, la luz del sol se oscurecería. Esto sucede en todo
el mundo y porque el mundo ha rechazado a Cristo, Luz Eterna, ahora está a
punto de caer en una Tercera Guerra que sería devastadora para la humanidad. Que
la Luz Eterna, Cristo Nuestro Señor, y que la Virgen de la Candelaria, iluminen
nuestras vidas, las de nuestros seres queridos y las de todo el mundo, para que
iluminados por esta divina luz, caminemos por los peligros de este mundo hacia
el Reino de los cielos, la Jerusalén celestial, en donde no habrá necesidad de
ninguna iluminación, porque nuestra Luz será la Luz Eterna de Dios, Cristo
Jesús, la Lámpara de la Jerusalén celestial.
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