El origen del Rosario, tal como lo conocemos, se remonta a
la aparición de la Virgen a Santo Domingo de Guzmán: el santo había sido
enviado a Francia para combatir y tratar de frenar la expansión de las sectas
de los cátaros y albigenses, quienes niegan la divinidad de Cristo, lo cual es
un error grave ya que si Cristo es Dios, los sacramentos conceden la gracia y
la Eucaristía es Cristo Dios en Persona, pero si Cristo no es Dios, entonces
todo el edificio espiritual de la Iglesia Católica se derrumba; el santo estaba
en esa tarea, pero muy desanimado, porque los herejes eran duros de corazón y
no querían convertirse; fue en estas circunstancias en las que se le apareció
la Virgen y le enseñó a rezar el Santo Rosario, al mismo tiempo que consolaba a
Santo Domingo diciéndole que con el arma espiritual del Rosario habría de
vencer a la herejía, lo cual finalmente sucedió. Ahora bien, puesto que es la
Virgen la que le enseña a rezar el Rosario, podemos decir sin ninguna duda que
el Rosario es una oración celestial, que viene del Cielo y que conduce al
Cielo. A partir de esta aparición, en todas las apariciones sucesivas a lo
largo y ancho del mundo, incluso hasta nuestros días, la Virgen, en sus
apariciones, pide con insistencia que se rece el Santo Rosario, además de pedir
la conversión a Jesús Eucaristía, la penitencia y el ayuno.
¿Por qué esta insistencia de la Virgen?
Porque el Rosario es la oración que más le agrada a la
Virgen, ya que cada Ave María es una rosa espiritual que le damos a la Virgen;
esto quiere decir que rezar un Rosario es como regalarle a nuestra madre un
ramo de rosas frescas y fragantes.
Porque por el Rosario meditamos sobre los misterios de la
vida de Jesús y también de la Virgen y no solo meditamos, sino que además,
misteriosamente, por el Rosario somos hechos partícipes de las vidas de Jesús y
María.
Por
el Rosario, la Virgen nos alcanza todas las gracias que necesitamos para la
vida cotidiana y sobre todo para salvar el alma; de esto es un ejemplo el Beato
Bartolo Longo, que siendo practicante de la brujería y la magia negra, recibió
la gracia de la conversión a través del Santo Rosario y a partir de entonces,
comenzó a divulgar la devoción de Nuestra Señora de Pompeya junto con el rezo
del Santo Rosario; es decir, pasó del estado de condenación en el que se
encontraba, por practicar la magia negra, al estado de salvación cuando comenzó
a rezar el Santo Rosario.
Por
el Rosario, pedimos por todos los hombres, por nuestros seres queridos vivos y
difuntos y también por nuestros enemigos, y cuando rezamos por los difuntos,
liberamos muchas almas del Purgatorio, las cuales intercederán luego por
nosotros.
Por
el Rosario nos disponemos de la mejor manera posible para participar del Santo
Sacrificio del altar, la Santa Misa, porque el Rosario nos llegan las gracias
que, desde el Sagrado Corazón de Jesús, pasan a través del Inmaculado Corazón
de María y llegan hasta nosotros y por
esa gracia santificante, somos hechos partícipes –y no meros
espectadores- del Sacrificio Redentor de Jesucristo en el altar.
Por
estas y por muchas otras razones más, es que la Virgen nos pide rezar el Santo
Rosario todos los días.
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