Dios
Uno y Trino es la Gracia Increada y el Creador de toda gracia participada. En la
gracia y por la gracia se nos concede la participación en la vida de Dios
Trinidad, por lo que no hay mayor don para el hombre en esta vida, que la
gracia santificante. Si un hombre recibiera en herencia todos los reinos de la
tierra con sus riquezas inmensas, todas ellas no valdrían lo que la más pequeña
gracia, porque el valor de la gracia supera a los bienes de la tierra más que
la distancia que hay entre cielos y tierra. Por eso, quien recibe una gracia,
se puede considerar como el más afortunado de todos los hombres, incluso de los
hombres más poderosos y ricos de la tierra. Un mendigo, que reciba una gracia,
por ínfima que sea, es más afortunado que los hombres más ricos del planeta,
porque la gracia nos hace participar de la vida de Dios Trinidad, en tanto que
los bienes materiales no. Es en Dios Uno y Trino en donde se encuentra, por lo
tanto, aquello que nos hace dichosos en esta vida, como anticipo de la dicha de
la vida eterna: la gracia santificante.
Ahora
bien, Dios es bondadoso y quiere darnos su gracia; sin embargo, si nosotros
acudimos por nosotros mismos a pedir las gracias, con toda seguridad seremos
rechazados, a causa de nuestra indignidad, tal como nos enseñan los santos. Sin
embargo Dios, en su infinita bondad, arregló las cosas de tal manera que las
gracias llegaran a nosotros, aun a pesar de nuestra indignidad. ¿Qué hizo Dios?
Lo que hizo fue crear a la creatura más hermosa y bondadosa de todas, dejarla a
salvo del pecado original, en mérito a la Pasión de Jesús, y nombrarla como
Madre de todos los hombres: esa creatura, para la cual no hay alabanza
suficientemente digna y grande, es la Virgen María, a la cual Dios Hijo nos la
dio como Madre nuestra antes de morir en la Cruz, cuando le dijo al Evangelista
Juan: “Hijo, he ahí a tu Madre”. Y como en Juan estábamos representados todos
los hombres, no solo Juan la tuvo por Madre, sino todos nosotros, todos los
hombres pecadores. Y puesto que la Virgen Santísima, Nuestra Madre del Cielo,
estuvo unida a su Hijo Jesús durante toda su Pasión, convirtiéndose en
Corredentora al unirse místicamente a su misterio pascual de muerte y
resurrección, es también, por designio divino, la Mediadora de todas las
gracias, necesarias para nuestra eterna salvación. Y esto de manera tal que no
hay gracia, por pequeña o grande que sea, que no provenga de Dios Uno y Trino y
no pase por María Santísima. En otras palabras: cualquier gracia, por pequeña o
grande que sea, proviene de Dios como de su Fuente, pero pasa por el Inmaculado
Corazón de María como su canal, para poder llegar hasta nosotros. Esto quiere
decir que cualquier gracia que necesitemos, del orden que sea, pasa
indefectiblemente por María, Mediadora de todas las gracias. A Ella, que es
Nuestra Madre amantísima del Cielo, nos dirigimos entonces para pedirle todas
las gracias que necesitamos para nuestra eterna salvación, para la salvación de
nuestros seres queridos y para la salvación del mundo entero.
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