martes, 7 de mayo de 2019

Nuestra Señora de Luján, Patrona y Dueña de la Argentina



         Todos sabemos, con más o menos detalles, la historia de cómo llegó Nuestra Señora de Luján a nuestra Patria. Era su imagen –junto a la imagen de Nuestra Señora de Sumampa, que luego fue a Santiago del Estero- transportada en una carreta y, al llegar a las inmediaciones del río Luján, se produjo el milagro: mientras el cajón con la imagen estaba en la carreta, no había forma de hacer andar a los bueyes, como si la carreta pesara mil toneladas; sin embargo, cuando bajaban el cajón que transportaba la imagen, los bueyes tiraban la carreta con toda normalidad. Esto fue interpretado como lo que es: un signo del cielo, por el cual la Virgen quería quedarse en nuestro suelo argentino. En efecto, sucedió de esa manera: los que transportaban la imagen la dejaron en el lugar y desde entonces se constituyó en un lugar de peregrinación, en donde se produjeron –y se siguen produciendo- miles y miles de milagros, todos los días y a todas horas. Como muestra de la devoción a la Madre de Dios, los habitantes del lugar y luego el mismo gobierno argentino, erigieron la hermosa basílica de Luján, que custodia la imagen original y a la cual acuden millares de peregrinos de todas las partes del país e incluso de países limítrofes, a rendirle culto y devoción.
         Pero hay algo más: la Virgen vino no sólo para hacernos milagros, sino para quedarse en el corazón de nuestra Patria y de todos los argentinos. De hecho, nuestra enseña nacional lleva los colores celeste y blanco del manto de la Virgen de Luján no por casualidad, sino porque el General Manuel Belgrano, creador de la insignia nacional quiso, en un acto de devoción mariana, honrar a la Virgen y dotar a la bandera de la nueva nación con los colores de su manto. Por esta razón podemos decir los argentinos que nuestra bandera es la más hermosa del mundo, porque lleva los colores celeste y blanco no del cielo y de los cerros nevados, sino del manto de la Inmaculada Virgen de Luján. Por esta razón, cuando besamos el manto, pensamos que besamos nuestra bandera y cuando besamos la bandera, pensamos que besamos el manto de la Virgen de Luján. Por último, la Virgen quiso quedarse para ser la Patrona y Dueña de la Argentina, por eso a Ella le pedimos por nuestra Patria, para que interceda por ella y la libre de sus enemigos, internos y externos; le pedimos que envíe, Ella que es la Reina de los ángeles, al Ángel Custodio de Argentina, para que la proteja de todo mal y le pedimos también que con su manto celeste y blanco cubra nuestra Patria argentina y a todos los argentinos y que coloque, en cada corazón argentino, la semilla de la gracia, Ella que es la Mediadora de toda gracia, para que nuestra Patria toda y cada uno de los argentinos reconozcamos que Ella es la Dueña y Patrona de la Argentina y que su Hijo, Cristo Jesús, es el Rey de nuestros corazones, de nuestra familia y de nuestra Patria Argentina.

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