Todo en la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe nos habla
del cielo: la imagen en sí misma, el mensaje de amor celestial que le transmite
a Juan Diego, y la conversión masiva de indígenas luego de la aparición,
conversión que no se explica por otra causa que no sea la sobrenatural.
Nos habla del cielo la imagen en sí misma, impresa en la
tilma de Juan Diego, puesto que posee características que hacen imposible su
origen terreno, como por ejemplo, el material con el cual está hecha la imagen,
o el hecho de que se encuentre literalmente flotando sobre la tilma y no
aplicada sobre esta; la tilma, el soporte en donde se encuentra la imagen,
permanece inexplicablemente sin alteraciones a pesar de haber transcurrido
siglos desde la impresión de la imagen; todo esto, sin contar los innumerables
prodigios, signos y mensajes contenidos en la imagen, como por ejemplo, que la
Virgen tenga rasgos indígenas, lo cual significa que todos los hombres, sin
importar su raza, son creación de Dios y que Dios quiere que todos se salven y
por eso envía a la Virgen a buscarlos, para llevarlos al cielo; el hecho de que
la Virgen esté embarazada, significa que Ella es la celestial Portadora del
Verbo de Dios humanado, Cristo Jesús, que viene a dar su Vida eterna a quien lo
reciba con fe y con amor; y como estos, muchísimos otros signos y mensajes
ocultos que sorprenden a quien contempla la impresión de la tilma de Juan
Diego.
Nos habla del cielo el mensaje maternal dirigido a Juan
Diego y, por su intermedio, a todos nosotros; se trata del mensaje de amor materno de una
Madre celestial, la Virgen, que ama a Juan Diego con un Amor sobrenatural,
celestial, y por lo tanto incomprensible, inagotable, eterno. Las palabras de
la Virgen a Juan Diego –y por lo tanto a cada ser humano- resuenan en lo
profundo del corazón de cada hombre, porque están impregnadas del Amor Divino y
porque están pronunciadas por el Amor Divino, que habla a través de la Virgen: “¿Qué
pasa, el más pequeño de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te diriges?”. “Oye y
pon bien en tu corazón, hijo mío el más pequeño: nada te asuste, nada te
aflija, tampoco se altere tu corazón, tu rostro; no temas esta enfermedad ni
ninguna otra enfermedad o algo molesto, angustioso o doliente. ¿No estoy aquí
yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la
fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en donde se cruzan mis
brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? (…) Que ninguna otra cosa te
aflija, te perturbe; que no te preocupe con pena la enfermedad de tu tío,
porque de ella no morirá por ahora. Ten por seguro que ya sanó”. Las amorosas
palabras de la Virgen de Guadalupe, dichas a Juan Diego, son las palabras del
Dios Amor, dichas a toda la humanidad, a todo hombre de todo tiempo y lugar, y
por eso las tenemos que tomar como dichas a cada uno en particular.
Por último, nos habla del cielo la conversión masiva de
indígenas, producida luego de la aparición: mientras hasta la aparición las
conversiones eran escasísimas, debido a que el paganismo antropofágico estaba
firmemente arraigado en los habitantes del lugar, luego de la aparición de la
Virgen de Guadalupe, se calcula que se convirtieron en masa más de ocho
millones de mexicanos.
En nuestros días, vemos que se cierne sobre la humanidad
toda una sombra siniestra, mucho más peligrosa que en tiempos de Juan Diego, y
es la sombra del ateísmo, del gnosticismo, del neo-paganismo, que ha envuelto a
la humanidad entera. Y como Juan Diego, también nosotros nos sentimos débiles e
insignificantes, por lo que le pedimos a la Virgen que Ella haga que nuestros
corazones sean otras tantas tilmas, en donde se imprima su celestial imagen y que
así como le habló a Juan Diego, también nos hable a nosotros y a nuestros
hermanos al corazón, para que escuchando su dulce voz materna y dejando de lado
toda preocupación mundana, nos convirtamos a su Hijo Jesús, “el Único Dios
Verdadero por quien se vive”.
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