Es la tarde del Viernes Santo, Jesús está suspendido de
la cruz, en la cima del Monte Calvario. El sol se ha oscurecido, corre un
viento helado; ha pasado ya el rumor del temblor de la tierra, que ha partido
las piedras y las rocas, y el silencio todo lo invade. Todo está en tinieblas, pero
no a causa de las densas y negras nubes de tormenta que cubren todo el cielo,
sino porque el sol mismo ha dejado de brillar, y ya no da ni luz ni calor.
Un silencio de
sepulcro, un viento frío, que hiela los huesos, oscuridad y tinieblas, eso es
el Monte Calvario, porque ha muerto en cruz el Hombre-Dios.
Todo el universo
está de luto, porque muere crucificado el que es la Vida en sí misma, el Hijo
de Dios. Ha muerto la Vida, Dios que es Vida y Dador de vida, y por eso el
universo entero hace luto, por la muerte del Hombre-Dios: el sol se ha
oscurecido, y no da ni luz ni calor; la tierra está en silencio, hasta los
ángeles del cielo lloran la muerte del Hijo de Dios. En el Monte Calvario, todo
es silencio y dolor.
Todo está en
silencio, y solo se escucha el suave gemido de un dulce llanto, el llanto
silencioso de la Madre de Dios, que llora la muerte del Hijo de su Amor. Solo
se escucha el dulce llanto de la Virgen María, que llora a su Hijo muerto en la
cruz.
Todos se han ido,
los discípulos, los que habían recibido milagros de parte de Jesús, los que
habían sido curados en sus enfermedades, los que habían saciado su hambre,
todos abandonan a Jesús. Incluso hasta Dios Padre parece abandonar a Jesús:
“Padre, por qué me has abandonado?”, dice Jesús antes de morir.
Todos han
abandonado a Jesús, e incluso hasta Dios Padre en Persona parece haberlo hecho.
Pero si Dios Padre parece ausente en la Pasión, no así la Madre de Dios, María:
lo acompaña a lo largo de toda la Pasión, se encuentra con Él, lo conforta y lo
consuela, y luego está con Él al pie de la cruz, mientras su Hijo agoniza. En
ningún momento Jesús dice: “Madre, ¿por qué me has abandonado?”, porque María
Virgen en ningún momento abandona a su Hijo en la Pasión. La Virgen María es la
única que acompaña a Jesús a lo largo de la Vía Dolorosa. María es la única que
no solo jamás abandona a Jesús, sino que ama a su Hijo con un amor maternal y
misericordioso, más grande que el amor de todos los ángeles y santos juntos[1].
Pero María no sólo
está con Jesús en el Monte Calvario, en el momento en el que Jesús muere. Cada
vez que Jesús renueva su sacrificio en el altar, bajando con su cruz desde el
cielo, la Virgen María baja con Él desde el cielo, hasta el altar[2], y
lo acompaña como lo acompañó en el Monte Calvario.
La Virgen María
está al pie del altar, porque en cada misa se hace Presente su Hijo Jesús con
la cruz, en el altar, bajando desde el cielo, y así como Jesús baja con la cruz
desde el cielo, así María baja desde el cielo hasta el altar, acompañando a su
Hijo Jesús. Es dogma de fe que Jesucristo, Dios Hijo humanado, se hace Presente
personalmente en el altar, en el sacramento de la Eucaristía, y que renueva
sacramentalmente su sacrificio de cruz; entonces, también por la fe, debemos
creer –porque así es en la realidad- que la Virgen María, la Madre de Dios, se
hace Presente personalmente en el altar, al pie de la cruz del altar.
La Virgen acompaña
a su Hijo Jesús en la cruz, en el Monte Calvario, y es la única que le da
consuelo; la Virgen acompaña a su Hijo Jesús en la renovación del sacrificio de
la cruz, en el Nuevo Monte Calvario, el altar eucarístico, y así como dio
consuelo a su Hijo en la cruz, así es la única que da consuelo a los hijos de
Dios que peregrinan en este valle de lágrimas.
Por estar María al
pie de la cruz de Jesús, con el Corazón lleno de amor y de misericordia hacia
Jesús, María es el ejemplo de cómo amar a Cristo en la cruz, y de cómo amar la
cruz de Cristo, en el Monte Calvario, en Palestina, y en el Nuevo Monte
Calvario, el altar eucarístico de la Iglesia Católica, pero no es sólo ejemplo
de cómo amar a Jesucristo: si se lo pedimos, con todo gusto nos dará la gracia
de amar a su Hijo Jesús con el mismo amor de su Corazón Inmaculado, con el
mismo amor con el que lo amó al pie de la cruz. María no es solo un ejemplo
externo a imitar, en el amor a Jesús: Ella nos da de su mismo amor, de manera que
podamos amar a Jesús no con nuestro amor humano, limitado y pequeño, sino con
el amor infinito y eterno de la Madre de Dios.
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