jueves, 18 de diciembre de 2014

María, presente en el sacrificio del altar


María al pie de la cruz
(Meister des Pähler Altars)

Sobre el Gólgota, sobre el Monte Calvario, se encuentra Jesús Crucificado, coronado de espinas, derramando su Sangre a través de las heridas de las manos y de los pies, perforados por los clavos de hierro. Jesús en la cruz sufre dolores inmensos, insoportables, en el cuerpo pero también en el espíritu, ya que el dolor más grande era por aquellos que habrían de condenarse porque iban a rechazar su sacrificio. Por su sufrimiento en el cuerpo y en el espíritu, Jesús en la cruz es el Señor de los Dolores. Y al pie de la cruz, está María, la Virgen Madre, Señora de los Dolores.
¿Qué hace María al pie de la cruz? Consuela, con su Presencia maternal, a su Hijo que sufre. Ella alivia la amargura y el dolor de su Hijo, con su Presencia maternal trae al Corazón de su Hijo que cuelga de la cruz en medio de terribles dolores, un poco de paz, y así Jesucristo, en medio de sus inmensos dolores, en algo se ve aliviado. La Madre consuela al Hijo con su Presencia de Amor.
Sin embargo, María al pie de la cruz no sólo consuela a su Hijo, el único consuelo en medio de ese mar de dolor que es la cruz, sino que participa de los dolores de su Hijo. La Madre comparte los dolores de su Hijo; los siente dentro suyo, como si fueran propios. Aún cuando una madre, en el exceso de amor de su hijo, por el amor que siente por su hijo, quisiera, para aliviarle sus dolores, tomar sobre sí esos dolores de su hijo, aunque lo deseara, no podría experimentarlos en sí.
En cambio María, por su unión mística con Jesús, comparte y participa de esos dolores, y los hace suyos y propios, de tal manera que se puede decir que María sufrió los mismos dolores, en su misma intensidad, que su Hijo. No en el cuerpo, pero sí en el espíritu, como si a Ella la hubieran coronado de espinas, flagelado, atravesado las manos y los pies con clavos de hierro, como a Jesús en la cruz.
Y así como Jesús es Redentor de la humanidad por sus dolores, así la Virgen es Corredentora por haber participado de esos mismos dolores. La Virgen nos salva a través de sus dolores, por eso es llamada Corredentora, Salvadora de la humanidad y de cada uno de nosotros.
Pero no sólo nos salva, sino que además, por haber participado al pie de la cruz del sacrificio supremo de su Hijo, sacrificio por el cual nos mereció la gracia de la filiación, María se vuelve, al pie de la cruz, Madre nuestra. Así como imploró el descenso del Espíritu Santo sobre su seno para que diera vida a su Hijo Niño, así implora, al pie de la cruz, el Espíritu de su Hijo, para que nos dé a nosotros su Espíritu, el Espíritu que nos hace ser hijos de Dios. En la cruz, donde Jesús muere derramando su Sangre para darnos su vida, nos hace el don de su Madre, por eso María es la Madre de todos aquellos que nacen a la vida nueva y eterna por medio de la Sangre de Jesús derramada en la cruz. Por eso María es Madre de Dios Hijo y Madre nuestra, que somos, al pie de la cruz, hijos de Dios, nacidos del dolor de María.
También es medianera de todas las gracias, porque así como Cristo con su sacrificio en la cruz se hizo intercesor y mediador por nosotros en el cielo, así María, por acompañar a su Hijo en el sacrificio del Gólgota en la tierra, se hizo medianera e intercesora de todas las gracias en el cielo. Por haber participado al pie de la cruz, por haber participado del sacrificio de su Hijo, María se volvió la depositaria y tesorera de los méritos de la redención para toda la humanidad y para todos los tiempos[1].
Y si como enseña la Iglesia, la Misa es la renovación sacramental, en el misterio de la liturgia, del mismo sacrificio de la cruz, si Cristo en la cruz se hace Presente en cada misa, también la Madre, que está al pie de la cruz, se hace Presente en Persona en cada misa. Así lo dice el Santo Padre Juan Pablo II: “...cuando celebramos la Eucaristía, nos encontramos cada día sobre el Gólgota, y por eso está junto a nosotros, en el Gólgota, la Virgen María”[2]. En cada Eucaristía, nos encontramos sobre el Gólgota, delante de Jesús, a los pies de la cruz. Pero también, por eso mismo, nos encontramos a los pies de María, nuestra Madre, porque si el Hijo está en el Gólgota, allí también está la Madre Y está la Madre, como el Hijo, no en sentido figurado, sino en persona, con su persona, invisible, misteriosa, real. Como el Hijo.
A María, Madre nuestra, debemos pedirle la gracia de saber amar a Jesús como Ella lo ama, y saber amar al prójimo como Cristo lo ama desde la cruz.




[1] It is further indicated by the fact that, by her cooperation in the sacrifice of the redemption, Mary conjointly obtained all graces. For it is evident that her heavenly intercession must be to Christ’s interpellation in heaven as her sacrificial activity on earth was to that of Christ. So also the scope of her intercession must answer to that of her earthly activity, as Christ’s interpellation to His sacrificial activity. By her cooperation in Christ’s sacrifice, Mary became the depositary of the merits of the redemption for all mankind and for all times. In the first place she cooperated in imploring the Holy Ghost to hasten His descent upon the infant Church. Likewise, her continuous cooperation must hold as a normal condition for all future fruits of Christ’s merits and for the action of the Holy Ghost. Cfr. Matthias Joseph Scheeben.

[2] “E in particolare, quando celebrando l’Eucaristia ci troviamo ogni giorno sul Golgota, bisogna che vicino a noi sia colei che mediante la fede eroica ha portato all’apice la sua unione col Figlio, proprio là sul Golgota”. Juan Pablo II, Lettera ai sacerdoti in occasione del Giovedì Santo, Città del Vaticano, Roma, 25/03/1988, XI/1 (1988) 721-743.

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