lunes, 28 de enero de 2013

Como María, la Iglesia concibe en su seno por el Espíritu al Hijo de Dios



“...concebirás en tu seno y darás a luz un hijo...”. Con el anuncio del ángel a María, se inauguran los tiempos mesiánicos, los últimos tiempos de la humanidad, los tiempos caracterizados por la presencia de Dios en medio de los hombres, revestido de una naturaleza humana. 
         María es quien hace de Sagrario y Tabernáculo para el ingreso del Pan de Vida en el mundo. El seno virgen de María se ilumina con el esplendor de la luz divina, con la aparición del Verbo luminoso del Padre. El Padre pronuncia su Palabra y la Palabra procede del seno del Padre al seno de María llevada por el Espíritu Santo. María se convierte en la depositaria de la Palabra del Padre, Palabra que por el Espíritu asume una naturaleza humana para unirse íntimamente a ella, como en casta unión esponsal.
En el seno de María, por el Espíritu Santo, es concebido el Hijo de Dios, el cual, al unirse personalmente con un cuerpo y un alma humana, es llamado “Emmanuel”, es decir, “Dios con nosotros”.
         Pero el prodigio que se realizó en el seno de María, proviniendo de Dios, no ha finalizado, y su resonancia eterna se hace sentir en todos los tiempos. La Encarnación sucedió realmente, y el Hijo Eterno de Dios, el Dios Hijo, Invisible, se revistió de una naturaleza humana y se hizo visible, apareciéndose delante de los hombres y de los ángeles como un Niño humano. Ese mismo prodigio, ese mismo milagro admirable, sigue y continúa perpetuándose en el seno de la Iglesia, por el Espíritu. Así como María concibió en su seno por el Espíritu, así la Iglesia, que es una figura de María, concibe en su seno, en el altar, por el mismo Espíritu Santo, al Hijo de Dios, que se reviste de apariencia de pan[1]. La Eucaristía es la prolongación y continuación, en el tiempo y en el espacio, de la Encarnación del Verbo en el seno de María, que continúa encarnándose en el seno de la Iglesia. Y así como el fruto concebido por el Espíritu en el seno de María se llama “Emmanuel”, Dios con nosotros, así también el fruto concebido en el seno de la Iglesia, el Cristo Eucarístico, es llamado “Emmanuel”, Dios con nosotros.
         Y si parecen asombrosos estos misterios, de los cuales no tenemos más que una mínima comprensión por la fe, escapándosenos su inteligibilidad última debido a la grandeza intrínseca del ser divino del cual proceden, quedan todavía más misterios asombrosos. María concibe en su seno por el Espíritu, engendrando al Hijo de Dios, la Iglesia, figura de María, concibe también en su seno por el Espíritu, engendrando al Hijo de Dios, en el altar; y es el mismo Espíritu quien hace concebir, en el seno del alma, por la comunión eucarística, al Hijo de Dios, que de ser “Dios con nosotros”, pasa a ser “Dios en nosotros”.
Como María, la Iglesia concibe en su seno por el Espíritu al Hijo de Dios para que el alma, por la comunión eucarística, lo conciba, por el Espíritu, en su propio seno.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, ...

miércoles, 9 de enero de 2013

María, ejemplo de cómo recibir la Palabra de Dios



María es para nosotros ejemplo de todo lo bueno que podamos decir, hacer o pensar.
         De entre todas las cosas de las que María es ejemplo, una de ellas es la de cómo recibir a la Palabra de Dios.
         Muchas veces escuchamos la Palabra de Dios, pero esta Palabra no permanece en nosotros, porque no nos fijamos en María.
         María recibe a la Palabra de Dios, Dios Hijo, en su seno purísimo, por el poder del Espíritu Santo, y a esta Palabra, que es Dios Hijo, Palabra eterna del Padre, una vez recibida en su seno, la reviste con su propia carne, la viste de Niño humano, y la alumbra milagrosamente, para donarla al mundo.
         Nosotros debemos hacer como María: recibir la Palabra Eterna del Padre, Cristo Eucaristía, en nuestros corazones en gracia, por el poder del Espíritu Santo, y revestirla con nuestras propias palabras, para darla a conocer al mundo.
         Es decir, así como María concibió a la Palabra Eterna del Padre, por la gracia del Espíritu Santo, y la revistió con su propia carne y la dio a conocer, así nosotros, por la gracia del Espíritu Santo, debemos concebir a la Palabra del Padre, Jesucristo, por la gracia del Espíritu Santo, que viene a nosotros en la Eucaristía; la debemos revestir con nuestras propias palabras y conceptos, y así darla a conocer a nuestros prójimos.
         María es Madre de Dios porque engendró a la Palabra; nosotros podemos participar de esa función maternal de María, engendrando y concibiendo a la Palabra de Dios, Jesús Eucaristía, en nuestros corazones.