domingo, 20 de septiembre de 2020

La Virgen de la Merced y su intervención milagrosa

 


          El 24 de Septiembre de 1812 es recordado en los libros de historia argentinos porque en ese día se llevó a cabo una batalla decisiva en el intento independentista de la Nación Argentina. Pero también se recuerda ese día por dos cosas más: por la intervención milagrosa de la Virgen de la Merced, a la cual se le atribuyó la victoria y el hecho de que hubieran pocas bajas en ambos bandos, debido a la inexplicable y súbita aparición de una nube de langostas en medio del campo de batalla- y al hecho de que, en reconocimiento por el triunfo bélico, el General Belgrano nombró públicamente, a la Virgen de la Merced, como Generala del Ejército Argentino.

          Esto nos debe llevar a la siguiente reflexión: por un lado, el renovar nuestro agradecimiento a la Virgen por habernos concedido el triunfo y porque hubieron, milagrosamente, pocas bajas; por otro lado, que la Virgen es Generala del Ejército Argentino, lo cual condice con su título más amplio y antiguo de Generala del Ejército de Dios. La intervención milagrosa y maternal de la Virgen de la Merced, reconocida públicamente por el General Belgrano, y el hecho de que Ella sea Generala del Ejército Argentino, debe conducirnos a no perder esperanzas en el destino de nuestra Patria, la cual en estos momentos transita por momentos aciagos, comenzando por el hecho de que está gobernada por un gobierno que tiene en su agenda la legalización de la muerte por aborto de millones de futuros argentinos; por otro lado, el signo político ateo y marxista, otra característica del actual gobierno, hace flaquear las esperanzas acerca del futuro de la Argentina como país católico y libre; por último, el asedio de fuerzas anti-vida, anti-humanas y anti-cristianas, en todos los órdenes de la vida, hace temer también por el futuro de nuestra Patria Argentina. Sin embargo, como decíamos, nosotros también reconocemos, como el General Belgrano, a la Virgen como Madre nuestra celestial y, a imitación de Belgrano, le damos el bastón de mando, no de un ejército, sino de nuestra alma, de nuestra vida y de nuestro corazón. Y a Ella le encomendamos el destino, no solo de nuestro Ejército -el cual jamás será derrotado, teniéndola a Ella como a su Generala-, sino el destino de la Patria toda, confiados en que, así como supo darnos el triunfo para alcanzar la ansiada Independencia, así nos dará también, si es la Voluntad de Dios, el triunfo sobre los enemigos de la Patria, que hoy son más abundantes y peligrosos que en la Batalla del Campo de las Carreras. A la Virgen le pedimos el triunfo sobre los enemigos de la Patria y una pronta re-unificación, al menos en lo espiritual, con nuestra Madre Patria, España.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Nuestra Señora de los Dolores

 Pin en Advocaciónes Mariana

          La Iglesia recuerda en este día a la Madre de Dios con un título particular: “Nuestra Señora de los Dolores”. Podríamos preguntarnos la razón de dicho título y si es real o meramente metafórico. Un indicio de respuesta la encontramos en la letra de una canción destinada a Nuestra Señora de los Dolores, que está al pie de la Cruz, en uno de cuyas estrofas dice: “Todo el dolor del mundo, vive en su Corazón”. Podríamos decir que la estrofa resume la realidad -y por eso no es una metáfora, aquí tenemos otra respuesta a una de las preguntas- de la condición de la Virgen al pie de la Cruz: “Todo el dolor del mundo, vive en tu Corazón”. La razón por la cual “todo el dolor del mundo” vive y late en el Corazón Inmaculado de María es doble: por un lado, porque Ella es la Madre de Dios y su Hijo Dios está agonizando en la Cruz; por otro lado, porque Ella es la Madre de los hombres, y los hombres están envueltos en la oscuridad del pecado y alejados del Camino Real de la Cruz, el Único Camino que conduce al Cielo. La Virgen sufre, entonces, en su Corazón, porque contempla a su Hijo crucificado: contempla su Cabeza, coronada de espinas, y experimenta mística y realmente en su cabeza de Madre la coronación de espinas y su dolor, causado por los innumerables pecados de pensamientos y por los pensamientos impuros de los hombres; la Virgen contempla las manos de su Hijo y las ve clavadas al madero de la Cruz y experimenta el dolor de su Hijo en sus manos, dolor producido no solo por los clavos de hierro, sino por las innumerables obras malas e impías de los hombres; la Virgen contempla los pies de su Hijo, heridos y sangrantes, clavados al madero por un grueso clavo de hierro y experimenta el dolor que siente su Hijo, en su propio Corazón Inmaculado, porque este dolor está provocado no solo por el clavo de hierro, sino por todos los malos pasos dados por los hombres para cometer toda clase de crímenes, de abominaciones, de pecados; la Virgen contempla el Pecho de su Hijo, donde late agonizante su Sagrado Corazón, el cual será traspasado por la lanza cuando Jesús muera y cuando el acero de la lanza traspase el Costado de Jesús, la Virgen experimentará un dolor como si fuera a Ella que la traspasaran, porque este lanzazo está ocasionado por las innumerables faltas de amor a Dios y al prójimo cometidas por los hombres de todos los tiempos. El dolor del Inmaculado Corazón está ocasionado, como dijimos también, porque Ella es la Madre de todos los hombres, que han sido adoptados por Ella, por encargo de su Hijo Jesús, al pie de la Cruz y como Madre, la Virgen no puede no sufrir al ver el estado de pecado y de condenación en el que se encuentran sus hijos adoptivos, cuando estos eligen el pecado en vez de la gracia. En estos dos dolores, los dolores de su Hijo y los dolores de sus hijos adoptivos, se concentra “todo el dolor del mundo” en el Corazón Inmaculado de María y es por esto que la Virgen es llamada “Nuestra Señora de los Dolores”.

“Todo el dolor del mundo, vive en tu Corazón”. Si nos consideramos y somos hijos adoptivos de la Virgen, no contribuyamos a su dolor y para ello hagamos el propósito de alejarnos no solo del pecado sino aun de la imperfección, en la vivencia de nuestro ser hijos de Dios y de la Virgen y nos postremos, al pie de la Cruz y a los pies de la Virgen, para llorar con la Virgen por nuestros pecados y los del mundo entero y así consolemos al Inmaculado Corazón.