domingo, 30 de diciembre de 2012

Solemnidad de Santa María Madre de Dios - Ciclo C - 2013



         Luego de llevarnos a la contemplación del Nacimiento del Niño Dios y de la Sagrada Familia, que se constituye precisamente en familia a raíz del Nacimiento del Niño, la Iglesia, al inicio del año civil, nos lleva a contemplar el misterio de la Madre de ese Niño, que por ser Dios, se convierte en Madre de Dios.
         La Virgen es Madre de Dios porque se llama “madre” a la mujer que da a luz a una persona, y como la Virgen da a luz virginal y milagrosamente a una Persona divina, la Segunda de la Santísima Trinidad, la Persona del Hijo, y como este Hijo es Dios como su Padre Dios, entonces la Virgen es “Madre de Dios”.
         Es precisamente esta condición de María Santísima de ser "Madre de Dios", la que hace que la concepción y nacimiento del Niño que lleva en su seno, sean del todo sobrehumanas, sobrenaturales y divinas, desde el momento que no interviene varón humano alguno en la concepción del Niño. Para darnos una idea de cómo fueron la Encarnación y el Nacimiento del Niño Dios, y para no apartarnos un milímetro de la bimilenaria fe de la Santa Iglesia Católica, y utilizando las imágenes que muchos santos contemplaron por inspiración divina (entre otros, las beatas Ana Catalina Emmerich y Luisa Piccarretta, y la piadosa escritora María Valtorta), podemos tomar como punto de partida al diamante, roca cristalina y translúcida, en su relación con la luz. 
         En la Encarnación y Nacimiento del Niño, la Virgen se comporta como el diamante con relación a la luz: así como el diamante, al recibir un rayo de luz, tiene la propiedad de encerrar en sí mismo a la luz –propiedad que no la tienen las otras rocas, que son opacas-, para emitir luego esta luz desde su interior, irradiándola al exterior, así también la Virgen María, en la Encarnación, recibe -en su intelecto y en su Corazón inmaculado primero, y en su seno virginal, su útero, después- a la Luz eterna, Jesucristo, proveniente de la Luz eterna, Dios Padre, y luego de alojarla por nueve meses en su seno virginal, la emite milagrosamente, en la gruta de Belén, estando arrodillada y en posición de oración, a través de la pared superior de su abdomen, quedando intacta en su virginidad antes, durante y después del parto milagroso.
           Reafirmamos esta Verdad revelada de la Concepción virginal y Nacimiento milagroso del Verbo eterno del Padre, Jesús de Nazareth, en el seno virgen de María, y reafirmamos la condición de María como Madre y Virgen, como Inmaculada Concepción y como Llena de gracia, a la par que rechazamos como heréticas y blasfemas las proposiciones contrarias, como las lamentablemente esgrimidas en estos días por varios "teólogos" "católicos", como los sacerdotes Juan Masiá Clavel y Alfonso Llano, quienes de modo impiadoso y blasfemo sostienen que la Concepción y Nacimiento milagroso de Jesús es un "mito" (esto lo sostiene literalmente Masiá), y que Jesús nació "de la relación conyugal (sexual) entre José y María (esto lo sostiene, literalmente, Alfonso Llano). Repetimos que rechazamos estas proposiciones por heréticas, blasfemas, ultrajantes, y gravemente contrarias a la Fe bimilenaria de la Iglesia, a las enseñanzas de los Papas, desde el inicio mismo de la Iglesia, y a los dogmas inalterables de la condición de María como Inmaculada Concepción, Llena de gracia y Madre de Dios, y la de Jesús como Dios Hijo en Persona que se encarna en el seno virgen de María por obra del Espíritu Santo, sin concurso alguno de varón.
         Porque el Hijo de la Virgen es Dios Hijo en Persona, María no podía no ser la Inmaculada, la Llena de gracia, la Inhabitada por el Espíritu Santo, porque Jesús, siendo Él Inmaculado, Autor de la Gracia y la Gracia Increada en sí misma, y siendo Él el Espirador del Espíritu Santo junto a su Padre Dios, no podía venir a este mundo y encarnarse en un lugar en donde no ardiera el fuego del Amor divino, el Espíritu Santo; Jesús, siendo como es, Dios del Amor santo, no podía encarnarse en un lugar mancillado por amores profanos, contaminados con amores espúreos, y por eso se encarna en un seno purísimo y limpidísimo, el seno virgen de María Santísima; Jesús, proviniendo del seno del Padre, que es más hermoso que miles de millones de Paraísos celestiales juntos, no podía venir a este mundo, “valle de lágrimas” y lugar “de tinieblas y de muerte”, como lo describe Zacarías en su cántico, tinieblas y muerte producidas por el pecado, a un lugar contaminado por el pecado, y por eso se encarna en el seno de la Madre de Dios, María Santísima, seno Inmaculado, sin la más pequeñísima mancha no ya de pecado venial, sino ni siquiera de imperfección. Para que Jesús, al venir a este valle de lágrimas, de tinieblas y de sombras de muerte, no extrañara el seno de Amor de Dios Padre, en el que fue engendrado desde la eternidad, es que Jesús viene al seno virgen de la Madre de Dios, seno en el que arde el Amor purísimo del Espíritu Santo, seno en donde es amado, en la tierra y en el tiempo, con el mismo Amor con el que Dios Padre lo ama desde la eternidad, en los cielos, de modo que al nacer, su Madre, convertida en Madre de Dios, lo amparase y cuidase, en el tiempo que durara su vida terrena, con el mismo Amor de Dios Padre, el Espíritu Santo.
            La negación de María como Madre de Dios, además de echar por tierra los dogmas ya citados, conmueve los cimientos mismos de la Iglesia, puesto que si Jesús nació como dicen estas proposiciones heréticas, entonces en la Eucaristía, que es prolongación de la Encarnación y del Nacimiento, tampoco hay intervención sobrenatural del Espíritu Santo, el cual no obraría la transubstanciación, limitándose a simplemente bendecir las ofrendas de pan y de vino, las cuales permanecerían como tales, cambiando sólo su significado, pero no su ontología: no se convertirían en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
         Como católicos, creemos y defendemos firmemente la Fe de la Iglesia, y sostenemos que María es Madre de Dios, y que fue galardonada con tan grandioso título por ser Ella la Inmaculada Concepción, la Llena de Gracia, la Inhabitada por el Espíritu Santo, y es a Ella, como Madre amantísima, a quien contemplamos, pidiendo que haga de Madre para con nosotros, así como hizo  de Madre con el Verbo de Dios encarnado, en su paso por la tierra.
         La Virgen, Madre de Dios, cuidó de su Hijo, Dios, con el Amor del Padre, el Espíritu Santo, y este Amor se vio sobre todo en la Pasión, cuando aún sin morir, dio su vida como mártir por su Hijo, acompañándolo en el Camino del Calvario, el Via Crucis, y permaneciendo firme al pie de la Cruz, con su Corazón Inmaculado atravesado por mil espadas de dolor, contemplando al Hijo de su Amor, primero agonizar y luego morir. La Virgen, como Madre de Dios, acompañó a su Hijo desde su Encarnación, hasta su Muerte en Cruz; lo acompañó desde que ingresó en este mundo, proveniente del seno de Dios Padre, hasta que salió del mundo, muriendo en la Cruz, para regresar al seno del Padre.
         Debido a que por un designio de la Divina Misericordia, esta Madre de Dios es también real y verdaderamente Madre nuestra, porque Cristo nos la donó desde la Cruz, le pedimos a Ella que haga de Madre así como obró con su Hijo Jesús: así como lo acompañó a Él desde que fue engendrado hasta que murió, así nos acompañe y consuele a nosotros, que habitamos en este “valle de lágrimas, de tinieblas y de sombras de muerte”, todos los días de la vida, hasta nuestra muerte.
El hecho de que la Santa Madre Iglesia coloque esta Solemnidad de Santa María Madre de Dios, al inicio del año civil, no es por casualidad: es para que, al iniciar un nuevo año terreno, la Virgen nos cubra con su Manto celestial y nos libre de todo mal, en nuestro peregrinar por el tiempo hacia la eternidad.
         

miércoles, 19 de diciembre de 2012

“¡Alégrate!, Llena de gracia (…) El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra y el Niño será llamado Hijo de Dios”



“¡Alégrate!, Llena de gracia (…) El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra y el Niño será llamado Hijo de Dios” (cfr. Lc 1, 26-38). El saludo del Ángel a la Virgen nos da una idea de cómo habrá de ser nuestra contemplación del Pesebre, cuando el Niño ya haya nacido para Navidad, porque aunque veamos a una mujer y a un hombre con su hijo recién nacido, en el Pesebre hay un misterio inabarcable e incomprensible para la mente humana.
El saludo del Ángel Gabriel a la Virgen María nos revela que Dios Hijo, que habría de nacer como Niño para salvar a los hombres, había elegido para su Encarnación no un lugar cualquiera, sino el seno virgen de la creatura más pura y santa que jamás la Trinidad, con toda su infinita Sabiduría y Amor, pudiera crear: la “Llena de gracia”, como la llama el Ángel, la “Llena del Espíritu Santo”, la “Llena del Amor de Dios”, la “Llena de la pureza inmaculada del Ser trinitario”.
La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, obedeciendo al pedido de Dios Padre, había decidido su Encarnación redentora, Encarnación por medio de la cual habría de donar al mundo, luego de su muerte en Cruz, y por medio de su Corazón traspasado, a Dios Espíritu Santo.
Ahora bien, las Tres divinas Personas, trabajando en conjunto y poniendo en acto –como están en Acto eterno desde la eternidad- toda su Sabiduría y su Amor, común a las Tres Personas, deciden crear en la tierra un Paraíso terrenal, para que la Segunda Persona, al encarnarse y venir a este mundo, lleno de espinas, plantas venenosas y abrojos, no extrañara el Paraíso celestial que es el seno de Dios Padre, y así crearon ese Paraíso terrenal que es el seno de la Virgen Madre, el cual contiene todas las alegrías, los amores, los cantos, los gozos, del seno del Padre.  Y porque la Alegría del Padre, Dios Hijo, iba a encarnarse en su seno, es que el Ángel le dice a la Virgen: “¡Alégrate!”.
Para que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que es la Gracia Increada y el Autor de toda gracia, no extrañara el seno purísimo e inmaculado del Padre, en quien brillan con fulgor indecible la más excelsa santidad y pureza, la Santísima Trinidad creó en esta tierra, a una creatura Purísima e Inmaculada, la Virgen María, Llena de gracia, llena de santidad y de perfección, llena de pureza y de amor, sin la más pequeñísima y ni siquiera ligerísima sombra de imperfección, tan parecida al seno de Dios Padre en su pureza, que Dios Hijo, al encarnarse, no notó la diferencia entre la pureza inmaculada del seno del Padre y la pureza inmaculada del seno de la Virgen Madre. Y es por eso que el Ángel le dice: “Llena de gracia”.
Para que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, al venir a este mundo -llamado “valle de lágrimas” a causa del pecado y de la maldad de los corazones de los hombres, lleno también de arideces, de sequedades, de frialdades, de indiferencias y de desprecios hacia Dios, por parte de los hombres-, no extrañara el Amor del Padre, que es el Espíritu Santo, llamado “fuego de Amor divino”, la Santísima Trinidad creó en la tierra a una creatura excelsa, inhabitada por el Espíritu Santo desde su Concepción Inmaculada, y por lo tanto, poseedora del mismo Amor con el que el Padre amaba a Dios Hijo desde la eternidad, y así esta creatura, que es la Virgen Inmaculada, al amar a su Hijo Dios con el Amor del Espíritu Santo, hizo que el Niño Dios no sintiera la diferencia entre el Amor recibido por el Padre en los cielos eternos, y el Amor recibido por la Madre en este “valle de lágrimas”. Y es por eso que el Ángel le dice: “El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra”, porque Ella concebirá por el Amor purísimo de Dios, y ningún amor mundano, profano, impuro, humano, osará ni siquiera ligeramente acercársele.
Para que al venir a este mundo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad no extrañara el Amor del Padre, siendo Él Dios Hijo, las Tres Divinas Personas crearon a la Virgen Madre, para que al nacer Dios Hijo como Niño, recibiera en la tierra el amor materno de María, amor que le haría recordar al Amor del Padre en los cielos. Y es por eso que el Ángel le dice: “El Niño será llamado Hijo de Dios”.
Por lo tanto, al contemplar el Pesebre, ya para Navidad, debemos recordar el saludo del Ángel y su significado, para poder abismarnos en el misterio insondable que encierra el Niño de Belén y su Madre, la Virgen Santísima: “¡Alégrate!, Llena de gracia, el Señor está contigo (…) El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra y el Niño será llamado Hijo de Dios”.

jueves, 13 de diciembre de 2012

El porqué de los pedidos de María Rosa Mística




Para apreciar el significado de los mensajes de María Rosa Mística, tenemos que tener en cuenta, antes que nada, el nombre que se le aplica a María, precisamente el de “Rosa Mística”. Además de significar la pureza y el martirio, el nombre de “Rosa” se le aplica a la Virgen, para significar su pureza y la fragancia de su gracia.
         Si la rosa en cuanto flor se destaca entre las flores por su hermosura, por su fragancia, por su pureza, María es la Rosa por excelencia, porque Ella se destaca entre todas las creaturas, entre todos los ángeles y santos, con una distancia más grande que la que hay entre la tierra y el cielo, porque Dios no puede crear una creatura más hermosa que María, ni más pura que Ella, ni más Llena de gracia que Ella, y por lo tanto, no puede crear nadie que exhale el perfume exquisito de la gracia del Espíritu Santo, como Ella.
         En lo que respecta al nombre de “Mística”, se llama así a la Madre de Dios porque, a diferencia de las rosas terrenas, que luego de unas pocas horas comienzan a marchitarse, perdiendo su perfume y su color, volviéndose mustias y secas, María Rosa Mïstica no se marchita jamás, porque Ella es Inmaculada y Virgen antes, durante y después del parto virginal de su Hijo Jesús, y permanece inhabitada por el Espíritu Santo, como desde el día de su Concepción Inmaculada, sin la menor disminución de su santidad excelsa. María es Rosa “Mística” porque es la Flor de los cielos, que inunda con su perfume exquisito el Paraíso Celestial, llenando de admiración y de contento a Dios Trino, a los ángeles y a los santos, que no dejan de cantar himnos de alabanzas y de acción de gracias a Dios por haber creado a una creatura tan hermosa y pura. También hay que decir que Cristo mismo recibe el nombre de Rosa, según algunos Padres de la Iglesia: para Tertuliano y San Ambrosio, la raíz representa la genealogía de David; el brote es María y la flor, rosa, es Cristo. 
Y esto es así porque si la Virgen es el brote de la genealogía de David, porque está Llena del Espíritu Santo, porque es Inmaculada, y porque es la Plena de gracia, su Hijo, Cristo, que nace de María Virgen, es la Flor del Brote, porque Él es el Dador del Espíritu Santo, junto a Dios Padre, Él es Inmaculado, porque es Dios Tres veces Santo, y es la Gracia misma Increada.
Por otra parte, si hacemos una comparación con las rosas terrenas, esto nos ayudará a resaltar todavía más la condición de María como Rosa Mística, y el sentido de sus pedidos en sus apariciones a Pierina Gilli. Podemos decir que las rosas terrenas son una representación de las almas de los hombres: cuando están fragantes, lozanas, frescas, y exhalan perfume agradable, puede decirse que son las almas en gracia, siendo la gracia la causa de su perfume y frescura. Pero es de experiencia cotidiana que las rosas terrenas, luego de un breve tiempo, comienzan a perder toda su frescura y perfume, y se vuelven secas y mustias: son las almas que han caído en pecado, sobre todo el pecado mortal, porque ya no viven en gracia, y han perdido por lo tanto toda participación en la vida divina, que era la causa de su hermosura y de su pureza.        
Cuando vemos el mundo actual, en el que todo lo que hace el hombre es contrario a la Ley de Dios, expresada en la Naturaleza; cuando vemos que se exaltan los vicios contra-natura, no sólo como si no fueran cosas contrarias a la Ley divina, sino como si fueran derechos humanos y por lo tanto exigencias que pertenecen al hombre mismo; cuando vemos que se exalta toda clase de impurezas, ya desde la más  temprana edad, enseñando a niños de jardín de infantes que el matrimonio no es sólo entre varón y mujer, sino que se da ese título a cualquier combinación posible; cuando vemos que los jóvenes han profanado sus cuerpos con relaciones pre-matrimoniales; con drogas, con alcohol, con música cumbia y rock, indignas de la condición humana; cuando vemos que en vez de rendir culto al Dios del sagrario, cientos de millones de católicos se vuelcan al ocultismo, al esoterismo y al satanismo; cuando vemos que entre los niños se conoce y se ama más a un ídolo inerte y mudo, el fútbol –y, dentro de él, todas las “estrellas” futbolísticas, como Messi y compañía-; cuando vemos que millones de niños y jóvenes desaparecen de la Iglesia apenas recibidos los sacramentos; cuando vemos que los así llamados “cristianos” se diferencian de los paganos fuera de la Iglesia sólo porque el Domingo –algunos, los menos- van a Misa, nos damos cuenta de cómo todo el mundo se ha convertido en un inmenso jardín arrasado, en donde las flores de Dios, las almas de los hombres, se han marchitado, se han secado, han comenzado su proceso de descomposición.
Es aquí entonces en donde entendemos los pedidos de María Rosa Mística, sobre todo en su primera aparición, en la primavera del año 1947, cuando se aparece con su rostro triste, vestida con una túnica morada, con su cabeza cubierta con un velo blanco, y con su pecho atravesado por tres espadas, y dice sólo tres palabras: “Oración, penitencia, reparación”.
Oración por la conversión propia y de los pecadores más empedernidos; penitencia para expiar por el mundo que exalta los sentidos y ensalza el error, en detrimento del silencio, de la contemplación, de la pureza y de la Verdad revelada, Jesucristo, y reparación, por quienes “no creen, ni esperan, ni adoran, ni aman” a Jesús en la Eucaristía.

martes, 11 de diciembre de 2012

Nuestra Señora de Guadalupe, Emperatriz de América


         
        En los años inmediatamente anteriores a las apariciones de la Madre de Dios al indio Juan Diego en su advocación de “Nuestra Señora de Guadalupe”, la situación en el orden espiritual en tierras mexicanas no podía ser peor, puesto que los pueblos indígenas pacíficos estaban sojuzgados por los mayas y los aztecas, pueblos sanguinarios que hacían la guerra para esclavizar a los otros y para tener ofrendas humanas para sus dioses.
         Teniendo en cuenta que San Pablo dice que “los dioses de los gentiles son demonios”, y considerando que las ofrendas de víctimas humanas, de práctica común entre los mayas y aztecas, constituyen una característica central de la adoración pagana al demonio, se llega a la conclusión de que una inmensa mayoría de pueblos indígenas, al momento de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, vivía dominada en el terror por los adoradores del diablo.
         La situación tampoco era distinta más hacia el sur, puesto que los incas, constructores de un enorme imperio, también hacían sacrificios humanos.
         Por este motivo, la aparición de la Virgen como Nuestra Señora de Guadalupe, es un claro signo del cielo, indicativo de que no iba a permitir que los pueblos indígenas pacíficos continuaran siendo esclavizados, torturados, asesinados, y dados en sacrificio humano a los demonios. La Virgen de Guadalupe, que en el Génesis aparece como la que aplasta la cabeza de la serpiente antigua, Satanás, y que en el Apocalipsis aparece como la “Mujer revestida de sol”, es decir, revestida de la gloria divina, al aparecer en estas tierras americanas, inicia la derrota de los pueblos sanguinarios, adoradores del demonio, convirtiendo los corazones de los indígenas: está comprobado que más de ocho millones de indígenas se convirtieron en los tiempos inmediatamente posteriores a sus apariciones a Juan Diego. Su condición de Madre de Dios y de Vencedora del infierno le valió el ser nombrada “Emperatriz de América”.
         Lamentablemente, en el día de hoy, tanto en México, como en Argentina, y en toda América Latina, se ha producido un rebrote del satanismo, de la brujería, de la magia, del esoterismo y del ocultismo, y tanto es así, que las sectas satánicas, las sectas wiccanas o paganas, y las sectas ocultistas, han registrado un aumento sin precedentes en todo el mundo de habla hispana.
         Enormes sectores de la población hispanoamericana, sean habitantes de las grandes ciudades o de las zonas rurales, se han volcado en masa a la adivinación, al tarot, a la lectura de cristales, al espiritismo, al vudú, a la macumba, a la santería cubana, y a la práctica de toda clase de abominables ritos mágicos, satánicos y ocultistas. Estas masas ingentes de personas de toda clase social y raza, no acuden más a Jesucristo como a su Dios, ni a la Virgen como a la Medianera de todas las gracias, ni a San Miguel Arcángel como Príncipe de la Milicia celestial, puesto a las órdenes de Dios para que proteja a los hombres del Ángel caído, ni recurre a los santos, quienes con su fidelidad a la gracia han vencido para siempre al más inmundo de los seres, el demonio. Por el contrario, esta enorme cantidad de gente, cuya gran mayoría pertenece a su vez a la religión católica, al menos nominalmente, se han entregado en los brazos del Enemigo de las almas, rindiéndole culto y proporcionándole todo tipo de cultos abominables.
         Las consecuencias de tamaña abominación se ven visiblemente y se sufren en la sociedad: la inseguridad, la proliferación de la miseria humana, económica y moral, la extrema fealdad y suciedad de las modernas urbes, son sólo datos externos que confirman no sólo la ausencia de Dios –Dios no puede estar en una sociedad que lo aborrece y cuyo corazón está volcado a su enemigo-, sino la presencia activa del siniestro Ángel de las tinieblas, Satanás.
         La Sagrada Escritura es muy clara respecto a quienes cometen tan abominable pecado, la adoración idolátrica y falsa del Demonio: “Afuera (de la Jerusalén celestial) quedarán los perros y los hechiceros, los lujuriosos, los asesinos, los idólatras y todos aquellos que aman y practican la falsedad” (Ap 22:15).
“Afuera (de la Jerusalén celestial) los perros y los hechiceros”. Como cristianos católicos, no podemos ser indiferentes al estado de condenación en el que se encuentran cientos de millones de adoradores del demonio, y al destino de eterno dolor al que se dirigen, por lo que es nuestro deber rezar por ellos. Por eso, le pedimos a la Virgen de Guadalupe: “Nuestra Señora de Guadalupe, que aplastas la cabeza de la serpiente con la fuerza de la Cruz de tu Hijo, ¡ven a nuestras tierras americanas y vence a la idolatría! ¡Mira a tus hijos de América, que se han extraviado en las tinieblas del neo-paganismo; interviene, Virgen Santísima de Guadalupe, Emperatriz de América, para que tus hijos americanos regresen a la fe en el Único Dios y Redentor, Cristo Jesús, Vencedor victorioso del infierno y del pecado! ¡Ven, oh Virgen Madre, conmueve los corazones de tus extraviados hijos, y concédeles la gracia del arrepentimiento y de la contrición del corazón, antes de que sea demasiado tarde! 

sábado, 8 de diciembre de 2012

¿Por qué creó Dios a la Virgen Inmaculada?



         Porque quería que su Hijo, al venir a esta tierra para salvarnos, no extrañase el cielo eterno, que es su seno de Padre eterno, en donde vivía feliz en inmensos e infinitos mares de felicidades, de alegrías y  ternuras, y para eso creó a la Virgen Inmaculada, para que su seno virginal fuera como otro cielo, en la tierra, en donde encontrara todas las felicidades y los mares inmensos e infinitos de felicidades, de alegrías y ternuras, las mismas que recibía de Dios Padre. Dios creó a la Virgen para que Dios Hijo, al encarnarse, al bajar del cielo eterno que es su seno de Dios Padre, a esta tierra, encontrara otro cielo en la tierra, el seno de la Virgen Madre, tan lleno de dulzuras y de amores celestiales como el de Dios Padre. Y para eso creó Dios  Trino a la Virgen Madre, para que su seno maternal fuera en la tierra como el seno del Padre era en el cielo,
         Porque quería que su Hijo, al encarnarse y bajar a este valle de lágrimas, no sintiera a menos la falta del Amor del Padre, Amor en el que Él vivía desde que fue engendrado desde la eternidad de eternidades; Dios quería que Dios Hijo, al venir a esta tierra, encontrara el mismo Amor con el cual Él como Padre lo amaba como Hijo desde siempre, y para eso creó a la Virgen, Llena del Espíritu Santo, llena del mismo Amor divino con el cual el Padre lo amaba desde siempre, en los cielos sempiternos; Dios Trino creó a la Virgen, para que Dios Hijo, al venir a este mundo, lleno de creaturas humanas frías e indiferentes, o distraídas por amores pasajeros y superficiales, encontrara una Creatura Perfectísima que lo amara con Amor perfectísimo, sin mezcla alguna de amores mundanos, profanos, superficiales o pasajeros, y por eso María, la Madre de Dios, es la Llena del Amor de Dios, la Llena del Espíritu Santo.
Debido a que el Ser trinitario es Inmaculado, purísimo, perfectísimo, sin la más pequeñísima y ligerísima sombra de imperfección, creó a la Virgen Inmaculada, purísima, perfectísima, sin la más pequeñísima sombra de imperfección, para que cuando Dios Hijo se encarnara, y viniera a este lugar lleno de imperfección, no notara la diferencia, entre el seno purísimo del Padre, del cual procedía desde la eternidad, y el seno purísimo de la Virgen Madre, en el cual comenzó a existir en cuanto Hombre perfecto en el tiempo.
Dios Trino creó a la Virgen Inmaculada, para que Dios Hijo, al venir a este mundo, sumergido en las tinieblas de la ignorancia, del pecado y del mal, encontrara un seno luminoso, iluminado con la luz eterna del Padre, la misma luz en la cual Él vivía desde la eternidad en el Padre, una luz que no es inerte sino que es Vida y da Vida eterna, porque brota del Ser Trinitario que es luminoso, y así la creó a la Virgen, en quien no hay sombra alguna de mal, de error, de impureza, de pecado, de ignorancia, sino que en Ella brilla la misma luz eterna con la que el Padre iluminaba al Hijo, y el Hijo al Padre, la luz que es el Espíritu Santo.
Para eso creó Dios Trino a la Virgen Inmaculada.

viernes, 7 de diciembre de 2012

La Inmaculada Concepción, los cristianos y la Eucaristía



         ¿Qué relación hay entre nosotros, la Inmaculada Concepción y la Eucaristía?
         Que así como la Virgen fue concebida en gracia, sin mancha de pecado original, y llena del Espíritu Santo, en vistas a que su seno virginal debía alojar el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, la Eucaristía, y que su vida toda debía estar destinada a ser Custodia Santa, Sagrario de oro y Altar de Jesús Eucaristía, así también nosotros, fuimos creados por y para la Eucaristía. Al igual que la Virgen, también nosotros, como adoradores, estamos llamados a ser “templos del Espíritu Santo” (1 Cor 3, 16), y a convertir nuestros corazones en otros tantos sagrarios, altares y custodias de Jesús Eucaristía.
         Es decir, la Virgen María, en su Inmaculada Concepción y en su condición de Llena del Espíritu Santo, es para los cristianos -y mucho más para los adoradores de la Eucaristía-, el único modelo y guía de cómo debemos ser inmaculados y llenos del Espíritu Santo: así como es la Virgen, así debemos tender a ser nosotros, imitando su perfección. Pero aquí surgen algunas preguntas: ¿cómo llegar a ser inmaculados como la Virgen? ¿Cómo llegar a ser llenos del Espíritu Santo, como la Virgen? ¿No parece esto un despropósito? ¿No parece esto imposible, siendo nosotros creaturas imperfectas, habiendo sido concebidas con pecado original, estando llenas de pecado, o con la tendencia permanente al mal obrar? La respuesta a todas estas preguntas es que la imitación de la Virgen no es un despropósito, porque es la misma Virgen María, Medianera de todas las gracias, quien viene en nuestro auxilio, para que podamos imitarla por la gracia de los sacramentos, principalmente la confesión sacramental y la Eucaristía. Por la gracia sacramental de la confesión, el alma se ve libra del mal que supone el pecado, y se llena de gracia, al tiempo que se vuelve inmaculada, imitando de esta manera, aunque sea de modo lejano, a la Virgen, permaneciendo en ese estado hasta la creatura misma libremente lo decida (es decir, puede permanecer en estado de gracia todo el tiempo que desee, ya que el estado de gracia finaliza cuando la persona libremente decide pecar).
Por la gracia sacramental, podemos entonces alcanzar ese ideal que es la Virgen; pero además de la acción de la gracia, nuestra configuración a la Virgen, en vistas a que nuestros cuerpos sean templos del Espíritu y nuestros corazones sagrarios de Jesús Eucaristía, es necesaria también nuestra voluntaria colaboración para la conservación del estado de gracia, y para ver de qué manera, debemos contemplar a la Virgen como Inmaculada Concepción.
La Virgen, concebida en  gracia e inhabitada por el Espíritu Santo, es un templo purísimo y perfectísimo de la Trinidad; en ese templo, que es su Cuerpo Inmaculado, no se escuchan otras cosas que acciones de gracias, cantos de alabanzas, expresiones de júbilo y de adoración a Dios Uno y Trino; en ese Templo sagrado que es el Cuerpo de María Santísima, nada de lo mundano y profano osa siquiera acercársele; en este Templo santo, que es el Cuerpo y el Corazón de María Inmaculada, no sólo no hay ni el más pequeñísimo lugar para amores impuros, espúreos, profanos, sino que todo lo llena el purísimo y perfectísimo Amor de Dios, el Espíritu Santo; en este Templo consagrado a Dios, todo es luz, porque en él brilla el esplendor de la Verdad y de la Sabiduría divina, Jesucristo; todo es fragancia de aromas exquisitos, porque todo lo invade el suave perfume del Espíritu Santo; en este Templo inmaculado, todo es dulzura, alegría festiva, dicha, cantos de gozo, porque no hay otra Voluntad que la Voluntad santísima y perfectísima de Dios Uno y Trino; en este Templo purísimo que es el Cuerpo Glorioso de María, hay un altar celestial, hay un sagrario más valioso que el oro, hay una custodia más valiosa que plata refinada siete veces, y es su Corazón Inmaculado, en donde se resguarda, se ama y se adora a Jesús Eucaristía.
Es necesario entonces contemplar a María Inmaculada, Templo del Espíritu Santo, Altar, Sagrario y Custodia de Jesús Eucaristía, porque ése es nuestro modelo al cual debemos tender, y según ese modelo, es que debemos configurar nuestro cuerpo y nuestro corazón, mucho más en nuestro tiempo, tiempo de ateísmo teórico y práctico, tiempo de aparición de falsos profetas y de ídolos que intentan convertir los cuerpos en templos desacralizados y los corazones en altares profanados, en sagrarios vacíos, en custodias rotas.
El mundo de hoy es radicalmente contrario a la idea de Dios de convertir el cuerpo de cada ser humano en templo de su Espíritu, y su corazón en altar de Jesús Eucaristía, y es así como pretende que los cuerpos sean cuevas de Asmodeo, el demonio de la lujuria, y que los corazones, de nidos de luz y de amor que deberían alojar a la dulce paloma del Espíritu Santo, se conviertan en nidos de serpientes, en donde moran demonios que destilan resentimiento, odio, rencor y venganza. El cristiano, pero sobre todo el adorador de la Eucaristía, debe estar precavido contra el mundo, ya que este utiliza abundantes medios para lograr su objetivo desacralizador. El mundo busca aturdir con música desenfrenada, impura, grosera, para que en los templos de Dios, que son los cuerpos de los cristianos, se escuche música profana y blasfema y no se entonen más cánticos de alabanza y de adoración; el mundo inunda la imaginación, los ojos y el deseo con toda clase de imágenes perversas, que reemplazan en el corazón del hombre las imágenes de Jesucristo y la Virgen, y esto ocurre especialmente desde la infancia, y se extiende a lo largo de toda la vida; el mundo introduce todo tipo de modas licenciosas, de costumbres paganas, de modos de pensar, de actuar y de vivir radicalmente contrarios al Evangelio; modos que profanan y desacralizan las mentes y los corazones de los cristianos.
Por lo tanto, en el mundo de hoy, el cristiano, y mucho más el Adorador Eucarístico, debe estar “vigilante y atento”, como el servidor “bueno y fiel”, para que no entre en su casa el “ladrón” (cfr. Mt 24. 43) de almas, que busca profanar el cuerpo y desacralizarlo; el adorador debe estar atento y vigilante para que no solo nunca suceda eso, sino para que su cuerpo sea siempre, hasta el momento de la muerte, templo del Espíritu Santo, y su corazón, altar, sagrario y custodia de Jesús Eucaristía, a imitación de la Inmaculada Concepción de María.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Concepción inmaculada de María y de la Iglesia



            ¿Qué es lo que representa para nosotros, católicos, la festividad de María Inmaculada? ¿Una devoción piadosa a la Madre de Dios? ¿Por qué venimos a celebrar la fiesta de la Inmaculada? ¿Sólo para cumplir un precepto? ¿Qué es lo que pensamos acerca de la Inmaculada Concepción?
Por lo general, los católicos celebramos el privilegio de la Virgen, del haber sido concebida sin pecado original, pero no nos detenemos a considerar los motivos, el porqué de este privilegio concedido a María. Pensamos también que el hecho de ser “Inmaculada Concepción” se limita a no haber tenido pecado ni maldad.
La Inmaculada Concepción es un misterio mucho más grande que el solo hecho de no haber tenido maldad en su corazón, o no haber cometido maldad alguna, por más pequeña que sea.
Es también algo infinitamente más grande que el solo hecho de ser simplemente buena, aún cuando sea la más buena de todas las creaturas, ángeles y santos comprendidos.
María es concebida sin mancha porque debía ser la Madre de Dios: no podía el Portal de la eternidad, el Portal que daría paso a la eternidad en Persona, Dios Hijo, estar contaminado con el pecado original; María debía ser la Puerta luminosa, sin sombra alguna, que diera entrada al Dios Luz en la historia de los hombres, y por eso fue concebida sin pecado original, sin la mancha oscura y negra del pecado original.
         Pero además María fue concebida inmaculada por Dios Padre Creador, para que fuera Tabernáculo de Dios Hijo y lo custodiara con el Espíritu de Amor, es decir, María Virgen fue obra de la Trinidad, porque era la figura de otra virgen sin mancha, la Iglesia Católica, nacida del Corazón traspasado del Salvador, nacida del seno eterno del Padre, nacida del Amor de Dios, nacida de la Trinidad.
         Y así como María debía custodiar, con su pureza virginal, a la Palabra eterna del Padre, y debía darla a luz revestida de carne humana, y ofrecerla en el altar de la cruz, así la Iglesia inmaculada y santa estaba destinada a ser la custodia de la Palabra del Padre, revelada en Cristo, y debía darla a luz revestida de Pan, ofreciéndola en el sacrificio del altar.
         El misterio de María Inmaculada y santa está conectado con el misterio de la Iglesia Inmaculada y santa, y ambas brotan a su vez de otro misterio, el misterio de Jesús, Hijo de Dios, hecho hombre para que los hombres se hagan Dios.
         La Concepción Inmaculada de María fue obra del Padre para que el Hijo fuera concebido por el Espíritu de Amor en el seno virginal de María y donado como Cordero de Dios; la Concepción Inmaculada de la Iglesia fue obra del Padre, para que el Hijo fuera concebido por el Espíritu de Amor en el seno virginal de la Iglesia y fuera donado como Pan de Vida eterna, y es ese el motivo de nuestra celebración en la fiesta de la Inmaculada Concepción.