sábado, 12 de diciembre de 2015

Nuestra Señora de Guadalupe y Juan Diego


         Cuando la Madre de Dios se le apareció al Beato Juan Diego, le encargó que le transmitiera al Obispo del lugar su deseo de que en el monte Tepeyac, lugar de su aparición, se construyera un templo para honrar a su Hijo Jesús. A pesar de lo que pudiera parecer, que por el hecho de ser nada menos que la Madre de Dios la que lo enviaba con ese recado, y que por eso mismo, tendría el camino allanado, las cosas no le fueron fáciles para Juan Diego: antes de ser creído, tuvo que enfrentar muchas adversidades: la desconfianza del Obispo; la malicia de los hombres, porque aquellos enviados para que lo siguieran, al perderle el rastro en su seguimiento por el monte, regresaron y dijeran mentiras y calumnias de Juan Diego, afirmando que eran todas imaginaciones suyas y que por lo tanto, merecía ser castigado para que aprendiera a no mentir ni fabular; su propia condición de ser, humanamente hablando, muy limitado, puesto que él mismo le dice a la Virgen de sí mismo: “yo soy solo un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy hoja, soy gente menuda”; estaba preocupado porque debía llevar al Obispo una prueba de que la que se le aparecía era efectivamente la Madre de Dios, y no eran inventos de su imaginación; por último, la tribulación de encontrar a su tío gravemente enfermo, a punto de morir[1] (ahora bien, hay que destacar que, a pesar de todas estas tribulaciones, lo más notable en Juan Diego fue que en ningún momento disminuyeron su amor y su confianza en María Santísima, además de permanecer siempre humilde y dócil a las indicaciones de la Madre del cielo).
         Es en este punto, en donde las tribulaciones de Juan Diego no parecen sino aumentar cada vez más, cuando la Virgen Santísima, en la Cuarta Aparición, calmó todas las inquietudes de su corazón, diciéndole: “Oye y ten entendido hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí?, ¿No soy tu Madre?, ¿No estás bajo mi sombra?, ¿No soy yo tu salud?, ¿No estás por ventura en mi regazo?, ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa”.
         A partir de estas palabras es que todas las tribulaciones de Juan Diego desaparecen: lleva la prueba al Obispo –las rosas de Castilla hechas aparecer milagrosamente por la Virgen en el cerro Tepeyac, que al volcarlas desde la tilma, dejan lugar a la maravillosa imagen de la Virgen-; su tío se cura de su grave enfermedad; cesan las calumnias y mentiras hacia él; a pesar de seguir siendo, como él mismo decía, “gente menuda”, se convierte en el mensajero de la Madre de Dios –su “embajador, muy digno de confianza”, según las palabras de la misma Virgen-, al llevar al Obispo el mensaje de la Virgen, quien con el milagro de la imagen de la tilma, queda a su vez totalmente convencido de la veracidad de las palabras de Juan Diego, dando inicio a la construcción del templo pedido por María Santísima.
         Pero lo más hermoso de todo, es que las palabras de la Virgen dichas a Juan Diego en medio de sus más grandes tribulaciones, nos las dice la Madre de Dios a todos y cada uno de nosotros: “Oye y ten entendido hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí?, ¿No soy tu Madre?, ¿No estás bajo mi sombra?, ¿No soy yo tu salud?, ¿No estás por ventura en mi regazo?, ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa”. En momentos de tribulación, debemos leer y releer estas palabras de María, como una oración del corazón, porque están dirigidas a cada uno de nosotros.
         Esto significa que la Virgen nos auxilia, nos ampara, nos acompaña, nos protege, como una madre amorosísima con su hijo recién nacido, como al “más pequeño” y desprotegido de todos sus hijos. Al amor maternal de la Virgen, entonces, debemos responderle imitando a Juan Diego: con amor y confianza sin límites en Jesús Eucaristía -la Virgen se le apareció cuando se dirigía a participar, con gran amor, fe y devoción, de la Santa Misa- y en Nuestra Madre del cielo, pidiendo la gracia de la humildad del corazón, para en todo seguir las inspiraciones de María, para que así pueda María obrar sus maravillas saliendo al paso en nuestras vidas. Y aunque no tengamos una tilma, como Juan Diego, sí podemos pedirle a la Virgen que imprima en nuestros corazones su sagrada imagen, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, para que llevemos a todos los hombres y a todas las naciones el mensaje de redención, de amor y de paz de Nuestro Señor Jesucristo.



[1] https://www.ewtn.com/spanish/Maria/guadalupe.htm

martes, 8 de diciembre de 2015

Qué implica la devoción a la Inmaculada Concepción


         Para saber qué implica el ser devotos de la Inmaculada Concepción, debemos tener en cuenta quién es la Virgen,
         La Virgen es la Mujer del Génesis, Aquella que, con el poder omnipotente de Dios, aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua; la Virgen es la Mujer del Calvario, la que, al pie de la cruz, participando de los dolores de la Pasión de Jesús, se convierte en la Madre de todos los hombres, por el Querer Divino; la Virgen es la Mujer del Apocalipsis, Aquella que, revestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada de estrellas, aparece en el firmamento como señal divina que indica el inicio de la Nueva Era, la Era de los hijos de Dios, los cristianos bautizados en la Iglesia Católica. La Virgen es la Concebida sin mancha de pecado original, la Nueva Eva, inhabitada por el Espíritu Santo, merecedora del doble y asombroso prodigio de ser, al mismo tiempo, Virgen y Madre de Dios; la Virgen es la Madre de la Iglesia, Asunta al cielo en cuerpo y alma, como anticipo de la asunción y glorificación de sus hijos, los nacidos en Cristo por la gracia.
         La Virgen es la Llena de gracia, la Vencedora de Satanás, la Inhabitada por el Espíritu Santo, la Purísima de cuerpo y alma, la Madre de Jesús, que da a luz al Hijo de Dios, Jesús, la Misericordia Encarnada, de modo virginal, en Belén.

Puesto que de la Virgen nace la Nueva Humanidad, porque Ella da a luz al Verbo de Dios encarnado, cuya Humanidad Santísima está inhabitada por el Espíritu Santo, ser devotos de la Inmaculada Concepción implica entonces imitarla en su pureza de cuerpo y alma; ser devotos de la Inmaculada Concepción implica aversión total al pecado, por mínimo que sea y eso quiere decir preferir “morir antes que pecar”, como pidió Santo Domingo Savio el día de su Primera Comunión; ser devotos de la Inmaculada Concepción implica el rechazo de la mentira, porque el “Padre de la mentira es Satanás” (cfr. Jn 8, 44) y nada hay en común entre  el Demonio, mentiroso y “homicida desde el principio” y la Virgen, Madre de la Divina Sabiduría; ser devotos de la Inmaculada Concepción, la Llena de gracia, implica estar “vigilantes y atentos” (cfr. Mc 13, 33) para conservar y acrecentar la gracia, y para dejar atrás la vida de pecado, la vida del hombre viejo, la vida dominada por las pasiones, la vida de esclavo de Satanás, la vida de supersticiones, de deseo del dinero y de bienes materiales en vez de deseo de la vida eterna en el Reino de los cielos; ser devotos de la Inmaculada Concepción significa amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, y el primer prójimo a amar es aquel que circunstancialmente puede ser nuestro enemigo, porque ése es el mandamiento de Jesús: “Ama a tus enemigos” (Mt 5, 43). Ser devotos de la Virgen, la Inmaculada Concepción, significa serlo todo el día, todos los días, combatiendo contra la propia concupiscencia, contra la propia inclinación al pecado, combatiendo, con las armas de la Santa Cruz y el Rosario, al Demonio, enemigo de la eterna salvación. Ser devotos de la Inmaculada Concepción significa acudir a la Virgen como Nuestra Madre del cielo, no una vez al año, sino todos los días del año, y no para seguir con la vida antigua del pecado, sino para vivir, todos los días, la vida nueva de la gracia, como anticipo de la vida de gloria que, con su maternal intercesión, esperamos vivir en la eternidad. 

viernes, 4 de diciembre de 2015

La Inmaculada Concepción


María Santísima fue concebida como Inmaculada Concepción, porque estaba destinada a ser la Virgen y la Madre de Dios, para así a ser Asunta a los cielos. Conocer los dogmas marianos –Inmaculada Concepción, Perpetua virginidad, Madre de Dios, Asunción a los cielos-, no deben ser solamente conocimientos meramente “informativos”, puesto que en todo lo que los dogmas implican estamos llamados, como hijos de la Virgen, a imitar a Nuestra Madre del cielo.
Estamos llamados a imitarla en su Inmaculada Concepción, no porque hayamos sido concebidos sin pecado como Ella, lo cual es evidente que no es así, sino que podemos imitarla en su condición de ausencia de pecado, por medio de la gracia santificante que nos concede el Sacramento de la Penitencia. Al ser Inmaculada Concepción, al no tener la mancha del pecado original, la Virgen fue Purísima en el Alma y en sus potencias, la inteligencia y la voluntad: su inteligencia, era una inteligencia fijada, guiada e iluminada por la Verdad y Sabiduría de Dios, que rechazaba el error, la falsedad, la mentira, la herejía, y así debemos imitarla con nuestras inteligencias, rechazando todo error, toda mentira, toda falsedad, toda media verdad, que es siempre una mentira completa, y esto sobre todo en relación a la Presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía; la voluntad de la Virgen, su capacidad de amar y su amor, era todo para Dios, porque todo lo amaba en Dios, por Dios y para Dios, y nada amaba que no fuera Dios; así nosotros debemos amar a su Hijo Jesús en la Eucaristía y a Él y sólo a Él, y lo que amemos lo debemos amar por Él, en Él y para Él.
Estamos llamados a imitarla en su virginidad, y no porque no debamos casarnos, sino porque estamos llamados a ser, como la Virgen con su cuerpo purísimo, “templo del Espíritu Santo y morada de la Trinidad”; estamos llamados a ser, con nuestros cuerpos, “templos del Espíritu Santo”, con nuestros corazones, altares de Jesús Eucaristía, con nuestras almas, morada de la Trinidad, y para todo esto, debemos vivir la castidad en todos los estados de vida y también la continencia, tanto interior o del corazón, que consiste en el rechazo absoluto de todo mal pensamiento y todo mal deseo, como así también la continencia exterior, para quienes estén unidos en el santo sacramento del matrimonio, mientras que para quienes viven en estado religioso, significa la total y absoluta abstinencia. Así, imitaremos a la Virgen, que recibió a su Hijo con un Corazón lleno del Amor de Dios y con un Cuerpo virginal y purísimo, y al imitarla a Ella en pureza de alma y cuerpo, estaremos en grado de recibir el Cuerpo de Jesús sacramentado, así como Ella recibió el Cuerpo de su Hijo en la Encarnación del Verbo.
Estamos llamados a imitarla en su condición de Madre de Dios, porque es madre quien concibe a una persona y la Virgen es Madre de Dios porque concibió a su Hijo en la mente, al recibir a la Palabra de Dios; en su Corazón, al amar la Palabra de Dios; en su Cuerpo, al alojar en su seno virginal la Palabra de Dios encarnada; de la misma manera, estamos llamados a imitarla en su maternidad divina, porque engendramos a Cristo cuando aceptamos la Verdad de la Eucaristía con la mente sin errores ni dudas en su Presencia real; engendramos a Cristo en el corazón, cuando lo amamos a Jesús Eucaristía con todas las fuerzas del corazón, sin dejar lugar a ningún amor profano o mundano; y así como la Virgen recibió a su Hijo en su Cuerpo virginal, en su útero, así nosotros recibimos su Cuerpo sacramentado en nuestro cuerpo, cuando comulgamos sacramentalmente.
Finalmente, la Virgen fue Asunta en cuerpo y alma a los cielos, porque la plenitud de gracia en la que vivía su alma durante toda su vida, se derramó sobre cuerpo, glorificándolo, en el momento de su muerte y así fue llevada al cielo en cuerpo y alma glorificados; de la misma manera, estamos llamados a vivir en estado de gracia permanente, para que al morir, también seamos asuntos al cielo en el alma, esperando la resurrección de los cuerpos y su glorificación en el Juicio Final.

Conocer los dogmas de la Virgen, entonces, no debe constituir para nosotros un mero conocimiento teórico, sin incidencias en nuestras vidas, sino que debe modificar profundamente nuestras vidas, porque estamos llamados a imitarla.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Porqué razón Dios concibió a la Virgen como Inmaculada Concepción


         La preservó de la mancha de corrupción del pecado original y además la concibió Plena de gracia, inhabitada por el Espíritu Santo, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios; estaba destinada a alojar a la Palabra de Dios, primero en su mente, luego en su Corazón, y por último, en su Cuerpo, en su útero virginal.
Es decir, la Virgen fue concebida sin mancha de pecado original y Llena de gracia, sólo para alojar en su seno virginal, al Hijo de Dios Encarnado. El Hijo de Dios, engendrado en el seno del Padre desde la eternidad, debía encarnarse en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre, para comenzar su misterio pascual de muerte y resurrección, misterio por el cual habría de redimir a toda la humanidad. Como había elegido encarnarse, es decir, iniciar su vida terrena tal como lo hacen todos los seres humanos, empezando por su etapa embrionaria, necesitaba un lugar y una persona que lo recibiera, aquí en la tierra, con la Pureza Divina y el Amor Santo con el que Él vivía en el seno del Padre desde la eternidad, de manera que no notara prácticamente el cambio. Y esa persona, Llena del Amor de Dios, Llena del Espíritu Santo, sin mancha alguna del pecado original, era la Virgen, y ese lugar en el que el Verbo de Dios habría de habitar por nueve meses antes de ser dado  a luz como Pan de Vida eterna, era el seno virginal de María, porque María estaba llamada a un doble prodigio: ser la Madre de Dios y, al mismo tiempo, Virgen, porque no habría de conocer varón alguno, a pesar de estar desposada legalmente con San José, puesto que el Amor que habría de fecundar su seno virginal, era el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Así, al encarnarse, el Hijo de Dios, procediendo desde la eternidad y llevado por el Divino Amor, desde el seno del Padre en los cielos, al seno de la Madre Virgen en la tierra, no notó la diferencia en el Amor y en la Pureza virginal de María, de manera que la concepción del Verbo, es decir, su inicio como cigoto humano implantado en el útero virginal de María, fue un evento sobrenatural sin transición, desde el seno eterno del Padre, al seno virginal de María, en donde el Verbo de Dios Encarnado no notó ninguna diferencia con la Pureza y el Amor con los que vivía, desde la eternidad, en el seno del Padre. El seno virgen de María, lleno del Amor de Dios y Purísimo por la ausencia de pecado original y por la plenitud de la gracia, hicieron que el Verbo de Dios sintiera que el seno materno en el que estaba alojado desde la Encarnación, era el cielo en la tierra, como si fuera una prolongación del cielo mismo en el que vivía por la eternidad. La Inmaculada Concepción fue concebida como Inmaculada Concepción para ser Madre de Dios, es decir, para recibir a Dios Hijo que se encarnaba en su seno, y al cual debía darle el mismo Amor que recibía en el seno del Padre y debía sentirse alojado –en los nueve meses que duraría la gestación- en un seno purísimo y limpidísimo, como el seno del Padre. Pero antes de recibir su Cuerpo en su útero virginal, la Virgen recibió la Palabra de Dios en su Mente sapientísima, iluminada por el Espíritu Santo, y en su Inmaculado Corazón, inhabitado también por el Divino Amor, el Espíritu Santo. Recién después de recibirlo en su mente libre de errores y amante de la Verdad, y en su Corazón, lleno de Amor a Dios y libre de amores profanos, la Virgen recibió la Palabra de Dios encarnada, “metida” en un Cuerpo –que en ese momento tenía el tamaño y la forma de un cigoto humano- en su útero virginal, iniciando así el embaraza de origen celestial, que habría de culminar a los nueve meses también por nacimiento milagroso y virginal.
Ahora bien, ¿qué relación hay entre la Virgen, Concebida como Inmaculada Concepción y nosotros? ¿Nos sirve de algo saber esto? ¿Es un dogma que está desconectado de nuestra existencia personal, o por el contrario, tiene una estrecha relación personal con todos y cada uno de nosotros? El Dogma de María Santísima como Inmaculada Concepción está estrechamente relacionado con cada uno de nosotros y debemos profundizarlo, para que nuestra devoción por la Virgen no sea una mera devoción externa, sin incidencia alguna en mi vida personal. Todo lo contrario, saber el Dogma, no tiene que quedar en un mero conocimiento teórico, ni la celebración de la Virgen tiene que ser un mero hecho folclórico, que se repite año a año, pero que no modifica en absoluto mi existencia personal.
Puesto que los cristianos somos hijos de la Inmaculada Concepción, entonces estamos llamados a imitar a la Virgen en su Concepción Inmaculada, y esto se vuelve posible por la gracia santificante, que ilumina nuestras almas y corazones, dándonos un conocimiento sobrenatural acerca de la Presencia de Jesús en la Eucaristía, y un amor sobrenatural también a su Presencia Eucarística, más la castidad corporal, a la cual también ayuda la gracia, imitamos a la Virgen en su Inmaculada Concepción y en su condición de Llena de gracia e inhabitada por el Espíritu Santo, para recibir en la boca, por la comunión eucarística, al Cuerpo glorioso de Jesús Eucaristía, así como Ella recibió el Cuerpo real de su Hijo Dios en el útero, en la Encarnación.

En otras palabras, saber que la Virgen es Inmaculada Concepción, es decir, concebida sin mancha de pecado original, con el objetivo de ser Madre de Dios, que aloje a su Hijo en su mente, en su Corazón y en su Cuerpo virginal, me recuerda que también yo estoy destinado a ser inmaculado y casto por la gracia, para recibir con una mente libre de errores, de dudas y de herejías, la Verdad acerca de la Presencia real de Jesús en la Eucaristía; con un corazón lleno del Amor de Dios, el Espíritu Santo, en el que el Fuego del Divino Amor haya purificado todos los amores terrenos y profanos que pudieran existir, para amar a Jesús Eucaristía y sólo a Jesús Eucaristía; y finalmente, estamos llamados a recibir a Jesús con un cuerpo casto, ayudados por la gracia, y esto sucede cuando recibimos el Cuerpo glorioso de Jesús en la comunión eucarística en la boca.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Los Milagros de Nuestra Señora del Valle de Catamarca


         Desde los primeros momentos en los que fue encontrada la imagen –cuyo origen nunca pudo ser determinado-, la Virgen obró numerosos prodigios, empezando por los nativos del lugar, a los cuales hizo tantos milagros y aunque no hay registros de estos, basta con revisar las declaraciones y la actitud de los nativos hacia la Virgen, para darnos cuenta de que la Virgen había tocado profundamente sus corazones. En efecto, los indios, que fueron los que la encontraron –o más bien, la Virgen se dejó encontrar por ellos- le tenían muchísimo cariño, demostrado por las continuas flores con las cuales adornaban el precario lugar donde estaba colocada la imagen y por lo que afirmaron cuando Don Manuel de Salazar quiso sacar a la Virgen de la gruta que habían hecho los indios: “(La Virgen) es nuestra, nosotros la queremos. Ella nos cuida, siempre nos defiende”[1].
         Pero además de estos milagros, la Virgen hizo muchísimos otros milagros, de cuya existencia y detalles históricos sí hay constancia. Ahora bien, estos milagros, realizados en favor de los habitantes del lugar y en un momento determinado de la historia, no se limitan ni a esa persona, ni a ese lugar, ni a ese momento de la historia, porque tienen un significado que los sobrepasa y que llega hasta nosotros. Veamos de qué manera.
         Uno de los milagros más conocidos es el que se conoce como “milagro del jarro”: “un hombre estaba a punto de morir cuando recordó a Nuestra Señora del Valle y le rogó por su vida, prometiéndole peregrinar a su Santuario. Poco después recuperó su salud sin alguna explicación visible, a tal punto que sus vecinos se sorprendieron al mirarlo trabaja la tierra como antes. Pasado un tiempo, decidió cumplir su promesa a la Virgen, así que comenzó su largo viaje a Catamarca por las extensas salinas. En la iglesia contó a un sacerdote que él había recuperado su salud por segunda vez gracias a la “ayuda” de la Virgen, había hecho un viaje muy largo y difícil por las Salinas Grandes, sin agua para beber cerca. Por esa razón él y su mulo se morían de sed. Entonces, otra vez, le rogó a la Virgen pidiéndole ayuda y Ella le respondió milagrosamente. Dijo con lágrimas en los ojos que “… de un jarro plateado que apareció repentinamente en el camino, salía mucha agua, como si fuera una fuente que fluye del corazón de la tierra, para que podamos ambos satisfacer nuestra sed”. Él sacó de su bolso el jarro plateado y lo entregó al sacerdote. Era el jarro plateado que había desaparecido del Santuario de la Virgen. Este jarro se llama actualmente “El Jarro Milagroso” o el “Jarro de la Virgen”[2]. El hombre que atraviesa el desierto hacia el templo donde están Jesús y la Virgen, representa al Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados de la Iglesia Católica, que peregrinan en el desierto de la vida, hacia la Jerusalén celestial, donde los esperan Jesús y la Virgen; el peligro de muerte del hombre, a causa del intenso calor y de la falta de agua, representa la acción del pecado en el alma, y sobretodo el pecado mortal, que la asfixia hasta matarla; el jarro de plata, que aparece milagrosamente, de la nada, en medio del desierto, y de cuyo interior brota inagotablemente agua fresca, la que salva la vida del hombre y del animal en el que venía, representa a Jesús, que en cuanto Hombre-Dios, es la Fuente inagotable de la gracia, la cual brota de su Corazón como de una fuente inagotable, según Él mismo lo dice a través del Profeta Jeremías: “Me dejaron a Mí, fuente de agua viva, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua”, significando así el abandono de su pueblo para ir a postrarse ante ídolos paganos; el agua que brota del jarro, es, por supuesto, la gracia santificante, que no solo borra el pecado, sino que concede al alma una vida nueva, la vida de los hijos de Dios; el hecho de que el hombre implorara a la Virgen y que el jarro apareciera inmediatamente, se debe a la condición de la Virgen como “Mediadora de todas las gracias”, lo cual quiere decir que no hay ninguna gracia, por pequeña o grande que sea, que no venga a través de la Virgen.
         El hombre del jarro somos todos y cada uno de nosotros, y si acudimos a la Virgen, Ella nos auxiliará sin dudarlo un solo instante, concediéndonos las gracias más que suficientes para nuestra eterna salvación.
         La Virgen resucita a un niño: “A Don Ignacio Moreno Gordillo, conocido y respetado vecino de Santa Cruz le fallece un hijo. Es así que sus padres cargan con el cuerpo rumbo al Valle para depositarlo a los pies de la Virgen, y prometen que si vivía lo consagrarían a su exclusivo servicio como sacerdote y capellán del Santuario. Una vez depositado el cuerpecito ya rígido, a los pies de la Portentosa Imagen, éste comienza a moverse, se anima y revive”[3]. La Virgen es símbolo de la Iglesia; el niño muerto representa al alma muerta por el pecado mortal; el regreso a la vida del niño luego de la intervención de la Virgen, simboliza la recuperación de la vida de la gracia del alma muerta por el pecado mortal, por medio del Sacramento de la Penitencia, impartido por la Iglesia, que representa a la Virgen, a través del sacerdote ministerial.
         La Virgen devuelve la vista a un ciego: “el Presbítero Dr. Pedro Ignacio Acuña había quedado ciego, el cura de la Matriz y el clero deciden llevar en procesión la Imagen de la Virgen a la casa del enfermo, postrado de rodillas oró en silencio un corto tiempo, y después habló en voz alta a la Virgen para pedirle que si convenía le devolviera la vista perdida, y si no le diera resignación para soportar aquella desgracia. Aún no había terminado de hablar cuando comenzó a inquietarse y luego de un instante de silencio manifestó que comenzaba a distinguir la Imagen. Al poco rato veía perfectamente”[4]. El ciego, es decir, aquel que no ve con los ojos del cuerpo, representa al ciego espiritual, es decir, a aquel que no ve los misterios de Jesucristo, por falta de fe; puede representar también a un ateo, a un apóstata, a un hereje, o a un integrante de una secta: en todos los casos, hay una ceguera espiritual que impide ver, con luz sobrenatural, los misterios celestiales del Hombre-Dios Jesucristo. El ciego vive en las tinieblas; el ciego espiritual, vive en las tinieblas espirituales, aun cuando sea capaz de percibir la luz y el mundo que lo rodea. La curación del ciego por parte de la Virgen, representa la gracia de la fe en Jesucristo para el alma sin fe: así como el ciego, al ser curado milagrosamente, comienza a ver lo que antes no veía, así el ciego espiritual, al ser curado por mediación de la Virgen, que le concede el don de la fe en Cristo Jesús, comienza a ver los misterios de la fe, los misterios profesados en el Credo, y comienza a creer en Jesús como Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía.
         La Virgen extermina plagas de gusanos y langostas: “Corría el año 1764. Se había desencadenado una devastadora e invencible plaga de gusanos, de tal manera que se tenían por perdidas las cosechas de algodón. En la Misa del 25 de Marzo, los colonos pidieron en sus plegarias por el exterminio de las plagas y la salvación de sus cosechas. Al otro día, ¡no podían creerlo! Los algodonales estaban verdes, lozanos, frondosos, no había plantas marchitas. El gusano había desaparecido por completo, sin dejar rastros de su destructor paso. Otro tanto sucedió pocos años después con una plaga de langostas. Los vecinos concurrieron a una Misa de rogativas a Nuestra Señora suplicándole su intercesión, luego llegó la noticia de que la temible manga de langostas había levantado vuelo hacia el sur”[5]. Las plagas, en el lenguaje bíblico, se asocian siempre, más que a un castigo divino, a una retirada del favor de Dios sobre quien sufre la plaga, y esto se debe a que esa persona o esa región, han abandonado los Mandamientos de la Ley de Dios, lo cual quiere decir, haber abandonado a Dios y a su Amor, expresado en los Mandamientos. El hecho de que acudan a la Virgen pidiendo su intercesión para que cesen las plagas, indica la condición de María como Mediadora de todas las gracias, que concede a sus hijos las gracias que estos le piden, siempre que sean convenientes para su salvación. En nuestros días, hay plagas muchísimo más dañinas que una invasión de gusanos o que una manga de langostas: hay una plaga espiritual, propiciada por la Nueva Era, que consiste en desplazar a Dios y a su Mesías, el Hombre-Dios Jesucristo, por ídolos neo-paganos –como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, la Santa Muerte, entre otros-; en reemplazar los sacramentales de la Iglesia Católica –uno de los principales, el agua bendita- por supersticiones, como la cinta roja, o una pata de conejo, o cualquier otra superstición; en preferir los ídolos del mundo, en vez de a Jesús en la Eucaristía. En definitiva, la plaga que invade nuestros días, no afecta tanto a los vegetales y sembradíos, sino a las almas y provoca la muerte de estas, porque les quita la gracia santificante que da vida. Y al igual que en el milagro de la exterminación de gusanos y langostas, es la Virgen la Única Mediadora de todas las gracias, que puede terminar, de una vez y para siempre, con la plaga del alma que es la falta de amor a Jesús Eucaristía.
         La Virgen realiza un sorprendente milagro eucarístico: “Al Sr. Roque Navarreta la única alternativa que le habían dado los médicos era someterse a diálisis día por medio con urgencia. Roque decide ir “cerca de la Virgencita del Valle, porque sé que Ella me va a sanar”. Participa de la Santa Misa con su hermano que ya que había pedido por la salud de Roque en las intenciones de las misas anteriores. Luego de la consagración, el sacerdote Pbro. San Nicolás, realizó la genuflexión y entonces de la patena se elevó el Hostión y se colocó en posición vertical, como si una mano invisible lo sostuviese, se estabilizó a la altura del hombro de una persona y se dirigió hacia el corredor central, llegó hasta la tercera o cuarta fila, giró, se dirigió hacia dónde estaba Roque por atrás de él, pasó por su costado y luego descendió hasta su pie derecho. En ese momento, Roque sintió que lo tocaron. Su hermano atinó a levantar el Hostión y se lo acercó al sacerdote. A pesar de que la Forma había sido partida en el momento de la consagración, los asistentes la vieron completa mientras se desplazaba por el aire. Terminada la misa, lo acercaron al sacerdote, quien lo bendijo en modo especial, ya que sabía que se trataba de la persona por quien se pedía en misas anteriores. Ese martes de octubre se retiraron los análisis, y el médico pudo constatar… que no tenía rastros de la colonia de virus en su organismo”[6]. Es la Virgen la que lleva, de modo invisible, la Hostia consagrada hasta el hombre enfermo y es Ella la que toca su hombro, indicándole que ya está curado. Pero, ¿por qué la Virgen lleva la Eucaristía hasta el lugar donde se encontraba el enfermo? Para indicarle que le concedía la salud del cuerpo, como lo estaba pidiendo, pero que más importante que cuidar el cuerpo, es cuidar el alma, y en la Eucaristía está contenida la Salud del alma, porque en ella está la Vida Eterna, Jesús, el Hombre-Dios. Esto nos hace ver a nosotros que, si nos preocupamos por mantener la salud del cuerpo o por recuperarla si estamos enfermos, más empeño debemos poner todavía en recibir en estado de gracia el Cuerpo Sacramentado de Jesús, la Eucaristía, para que el alma viva con la Vida eterna del Cordero de Dios.
         Los milagros de la Virgen del Valle no terminaron, continúan en nuestros días, y continuarán hasta el fin de los tiempos.



[1] http://forosdelavirgen.org/422/virgen-del-valle-de-catamarca-argentina-8-de-diciembre/
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.

martes, 1 de diciembre de 2015

La Inmaculada Concepción y su relación con nosotros, sus hijos


         El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus: “...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles...”[1].
¿Qué implica el hecho de que la Virgen haya sido “Concebida Inmaculada”, y qué relación tiene este hecho con nosotros? Ante todo, quiere decir que su alma fue preservada de la contaminación del pecado original; en consecuencia, la Virgen no tuvo jamás no solo ni siquiera el más ligero mal pensamiento, ni tampoco el más ligero mal deseo; aún más ni siquiera cometió imperfecciones. Esta pureza de alma fue también en otro sentido: su inteligencia estuvo siempre orientada e iluminada por la Verdad, es decir, jamás se sintió atraída por el error, la falsedad, la herejía y la mentira; y su voluntad, su capacidad de amar, estuvo siempre fija en Dios, porque no amaba nada ni nadie que no sea en Dios, para Dios, por Dios. Esta condición de su Alma, Purísima, le permitió a la Virgen ser, precisamente, virgen, puesto que su Cuerpo, también Purísimo, estaba destinado a ser fecundado por el Espíritu Santo, porque era el Amor de Dios el que llevaba al Verbo a realizar la obra de la Encarnación; en consecuencia, la Virgen no podía tener –y jamás lo tuvo- otro Amor que no fuera el Amor de Dios; la Virgen no podía tener –y jamás lo tuvo- amores profanos, mundanos, porque estaba destinada, por su Pureza Inmaculada, a amar sólo al Amor, a Dios, que es Amor, y ésa es la razón por la cual su Corazón fue siempre Inmaculado, pleno de Amor Purísimo, y su Cuerpo fue siempre virgen. La Inmaculada Concepción, entonces, implica Pureza de Alma y de Cuerpo para la Virgen, porque no tenía la mancha del pecado original, pero también porque estaba inhabitada por el Espíritu Santo, desde el primer instante de su Concepción.
¿Qué relación tiene con nosotros?
Que la Virgen, Inmaculada Concepción, es también nuestra Madre y, como toda madre que se precie, desea para su hijo lo mejor, y lo mejor para nosotros es imitar a Nuestra Madre del cielo, en su pureza de alma y de cuerpo, para recibir a Jesús en la Eucaristía. Esta imitación de la Virgen como Inmaculada Concepción es posible para nosotros porque por la gracia santificante que se nos concede en el Sacramento de la Penitencia, nuestras almas quedan inmaculadas; a su vez, la pureza de cuerpo, la obtenemos con la castidad, para lo cual también nos auxilia la gracia. Es decir, cuando nos encontramos en estado de gracia, imitamos a la Virgen, la Inmaculada Concepción, y como la Virgen fue concebida sin mancha con el solo objetivo de recibir a su Hijo Dios que se encarnaba, al imitar a la Virgen por la gracia, nuestras almas la imitan también en la disposición de su alma, con su inteligencia y voluntad, y su cuerpo, para recibir a Jesús en la Eucaristía. Entonces, así como la Virgen es Inmaculada, es decir, Pura en alma y cuerpo, así nosotros, por la gracia santificante, estamos llamados a ser inmaculados, puros de alma y castos de cuerpo, para recibir a Jesús en la Eucaristía, con una mente libre de errores con respecto a la Presencia; con un corazón que ame solo a Jesús Eucaristía y nada más que a Jesús Eucaristía; con un cuerpo casto y puro, que reciba a Jesús Sacramentado, así como la Inmaculada Concepción lo recibió en la Encarnación. La relación entre la Inmaculada Concepción y nosotros, es que la Virgen es el modelo ideal para nuestra Comunión Eucarística.






[1] Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854.