martes, 16 de diciembre de 2014

La maternidad divina de María es el fundamento del nacimiento de Cristo en la Iglesia a través del sacerdocio ministerial



Existe una correspondencia entre el misterio del sacerdocio católico y el misterio de la Madre de Dios, y a tal punto que ambos misterios se iluminan mutuamente, enlazándose uno con el otro en manera tal de formar un todo armonioso y luminoso con la única luz de Cristo, con la Luz que es Cristo. Sin esta correspondencia y sin esta mutua iluminación, ambos misterios quedarían ocultos en su realidad última, separados entre sí y por lo tanto incomprensibles.
Sin embargo, de los dos misterios, es tal vez la maternidad virginal de María el misterio a través del cual se puede intentar dilucidar y establecer cuál sea la correspondencia entre ambos: es la admirable maternidad divina de María la que actúa como modelo, figura y fundamento del misterio del sacerdote ministerial; la maternidad divina de María es el modelo, la figura y el fundamento para la concepción y el nacimiento espiritual de Cristo en la Iglesia mediante el sacerdocio ministerial.
Entonces, contemplando la misteriosa maternidad divina de María, se puede ver el sacerdocio ministerial como una copia y una prolongación de la maternidad mariana: el sacerdote concibe a Cristo en el seno de la Iglesia, como María lo concibió en su seno. En otras palabras, de la misma manera a como María concibió en su seno al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, haciendo descender este Hijo desde el Cielo con su “sí”, depositándolo en su seno y donándole una forma visible al Dios Invisible, de la misma manera, como hace María, el sacerdote ministerial, por virtud del mismo Espíritu Santo, concibe al Hijo de Dios hecho Hombre, lo hace descender del cielo hasta la Eucaristía para depositarlo en el seno de la Iglesia bajo las especies eucarísticas, forma sacramental visible del Dios Invisible.
Es decir, a través del sacerdocio ministerial, copia y prolongación de la maternidad divina de la Virgen, Cristo nace espiritualmente en el seno de la Iglesia y en el corazón de los fieles, porque el sacerdocio ministerial realiza y prolonga en el tiempo de la Iglesia lo realizado por la Madre de Dios en la Encarnación.
         Por eso mediante el sacerdocio nace Cristo, continúa naciendo, por decirlo así, del seno de María, y este nacimiento de Cristo a partir del sacerdote en el seno de la Iglesia, se prolonga en la Iglesia a través de la función sacerdotal ministerial en tres maneras.
Por un lado, el sacerdote prolonga la maternidad divina de María haciendo nacer a Cristo en la Eucaristía, lo concibe por medio de la acción y el poder del Espíritu Santo, como María lo concibió, por el poder del Espíritu Santo, y lo hizo nacer en su seno.
Por otro lado, la maternidad de María se prolonga mediante el sacerdocio ministerial además en otra manera: el sacerdote hace nacer a Cristo en el corazón de los creyentes, mediante los sacramentos y la prédica de la Palabra de Dios y por la virtud del Espíritu Santo, de la misma manera a cómo María nos habla, con la fuerza y la convicción del Espíritu Santo, de su Hijo, haciéndolo nacer en nuestros corazones.
         La tercera forma de participación del misterio de la maternidad virginal es a través de la concepción y generación de Cristo en el corazón de los fieles: así como María concibió en su seno y dió a luz a la Cabeza y al Cuerpo de Cristo, así el sacerdote ministerial concibe en el seno de la Iglesia y da a luz tanto a la Cabeza, que es Cristo, y el Cuerpo de Cristo.
         Al igual que María, el sacerdote da a luz no sólo la Cabeza –Cristo Eucaristía, en el momento de la consagración, haciéndolo descender desde el cielo por la potencia del Espíritu Santo- sino que también concibe y da a luz al Cuerpo de Cristo, porque hace nacer a los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, por la predicación y por el bautismo.

Finalmente, en una admirable correspondencia entre ambos misterios, la introducción del Cuerpo de Cristo en la Eucaristía tiene el fin de unir la Cabeza con su Cuerpo Místico, es decir, los fieles, los cuales a su vez se unen a Él a través de la Eucaristía, del mismo modo como María introdujo el Cuerpo de su Hijo en el mundo para que los hombres se unieran a su Hijo, la Cabeza.

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