sábado, 4 de octubre de 2014

Nuestra Señora del Rosario


         En el año 1214, Santo Domingo de Guzmán, luego de predicar por un tiempo en Francia, en una región dominada por la herejía de los cátaros albigenses (como los maniqueos, creían en un dualismo entre el principio del bien y del mal, y entre el espíritu y la materia, originándose el espíritu en la materia; sostenían además que Jesús no era Dios Hijo, sino solo un ángel y que su muerte y resurrección tenían un sentido meramente alegórico; por lo tanto, consideraban que la Iglesia Católica, con su realidad terrena y su fe en la Encarnación del Verbo, era un factor de corrupción), desanimado tanto por la dureza de los corazones de los herejes, como por la tibieza de los católicos, sufrió un estado de profunda angustia y desolación espiritual. Entonces, se fue solo al bosque, en donde oró y lloró en soledad, durante tres días, haciendo además ayuno a pan y agua, además de otras duras penitencias corporales, para aplacar  a la Justicia Divina. Luego de los tres días, se le apareció la Virgen, acompañada por tres ángeles y le dijo: "Querido Domingo, ¿sabes qué arma quiere usar la Santísima Trinidad para reformar el mundo?". La respuesta de Santo Domingo fue que él no lo sabía, pero que sí lo sabía la Virgen, puesto que Ella era parte de nuestra salvación. La Virgen le dijo entonces: "Quiero que sepas que, en este tipo de guerra, el arma ha sido siempre el Salterio Angélico, que es la piedra fundamental del Nuevo Testamento. Por lo tanto, si quieres llegar a estas almas endurecidas y ganarlas para Dios, predica mi salterio". 
          Después de esta aparición, Santo Domingo predicó el Santo Rosario a los  cátaros albigenses inconversos, obteniendo numerosas conversiones entre ellos, y además despertando el fervor entre los católicos tibios, dando así comienzo a la tradición del rezo del Santo Rosario.
         Entonces, surge la pregunta: ¿por qué no rezar el Rosario? Y ante esta pregunta, viene la respuesta, de parte de una inmensa mayoría de católicos, que deja atónitos y estupefactos: muchos dicen que no rezan el Rosario porque es una oración “aburrida”, “repetitiva”, o “mecánica”, y que por eso prefieren otras oraciones, más “meditativas” y “contemplativas”, como las oraciones de las religiones orientales, cuando no prefieren, directamente, abandonar todo tipo de oración, para reemplazar la oración por los pasatiempos que ofrecen internet o la televisión. Quienes así piensan, no saben, por un lado, cuánto menosprecio hacen de la Sabiduría y del Amor Divino, que fueron los que idearon y obsequiaron el Santo Rosario a la Iglesia, por manos de la Santísima Virgen, a Santo Domingo de Guzmán (y también al Beato Alano de la Roche, a quien, dos siglos después, le dio la lista de catorce promesas para quienes rezaran el Santo Rosario todos los días, incluida la de las gracias necesarias para la eterna salvación) y por otro, no saben cuántos tesoros de gracias y dones inestimables se pierden, al despreciar esta oración celestial, reemplazándola por meditaciones que, en comparación con esta, son poco más que arena y piedras del desierto.
         Para apreciar el tesoro de gracias que nos concede el rezo del Rosario, veamos cómo está constituido, y qué es lo que nos proporcionan cada una de sus oraciones. Como sabemos, el Rosario consta de la enunciación de los misterios de la vida de Jesús, seguidos de un Padre Nuestro, de Diez Ave Marías, y de un Gloria. Al Rezar el Padre Nuestro, honramos a Dios Padre, pero al rezar esta oración, además, renovamos todas las peticiones propias de esta maravillosa oración, que es la oración enseñada por Jesús, y que es la oración propia de los hijos de Dios; con el Gloria, glorificamos a la Santísima Trinidad; con los diez Ave Marías, a la par que contemplamos el misterio de la vida de Jesús que hemos enunciado al inicio, en el espacio de tiempo que dura la vocalización de las Ave Marías, es el tiempo que nos sirve, por un lado, para que nosotros, iluminados y guiados por el Espíritu Santo, contemplemos el misterio de la vida de Jesús, para que lo imitemos en sus admirables virtudes, pero es el tiempo para que también contemplemos la vida de la Virgen y de San José, porque la gran mayoría de los misterios del Rosario, que son pasajes de la vida de Jesús, son fragmentos de la vida familiar de la Sagrada Familia, por lo tanto, son virtudes de la Sagrada Familia para contemplar y para imitar; en otros casos, son pasajes de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección de Jesús, y éste es un primer objetivo del espacio de tiempo de los diez Ave Marías; un segundo objetivo del espacio de tiempo, de los diez Ave Marías de cada misterio del Santo Rosario, es ofrecérselo a la Virgen, de modo especial, para que la Virgen, como Divina Alfarera, actúe sobre nuestros corazones, modelándolos a imagen y semejanza de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, bajo la guía y los suaves y delicadísimos impulsos del Espíritu Santo. Es decir, la repetición de los diez Ave Marías, en cada misterio del Santo Rosario, lejos de ser “mecánica” y “repetitiva”, y lejos de poder ser “reemplazada” por meditaciones de religiones orientales, que sólo tienen vacío y nada, se muestra como el espacio en el que alma, por un lado, iluminada por el Espíritu Santo, contempla los misterios de la vida de Jesús y de su misterio Pascual de Muerte y Resurrección, y los misterios de la Sagrada Familia, para asimilar nuestras vidas a la vida de Jesús, de María y de José, y por otro, es el espacio en el que el Espíritu Santo, por mediación de María, Medianera de todas las gracias, modela el corazón del que reza el Rosario, convirtiéndolo en imagen viviente y en copia viva de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
         Ésa fue la intención de la Santísima Virgen María, cuando se apareció a Santo Domingo de Guzmán y le entregó el Santo Rosario, como oración ideada por la Divina Sabiduría y por el Divino Amor, para los hijos de Dios: que estos, por la recitación pausada de las Ave Marías, de los Padre Nuestros de los Glorias, y contemplando los admirables misterios de la vida del Hombre-Dios Jesucristo y de la Madre de Dios, permitieran, al mismo tiempo, que la Virgen modelara sus corazones, a imagen y semejanza de los Corazones de Jesús y de María, para que siendo una imagen viva del Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María, los cristianos sean “luz del mundo y sal de la tierra”, vivan en el amor de Dios y sean así merecedores del Reino de los cielos.
         Ninguna otra oración, de ninguna otra religión, puede conceder tantas gracias, tantos dones, tantas maravillas, en tan poco tiempo y con tan poco esfuerzo, y por eso da tanta pena escuchar a tantos cristianos decir que no rezan el Rosario, porque es una oración “repetitiva”, “mecánica”, “aburrida”, y que por eso la “reemplazan” por “meditaciones” de “religiones orientales” o por los medios de comunicación.
         De nuestra parte, auxiliados por la mediación de la Madre de Dios, jamás reemplazaremos la nada de las religiones orientales y el vacío de internet y de la televisión, por los misterios insondables de la vida del Hombre-Dios Jesucristo, contemplados en los misterios del Santo Rosario e infundidos por el Espíritu Santo en nuestros corazones, por intermedio de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora del Rosario.