domingo, 29 de diciembre de 2013

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios




         ¿Por qué la Iglesia inicia el año civil con la solemnidad de Santa María, Madre de Dios? ¿Hay alguna relación entre el tiempo cotidiano –el medido por segundos, minutos, horas- de nuestra existencia terrena, con la Virgen? ¿O se trata de una  mera coincidencia ?
La respuesta es que la Iglesia no coloca esta solemnidad de Santa María, Madre de Dios, al inicio del año civil, por casualidad, sino que lo hace con la intención de que meditemos acerca de la relación que hay entre nuestro tiempo humano, caracterizado por el correr de los minutos, las horas y los días, y señalado por el calendario civil, con el fruto de sus entrañas, Cristo Jesús. Hay una estrechísima relación entre el año civil que iniciamos cada 1º de enero, con todas sus vicisitudes que le acompañan, y el fruto virginal del seno de María Santísima, Nuestro Señor Jesucristo, porque Jesucristo es Dios eterno, es la eternidad en sí misma, es “su misma eternidad”, como dice Santo Tomás de Aquino, y como tal, es el Creador del tiempo, el Dueño y el Señor del tiempo, de todo tiempo humano, del tiempo de cada hombre y del tiempo de toda la humanidad, y es por esto que llamamos a Jesucristo "Señor de la historia" en la oración por la Patria: "Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos...". En cuanto Dios eterno nacido en el tiempo, Jesucristo es el Señor del tiempo, es el que dio inicio al tiempo y es el que dará fin al tiempo, en el Día del Juicio Final, para dar comienzo a la eternidad. Él es “el alfa y el omega, el principio y el fin” (Ap 22, 13) de todo tiempo, y al encarnarse en el tiempo en el seno de María Virgen, para luego nacer en Nochebuena, lo que hizo fue hacer partícipe, al tiempo y a la historia humana, de su propia eternidad; al encarnarse y nacer en el tiempo de la historia humana, Jesús, Dios eterno, dio al tiempo y a la historia del hombre un nuevo sentido, una nueva dirección, encaminándolo hacia la eternidad. Al encarnarse y nacer y vivir durante treinta y tres años, Jesús, Dios eterno, impregnó el tiempo humano de su misma eternidad, haciendo que toda la historia humana quede centrada en Él, que es la eternidad en sí misma. A partir de Cristo, toda la historia humana y todo hombre con su tiempo de vida personal, tienen como centro a Jesucristo, y hacia Él tienden, lo quieran o no lo quieran, y tengan fe en Él o no tengan fe en Él, porque Él es, en cuanto Dios eterno encarnado, el centro absoluto de la historia humana y de cada hombre.
         Esto significa que cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada mes, cada año, de la vida personal del cristiano le pertenece y es propiedad de Jesucristo, porque el tiempo personal de cada ser humano está permeado por la eternidad de Jesucristo, por lo que toda vida humana adquiere sentido y llega a su plenitud si se dirige a la feliz unión con Él, por medio de la fe, del amor y de la gracia sacramental. Quien libre y voluntariamente orienta su vida y su tiempo de vida en la tierra al Hombre-Dios Jesucristo, se encamina a su feliz eternidad, porque el designio de Dios en la Encarnación de su Verbo, es que todo hombre, uniéndose a Cristo en el tiempo, por la gracia, por la fe y por el amor, alcance la eternidad en el Reino de los cielos.
         Por el contrario, quien voluntaria y libremente decide vivir egoístamente su tiempo sin Dios, apartado de Cristo y de su gracia, frustra los planes divinos para su vida y se encamina hacia la eterna infelicidad.
         La Iglesia nos invita a meditar la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, al inicio del año civil no por casualidad sino para que, consagrando a Ella nuestra vida terrena, con todo su tiempo pasado, presente y futuro, nos unamos ya en el tiempo a su Hijo Jesús, como anticipo de la unión en la gloria que por la Misericordia Divina esperamos gozar, por la eternidad, en el Reino de los cielos.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Nuestra Señora de Guadalupe


         Todo en la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe nos habla del cielo: la imagen en sí misma, el mensaje de amor celestial que le transmite a Juan Diego, y la conversión masiva de indígenas luego de la aparición, conversión que no se explica por otra causa que no sea la sobrenatural.
         Nos habla del cielo la imagen en sí misma, impresa en la tilma de Juan Diego, puesto que posee características que hacen imposible su origen terreno, como por ejemplo, el material con el cual está hecha la imagen, o el hecho de que se encuentre literalmente flotando sobre la tilma y no aplicada sobre esta; la tilma, el soporte en donde se encuentra la imagen, permanece inexplicablemente sin alteraciones a pesar de haber transcurrido siglos desde la impresión de la imagen; todo esto, sin contar los innumerables prodigios, signos y mensajes contenidos en la imagen, como por ejemplo, que la Virgen tenga rasgos indígenas, lo cual significa que todos los hombres, sin importar su raza, son creación de Dios y que Dios quiere que todos se salven y por eso envía a la Virgen a buscarlos, para llevarlos al cielo; el hecho de que la Virgen esté embarazada, significa que Ella es la celestial Portadora del Verbo de Dios humanado, Cristo Jesús, que viene a dar su Vida eterna a quien lo reciba con fe y con amor; y como estos, muchísimos otros signos y mensajes ocultos que sorprenden a quien contempla la impresión de la tilma de Juan Diego.
         Nos habla del cielo el mensaje maternal dirigido a Juan Diego y, por su intermedio, a todos nosotros; se  trata del mensaje de amor materno de una Madre celestial, la Virgen, que ama a Juan Diego con un Amor sobrenatural, celestial, y por lo tanto incomprensible, inagotable, eterno. Las palabras de la Virgen a Juan Diego –y por lo tanto a cada ser humano- resuenan en lo profundo del corazón de cada hombre, porque están impregnadas del Amor Divino y porque están pronunciadas por el Amor Divino, que habla a través de la Virgen: “¿Qué pasa, el más pequeño de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te diriges?”. “Oye y pon bien en tu corazón, hijo mío el más pequeño: nada te asuste, nada te aflija, tampoco se altere tu corazón, tu rostro; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad o algo molesto, angustioso o doliente. ¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en donde se cruzan mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? (…) Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te preocupe con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten por seguro que ya sanó”. Las amorosas palabras de la Virgen de Guadalupe, dichas a Juan Diego, son las palabras del Dios Amor, dichas a toda la humanidad, a todo hombre de todo tiempo y lugar, y por eso las tenemos que tomar como dichas a cada uno en particular.
         Por último, nos habla del cielo la conversión masiva de indígenas, producida luego de la aparición: mientras hasta la aparición las conversiones eran escasísimas, debido a que el paganismo antropofágico estaba firmemente arraigado en los habitantes del lugar, luego de la aparición de la Virgen de Guadalupe, se calcula que se convirtieron en masa más de ocho millones de mexicanos.

         En nuestros días, vemos que se cierne sobre la humanidad toda una sombra siniestra, mucho más peligrosa que en tiempos de Juan Diego, y es la sombra del ateísmo, del gnosticismo, del neo-paganismo, que ha envuelto a la humanidad entera. Y como Juan Diego, también nosotros nos sentimos débiles e insignificantes, por lo que le pedimos a la Virgen que Ella haga que nuestros corazones sean otras tantas tilmas, en donde se imprima su celestial imagen y que así como le habló a Juan Diego, también nos hable a nosotros y a nuestros hermanos al corazón, para que escuchando su dulce voz materna y dejando de lado toda preocupación mundana, nos convirtamos a su Hijo Jesús, “el Único Dios Verdadero por quien se vive”.  

sábado, 7 de diciembre de 2013

Inmaculada Concepción: modelo de pureza de cuerpo, de alma, de fe y de amor a Dios




     La Inmaculada Concepción es modelo de pureza de cuerpo, de alma, de fe y de amor.
En Ella no solo nada está contaminado, sino que todo es de una pureza infinitamente superior a la de los ángeles y santos en el cielo.
     Es modelo de pureza de cuerpo, porque jamás tuvo trato con hombre alguno, como Ella lo declara en el anuncio del Ángel, mostrándose sorprendida de cómo sería posible concebir si Ella “no conocía varón” (Lc 1, 34). La Virgen estuvo libre de todo tipo de concupiscencias y jamás cometió ni siquiera una imperfección. Su Cuerpo Inmaculado, libre de toda pasión desordenada, fue en su vida terrena, desde su Concepción Inmaculada, una ofrenda purísima a Dios y, hasta el momento de su muerte, en que su Cuerpo fue glorificado, la Virgen ofreció continuos sacrificios y mortificaciones. De esta manera, la Virgen demostró que se puede orar con el Cuerpo y que el Cuerpo es “templo del Espíritu Santo” y que por lo tanto no solo no debe ser profanado con ningún género de impurezas ni de amores profanos e impuros, sino que debe ser conservado constantemente en la gracia de Jesucristo, que es quien lo perfuma con su fragancia exquisita.

Es modelo de pureza de alma, porque su alma, con sus potencias –inteligencia, voluntad, memoria-, dio gloria a Dios desde el primer instante de su creación. Su inteligencia estuvo siempre orientada a la Verdad, y no solo jamás fue seducida por el error, sino que profundizó en esta Verdad, que era su Hijo encarnado, cada segundo de su vida terrena, y es así como la Virgen, iluminada por la Verdad Divina, fue sumamente libre, de acuerdo a las palabras de Jesús: “La Verdad os hará libres” (Jn 8, 31-42); su voluntad, su capacidad de amar y de elegir el bien, jamás se desvió un ápice del Amor Hermoso, Dios, y jamás dejó de elegir siempre el Bien Supremo, Dios Uno y Trino, de manera que todo lo que amó y eligió fue siempre Dios y solo Dios, y si amó a las creaturas y eligió a las creaturas, lo hizo por Dios, para Dios, en Dios. Su memoria no recordaba otra cosa que las maravillas de Dios obradas en Ella, y es esto lo que expresa la Virgen en el Magnificat (cfr. Lc 1, 46-55).
Además, su alma, colmada de la gracia e inhabitada por el Espíritu Santo desde su creación, y libre del pecado original y sus perniciosos efectos en mérito a que la Virgen fue creada para ser la Madre de Dios, brilló siempre con las virtudes más excelsas, poseídas por Ella en un grado desconocido para las creaturas, al participar directa y plenamente de la santidad de su Hijo Jesucristo. Así nos demuestra la Virgen que el alma humana ha sido creada por Dios y para Dios, y que todo lo que el alma posee le pertenece a Dios Padre, a Jesucristo y al Espíritu Santo, y a ellos debe glorificar con sus potencias, buscando de conocer a las Divinas Personas cada vez más, para amarlas cada vez más, y para recordar sus maravillas y proclamarlas al mundo.
La Virgen es modelo de pureza de fe, porque jamás contaminó su fe en el Verdadero y Único Dios, el Dios por el cual se vive, el Dios de toda majestad, poder, bondad y misericordia, Dios Uno y Trino. Jamás contaminó su fe en Dios Padre, Creador de todo lo visible e invisible; jamás contaminó su fe en su Hijo Jesucristo, nacido del Padre antes de todos los siglos, y de su seno virginal en la plenitud de los tiempos; jamás contaminó su fe en Dios Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, causa de la Encarnación del Verbo del Padre. La Virgen no solo nunca se inclinó a los ídolos, puesto que esto es imposible de toda imposibilidad metafísica, sino que es la Destructora de los ídolos y de las supersticiones y de la fe contaminada por la malicia del hombre y del demonio. Y puesto que la Virgen comunica de su fe purísima a la Iglesia, la Virgen nos enseña que solo hay que creer en la fe de la Iglesia, que es una fe pura e inmaculada, es la fe en Dios Uno y Trino y en la Encarnación del Hijo de Dios; es la fe en el poder divino de la gracia santificante, conseguida por Cristo al precio de su Sangre en la Cruz y comunicada sin límites en los sacramentos de la Iglesia Católica. La Virgen, con su Pureza Inmaculada, es modelo inigualable de fe, de fe pura, incontaminada, fe que Ella participa a la Iglesia, fe no contaminada con gnosticismo, ni con supersticiones, ni con vanos y orgullosos pensamientos humanos. Si alguien quiere conservar la fe pura y sin mancha, la que lo conducirá al cielo, debe creer en el Credo de la Santa Iglesia Católica, porque la fe de la Iglesia es la fe de la Virgen María.
La Virgen es modelo de pureza de Amor a Dios Uno y Trino, porque ama a Dios Trino con un amor no contaminado por amores mundanos y profanos; todo lo que ama, lo ama en Dios Trinidad, para Dios Trinidad y por Dios Trinidad, y nada ama que no sea en Dios Trinidad. Ama a Dios Padre, porque es su Hija predilecta; ama a Dios Hijo, porque es su Madre, la Madre de Dios; ama a Dios Espíritu Santo, su Divino Esposo, que hizo de su cuerpo, de su Corazón Inmaculado y de su Alma Santísima, un Tabernáculo Viviente del Amor Divino.
La Virgen también es modelo de amor puro al prójimo, porque da su vida y aquello que ama más que su vida, su Hijo Jesús, por la salvación de su prójimo, que resulta ser toda la humanidad, que es adoptada por Ella al pie de la Cruz por mandato de Jesús expresado en la tercera palabra: “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 27). La Virgen María es también modelo de dolor puro ofrecido a Dios, que así se convierte en dolor redentor, porque el dolor del Inmaculado Corazón de María es el dolor del Sagrado Corazón de Jesús, y que por esto mismo, es un dolor que salva a la humanidad, porque es el dolor del Santo Sacrificio de la Cruz. La Virgen es modelo de dolor ofrecido a Dios porque no solo no se rebela ante el dolor, sino que lo ofrece con amor por la salvación de los hombres, uniendo el dolor más grande de su Corazón, el ver morir a su Hijo en la Cruz, por la salvación de los hombres. 
Puesto que Dios creó a la Virgen como modelo inigualable de pureza de cuerpo, de alma, de fe y de amor, y puesto que nos la dio como Madre al pie de la Cruz, la conmemoración de la Inmaculada Concepción no puede nunca quedar en un mero recuerdo, sino que debe ser un estímulo para imitarla, porque todo hijo que ame a su madre se esfuerza por imitar sus virtudes.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Los Nombres de la Virgen María (V): Nuestra Señora de Fátima




Fiesta: 13 de mayo
Descripción de la imagen y breve historia
La Virgen María se apareció en Fátima, Portugal, en seis oportunidades a lo largo del año 1917, los días 13 de cada mes, comenzando el 13 de mayo y finalizando el 13 de octubre (la aparición del mes de agosto tuvo lugar el día 15 en vez del 13), siendo precedidas por las apariciones del “Ángel de Portugal” o “Ángel de la paz”, como el ángel mismo se llamó, en la primavera de 1916. La primera manifestación sobrenatural fue entre abril y octubre de 1915. Lucía guardaba el rebaño con otras tres niñas cuando “comenzaron a ver sobre los árboles que se extendían en dirección al este, una luz más blanca que la nieve, con la forma de un joven transparente, de una gran belleza”. En esa ocasión no estaban Francisco y Jacinta. En otros días esta aparición se repitió dos veces.
En 1916 hubo una nueva aparición a Lucía, Jacinta y Francisco. No había otros niños. El Ángel se manifestaba bajo la forma de un joven resplandeciente, con una consistencia y un brillo como el de un cristal atravesado por los rayos del sol. Les enseñó a rezar, con la frente inclinada hasta el suelo, la siguiente oración: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”. Y agregó: “Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”. Les recomendó que ofrecieran “todo lo que pudieran” en reparación por los pecados y por la conversión de los pecadores. Les dijo que era el Ángel de Portugal y que debían orar por su patria.
En la tercera aparición, el Ángel traía un cáliz en la mano, y sobre él una Hostia de la que caían, dentro del cáliz, algunas gotas de sangre. Se postró en tierra, dejando el cáliz y la Hostia suspendidos en el aire, y repitió tres veces la siguiente oración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los infinitos méritos de su Santísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pobres pecadores”.
Después se levantó, dio la Hostia a Lucía; el cáliz lo dio a beber a Francisco y Jacinta diciendo al mismo tiempo: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”.
En las apariciones, la Virgen pidió que se rezara el Rosario, implorando la conversión de los pecadores, y que se construyera una capilla, que luego se transformó en el actual santuario.
Luego de las apariciones del Ángel, comenzaron las de la Virgen, el día 13 de mayo, para confiarles a los pastorcitos tres secretos -en forma de profecías-, dos de los cuales se revelaron en 1941, en un documento escrito por Lucía para ayudar con la canonización de sus primos, mientras el tercero fue presentado por escrito al Papa en 1960, y revelado al mundo por el papa Juan Pablo II, el 26 de junio del 2000.
El primer secreto fue la visión del infierno; el segundo incluyó las instrucciones de María de cómo salvar las almas del Infierno y reconvertir el mundo a la cristiandad[1]; en el tercero, un pedido insistente de penitencia, junto con una profecía relativa a un Papa, que muchos suponen era Juan Pablo II.
Antes de mostrarles el infierno, la Virgen prometió el Cielo a los pastorcitos y les pidió que recibieran los sufrimientos que Dios quisiera enviarles para reparación de los pecados y conversión de los pecadores. Los tres lo aceptaron. Nuestra Señora les predijo que sufrirían mucho, pero que la gracia de Dios no los abandonaría. Además, en todas las apariciones les recomendó que diariamente rezaran el Rosario para alcanzar el fin de la guerra y la paz del mundo.
En la segunda aparición la Santísima Virgen insistió sobre el Rosario diario y recomendó a los tres niños que aprendieran a leer. En esta ocasión, Nuestra Señora prometió que, en breve, llevaría al cielo a Francisco y Jacinta, y anunció que Lucía viviría más tiempo para cumplir en la tierra una misión providencial: “Jesús quiere servirse de tí para hacerme conocer y amar. El quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”. Al percibir que Lucía estaba aprensiva, Nuestra Señora la confortó diciéndole: “Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios”.
En esa aparición, María Santísima mostró a los pastorcitos un corazón cercado de espinas que se le clavaban por todas partes, ultrajado por los pecados de los hombres y que pedía reparación. En una revelación posterior a la Hermana Lucía, en 1925, la Virgen María prometió asistir en la hora de la muerte, con todas las gracias necesarias para la salvación, a quienes durante cinco meses, en el primer sábado, recibieran la Sagrada Comunión, rezaran el Rosario y la acompañaran quince minutos meditando sus misterios con el fin de desagraviarla.
Nuestra Señora se apareció por tercera vez el 13 de julio. Después de haber recomendado una vez más el rezo diario del Rosario, enseñó a los pastorcitos una nueva jaculatoria para ser rezada con frecuencia, y especialmente cuando hicieran algún sacrificio: “Oh Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”.
María Santísima mostró entonces el infierno a los tres pastorcitos: “vimos como un gran mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que flotaban en el incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas salían juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados —semejante al caer de las chispas en los grandes incendios— sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa Esta visión duró por un instante. Cómo pudimos jamás estar suficientemente agradecidos a nuestra Madre celestial amable, que ya nos había preparado prometiendo, en la primera Aparición, llevarnos al cielo. De otro modo, creo que habríamos muerto del temor y el terror....”.
Asustados, y como pidiendo socorro, los videntes levantaron los ojos hacia Nuestra Señora, que les dijo con bondad y tristeza (es el contenido del segundo secreto: “Ustedes han visto el infierno donde las almas de los pobres pecadores van. Para salvarlos, Dios desea establecer en la devoción de mundo al Corazón Inmaculado. Si lo que digo a usted es hecho, muchas almas se salvarán y habrá la paz. La guerra terminará: pero si las personas no dejan de ofender a Dios, vendrá otra peor. Cuando ustedes vean una noche iluminada por una luz desconocida, sepan que esto es el gran signo dado a ustedes por Dios que él está a punto de castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, el hambre, y las persecuciones de la Iglesia y del santo Padre. Para prevenir esto, yo vendré a pedir la consagración de Rusia al Corazón Inmaculado, y a la Comunión de reparación en los Primeros sábados. Si se hacen caso de mis pedidos, Rusia se convertirá, y habrá la paz; si no, ella esparcirá sus errores a través del mundo, causando las guerras y las persecuciones de la Iglesia. El bueno será martirizado; el santo Padre tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán aniquiladas. Al fin, mi Corazón Inmaculado triunfará. El santo Padre consagrará Rusia a mí, y ella será convertida, y un período de paz será otorgado al mundo”.
Les enseñó además una jaculatoria para ser rezada entre misterio y misterio del Rosario: “Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, llevad todas las almas al cielo y socorred especialmente a las más necesitadas”.
El 13 de agosto no hubo aparición: los pequeños habían sido secuestrados y puestos a disposición del Administrador de Ourém que por la fuerza quiso arrancarles el secreto. Sin embargo, de forma inesperada, la Virgen apareció el día 15 del mismo mes, ocasión en que prometió un insigne milagro para el mes de octubre, comunicó sus instrucciones relativas al empleo del dinero que los fieles dejaban en el local de las apariciones y una vez más recomendó oraciones y penitencias: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, que muchas almas se van al infierno por no haber quien se sacrifique y pida por ellas”.
El 13 de septiembre, la Virgen María insistió también en el rezo diario del Rosario para alcanzar el fin de la guerra, elogió la fidelidad de los pastorcitos, la vida de mortificación que les había pedido y recomendó que se moderasen un tanto en ese punto. Les confirmó la promesa de un milagro en octubre. También les prometió obrar algunas curaciones que le habían pedido.
El 13 de octubre Nuestra Señora les dijo: “Soy la Señora del Rosario”. Anunció que la guerra terminaría a la brevedad y les recomendó: “No ofendan más a Dios Nuestro Señor que ya está muy ofendido”. Lucía le pidió la cura de algunas personas. Nuestra Señora respondió que curaría  “a unos sí, a otros no”. Y agregó: “Es preciso que se enmienden, que pidan perdón de sus pecados”.
En ese momento Lucía exclamó: “Miren hacia el sol”.
Desaparecida María Santísima en la inmensidad del firmamento, se desarrollaron ante los ojos de los videntes tres cuadros sucesivos, simbolizando primero los misterios gozosos del rosario, después los dolorosos y finalmente los gloriosos.
Aparecieron, al lado del sol, San José con el Niño Jesús y Nuestra Señora del Rosario. Era la Sagrada Familia. San José bendijo a la multitud, haciendo tres veces la señal de la cruz. El Niño Jesús hizo lo mismo. Siguió la visión de Nuestra Señora de los Dolores y después la de Nuestra Señora del Carmen, con el Niño Jesús en los brazos.
En esta aparición ocurrieron las señales prometidas –el milagro del sol y las ropas mojadas por la lluvia que se secaron súbitamente– para autenticar lo que narraban los pastorcitos.
En la visión de julio, la Santísima Virgen comunicó su famoso secreto que es de la mayor importancia.
Pidió que la humanidad se convirtiera, se enmendara de sus pecados y que el Santo Padre, con todos los obispos, consagrara Rusia a su Inmaculado Corazón. De lo contrario, sobrevendría una nueva guerra, muchas naciones serían aniquiladas, Rusia esparciría sus errores por el mundo y el Santo Padre tendría mucho que sufrir. Y prometió “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz”.
El tercer misterio fue transcrito por Sor Lucía el 3 de enero de 1944, y fue hecho público el 13 de mayo del 2000. Dice así el texto de Sor Lucía: "Escribo en obediencia a Vos, Dios mío, que lo ordenáis por medio de Su Excelencia Reverendísima el Señor Obispo de Leiria y de la Santísima Madre vuestra y mía.
“Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! Y vimos en una inmensa luz qué es Dios: ‘algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él’ a un Obispo vestido de Blanco ‘hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre’. También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios”.

Significado espiritual
Transcribimos la interpretación que del tercer misterio hiciera el entonces Cardenal Joseph Ratzinger, actualmente Benedicto XVI[2].
La parte más importante del Comentario Teológico está dedicada a “un intento de interpretación del secreto de Fátima”. Del mismo modo que la palabra clave de la primera y de la segunda parte del “secreto” es la de “salvar almas”, “la palabra clave de este ‘secreto’ es el triple grito: ‘¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!’. Viene a la mente el comienzo del Evangelio: ‘Arrepentíos y creed en el Evangelio’ (Mc 1,15). Comprender los signos de los tiempos significa comprender la urgencia de la penitencia, de la conversión y de la fe. Esta es la respuesta adecuada al momento histórico, que se caracteriza por grandes peligros y que serán descritos en las imágenes sucesivas. Me permito insertar aquí un recuerdo personal: en una conversación conmigo, Sor Lucia me dijo que le resultaba cada vez más claro que el objetivo de todas las apariciones era el de hacer crecer siempre más en la fe, en la esperanza y en la caridad. Todo el resto era sólo para conducir a esto”.
Después, el entonces prefecto de la Congregación para la Fe pasa revista a las “imágenes” del secreto. “El ángel con la espada de fuego a la derecha de la Madre de Dios recuerda imágenes análogas en el Apocalipsis. Representa la amenaza del juicio que incumbe sobre el mundo. La perspectiva de que el mundo podría ser reducido a cenizas en un mar de llamas, hoy no es considerada absolutamente pura fantasía: el hombre mismo ha preparado con sus inventos la espada de fuego”.
“La visión muestra después la fuerza que se opone al poder de destrucción: el esplendor de la Madre de Dios, y proveniente siempre de él, la llamada a la penitencia. De este modo se subraya la importancia de la libertad del hombre: el futuro no está determinado de un modo inmutable, y la imagen que vieron los niños no es una película anticipada del futuro, de la cual nada podría cambiarse. En realidad, toda la visión tiene lugar sólo para llamar la atención sobre la libertad y para dirigirla en una dirección positiva. (...) Su sentido es el de movilizar las fuerzas del cambio hacia el bien. Por eso están totalmente fuera de lugar las explicaciones fatalísticas del ‘secreto’ que dicen que el atentador del 13 de mayo de 1981 habría sido en definitiva un instrumento de la Providencia. (...) La visión habla más bien de los peligros y del camino para salvarse de los mismos”.
Pasando a las siguientes imágenes, “el lugar de la acción -explica el cardenal Ratzinger- aparece descrito con tres símbolos: una montaña escarpada, una gran ciudad medio en ruinas, y finalmente una gran cruz de troncos rústicos. Montaña y ciudad simbolizan el lugar de la historia humana: la historia como costosa subida hacia lo alto, la historia como lugar de la humana creatividad y de la convivencia, pero al mismo tiempo como lugar de las destrucciones, en las que el hombre destruye la obra de su propio trabajo (...) Sobre la montaña está la cruz, meta y punto de orientación de la historia. En la cruz la destrucción se transforma en salvación; se levanta como signo de la miseria de la historia y como promesa para la misma”.
“Aparecen después aquí personas humanas: el Obispo vestido de blanco (‘hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre’), otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y, finalmente, hombres y mujeres de todas las clases y estratos sociales. El Papa parece que precede a los otros, temblando y sufriendo por todos los horrores que lo rodean. No sólo las casas de la ciudad están medio en ruinas, sino que su camino pasa en medio de los cuerpos de los muertes. El camino de la Iglesia se describe así como un viacrucis, como camino en un tiempo de violencia, de destrucciones y de persecuciones. En esta imagen, se puede ver representada la historia de todo un siglo.
Del mismo modo que los lugares de la tierra están sintéticamente representados en las dos imágenes de la montaña y de la ciudad, y están orientados hacia la cruz, también los tiempos son representados de forma compacta”.
“En la visión podemos reconocer el siglo pasado como siglo de los mártires, como siglo de los sufrimientos y de las persecuciones contra la Iglesia, como el siglo de las guerras mundiales y de muchas guerras locales que han llenado toda su segunda mitad y han hecho experimentar nuevas formas de crueldad. En el 'espejo' de esta visión vemos pasar a los testigos de la fe de decenios”.
El prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe afirma también que en el viacrucis de este siglo “la figura del Papa tiene un papel especial. En su fatigoso subir a la montaña podemos encontrar indicados con seguridad juntos diversos Papa, que empezando por Pío X hasta el Papa actual han compartido los sufrimientos de este siglo y se han esforzado por avanzar entre ellos por el camino que lleva a la cruz. En la visión también el Papa es asesinado en el camino de los mártires. No podía el Santo Padre, cuando después del atentado del 13 de mayo de 1981 se hizo llevar el texto de la tercera parte del ‘secreto’, reconocer en él su propio destino? Había estado muy cerca de las puertas de la muerte y él mismo explicó el haberse salvado con las siguientes palabras: ‘fue una mano materna la que guió la trayectoria de la bala y el Papa agonizante se detuvo en el umbral de la muerte’ (13 de mayo de 1994). Que ‘una mano materna’ haya desviado la bala mortal muestra sólo una vez más que no existe un destino inmutable, que la fe y la oración son poderosas, que pueden influir en la historia y, que al final, la oración es más fuerte que las balas, la fe más potente que las divisiones”.
La conclusión del secreto, prosigue el cardenal Ratzinger, “recuerda imágenes que Lucía puede haber visto en libros piadosos, y cuyo contenido deriva de antiguas intuiciones de fe. Es una visión consoladora, que quiere hacer maleable por el poder salvador de Dios una historia de sangre y lágrimas. Los ángeles recogen bajo los brazos de la cruz la sangre de los mártires y riegan con ella las almas que se acercan a Dios. La sangre de Cristo y la sangre de los mártires están aquí consideradas juntas: la sangre de los mártires fluye de los brazos de la cruz. Su martirio se lleva a cabo de manera solidaria con la pasión de Cristo y se convierte en una sola cosa con ella”.
“La visión de la tercera parte del secreto tan angustiosa en su comienzo, se concluye pues con una imagen de esperanza: ningún sufrimiento es vano y, precisamente una Iglesia sufriente, una Iglesia de mártires, se convierte en señal orientadora para la búsqueda de Dios por parte del hombre (...) del sufrimiento de los testigos deriva una fuerza de purificación y de renovación, porque es actualización del sufrimiento mismo de Cristo y transmite en el presente su eficacia salvífica”.
¿Qué significa en su conjunto (en sus tres partes), el “secreto” de Fátima?, se pregunta por último el cardenal Ratzinger. "Ante todo debemos afirmar con el cardenal Sodano: ‘los acontecimientos a los que se refiere la tercera parte del ‘secreto’ de Fátima parecen pertenecer ya al pasado’. En la medida en que se refiere a acontecimientos concretos ya pertenecen al pasado. Quien había esperado impresionantes revelaciones apocalípticas sobre el fin del mundo o sobre el curso futuro de la historia se desilusionará. Fátima no nos ofrece este tipo de satisfacción de nuestra curiosidad, lo mismo que la fe cristiana no quiere y no puede ser un mero alimento para nuestra curiosidad. Lo que queda de válido lo hemos visto de inmediato al inicio de nuestras reflexiones sobre el texto del ‘secreto’: la exhortación a la oración como camino para la ‘salvación de las almas’ y, en el mismo sentido, la llamada a la penitencia y a la conversión”.
“Quisiera al final volver aún sobre otra palabra clave del ‘secreto’, que con razón se ha hecho famosa: ‘Mi Corazón Inmaculado triunfará’. ¿Qué quiere decir esto? Que el corazón abierto a Dios, purificado por la contemplación de Dios, es más fuerte que los fusiles y que cualquier tipo de arma. El fiat de María, la palabra de su corazón, ha cambiado la historia del mundo, porque ella ha introducido en el mundo al Salvador, porque gracias a este ‘sí’ Dios pudo hacerse hombre en nuestro mundo y así permanece ahora y para siempre. El maligno tiene poder en este mundo, lo vemos y lo experimentamos continuamente; él tiene poder porque nuestra libertad se deja alejar continuamente de Dios”.
“Pero desde que Dios mismo tiene corazón humano y de ese modo ha dirigido la libertad del hombre hacia el bien, hacia Dios, la libertad hacia el mal ya no tiene la última palabra. Desde aquel momento cobran todo su valor las palabras de Jesús: ‘padeceréis tribulaciones en el mundo, pero tened confianza; yo he vencido al mundo’ (Jn 16,33). El mensaje de Fátima nos invita a confiar en esta promesa2.

Más especulaciones sobre el Tercer Misterio
En 1984 el entonces cardenal Joseph Ratzinger (hoy papa Benedicto XVI) dijo que el Tercer Misterio pertenecía a “... los peligros que amenazan la fe y la vida del cristiano, y por lo tanto del mundo. Y entonces la importancia de los ‘novissimi’” (Novísimos).
El obispo de Fátima, Cosme do Amaral, dijo en 1984: “Su contenido concierne sólo a nuestra fe. Para identificar el [Tercer] Misterio con anuncios catastróficos o con un holocausto nuclear deberá deformar el significado del mensaje. La pérdida de la fe de un continente es peor que la aniquilación de una nación; y es verdad que esa fe disminuye continuamente en Europa”.
El 11 de mayo de 2010, Benedicto XVI dijo, al viajar en avión a Portugal para cumplir una visita pastoral, que los sufrimientos actuales de la Iglesia por los abusos sexuales contra niños cometidos por sacerdotes forman parte de los que anunció el Tercer secreto de Fátima.

Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará
Debido a la extensión del significado espiritual de las apariciones de Fátima, nos centraremos brevemente en la profecía de la Virgen, ya comentada por el Santo Padre: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará”. Y de esta afirmación se sigue la necesidad de la consagración al Corazón Inmaculado, también pedida por la Virgen en Fátima.
Es necesario el triunfo de su Inmaculado Corazón, porque cuando la Iglesia libra una batalla como la de nuestros tiempos, la Madre viene en auxilio, a socorrernos y llevarnos al desierto (Apocalipsis 12: escondernos en su corazón, alimentándonos con su fe firme, su disposición a la Palabra, su obediencia a la revelación de Dios. Formándonos con su mediación maternal, con sus enseñanzas, sus direcciones y consejos. Y cuidándonos del maligno, defendiéndonos en esta guerra por nuestras almas, manteniéndonos cerca guardados en su corazón, donde el demonio no puede entrar, ni robarnos. “No tengas miedo, mi Inmaculado Corazón será tu refugio y tu camino seguro para llegar a Dios” (La Virgen a Lucía).
Es evidente, que en estos tiempos, y podría decir que de forma urgente, es necesaria una poderosa victoria de la Santísima Virgen sobre el mal: el triunfo del Inmaculado Corazón, triunfo de la gracia sobre el pecado, de la luz sobre las tinieblas, de la verdad sobre el error, de la santidad sobre la corrupción, de la paz sobre la guerra y la violencia. “Es necesario el triunfo del Inmaculado Corazón de María para salvar la humanidad, mostrando a Jesús, fruto bendito de su vientre” (S.S.Juan Pablo II: Angelus, 8 de Julio de 1984).
S.S. Juan Pablo II dice que el triunfo del Inmaculado Corazón, es también el triunfo de la Iglesia. “Traerá la nueva primavera de la Iglesia" que el Santo Padre nos habla en Tertio Milenio Adveniente: “resurgirá la fe, brillará la Iglesia, triunfará el Corazón de Cristo”.
¿En qué consiste este triunfo?
La reconquista espiritual de todo el mundo. O sea, que nuestros corazones regresen a su Hijo, que vuelvan a pertenecerle a Él, y su Corazón Inmaculado es el camino seguro y, perfecto para llegar al Corazón de Cristo. Ella, como madre nuestra, quiere hacer todo lo posible, para regresarnos al camino de su Hijo, por llevarnos a Él, por revelarnos al único Salvador y Señor. Ella quiere enseñarnos el camino que hemos perdido: el amor, la fe, la conversión, la vida de los sacramentos, los valores morales, los valores familiares, la obediencia y fidelidad a Dios y a sus mandamientos.
“La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, para así poder devolverlos a Dios. Es por ello que debemos reconocerla por lo que ella es y someternos a ella y a su reinado, el cual es todo amor y ternura” (San Maximiliano Kolbe).
Siempre debemos pensar en el triunfo de la Santísima Virgen en término de destrucción del pecado, de sus estructuras y de las consecuencias del pecado.
Precisamente se trata del triunfo del Corazón Inmaculado, porque la batalla se libra en el corazón de los hombres, que se han endurecido, se han alejado de Dios y han dado cabida a la oscuridad y al pecado, al mundo, la carne y el demonio. Ella, en cuyo Corazón se vive en plenitud el triunfo Redentor de Cristo, nos quiere hacer partícipes de esa victoria, manifestando a cada uno de nosotros y a las naciones todas, el triunfo de Su Corazón, el triunfo de la gracia sobre el pecado, del amor sobre el egoísmo, de la paz sobre la violencia, de la fe renovada por el Espíritu Santo sobre el ateísmo, de la amorosa devoción sobre la indiferencia y la frialdad, de la verdad de la revelación sobre la mentira, las herejías y falsa religión.
¿Cómo y cuándo se dará este triunfo?
No sabemos exactamente el cómo ni el cuándo, pero sabemos los medios que la Santísima Virgen nos está dando para que promovamos y aceleremos este triunfo. En el mismo mensaje de julio 13, Ella nos lo dice: “para impedirla (batalla espiritual y crisis de fe) vendré a pedir la Consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si se atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá una era de paz”.
1- Consagración y Reparación. Consagración es “hacer algo sagrado”, como por ejemplo, un templo dedicado a Dios: se “consagra” porque queda dedicado a Dios, y no puede ser usado para ningún otro fin que no sea el de la alabanza y adoración del único Dios verdadero.
Todo católico ya está consagrado por el bautismo; es decir, todo cristiano ha sido convertido en “templo del Espíritu Santo”, como dice San Pablo (1 Cor 3, 16), y si esto es así, cabría preguntarse el porqué de una nueva consagración. El motivo es que, en la consagración a María, se dan algunos elementos que no estaban presentes en el momento del bautismo. Por ejemplo, si en el bautismo la renuncia a Satanás y a sus obras fue hecha por nuestros padres y padrinos en nombre nuestro, ahora esa renuncia se afirma y se realiza de modo personal; si por el bautismo nuestras obras buenas quedaban consagradas a Dios y su mérito nos pertenecía, ahora, por la consagración a María, nuestras obras buenas –junto con todo nuestro ser y nuestras pertenencias materiales y espirituales-, pertenecen a la Virgen María, para que sea Ella quien las distribuya, según la enseñanza de la comunión de los santos, a quien más lo necesite.
Otros motivos por los cuales es imperioso consagrarse a la Virgen, es que, según los santos, si queremos llegar por nosotros mismos a Jesucristo, lo más probable es que seamos rechazados, mientras que si vamos por María, llegaremos de modo rápido, fácil y seguro, aún cuando seamos los más grandes pecadores.
Por la consagración a la Virgen, le entregamos en sus manos maternales toda nuestra vida, todo nuestro ser, todo lo que somos y tenemos; todavía más, nos “introducimos” en su Corazón Inmaculado, como si fuera este un nuevo útero, en donde renaceremos a la vida de la gracia, ya que seremos formados, moldeados, guiados e instruidos por Ella.
Otro motivo para consagrarnos es que, como todos los hombres, nos alejamos libremente de Dios y de su Ley de Amor, y por lo tanto, nos hacemos merecedores de su Justicia Divina, y destinatarios de su ira divina, y el Corazón Inmaculado es el refugio segurísimo que no solo nos resguarda de la ira de Dios –la Virgen le dijo a Sor Faustina que en el Día del Juicio Final, hasta los ángeles temblarán cuando se desencadene su justa ira-, sino que recibimos la dulzura, el Amor y la Misericordia de Dios, que no quiere la condenación sino la salvación de todos los hombres.
Por este motivo, es muy importante dar a conocer a la Virgen y a su pedido de consagración, y hacer que muchos la amen y se consagren a Ella. Es lo que la Virgen l e dice a Lucía: “Jesús quiere utilizarte para darme a conocer y hacerme amar”.
La Consagración entonces no es simplemente una oración o un acto de devoción, ni es simplemente una repetición de oraciones en días determinados; es un compromiso de vida, que conlleva un estilo de vida, el estilo de vida de los hijos de Dios y de la Virgen María, gestados en su seno materno, nacidos al pie de la Cruz, alumbrados a la vida de la gracia, destinados al cielo y a la bienaventuranza eterna. ¿Cómo se reconoce un hijo de María? Por su obediencia, su humildad, su amor a Dios y al prójimo, su simplicidad, su sencillez, su afabilidad, su espíritu de oración, de sacrificio, de penitencia, su silencio; etc.
Se puede decir que el consagrado a la Virgen, como ha nacido del Corazón de María y ha sido revestido del Amor que la inhabita, es –o al menos debería ser- una imagen viviente de Jesús.

Junto con la consagración, la reparación
Pero además de la Consagración, o más bien, a consecuencia de ella, el cristiano debe ofrecer su vida como un continuo acto de reparación a Dios Trino, tanto por sus pecados, como los del mundo entero. Esta reparación alivia a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, agobiados por los pecados de los hombres. El 10 de Diciembre de 1925, se le apareció a Sor Lucía, la Santísima. Virgen con el niño Jesús. Le dijo el niño: “Ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre que está cubierto de espinas, que los hombres ingratos le clavan sin cesar; sin que haya nadie que haga un acto de reparación para arrancárselas”. Inmediatamente dijo la Santísima Virgen: Mira hija mía, mi corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tú al menos procura consolarme”.
Elementos de la Comunión Reparadora de los primeros sábados:
1- Rezo del Santo Rosario meditado (adentrarnos en los misterios de Nuestra Redención).
2-Sacramento de la Reconciliación y examen de conciencia (estrategia de conversión y arrepentimiento).
3-Recibir la comunión en reparación por nuestros pecados y los pecados del mundo y las ofensas a su Corazón Inmaculado. 
4-Adoración al Santísimo Sacramento (estar ante la presencia de Cristo para adorarle, amar, creer, por los que no lo adoran, aman, y creen). La reparación atrae misericordia.
2. El Santo Rosario. En cada una de las apariciones de Fátima, Ella pide que “recen el rosario”. ¿Por qué? Porque es arma poderosísima contra la crisis de fe. “Es la fe contenida en una mano”. Todos los misterios principales de nuestra salvación y Redención están contenidos en los misterios del rosario (Profundizar la fe en espíritu de oración). Después de cada decena se nos ha pedido recitar: "Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, conduce todas las almas al cielo, especialmente las que más necesitan de tu misericordia”.
Los santos y la Consagración al Inmaculado Corazón de María
Decía así el Santo Padre Juan Pablo II en su visita a Fátima en 1991: “Estoy consciente que el espíritu detrás del comunismo no está muerto, y se corre el peligro de remplazar el marxismo con otra forma de ateísmo, que exaltando la libertad tiende a destruir las raíces de la moralidad humana y cristiana. Las nuevas condiciones de los pueblos y de la Iglesia son todavía peligrosas e inestables. Por eso Madre, revela tu amor a cada uno de tus hijos y a las naciones, pues te necesitamos”.
Que nos quiere decir el Santo Padre: que la Santísima Virgen ha logrado ya la primera etapa de la batalla, derrumbar un sistema estructurado con poder político, pero todavía hay mucho que derrumbar, todos los errores que esparció el materialismo, insubordinación, rebeldía, violencia, opresión, ateísmo, un mundo sin Dios, sin apertura a sus misterios, disensión de la verdad, secularismo. O sea, falta alcanzar que cese la crisis de fe y sus consecuencias, dentro de la Iglesia y en el mundo, en los corazones, en las familias y en las naciones enteras. Falta vencer todavía la crisis de fe: Con esta victoria, se cumplirá la totalidad de la promesa: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará” y vendrá un tiempo de paz.
Ahora bien, el fruto de este triunfo será la era de paz, porque al triunfar su corazón, ella la Reina de la paz nos hará partícipes de la paz de su Corazón, la cual es fruto de su total comunión de amor con Cristo, paz que recibe de Él por la unidad perfecta de ambos corazones. Paz que ella posee por su perfecta armonía con la voluntad de Dios y sus designios.
San Maximiliano Kolbe, por su parte, decía: “Aquellos que se entregan completamente a la Inmaculada arderán con un amor tan poderoso que les hará prender ese fuego a todo lo que está a su alrededor y causar que muchas almas ardan con ese mismo amor. Así conquistarán el mundo entero y cada alma en particular para la Inmaculada. Esto lo harán lo más pronto posible”.
Y continúa: “Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Virgen Santísima, y por ella, para el Sagrado Corazón de Jesús. Esas almas llegarán a amar al Sagrado Corazón mucho mejor y más profundamente de lo que lo han hecho hasta ahora. A través de su amor incendiará el mundo y lo consumirá”.
Ana Catalina Emmerick (mística del principio del siglo XIX) nos dice: “Vi volar por la superficie del cielo un Corazón resplandeciente de una luz roja, del cual partía una estela de rayos blancos que conducían a la llaga del Costado de Jesús. Esos rayos atraían a ellos un gran número de almas, que a través del Corazón y la estela luminosa, entraban al Costado de Jesús. Se me explicó que ese Corazón era el de María”.

Con la comunión, se renueva nuestra consagración bautismal como templos del Espíritu
Al celebrar la dedicación o consagración de la Catedral de Letrán –la Catedral del Papa como Obispo de Roma- no puede dejar de tenerse en cuenta qué es la dedicación o consagración.
La etimología de una de las palabras nos ayuda: con-sagrar, es “hacer o volver sagrado” algo que no lo era. Un templo material, antes de la consagración, esto es, antes de ser dedicado como tal, para su uso en el culto católico, no es sagrado por sí mismo. Sí lo es, sí pasa a ser sagrado, cuando es con-sagrado, cuando es dedicado a la santidad de Dios.
Pero esta consagración de un templo material, como la Catedral de Letrán, o como la consagración de cualquier otro templo en la Iglesia Católica- es símbolo de otra consagración, de otra conversión en sagrado de algo que antes no lo era: la consagración del alma en el momento del bautismo. La consagración del templo es símbolo de la santidad comunicada al alma por la inhabitación del Espíritu Santo[3]: en el bautismo, el alma es dedicada, consagrada a Dios, por la inhabitación del Espíritu Santo.
            El alma, al ser incorporada a Cristo por medio del bautismo, es convertida en templo del Espíritu Santo; el Espíritu Santo es enviado al alma, por el Padre y por el Hijo, como si el alma fuera templo suyo, para pertenecerle y para poseerla como propiedad[4]. Las Tres Personas de la Trinidad son las que toman poseen en común a la criatura, pero en el caso del Espíritu Santo, la toma de posesión es verdaderamente hipostática y propia, es decir, personal[5].
De ahí que la profanación del cuerpo, templo del Espíritu, sea, más que profanación de la persona humana, profanación de las Tres Personas a quienes ese cuerpo le ha sido consagrado, y sea ante todo profanación de la Persona del Espíritu Santo que inhabita en él[6].
La imagen de Jesús expulsando a los mercaderes del templo, además de haber constituido un hecho real, posea una gran simbología: los animales, los cambistas, los usureros, que convierten al templo en un lugar de comercio, representan la profanación del templo por medio de las pasiones sin control. Cristo, expulsando a los mercaderes del templo, representa a la gracia que toma posesión del templo para Dios Uno y Tino.
Con la comunión, en la que ingresa el Hijo enviado por el Padre, y en la que el Hijo y el Padre envían al Espíritu Santo, se renueva nuestra consagración bautismal como templos del Espíritu.

La Virgen no estaba contenta en Fátima
Contrariamente a lo que podría esperarse en una aparición celestial a niños, la Virgen en Fátima no estaba contenta, sino muy triste. Es esto lo que afirma, en una entrevista inédita, Sor Lucía, la vidente que fue monja carmelita. Además, Sor Lucía da las razones del porqué de este semblante de la Virgen.
Comienza así el relato de la entrevista por parte del sacerdote: “La encontré (a Sor Lucía, vidente de Fátima) en su convento muy triste, pálida y demacrada; y me dijo: ‘Padre, la Santísima Virgen está triste, porque nadie hace caso a su mensaje, ni los buenos ni los malos. Los buenos porque prosiguen su camino de bondad pero sin hacer caso a este mensaje. Los malos porque no viendo el castigo de Dios actualmente sobre ellos, a causa de sus pecados, prosiguen también su camino de maldad. Pero créame, Padre, Dios va a castigar al mundo, y lo va a castigar de una manera tremenda…’”.
Según las palabras de Sor Lucía, nadie, ni los buenos ni los malos, hacen caso de los mensajes de Fátima: tanto unos como otros, piensan que son cuentos para niños. Piensan que porque la Virgen se apareció a niños, el mensaje, o está reservado para ellos, o tiene el valor que tiene una fábula para niños.
Sin embargo, no es un cuento para niños la siguiente aparición, relatada por Sor Lucía: “La Señora abrió las manos como en los meses pasados. El reflejo parecía penetrar en la tierra, y vimos como un mar de fuego: sumergidos en este fuego a los demonios y a las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que fluctuaban en el incendio, llevadas por las llamas que salían de las mismas juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados, seme­jante al caer de pavesas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de pavor.
A la vista de esto di aquel “ay”, que dicen haberme oído. Los de­monios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como ne­gros carbones en brasa. Asustados y como para pedir socorro, levantamos la vista ha­cia Nuestra Señora que nos dijo entre bondad y tristeza: -Habéis visto el infierno, adonde van las almas de los po­bres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mun­do la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacéis lo que os digo se salvarán muchas almas y habrá paz. La guerra va a terminar. Pero si no dejan de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando viereis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones de la Iglesia y del Santo Padre. Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los prime­ros sábados (…)”.
No hacer caso –como hacen los buenos y los malos, según Sor Lucía- del mensaje de Fátima, produce nocivas consecuencias, una de ellas, el descuidar una fuente de conversión y santidad, como la visión del infierno.
Según Sor Lucía, la primera causa de santificación de Francisco y Jacinta fue ver la tristeza de la Virgen por el destino de los pecadores; la segunda causa, fue la visión del infierno: “Dígales también, Padre, que para mis primos esta visión fue una de las causas de la santificación; lo primero que santificó a Francisco y Jacinta fueron los sacrificios que hicieron, porque vieron siempre a la Santísima Virgen muy triste en todas sus apariciones. Nunca se sonrió con nosotros, y esa tristeza y angustia que notábamos en la Santísima Virgen, a causa de las ofensas a Dios y de los castigos que amenazaban a los pecadores, nos llegaban al alma. Lo segundo que santificó a los niños fue la visión del infierno”.
¿Por qué esta visión es causa de santificación? La razón por la que la meditación acerca de la realidad del infierno, destino de dolor por toda la eternidad al cual se encamina el impenitente, los santificó, es porque les concedió la contrición del corazón, que es el arrepentimiento perfecto. Se equivocan quienes piensan que Dios, siendo infinitamente misericordioso, no puede castigar con castigos tan dolorosos, para siempre. Quienes así piensan, no tienen en cuenta que, en Dios, misericordia y justicia están estrechamente relacionados, y que dejaría de ser quien es, Dios Perfectísimo, sino aplicara su justicia en la vida eterna.
La Virgen no estaba contenta en Fátima, ya que demostraba una gran tristeza, al comprobar cómo muchas almas se condenaban para siempre. También está triste la Iglesia, al comprobar cómo cientos de miles de sus hijos, niños, jóvenes, adultos y ancianos, se encaminan hacia la perdición eterna, seducidos por los ídolos de nuestra época: el materialismo, que niega el espíritu y lo sobrenatural; el hedonismo, que exalta la sensualidad corpórea, y el relativismo, que niega la Verdad Absoluta revelada en Cristo.
Pero hay otra advertencia que nos hace la Virgen María en Fátima, siempre según las palabras de Sor Lucía: estamos en el fin de los tiempos.
Continúa Sor Lucía, refiriéndose a las apariciones, advirtiéndonos que nos encontramos en peligro inminente de condenación, de continuar haciendo caso omiso de los mensajes dados por la Virgen en Fátima, mensajes que llaman a la oración, a la penitencia, al sacrificio: “Padre, no esperemos que venga de Roma una llamada a la penitencia, de parte del Santo Padre, para todo el mundo: ni esperemos tampoco que venga de parte de los señores Obispos para cada una de sus diócesis: ni siquiera tampoco de parte de las Congregaciones Religiosas. No: ya nuestro Señor usó muchas veces de estos medios y el mundo no le ha hecho caso. Por eso, ahora, ahora que cada uno de nosotros comience por sí mismo su reforma espiritual: que tiene que salvar no sólo su alma, sino salvar a todas las almas que Dios ha puesto en su camino. Por esto mismo Padre, no es mi misión indicarle al mundo los castigos materiales que ciertamente vendrán sobre la tierra si el mundo antes no hace oración y penitencia. No, mi misión es indicarle a todos lo inminente del peligro en que estamos de perder para siempre nuestra alma si seguimos aferrados al pecado. (…) Padre, la Santísima Virgen no me dijo que nos encontramos en los últimos tiempos del mundo, pero me lo dio a demostrar por tres motivos:
- el primero porque me dijo que el demonio está librando una batalla decisiva con la Virgen, y una batalla decisiva es una batalla final, en donde se va a saber de qué partido es la victoria, de qué partido es la derrota. Así que ahora o somos de Dios o somos del demonio.
- Lo segundo porque me dijo que dos eran los últimos remedios que Dios daba al mundo: el santo Rosario y la devoción al Inmaculado Corazón de María.
- Y tercero, porque siempre en los planos de la Divina Providencia, cuando Dios va a castigar al mundo, agota antes todos los demás medios, y cuando ha visto que el mundo no le ha hecho caso a ninguno de ellos, entonces, como si dijéramos a nuestro modo imperfecto de hablar, nos presenta con cierto temor el último medio de salvación, su Santísima Madre. Porque si despreciamos y rechazamos este último medio, ya no tendremos perdón del cielo, porque hemos cometido un pecado que, en el Evangelio suele llamarse pecado contra el Espíritu Santo: que consiste en rechazar abiertamente, con todo conocimiento y voluntad, la salvación que se presenta en las manos; y también porque nuestro Señor es muy buen hijo; y no permite que ofendamos y despreciemos a su Santísima Madre, teniendo como testimonio patente la historia de varios siglos de la Iglesia que con ejemplos terribles nos indica cómo Nuestro Señor siempre ha salido en defensa del honor de su Santísima Madre”.

Oración a la Virgen de Fátima
Nuestra Señora de Fátima,
Tú que mostraste a los pastorcitos
El camino para llegar al Cielo
Y evitar el infierno:
La penitencia, la conversión,
El rezo del Rosario
Y la Consagración
A tu Inmaculado Corazón,
Te suplicamos,
Refúgianos en tu Corazón bendito,
Anticipo del Cielo en la tierra. Amén.



[1] Diversos autores afirman que el segundo secreto pronosticó la reconversión de Rusia (en esas mismas fechas se realizó la Revolución rusa que dio lugar al primer estado socialista de la historia) al Cristianismo. Y consideran que con la desintegración de la URSS en 1990 la profecía se ha cumplido. También se especula que en el tercer mensaje se profetizaba el atentado contra la vida del papa Juan Pablo II, que ocurrió el 13 de mayo de 1981 (64° aniversario de la primera aparición de Fátima). Además, según creyentes, la Virgen predijo el final de la Primera Guerra Mundial (la cual terminó al año siguiente) y la muerte prematura de Francisco y Jacinta. Francisco murió el 4 de abril de 1919 y Jacinta el 20 de febrero de 1920; ambos fueron luego beatificados por la Iglesia Católica.
[2] [2] El Comentario Teológico del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe está dividido en tres partes: Revelación pública y revelaciones privadas, su lugar teológico; La estructura antropológica de las revelaciones privadas; Un intento de interpretación del secreto de Fátima. 1) "El término 'revelación pública' designa la acción reveladora de Dios destinada a toda la humanidad, que ha encontrado su expresión literaria en las dos partes de la Biblia: el Antiguo y el Nuevo Testamento. Se llama 'revelación' porque en ella Dios se ha dado a conocer progresivamente a los hombres, hasta el punto de hacerse él mismo hombre, para atraer a sí y para reunir en sí a todo el mundo por medio del Hijo encarnado, Jesucristo. En Cristo Dios ha dicho todo, es decir, se ha manifestado a sí mismo y, por lo tanto, la revelación ha concluido con la realización del misterio de Cristo que ha encontrado su expresión en el Nuevo Testamento". 2)La "revelación privada", en cambio, "se refiere a todas las visiones y revelaciones que tienen lugar una vez terminado el Nuevo Testamento; es ésta la categoría dentro de la cual debemos colocar el mensaje de Fátima. La autoridad de las revelaciones privadas -prosigue el cardenal Ratzinger- es esencialmente diversa de la única revelación pública: ésta exige nuestra fe". La revelación privada, en cambio, "es una ayuda para la fe, y se manifiesta como creíble precisamente porque remite a la única revelación pública". Citando al teólogo flamenco E. Dhanis, el prefecto para la Fe afirma que "la aprobación eclesiástica de una revelación privada contiene tres elementos: el mensaje en cuestión no contiene nada que vaya contra la fe y las buenas costumbres; es lícito hacerlo público, y los fieles están autorizados a darle en forma prudente su adhesión". "Un mensaje así puede ser una ayuda válida para comprender y vivir mejor el Evangelio en el momento presente; por esto no se debe descartar. Es una ayuda que se ofrece, pero no es obligatorio hacer uso de la misma". El cardenal Ratzinger subraya también que "la profecía en el sentido de la Biblia no quiere decir predecir el futuro, sino explicar la voluntad de Dios para el presente, lo cual muestra el recto camino hacia el futuro".
[3] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las maravillas del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 181.
[4] Cfr. ibidem, 179.
[5] Cfr. ibidem, 179.
[6] Cfr. ibidem, 179.