sábado, 4 de diciembre de 2021

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

 



         La Iglesia celebra, con júbilo celestial, uno de los misterios más grandes y asombrosos de la historia de la humanidad, misterio superado en majestad y gracia sólo por el misterio más grande por excelencia, el de la encarnación del Verbo en el seno purísimo de María Santísima y es el misterio de la Inmaculada Concepción de María.

         Que María Santísima sea “Inmaculada Concepción” quiere decir que, por designio de la Santísima Trinidad, la Virgen fue concebida sin la mancha del pecado original, mancha que, desde el pecado primordial de Adán y Eva, se transmite sin excepción a todo ser humano. La única excepción es, precisamente, la de María Santísima y es por eso que se llama “Inmaculada Concepción”, porque esta horrible mancha del pecado original no la afectó, como sí lo hace a todo ser humano, desde el primer instante de su concepción. Que sea Inmaculada Concepción significa que la Virgen no tuvo nunca, jamás, en ningún momento, ni siquiera por un instante, no solo ni el más ligero pecado y tampoco estuvo, ni siquiera mínimamente, inclinada a la concupiscencia, sino que su Inmaculado Corazón estuvo siempre, en todo momento, rebosante de la gracia, la bondad, la santidad, la paz y la humildad de Dios Uno y Trino.

         Pero hay otro aspecto a considerar y es que la Trinidad la eligió para que fuera concebida sin la mancha del pecado original, porque la Virgen estaba destinada a ser Madre de Dios y como Madre de Dios, no podía estar contaminada con la mancha del pecado original. Todavía más, al estar destinada a ser la Madre de Dios, debía no solo no poseer el pecado original, sino que debía estar inhabitada por el Espíritu Santo y es por eso que la Virgen es concebida, además de exenta del pecado original, como Inmaculada Concepción, como “Llena de gracia”, lo cual quiere decir, inhabitada por el Espíritu Santo. La razón de este otro privilegio de la Virgen es que el Verbo de Dios, quien habría de encarnarse en su seno virginal, al provenir desde el Cielo, en donde era amado desde la eternidad por Dios Padre con el Divino Amor, el Espíritu Santo, debía ser recibido y amado en la tierra, en su encarnación, con el mismo Amor con el que el Padre lo amaba desde la eternidad, el Espíritu Santo y la única forma en que esto fuera posible, era que la Virgen misma estuviera inhabitada por el Espíritu Santo y es por eso que es concebida no solo sin la mancha del pecado original, sino como “Llena de gracia”, es decir, inhabitada por el Espíritu Santo. Así, el Verbo de Dios, al encarnarse en el seno purísimo de María Santísima, no sentiría diferencias en el Amor con el que era amado desde la eternidad por el Padre, porque iba a ser amado con ese mismo Amor, el Espíritu Santo.

         Por lo tanto, en el misterio de la Inmaculada Concepción, se unen entre sí, de modo indisoluble, otros dos grandes misterios, el de la Virgen como Madre de Dios y el de la Encarnación del Verbo de Dios.

         Por último, si estos tres misterios son en sí mismos insondables, majestuosos, celestiales y sobrenaturales, hay otro misterio que debe agregarse y es el hecho de que la Santa Iglesia, en cada Santa Misa, prolonga y actualiza, en su seno virginal, el altar eucarístico, el misterio de la Encarnación del Verbo, porque por las palabras de la consagración, el Verbo prolonga su Encarnación en la Eucaristía y es por este motivo que la Iglesia Católica es, a imagen de su Madre, la Virgen, santa, pura, inmaculada y llena del Espíritu Santo. No dejemos nunca de alabar, bendecir, glorificar y adorar a la Santísima Trinidad por el misterio de la Inmaculada Concepción, misterio al cual están unidos el misterio de María como Llena de gracia y el misterio de la Encarnación del Verbo en su seno purísimo, que se prolonga a su vez y se actualiza en cada Santa Misa.

sábado, 27 de noviembre de 2021

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa

 



         Historia y significado.

         La Madre de Dios se le apareció a Santa Catalina Labouré el 27 de Noviembre de 1830, cuando ella era novicia. Su ángel de la guarda la despertó y la condujo a la capilla del noviciado, en donde estaba la Virgen. La Virgen, vestida de blanco, en un primer momento, sostenía en sus manos un pequeño globo dorado rematado por una cruz que levanta hacia el cielo; en un segundo momento, la Virgen estaba ahora de pie sobre el mundo y aplastada bajo sus pies, yacía una serpiente. La Virgen abrió sus manos y de sus dedos, cubiertos de anillos, salieron muchos rayos luminosos, pero había algunos anillos que no emitían ninguna luz. Entonces alrededor de la cabeza de la Virgen se formó un círculo o una aureola con estas palabras: “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”. Y una voz dijo a Catalina: “Hay que hacer una medalla semejante a esto que estás viendo. Todas las personas que la lleven, sentirán la protección de la Virgen”; luego, apareció una M, sobre la M una cruz, y debajo de la cruz los Sagrados Corazones de Jesús y María, el de Jesús, coronado de espinas, el de la Virgen, atravesado por una espada; además, alrededor de la M y de la cruz, una serie de estrellas.

¿Qué significado tiene la Medalla de la Virgen?

Con relación al globo terráqueo con una cruz encima, es la misma Virgen la que le explica el significado. Dice así: “Oye Catalina: Este globo terráqueo representa al mundo entero, a Francia y a cada persona en particular”. Significa que el mundo, cada país y cada alma, están protegidos por la Virgen Santísima y que el mundo, los países y las almas, han sido redimidos por la Sangre de Jesús que brota de la cruz; esto quiere decir que el mundo, las naciones y cada alma, deben ser bañados con la Sangre de Cristo para ser salvados. La Virgen de pie sobre el mundo, significa que Dios le ha concedido a la Virgen ser la Reina del universo, por medio de la cual nos vienen todas las gracias que necesitamos para nuestra vida diaria y para nuestra salvación; la serpiente aplastada por la Virgen es el Demonio que es vencido por la Virgen, porque Dios le ha concedido a la Virgen participar de su omnipotencia divina. Sólo Jesús crucificado y la Virgen, Madre de Dios, pueden vencer a la Serpiente Antigua que es el Demonio. Los anillos que emiten luz significan las gracias y las bendiciones que llegan a quienes la invocan como Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa; los anillos que no emiten luz, son las gracias que las almas no reciben, pero no porque Dios no quiera dárselas, sino porque las almas no se dirigen a la Virgen para pedirle esas gracias; de hecho, muchos católicos prefieren acudir a los brujos y curanderos cuando tienen algún problema, en vez de dirigirse a la Virgen para pedirle las gracias que necesitan, por medio del rezo del Rosario. La frase: “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti”, significa por un lado la confirmación del dogma de que la Virgen es Inmaculada, concebida sin la mancha del pecado original; por otro lado, confirma que es la Mediadora de todas las gracias, que Ella concede a quienes humildemente se las piden. La letra M significa “María”; la cruz, el signo de redención y de salvación para todas las almas, lo cual significa que no hay salvación posible sin la Santa Cruz de Jesús; los Sagrados Corazones de Jesús y María significan que Jesús y la Virgen nos aman y que desean que nuestros corazones estén en el medio de los dos Sagrados Corazones, pero también significan el sufrimiento que nosotros les provocamos a los Sagrados Corazones, con nuestros pecados, ya que el Corazón de Jesús está herida por la lanza, mientras que el Corazón de María está rodeado de una corona de espinas y todo esto es por nuestros pecados, por lo que debemos hacer el propósito de abandonar el pecado para no hacer sufrir más a los Sagrados Corazones. Por último, las estrellas simbolizan a los Apóstoles y con ellos, a los consagrados.

La Virgen revela a Santa Catalina que quien lleve consigo la Medalla Milagrosa, recibirá “grandes gracias”: esto quiere decir que el cristiano debe llevar consigo la Medalla y pedir a la Virgen todas las gracias que necesita, pero también que debe tomar la firme resolución de emprender el camino de la gracia, el camino de la vida de los hijos de Dios y alejarse de todo lo que lo aleje de los Sagrados Corazones de Jesús y María.

martes, 2 de noviembre de 2021

La Eucaristía, nuestro tesoro

 



         Afirma el Manual del Legionario que “la Eucaristía es el centro y la fuente de la gracia” y que “ninguna actividad apostólica tiene valor alguno si no se tiene en cuenta que el principal objetivo es establecer el reino de la Eucaristía en todos los corazones”[1]. La razón por la que la Eucaristía es el “centro y fuente de la gracia” es que no se trata de un trozo de pan, como aparece a los sentidos, sino del Hombre-Dios Jesucristo, la Segunda Persona de la Trinidad, oculta en apariencia de pan. Puesto que el Hijo de Dios es, en cuanto Dios, la Gracia Increada, es Él en la Eucaristía la Fuente de toda gracia que recibe el alma para su santificación; por eso es que es el “centro y fuente de la gracia”. En otras palabras, si la Eucaristía fuera solamente un poco de pan bendecido, no podría, de ninguna manera, irradiar la gracia, tal como lo hace, desde el Sagrario, desde el Altar Eucaristía.

         Otro elemento importante que nos hace considerar el Manual es cuál es el objetivo final de todo apostolado, no solo de la Legión, sino de toda la Iglesia y es el de “establecer el reino de la Eucaristía en los corazones”. Una vez más, esto no sería posible si la Eucaristía no fuese Cristo Dios en Persona: porque la Eucaristía es Cristo, Rey de los corazones, es que debe ser entronizada, por la persona, en su propio corazón, sin dar lugar a nadie más, para que sólo Cristo Eucaristía sea el Único Rey del corazón del cristiano. Así como el Sagrado Corazón debe ser entronizado en cada hogar y en cada familia de nuestra Patria y así como debe ser entronizado como Rey de la Patria, de la Nación Argentina, así la Eucaristía, que es mismo Rey Jesús, debe ser entronizada en el corazón de cada bautizado.

         Afirma el Manual que la Eucaristía es “el bien infinito” y por eso, el tesoro más preciado, porque se trata del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que arde en las llamas del Divino Amor, el Espíritu Santo y ese Amor es infinito y eterno, por ser el Amor de Dios, el Amor del Padre y del Hijo. Es por esto que la Eucaristía no se compara con nada y nada en el universo visible o invisible, merece ser más amado que la Eucaristía, porque nada debe ser más amado que el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

         La Eucaristía, dice el Manual, “no es mera figura de su Persona”, sino que es la Persona misma del Hijo de Dios, tal como se encuentra glorificado en los cielos, sólo que en la Eucaristía se encuentra oculto a los ojos del cuerpo, aunque “visible” a los ojos de la fe.

         Por esta razón, el legionario debe considerar a la Eucaristía como el centro y la raíz de su vida y como el tesoro más preciado, más valioso que todo el oro y la plata del mundo. Al comulgar, entonces, no lo hagamos de forma distraída o mecánica, sino que recibamos la Sagrada Eucaristía con fervor, con piedad y, sobre todo, con todo el amor y la adoración de los que seamos capaces.



[1] Cfr. VIII, 4.

sábado, 9 de octubre de 2021

Nuestra Señora del Pilar

 



Historia de Nuestra Señora del Pilar[1].

La tradición de la Virgen del Pilar, tal como ha surgido de unos documentos del siglo XIII que se conservan en la catedral de Zaragoza[2], se remonta a la época inmediatamente posterior a la Ascensión de Jesucristo, cuando los apóstoles predicaban el Evangelio. Según esta tradición, Santiago el Mayor llegó a España por el puerto de Cartagena -lugar donde fundó la primera diócesis española-, dedicándose desde entonces a predicar por diversos territorios del país. Los documentos dicen textualmente que Santiago “llegó con sus nuevos discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas del Ebro. Allí predicó Santiago muchos días y, entre los muchos convertidos eligió como acompañantes a ocho hombres, con los cuales trataba de día del Reino de Dios y por la noche, recorría las riberas para tomar algún descanso”. Sucedió entonces que en la noche del 2 de enero del año 40, Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro cuando “oyó voces de ángeles que cantaban “Ave María, Gratia Plena” y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol”. El hecho particular y característico es que no se trató de una aparición de la Santísima Virgen, sino de una traslación o tal vez una bilocación de la Virgen, puesto que aún vivía en carne mortal y no había sido aún Asunta a los cielos. Fue en ese momento en que la Virgen Santísima le pidió al Apóstol que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al Pilar donde estaba de pie. Al mismo tiempo que le entregaba el Pilar, la Virgen le dijo a Santiago: “El Pilar permanecerá en este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio”. Luego de entregarle el Pilar, la Virgen desapareció, quedando en ese lugar desde entonces el milagroso Pilar. El Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron inmediatamente a edificar una iglesia en aquel sitio y, antes de que estuviese terminada la Iglesia, Santiago ordenó presbítero a uno de sus discípulos para servicio de la misma, la consagró y le dio el título de Santa María del Pilar, antes de regresarse a Judea. Esta fue la primera iglesia dedicada en honor a la Virgen Santísima, no solo en España, sino en el mundo entero.

Tiempo más tarde, el Papa Clemente XII señaló la fecha del 12 de octubre para la festividad particular de la Virgen del Pilar -aunque ya desde siglos antes, en todas las iglesias de España y entre los pueblos sujetos al rey católico, se celebraba la dicha de haber tenido a la Madre de Dios en su región cuando todavía vivía en carne mortal- y por eso no fue por casualidad que el día 12 de octubre de 1492, fecha en que se celebra a Nuestra Señora del Pilar, fuera precisamente el día en el que las tres carabelas de España –La Pinta, La Niña y Santa María-, al mando de Cristóbal Colón, avistaran las desconocidas tierras de América: de esa manera, al coincidir la fecha de su festividad con el día del descubrimiento del Continente Americano, la Virgen demostraba que era Ella, bajo las órdenes de la Trinidad Santísima, quien estaba en el origen de la gesta más grandiosa que nación alguna pueda llevar a cabo, esto es, el Descubrimiento, la Conquista y la Evangelización del Continente Americano. Este hecho motivó que la Virgen del Pilar fuera proclamada como Patrona de la Hispanidad, constituyendo el mejor símbolo de unión, bajo la Cruz de Cristo, entre las naciones del Viejo y del Nuevo continente. El 12 de octubre señala entonces el inicio del fin del derramamiento de sangre por parte de los caníbales paganos, al mismo tiempo que señala el inicio, para el Continente Americano, del derramamiento de la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios, por medio de la Santa Misa, cuya celebración se extendería desde ese entonces a todo el Continente Americano.

Mensaje espiritual de Nuestra Señora del Pilar.

Hay tres rasgos particulares que caracterizan a Nuestra Señora del Pilar y la distinguen de otras advocaciones marianas. El primero es que se trata, como dijimos, no de una aparición, sino de una traslación o bilocación, puesto que se trata de una venida extraordinaria de la Virgen durante su vida mortal, antes de su Asunción gloriosa a los cielos. La segunda la constituye la Columna o Pilar que la misma Señora trajo para que sobre él se construyera la primera capilla que, de hecho, sería el primer templo mariano de toda la Cristiandad: además de ser un símbolo de la firmeza de la fe católica recibida en el Bautismo sacramental, la Columna o Pilar es un recordatorio de la Columna o Pilar en el que Nuestro Señor fue azotado hasta quedar casi agonizante, por la atrocidad de los dolores y por la cantidad de Sangre derramada, por esta razón, el peregrino que llega hasta la Basílica en Zaragoza tiene la oportunidad de besar el Pilar, tanto en recuerdo de la Sagrada Pasión del Salvador, como en agradecimiento por el don de la fe católica recibida en el Bautismo; la tercera característica de la devoción de Nuestra Señora del Pilar es la vinculación de la tradición pilarista con la tradición jacobea (Santiago de Compostela); por ello, Zaragoza y Compostela, el Pilar y Santiago, han constituido los ejes fundamentales en torno a los cuales ha girado durante siglos la espiritualidad de España y es esta espiritualidad, basada en la Santa Fe Católica, que cree firmemente que Cristo es Dios y está en Persona en la Eucaristía y que la Virgen es Madre de Dios, es esta espiritualidad católica española, la que llevó a España a descubrir, conquistar y evangelizar el Continente Americano, llevando miles de millones de almas a la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, sacando a estas almas de las siniestras tinieblas del paganismo, del satanismo y del canibalismo en el que estaban envueltas estas almas, obrando así España, bajo la guía del Espíritu Santo, la gesta más grandiosa que jamás nación alguna de la tierra haya realizado y que no se realizará jamás. Porque España fue un instrumento sagrado y dócil en las manos de la Santísima Trinidad, es que España, llevada por la fe católica simbolizada en el Pilar, dio centenares de miles de misioneros, predicadores, evangelizadores, conquistadores y santos de todo tipo, quienes evangelizaron este continente, sacándolo de las tinieblas del paganismo e iluminándolos con la Luz Eterna, Cristo Dios. Por esta razón, por haber recibido de España la Santa Fe Católica, simbolizada en el Pilar, no solo no debemos jamás cometer la torpeza de pedir a España que se disculpe, sino que le debemos una eterna acción de gracias, porque si no fuera por España, que nos trajo la Santa Fe Católica, los americanos seríamos, no hijos de Dios por la gracia bautismal, sino paganos, adoradores idólatras de la tierra, de las estrellas y de las piedras. En el día de Nuestra Señora del Pilar, decimos: “¡Santiago, y cierra España!”.



[2] La devoción del pueblo por la Virgen del Pilar se halla tan arraigada entre los españoles y desde épocas tan remotas, que la Santa Sede permitió el establecimiento del Oficio del Pilar en el que se consigna la aparición de la Virgen del Pilar como “una antigua y piadosa creencia”. En 1438 se escribió un “Libro de Milagros” atribuidos a la Virgen del Pilar, que contribuyó al fomento de la devoción hasta el punto de que, el rey Fernando el Católico dijo: “Creemos que ninguno de los católicos de occidente ignora que en la ciudad de Zaragoza hay un templo de admirable devoción sagrada y antiquísima, dedicado a la Santa y Purísima Virgen y Madre de Dios, Santa María del Pilar, que resplandece con innumerables y continuos milagros”. La Basílica del Pilar, en Zaragoza, constituye en la actualidad uno de los santuarios marianos más importantes del mundo y recibe continuas peregrinaciones. Ante la Virgen han orado gentes de todas las razas, desde las más humildes, hasta los reyes y gobernantes más poderosos, e incluso pontífices. El grandioso templo neoclásico se levanta sobre el lugar de la aparición, conservándose la Columna de piedra que la Virgen dejó como testimonio, un Pilar que simboliza la idea de solidez del edificio-iglesia, el conducto que une el Cielo y la Tierra, a María como puerta de la salvación. Su fiesta se celebra con gran fasto en todas las naciones de habla hispana y especialmente en la ciudad de Zaragoza, donde miles de personas venidas de todo el mundo realizan una multitudinaria ofrenda floral a la Virgen.

 

 

jueves, 7 de octubre de 2021

Nuestra Señora del Rosario

 



         El origen del Rosario, tal como lo conocemos, se remonta a la aparición de la Virgen a Santo Domingo de Guzmán: el santo había sido enviado a Francia para combatir y tratar de frenar la expansión de las sectas de los cátaros y albigenses, quienes niegan la divinidad de Cristo, lo cual es un error grave ya que si Cristo es Dios, los sacramentos conceden la gracia y la Eucaristía es Cristo Dios en Persona, pero si Cristo no es Dios, entonces todo el edificio espiritual de la Iglesia Católica se derrumba; el santo estaba en esa tarea, pero muy desanimado, porque los herejes eran duros de corazón y no querían convertirse; fue en estas circunstancias en las que se le apareció la Virgen y le enseñó a rezar el Santo Rosario, al mismo tiempo que consolaba a Santo Domingo diciéndole que con el arma espiritual del Rosario habría de vencer a la herejía, lo cual finalmente sucedió. Ahora bien, puesto que es la Virgen la que le enseña a rezar el Rosario, podemos decir sin ninguna duda que el Rosario es una oración celestial, que viene del Cielo y que conduce al Cielo. A partir de esta aparición, en todas las apariciones sucesivas a lo largo y ancho del mundo, incluso hasta nuestros días, la Virgen, en sus apariciones, pide con insistencia que se rece el Santo Rosario, además de pedir la conversión a Jesús Eucaristía, la penitencia y el ayuno.

         ¿Por qué esta insistencia de la Virgen?

         Porque el Rosario es la oración que más le agrada a la Virgen, ya que cada Ave María es una rosa espiritual que le damos a la Virgen; esto quiere decir que rezar un Rosario es como regalarle a nuestra madre un ramo de rosas frescas y fragantes.

         Porque por el Rosario meditamos sobre los misterios de la vida de Jesús y también de la Virgen y no solo meditamos, sino que además, misteriosamente, por el Rosario somos hechos partícipes de las vidas de Jesús y María.

Por el Rosario, la Virgen nos alcanza todas las gracias que necesitamos para la vida cotidiana y sobre todo para salvar el alma; de esto es un ejemplo el Beato Bartolo Longo, que siendo practicante de la brujería y la magia negra, recibió la gracia de la conversión a través del Santo Rosario y a partir de entonces, comenzó a divulgar la devoción de Nuestra Señora de Pompeya junto con el rezo del Santo Rosario; es decir, pasó del estado de condenación en el que se encontraba, por practicar la magia negra, al estado de salvación cuando comenzó a rezar el Santo Rosario.

Por el Rosario, pedimos por todos los hombres, por nuestros seres queridos vivos y difuntos y también por nuestros enemigos, y cuando rezamos por los difuntos, liberamos muchas almas del Purgatorio, las cuales intercederán luego por nosotros.

Por el Rosario nos disponemos de la mejor manera posible para participar del Santo Sacrificio del altar, la Santa Misa, porque el Rosario nos llegan las gracias que, desde el Sagrado Corazón de Jesús, pasan a través del Inmaculado Corazón de María y llegan hasta nosotros y por  esa gracia santificante, somos hechos partícipes –y no meros espectadores- del Sacrificio Redentor de Jesucristo en el altar.

Por estas y por muchas otras razones más, es que la Virgen nos pide rezar el Santo Rosario todos los días.

        

sábado, 18 de septiembre de 2021

Nuestra Señora de la Merced

 



         El origen de esta advocación de la Virgen –que hace alusión a la misericordia de Dios para con sus hijos, que nos ha dejado en la persona de la Virgen María una Madre celestial que es también Mediadora de todas las gracias, intercediendo por nosotros para recibir de Dios su misericordia- se encuentra en el siglo XIII, cuando la Virgen se le apareció a San Pedro Nolasco para darle ánimos y fuerzas celestiales en la tarea de liberar a los cristianos cautivos de los musulmanes[1]. En esa época los musulmanes atacaban a los pueblos europeos de la costa del Mediterráneo y se llevaban prisioneros a los cristianos, en calidad de esclavos y muchos cristianos, al ser sometidos a una brutal esclavitud por parte del Islam, perdían la fe, al pensar que Dios los había abandonado. Por esta razón San Pedro Nolasco, que en ese entonces era un comerciante establecido en Barcelona, España, al ver esta situación, empezó a usar su propio patrimonio para liberar a los cristianos cautivos. Así, Nolasco “compraba” esclavos o los intercambiaba por mercancías y cuando se quedó sin recursos, formó grupos de ayuda y asistencia para pedir limosna, y así financiar expediciones para negociar la “redención” de prisioneros, aunque también estos recursos se hicieron insuficientes. De esta manera, Nolasco se descubre impotente para lograr su cometido y pide a Dios intensamente que le provea la ayuda necesaria y es en respuesta a sus ruegos que la Virgen se le aparece y le pide que funde una congregación para redimir cautivos. Nolasco le preguntó: “¡Oh Virgen María, Madre de Gracia, Madre de Misericordia! ¿Quién podrá creer que tú me mandas?”. Y María respondió diciendo: “No dudes en nada, porque es voluntad de Dios que se funde una orden de ese tipo en honor mío; será una orden cuyos hermanos y profesos, a imitación de mi hijo, Jesucristo, estarán puestos para ruina y redención de muchos en Israel, es decir, entre los cristianos, y serán signo de contradicción para muchos”.

Entonces, San Pedro Nolasco, animado por la Virgen de la Merced, organiza el grupo inicial de lo que sería la “Orden Real y Militar de Nuestra Señora de la Merced y la Redención de los Cautivos”, más conocidos como Mercedarios[2]. A partir de entonces los Mercedarios, aparte de los votos de pobreza, castidad y obediencia, hacían un cuarto voto, en el que se comprometían a dedicar su vida a liberar esclavos, y, si fuese necesario, quedarse en lugar de algún cautivo en peligro de perder la fe, o por el que no hubiera dinero suficiente para lograr su liberación y es así que muchos de ellos entregaron la vida a cambio de la vida de los cristianos que habían sido esclavizados por los musulmanes, encomendándose a la “Merced” de Nuestra Madre.

En nuestros días, innumerables cristianos son esclavos, si no de los musulmanes, sí de nuevas formas de esclavitud, como el ocultismo, la Nueva Era, el alcoholismo, la drogadicción, el materialismo, las supersticiones, el ateísmo, el inmanentismo, las sectas, las ideologías anticristianas como el comunismo, el feminismo abortista, la eugenesia y muchísimos males más y todos estos cristianos, al igual que en el tiempo de San Pedro Nolasco, necesitan ser liberados de estas esclavitudes espirituales y para poder liberarnos, debemos implorar el auxilio y la asistencia de la Redentora de cautivos y Corredentora de la humanidad, Nuestra Señora de la Merced.

 



[2] La fundación de la Orden data del 10 de agosto de 1218 en Barcelona, España. Luego, el Papa Gregorio IX dispuso nombrar a San Pedro Nolasco como Superior General. Años más tarde, en 1265, la advocación a la “Virgen de la Merced” fue aprobada por la Santa Sede. Luego, en 1696, el Papa Inocencio XII fijó el día 24 de septiembre como la fecha en la que se debe celebrar su fiesta. La Orden de los Mercedarios se ha encargado de difundir la devoción a Nuestra Madre bajo dicha advocación, extendiéndose por todo el mundo a lo largo de los siglos, incluida Hispanoamérica.

viernes, 10 de septiembre de 2021

Nuestra Señora de los Dolores

 



         Según la narración del Evangelio, la Virgen estuvo al pie de la Cruz de Jesús durante su Calvario y hasta el momento de su muerte y según también l Biblia y la Tradición, la Virgen sostuvo en su regazo al Cuerpo de su Hijo ya muerto y luego acompañó al cortejo fúnebre que llevó a Jesús hasta el sepulcro.

         Por el hecho de que la Virgen se encuentra al pie de la Cruz, mientras su Hijo Jesús sufre la más dolorosa de las agonías, es que la Virgen lleva el título de “Nuestra Señora de los Dolores”. Ahora bien, debemos considerar qué clase de dolores sufre la Virgen, para entender en su amplitud el título que lleva la Virgen. Ante todo, sufre el dolor de toda madre que ve morir al hijo de su corazón, al hijo que llevó en sus entrañas: así como toda madre sufre un dolor desgarrador cuando asiste a la agonía y muerte del hijo al que ama con todo su corazón, así la Virgen ve desgarrado su Inmaculado Corazón, al ver al Hijo de su amor sufrir una muerte tan dolorosa. A este dolor materno, se le suma otro dolor, que hace todavía más intenso el dolor de la Virgen: la Virgen está unida a su Hijo por el amor de madre, pero también está unida místicamente a su Hijo por el Espíritu Santo, por el Amor de Dios, lo cual hace que su unión con su Hijo sea mucho más profunda, mística y misteriosa que cualquier unión de una madre con su hijo. Al estar unida a su Hijo Dios por el Espíritu Santo, la Virgen sufre el mismo dolor que sufre su Hijo y el dolor que sufre su Hijo es doble: en el Cuerpo, por las heridas físicas que suponen la flagelación y la crucifixión, pero también en el espíritu, en el alma, porque Jesucristo sufre las muertes de todos los hombres de todos los tiempos. Así, por ejemplo, Jesús sufre la muerte de todo niño que es abortado –sufre el mismo dolor que experimenta el niño cuando es acuchillado en el aborto- y esto no con un solo niño, sino con todos los niños de todos los tiempos y así mismo sufre con la muerte de todos y cada uno de los hombres. Este dolor espiritual, y también el dolor físico de Jesús, es sufrido, por participación, por la Virgen, de modo que se puede decir que si todo el dolor del mundo se concentró en el Sagrado Corazón de Jesús suspendido en la Cruz, ese mismo dolor, que es todo el dolor del mundo, se concentra en el Inmaculado Corazón de María, de manera que se puede decir, con toda certeza, que el Inmaculado Corazón de María es inundado con un océano de dolor, de amargura, de llanto, de tristeza. En otras palabras, la Virgen no sólo sufre como sufre toda madre al ver a su hijo morir, sino que sufre místicamente, los mismos dolores físicos y espirituales que sufre su Hijo Jesús, quien por medio de este padecimiento santifica el dolor humano, convirtiéndose en Redentor de los hombres por medio del dolor de la Cruz. Y si Jesús es Redentor, la Virgen, por participación mística a sus dolores, es Corredentora. Pidamos la gracia de participar de los dolores de la Virgen, que son los dolores de Jesús, para así también nosotros ser corredentores, junto a Jesús y María y luego, en la vida eterna, poder gozar de las alegrías eternas del Reino de los cielos.

jueves, 2 de septiembre de 2021

Natividad de la Virgen María

 



         La Iglesia Católica celebra con júbilo y gran gozo la Fiesta de la Natividad de la bienaventurada Virgen María, procedente de la estirpe de Abrahán, nacida de la tribu de Judá y de la progenie del rey David, de la cual nació el Hijo de Dios, el Verbo Eterno del Padre, hecho hombre por obra del Espíritu Santo, para liberar a la humanidad de la antigua servidumbre del pecado[1], de la muerte y del demonio y para convertirnos en hijos adoptivos de Dios por la gracia, para conducirnos al Reino de su Padre, el Reino de la eterna bienaventuranza en los cielos.

El nacimiento de la Madre de Dios, la Virgen María, concebida sin mancha de pecado –por eso es la Inmaculada Concepción-, Llena de gracia –inhabitada por el Espíritu Santo desde su concepción- y bendita entre todas las mujeres –fue la Elegida entre todas las mujeres de toda la humanidad, para ser la Madre de Dios Hijo encarnado-, es un anticipo y anuncio inmediato de la redención obrada por Jesucristo. En efecto, la Virgen fue concebida sin mancha de pecado original y Llena de gracia, porque estaba destinada, desde toda la eternidad, a ser la Madre de Dios Hijo encarnado, el cual habría de obrar la Redención de los hombres, muriendo en la cruz y resucitando al tercer día. La destinada a ser la Madre de Dios no podía ser un ser humano como cualquier otro: debía ser Inmaculada, porque Dios es Inmaculado; debía ser Llena de gracia, porque Dios es la Gracia Increada; debía estar Inhabitada por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, para que el Hijo de Dios, al encarnarse en su seno virginal, encontrara el mismo Amor con el que era amado por el Padre desde la eternidad, esto es, el Espíritu Santo. Por último, debido a que el Hijo concebido en sus entrañas es nada menos que el Hijo Eterno del Padre, que se encarna en sus entrañas purísimas para llevar a cabo el plan de redención de la humanidad, la Virgen es partícipe, tanto material como espiritualmente, de esta obra de la Redención de su Hijo Jesucristo y por esto es llamada por muchos en la Iglesia como “Corredentora”. Junto con la Iglesia, nos alegramos y damos gracias a la Santísima Trinidad por haber elegido a María Santísima como Madre de Dios Hijo encarnado y también como Madre nuestra, puesto que Ella nos adoptó como hijos suyos al pie de la cruz, por pedido de su Hijo Jesús. Es por esto que, en la Natividad de la Virgen, no solo está anticipado el Nacimiento del Hijo de Dios, sino que también está anticipado el nacimiento, por la gracia, de los hijos adoptivos de Dios, los que hemos recibido el Bautismo sacramental de la Iglesia Católica.

sábado, 12 de junio de 2021

El Inmaculado Corazón de María, modelo inigualable de amor a Jesucristo

 



         Si alguien deseara, en algún momento, amar a Cristo Dios como Él se lo merece, lo único que debería hacer es contemplar al Inmaculado Corazón de María y, con la ayuda de la gracia, introducirse en este Corazón Sacratísimo de María e imitarlo. Así lo sugiere en uno de sus sermones San Lorenzo Justiniano[1], obispo.

         El santo obispo dice así: “María iba reflexionando sobre todas las cosas que había conocido leyendo, escuchando, mirando, y de este modo su fe iba en aumento constante, sus méritos crecían, su sabiduría se hacía más clara y su caridad era cada vez más ardiente”. San Justiniano nos dice que la Virgen meditaba con su mente sapientísima y guardaba con amor en su Inmaculado Corazón aquello que había “leído, escuchado, mirado” y esto no era otra cosa que los misterios de la vida de su Hijo Jesús. La Virgen, además de amar a su Hijo con amor purísimo maternal, como hace toda madre con su hijo, sabía que su Hijo era Dios Hijo encarnado y es este misterio el que la admiraba, la asombraba, la colmaba de amor y de adoración hacia su Hijo quien, como lo dijimos, además de ser su Hijo, era al mismo tiempo su Dios. Pero la Virgen no se quedaba en la contemplación de los misterios de la vida de su Hijo: dicha contemplación la hacía crecer en “sabiduría y caridad”, de manera tal que cuanto más los contemplaba, tanto más su mente brillantísima se colmaba de la Divina Sabiduría y tanto más su Inmaculado Corazón se encendía en el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo.

         Continúa así San Lorenzo Justiniano: “Su conocimiento y penetración, siempre renovados, de los misterios celestiales la llenaban de alegría, la hacían gozar de la fecundidad del Espíritu, la atraían hacia Dios y la hacían perseverar en su propia humildad”. El conocimiento de los misterios de la Santísima Trinidad, revelados por el mismo Dios Trino hacia Ella, hacía que en la Virgen brillara la Sabiduría Divina en su mente y que ardiera su Corazón Inmaculado en el Amor de Dios y esto la colmaba de alegría, una alegría celestial, sobrenatural, divina, que al mismo tiempo que la atraían cada vez más a la Trinidad, la hacían crecer en su humildad, en su adoración, en su amor y en su anonadamiento hacia Dios Uno y Trino.

         Afirma San Lorenzo Justiniano que todos estos prodigios que se verificaban en la Santísima Virgen, eran todos productos de la gracia santificante, que es la que eleva a la naturaleza humana –junto con sus potencias, la inteligencia y la voluntad- a la participación en la vida trinitaria, lo cual tiene como efecto transformar la naturaleza humana, “de resplandor en resplandor”, en la naturaleza divina, con lo que, con toda verdad, se puede decir que la naturaleza humana, cuanto más gracia posee, más se diviniza: “Porque en esto consisten los progresos de la gracia divina, en elevar desde lo más humilde hasta lo más excelso y en ir transformando de resplandor en resplandor. Bienaventurada el alma de la Virgen que, guiada por el magisterio del Espíritu que habitaba en ella, se sometía siempre y en todo a las exigencias de la Palabra de Dios”. Y puesto que la Virgen Santísima no solo había sido concebida sin la mancha del pecado original, sino que además había sido concebida como Llena de gracia, como inhabitada por el Espíritu Santo, los progresos en el conocimiento de la Divina Sabiduría, en el Amor del Espíritu Santo y en la práctica de toda clase de virtudes, eran en Ella en grado inefable y de tal manera, que ni todos los ángeles del Cielo ni todos los santos bienaventurados podían siquiera asemejárseles.

         Continúa San Lorenzo: “Ella no se dejaba llevar por su propio instinto o juicio, sino que su actuación exterior correspondía siempre a las insinuaciones internas de la sabiduría que nace de la fe. Convenía, en efecto, que la sabiduría divina, que se iba edificando la casa de la Iglesia para habitar en ella, se valiera de María santísima para lograr la observancia de la ley, la purificación de la mente, la justa medida de la humildad y el sacrificio espiritual”. Con estas palabras nos quiere significar el santo que la Virgen no tenía ni la más ínfima sombra de juicio propio sino que, llevada por el esplendor de la Sabiduría y por el Fuego del Divino Amor, aumentaba en Ella cada vez más aquella virtud que Nuestro Señor Jesucristo nos pide explícitamente en el Evangelio que la practiquemos, imitándolo a Él y es la humildad: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. La Virgen poseía en tal grado y perfección esta virtud de la humildad, que sólo era superada por su Hijo Jesucristo, que es en Sí mismo la Humildad Increada y por esto era la Virgen más agradable a la Trinidad que todos los ángeles y santos del Cielo.

         Por último, San Lorenzo Justiniano nos invita a imitar a la Virgen si es que de veras deseamos alcanzar y vivir en la perfección espiritual: “Imítala tú, alma fiel. Entra en el templo de tu corazón, si quieres alcanzar la purificación espiritual y la limpieza de todo contagio de pecado. Allí Dios atiende más a la intención que a la exterioridad de nuestras obras. Por esto, ya sea que por la contemplación salgamos de nosotros mismos para reposar en Dios, ya sea que nos ejercitemos en la práctica de las virtudes o que nos esforcemos en ser útiles a nuestro prójimo con nuestras buenas obras, hagámoslo de manera que la caridad de Cristo sea lo único que nos apremie. Éste es el sacrificio de la purificación espiritual, agradable a Dios, que se ofrece no en un templo hecho por mano de hombres, sino en el templo del corazón, en el que Cristo el Señor entra de buen grado”. Es decir, así como Cristo entró en ese templo sacratísimo que es el Inmaculado Corazón de María, desde el primer instante de su Concepción, por estar este Corazón de María colmado de gracia, así Cristo ingresa en todo corazón que, a imitación de María Santísima, posea en él la gracia santificante. Si esto hacemos, es decir, si nuestro corazón está en gracia, a imitación de María Santísima, nuestro corazón se convertirá en templo en el que ingresará el Cordero de Dios, Jesús Eucaristía, para ser adorado en el altar de nuestra alma, el corazón, por el tiempo que nos queda de vida terrena y luego en el Cielo, por toda la eternidad.

 

 

 



[1] Cfr. Sermón 8, En la fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen María: Opera 2, Venecia 1751, 38-39.

miércoles, 12 de mayo de 2021

Las Apariciones y enseñanzas de Nuestra Señora de Fátima

 



         En el año 1917 se produjeron una de las más grandiosas apariciones de la Madre de Dios en la historia de la Iglesia. Estas apariciones estuvieron precedidas por las apariciones, a su vez, de un Ángel, quien se presentó a sí mismo como “El Ángel de la Paz” y también “El Ángel de Portugal”.

         Estas apariciones nos dejaron numerosas enseñanzas:

         Por un lado, el Ángel les enseña a adorar la Presencia Sacramental de Jesucristo en la Eucaristía, dictándoles dos oraciones de adoración a Jesús Sacramentado y enseñándoles en la práctica cómo adorar con el cuerpo, postrándose él mismo, el Ángel, ante Jesús Eucaristía. Una de las oraciones del Ángel dice así: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os  pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”. La otra oración que les enseña el Ángel es: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”. Estas oraciones, profundamente eucarísticas, mantienen su plena vigencia, hoy más que nunca, debido a las innumerables profanaciones y sacrilegios que sufre, día a día, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y es por eso que es muy conveniente rezar estas oraciones en las Horas Santas, en la Adoración Eucarística al Santísimo Sacramento del altar.

         Por otra parte, la Virgen les proporciona numerosas enseñanzas a los Pastorcitos:

         El rezo del Santo Rosario y su importancia para la conversión de los pecadores; la existencia del Infierno, haciéndolos participar, místicamente, de la realidad del Infierno, al llevarlos al Infierno y hacerlos contemplar cómo las almas de los condenados caían en el lago de fuego y fluctuaban como “copos de nieve”: al respecto, la Beata Sor Lucía describe así la experiencia del Infierno: “Mientras Nuestra Señora decía estas palabras abrió sus manos una vez más, como lo había hecho en los dos meses anteriores. Los rayos de luz parecían penetrar la tierra, y vimos como si fuera un mar de fuego. Sumergidos en este fuego estaban demonios y almas en forma humana, como tizones transparentes en llamas, todos negros o color bronce quemado, flotando en el fuego, ahora levantadas en el aire por las llamas que salían de ellos mismos junto a grandes nubes de humo, se caían por todos lados como chispas entre enormes fuegos, sin peso o equilibrio, entre chillidos y gemidos de dolor y desesperación, que nos horrorizaron y nos hicieron temblar de miedo (debe haber sido esta visión la que hizo que yo gritara, como dice la gente que hice). Los demonios podían distinguirse por su similitud aterradora y repugnante a miedosos animales desconocidos, negros y transparentes como carbones en llamas. Horrorizados y como pidiendo auxilio, miramos hacia Nuestra Señora, quien nos dijo, tan amablemente y tan tristemente: ‘Ustedes han visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Es para salvarlos que Dios quiere establecer en el mundo una devoción a mi Inmaculado Corazón. Si ustedes hacen lo que yo les diga, muchas almas se salvarán, y habrá paz’”. Luego, después de la visión, María les indicó una oración esencial para ayudar a los pecadores: “Cuando ustedes recen el Rosario, digan después de cada misterio: Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu infinita Misericordia”.

Además, la Virgen les enseña el valor del sacrificio, de la penitencia, de la mortificación y del ayuno, como vías de crecimiento en santidad personal y también para la conversión de las almas más necesitadas de la gracia de Dios, los pecadores: “Hagan sacrificios por los pecadores, y digan seguido, especialmente cuando hagan un sacrificio: Oh Jesús, esto es por amor a Ti, por la conversión de los pecadores, y en reparación por las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María”; también les advierte acerca del peligro del Comunismo y de cómo este régimen satánico, despiadado y ateo habría de “propagar sus errores por todo el mundo”, tal como sucedió y tal como está sucediendo en la actualidad: desde que se implementó en Rusia por medio de una sangrienta revolución, el Comunismo ha esparcido el ateísmo, la violencia y la lucha de clases por todo el mundo, provocando desde entonces hasta ahora un genocidio de más de ciento cincuenta millones de muertos, sin contar los cuatrocientos millones de muertos provocados por la política del “hijo único” aplicado por el gobierno comunista chino durante treinta años.

La Virgen les enseña también a rezar el Santo Rosario y les enseña la devoción del rezo del Rosario reparador, el cual se reza durante cinco sábados, los primeros sábados de cada mes, meditando en los misterios del Santo Rosario y acompañando este rezo con el deseo de un profundo cambio de vida, haciendo un completo examen de conciencia, confesando los pecados y recibiendo la Sagrada Comunión, todo para reparar las ofensas que se realizan al Inmaculado Corazón de María y también al Sagrado Corazón de Jesús.

No debemos creer que las Apariciones de Fátima son cosa del pasado: estas apariciones, importantísimas para la vida espiritual y de la Iglesia, son atemporales, en el sentido de que abarcan todos los tiempos y por lo tanto son actuales y mucho más en nuestros días, en los que se atenta cotidianamente contra la Sagrada Eucaristía y contra el Inmaculado Corazón de María y también contra la vida humana por nacer, por medio de la inicua e infame ley del aborto. Hoy, más que nunca, es necesario recordar las Apariciones de la Virgen en Fátima y aplicar, con todo el corazón, sus invalorables enseñanzas celestiales.

jueves, 25 de marzo de 2021

Si Jesús es Redentor, la Virgen es Corredentora


 

           Uno de los títulos de Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre-Dios, es el de Redentor. ¿Qué significa ser Redentor? Veamos lo que dice San Cirilo de Alejandría: para este santo –y para la Iglesia Católica toda-, el ser Redentor no es el ser un simple médico del alma, sino un dispensador de vida –de vida divina, por medio de la gracia- y un dispensador como Fuente de esa vida divina; es ser medianero de una unión sobrenatural entre el hombre y Dios –por eso Jesús dice de Sí mismo: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”, porque Él es el Camino al Padre, que es la Vida Increada-; es ser la Fuente de la cual se derrama el Espíritu Santo –porque el Espíritu Santo es espirado eternamente por el Padre y el Hijo- con toda la plenitud de sus dones divinos sobre el linaje humano; es el motivo de nuestra adopción divina y de nuestra regeneración por la gracia como hijos de Dios; el Redentor es la Víctima por cuya muerte el pecado queda destruido del modo más perfecto no solamente en sus efectos naturales sino también en los sobrenaturales[1]. Ahora bien –como afirma un autor[2]-, es verdad que Jesucristo, en cuanto Redentor, no nos devuelve la integridad, puesto que aun liberados del pecado original por su gracia, lo mismo quedamos a merced de la corruptibilidad de la naturaleza, con lo que podemos decir que sólo paraliza o detiene la influencia perjudicial del pecado sobre el espíritu; sin embargo, puesto que Él nos hizo hijos de Dios, sabemos también que un día nos habrá de librar del perecer mediante la virtud de su Espíritu, conduciéndonos a la vida divina, la vida eterna en el Reino de los cielos, la vida misma de la Trinidad, una vida gloriosa y resucitada, absolutamente sobrenatural –porque es la vida de la Trinidad la que recibiremos en la eternidad-, en la cual lo perecedero quedará absorbido por lo imperecedero y esto no podría suceder de ninguna manera si Jesucristo no poseyera una virtud verdaderamente divina, porque Él Es una Persona Divina, la Segunda de la Trinidad, el Verbo de Dios Encarnado.

         Ahora bien, afirmamos al inicio que si Jesús es Redentor, la Virgen, su Madre, la Madre de Dios, es Ella Corredentora. ¿De qué manera la Virgen es Corredentora?

         Por un lado, podemos decir que la Virgen es cooperadora material al Bien –el Bien Sumo e Increado, que es Dios Trino-, al permitirle no solo alojarse sino permanecer en su seno virginal –su útero materno- por el término de nueve meses y al proporcionar al Hijo de Dios encarnado de su substancia materna; de esta manera, la Virgen coopera materialmente a la obra de la Redención, porque sin la donación de su substancia materna, el Verbo de Dios no habría recibido nutrientes para su crecimiento intrauterino.

         Por otro lado, podemos decir que la Virgen es cooperadora formal al Bien –el Bien Sumo e Increado, que es Dios Trino-, al asociarse en las intenciones redentoras de su Hijo, participando mística y sobrenaturalmente de su Pasión y al aceptar ser la Madre adoptiva de los hijos de Dios, nacidos por la gracia, al pie de la Cruz, en el Calvario. ¿De qué manera se asocia la Virgen a las intenciones redentoras de su Hijo? Veamos qué pretende Dios Padre al adoptar a los hombres como hijos suyos en el Calvario: en la adopción de los hombres por parte de Dios al pie de la Cruz, no hay una mera intención de adopción simplemente nominal, como si los hombres de ahora en adelante pudieran ser llamados hijos de Dios sólo nominalmente: Dios decide adoptar a los hombres para que estos, incorporados al Cuerpo Místico de Cristo, reciban de Él su Espíritu, el Espíritu Santo y así no solo les sea quitado el pecado, sino que les sea concedida la vida nueva de la Trinidad, la vida de la gracia, que es en lo que consiste la Redención. Ahora bien, en la aceptación de la Virgen de los Dolores, al pie de la Cruz, el encargo de ser Madre de todos los hombres nacidos por la gracia, existe también la intención, en la Madre de Dios, de que se cumpla la voluntad de Dios en los hombres, esto es, de que sean redimidos por la Sangre del Redentor, vehículo del Espíritu Santo y como la Virgen desea esto positivamente y positivamente participa de la Pasión de su Hijo –mística y sobrenaturalmente, como dijimos-, entonces la Virgen, la Madre de Dios, es Corredentora.



[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, Editorial Herder, 373.

[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 374.

miércoles, 17 de marzo de 2021

La Anunciación del Señor

 



         La Anunciación y la consecuente Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad en el seno purísimo de María Virgen, es el acontecimiento más grandioso que jamás haya tenido lugar en la historia de la humanidad y no habrá otro acontecimiento más grandioso que este, hasta el final de los tiempos. La Encarnación del Verbo de Dios, por obra del Espíritu Santo y por voluntad expresa de Dios Padre, supera en majestad, infinitamente, a la majestuosa obra de la Creación del universo, tanto visible como invisible. No hay otro acontecimiento más grandioso que el hecho del ingreso, en el tiempo humano, de la Persona de Dios Hijo, que en cuanto Dios, es la eternidad en sí misma.

         Debido a su trascendencia, que supera infinitamente en majestad a la obra de la Creación, la Encarnación del Hijo de Dios divide a la historia humana en un antes y un después, no solo porque nada volverá a ser como antes de la Encarnación, sino porque la Encarnación hace que la historia de la humanidad –y de cada ser humano en particular- adquiera una nueva dirección: si antes de la Encarnación la historia humana tenía un sentido horizontal, por así decirlo, porque las puertas del cielo estaban cerradas para el hombre, a partir de la Encarnación de Dios Hijo esas puertas del cielo se abren para el hombre y por esto a la humanidad se le concede un nuevo horizonte y una nueva dirección, no ya horizontal, sino vertical, en el sentido de que ahora la humanidad, cada ser humano, tiene la posibilidad de ingresar en el Reino de Dios, el Reino de los cielos, ingreso que hasta Jesucristo estaba vedado, a causa del pecado original.

         La importancia del evento de la Encarnación está dada por dos elementos: por un lado, porque Quien ingresa en la historia humana no es un hombre santo, ni el profeta más grande de todos los tiempos, sino Dios Hijo en Persona, por quien los santos son santos y por cuyo Espíritu los profetas profetizan; por otro lado, la importancia está dada por la obra que llevará a cabo Dios Hijo encarnado, una obra que será mucho más grandiosa y majestuosa que la primera Creación, puesto que llevará a cabo una Nueva Creación y así Él lo dice en las Escrituras: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Serán nuevos los hombres, porque por su gracia les será quitado el pecado y les será concedida la filiación divina adoptiva, por la que pasarán a ser hijos adoptivos de Dios y herederos del cielo; serán nuevas todas las cosas, porque al final de los tiempos desaparecerán estos cielos y esta tierra para dar lugar a “un nuevo cielo y una nueva tierra”; será nueva la vida del hombre, porque Dios Hijo encarnado derrotará definitivamente, de una vez y para siempre, en la Cruz del Calvario, a los tres grandes enemigos mortales de la humanidad, el Demonio, la Muerte y el Pecado; será nueva la forma de vivir del hombre, porque ya no se alimentará sólo de pan, sino ante todo del Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía y desde ahora saciará su sed no simplemente con agua, sino con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero y ya no comerá solo carne de animales que nutren su cuerpo, sino que su manjar será la Carne del Cordero de Dios, que alegrará su alma con la substancia divina del Hombre-Dios Jesucristo, todo esto por medio de la Santa Misa.

         Por todos estos motivos y muchos otros todavía, es que el evento de la Anunciación y la Encarnación del Verbo solo pueden ser agradecidas a la Trinidad con un único obsequio digno de la majestad divina trinitaria, el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, por medio de María Inmaculada, la Esposa Mística del Cordero de Dios.

domingo, 7 de marzo de 2021

La Mujer más grandiosa de la historia es la Virgen, la Madre de Dios

 



         La Mujer más grandiosa de la historia es la Virgen, la Madre de Dios

         Si hay alguna mujer a la que hay que recordar, halagar, venerar, amar y tenerla siempre presente, en la memoria, en el intelecto y en el corazón, esa Mujer es una sola y es la Virgen María, la Madre de Dios. La Virgen es la Mujer más excelsa y más grandiosa, jamás creada por Dios Trino; una Mujer como no hubo antes de Ella en la humanidad, no hay, ni habrá otra igual por la eternidad. Por supuesto que también considera cada uno a su madre biológica como el ser que encarna el amor de Dios en la tierra, pero la madre biológica es para cada uno, mientras que la Madre de Dios es para todos los hombres, para todos los que, por la gracia de Dios, nazcan a la vida de los hijos de Dios por la gracia.

         Veamos brevemente las razones de la grandeza de la Madre de Dios.

         Por su mismo título y condición, “Madre de Dios”: María da a luz en Nazareth a una persona y así se convierte en madre, pero esta persona es la Persona Segunda de la Trinidad, Dios Hijo encarnado en su seno virginal, por lo que al darlo a luz en el tiempo a Aquel que es la Eternidad en Sí misma, se convierte en Madre de Dios Hijo encarnado.

         Porque además de ser Madre de Dios, fue, es y será Virgen por la eternidad, porque su Hijo no fue concebido por obra de varón alguno, sino por obra del Amor de Dios, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, Quien fue el que llevó al Verbo de Dios para que se encarnara en el seno virginal de María Santísima.

         Porque es la Concebida sin pecado original, un privilegio concedido por la Santísima Trinidad a una sola creatura humana –con excepción de la naturaleza humana de Jesús de Nazareth-, lo cual quiere decir que, desde el punto de vista humano, era el ser humano más puro, inmaculado y perfecto que pudiera ser concebido por la Trinidad. Esto significa, entre otras cosas, que la Virgen era perfectísima, porque no cabía en Ella no solo ni la más ligera maldad, sino ni siquiera la más ligera imperfección y esto desde el primer instante de su Inmaculada Concepción. La razón de este privilegio es que Dios Hijo quería una Madre acorde a su dignidad divina y esto significaba que su Madre en la tierra no debía estar manchada por el pecado original.

         Pero además de ser concebida sin pecado original, la Virgen Santísima fue concebida como “Llena de gracia”, esto es, inhabitada por el Espíritu Santo, lo cual significa que su alma, su mente, su corazón, su cuerpo todo, estaba pleno del Espíritu Santo, que moraba en Ella como en su Templo más preciado y la razón de esto es la Encarnación: Dios Padre quería que Dios Hijo, que era amado por Él desde la eternidad en su seno paterno con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, al encarnarse, fuera recibido por el mismo Amor de Dios, por el mismo Espíritu Santo y esto sólo era posible si la creatura que habría de recibirlo estaba colmada de este Divino Espíritu y es por esto que la Virgen fue concebida, además de Inmaculada, como Llena de gracia.

         Porque la Virgen es la Mujer del Génesis que, en virtud de la inhabitación de la Trinidad en su Inmaculado Corazón, recibe de la Trinidad todos sus dones, virtudes y perfecciones, por participación; entre ellos, recibe el ser partícipe de la omnipotencia divina y es en virtud de esta omnipotencia divina participada, que la Virgen aplasta la cabeza orgullosa de la Serpiente Antigua, el Diablo o Satanás y lo encadena para siempre en lo más profundo del Infierno.

Porque la Virgen es la Mujer al pie de la Cruz que participó, mística y sobrenaturalmente, de la Pasión Redentora de su Hijo Jesús, Pasión por la cual la Trinidad abrió las Puertas del Reino de Dios a la humanidad caída; Pasión por la cual el Hijo de Dios lavó los pecados de los hombres al precio altísimo de su Sangre Preciosísima, derramada en el Calvario el Viernes Santo y cada vez en la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz; Pasión por la cual cerró las puertas del Infierno para quienes sean lavados con esta Sangre Preciosísima, además de abrirles de par en par el seno del Padre Eterno, destino final de quienes mueren crucificados con Cristo; Pasión por la cual fueron derrotados los tres grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, la Muerte y el Pecado, de una vez y para siempre, en la Cruz. Y por haber participado, mística y sobrenaturalmente de la Pasión de su Hijo, es que la Virgen es Corredentora, porque su Hijo es el Redentor de la humanidad.

        

         Porque la Virgen, por encargo de su Hijo Jesús, Quien nos la dio como Madre celestial antes de morir en la Cruz, es Nuestra Madre del cielo, quien desde ese momento nos adoptó como a sus hijos muy amados, en lo más profundo de su Inmaculado Corazón, siendo así la esperanza de nuestra eterna salvación, porque si alguien es tan desalmado y desatinado como para no hacer caso a Jesús, no dejará de escuchar, amar y obedecer a su propia Madre, la Virgen Santísima.

         Porque la Virgen es la Mujer del Apocalipsis, que defiende a su Hijo de las fauces del Dragón Infernal y como es Madre de la Iglesia, es la Iglesia la que continúa esta labor defensiva de los hijos de Dios, frente a los ataques del Dragón Rojo, de la Bestia y del Falso Profeta.

La Virgen es también la Mujer revestida de sol, descripta en el Apocalipsis, porque el sol representa la gloria de Dios y María Santísima, por ser Inmaculada y Llena de gracia, está inhabitada y revestida de la gloria de Dios desde su Concepción Inmaculada.

Porque la Virgen da a luz, milagrosamente, en Belén, Casa de Pan, a Aquel que es el Manjar del cielo, Cristo Jesús, que se nos dona como Pan de Vida eterna en la Sagrada Eucaristía.

         Por estas y por otras innumerables razones, la Virgen es la Mujer más grandiosa y formidable que haya existido jamás y que jamás, por toda la eternidad, habrá nadie que pueda siquiera asemejársele remotamente.