viernes, 28 de septiembre de 2018

Las Promesas de la Virgen para el Rosario



         Muchas veces los cristianos, llevados por el desamor a la Virgen, no rezan el Rosario, por considerarlo “aburrido”, “largo”, “tedioso”, “sin sentido”. No se dan cuenta que al rechazar el Rosario, pierden una enorme fuente de gracias. La principal de todas las gracias, es la de rezar, desde el Corazón de la Virgen, contemplando los misterios de la vida de Jesús, para así imitarlos y crecer en la imitación de Cristo. Pero también la Virgen nos concede la gracia, cuando rezamos el Rosario, de configurar nuestros corazones a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Por otra parte, quien no reza el Rosario, se pierde las innumerables gracias prometidas por la Virgen en persona para quienes lo rezaran. En efecto, según la Tradición, la Virgen se le apareció, en la segunda mitad del siglo XV, al Beato dominico Alano de la Rupe[1] y fue a él a quien le dio las siguientes promesas:
1. Aquellos que recen con enorme fe el Rosario recibirán gracias especiales.
2. Prometo mi protección y las gracias más grandes a aquellos que recen el Rosario.
3. El Rosario es un arma poderosa para no ir al infierno: destruye los vicios, disminuye los pecados y nos defiende de las herejías.
4. Se otorgará la virtud y las buenas obras abundarán, se otorgará la piedad de Dios para las almas, rescatará a los corazones de la gente de su amor terrenal y vanidades, y los elevará en su deseo por las cosas eternas. Las mismas almas se santificarán por este medio.
5. El alma que se encomiende a mí en el Rosario no perecerá.
6. Quien rece el Rosario devotamente, y lleve los misterios como testimonio de vida no conocerá la desdicha. Dios no lo castigará en su justicia, no tendrá una muerte violenta, y si es justo, permanecerá en la gracia de Dios, y tendrá la recompensa de la vida eterna.
7. Aquel que sea verdadero devoto del Rosario no perecerá sin los Sagrados Sacramentos.
8. Aquellos que recen con mucha fe el Santo Rosario en vida y en la hora de su muerte encontrarán la luz de Dios y la plenitud de su gracia, en la hora de la muerte participarán en el paraíso por los méritos de los Santos.
9. Libraré del purgatorio a a quienes recen el Rosario devotamente.
10. Los niños devotos al Rosario merecerán un alto grado de Gloria en el cielo.
11. Obtendrán todo lo que me pidan mediante el Rosario.
12. Aquellos que propaguen mi Rosario serán asistidos por mí en sus necesidades.
13. Mi hijo me ha concedido que todo aquel que se encomiende a mí al rezar el Rosario tendrá como intercesores a toda la corte celestial en vida y a la hora de la muerte.
14. Son mis niños aquellos que recitan el Rosario, y hermanos y hermanas de mi único hijo, Jesús Cristo.
15. La devoción a mi Rosario es una gran señal de predestinación.
         Los cristianos debemos vencer la indiferencia, el desamor y la ignorancia acerca del Santo Rosario, para obtener innumerables gracias del Inmaculado Corazón de María.



[1] El Beato escribió el famoso libro “De Dignitate Psalterii” (De la dignidad del Salterio de María), en el cual relata cómo la Virgen pide a Santo Domingo de Guzmán que propague el rezo del Santo Rosario. Cfr. https://www.aciprensa.com/recursos/las-quince-promesas-de-la-virgen-maria-a-quienes-recen-el-rosario-2961

sábado, 22 de septiembre de 2018

La Virgen de la Merced y nuestra batalla espiritual



         Cuando revisamos la Historia y sobre todo la de nuestra Patria, nos encontramos con grandes ejemplos en nuestros patriotas, ejemplos que son dignos de contemplar y de reflexionar sobre ellos, porque son sumamente válidos para nuestros tiempos, tanto a nivel personal como a nivel de Nación. Es decir, recordar la Historia, saber cómo sucedieron las cosas, es imprescindible para vivir el presente de cara a Dios y construir un futuro de paz, basados en la Ley de Dios. ¿Qué nos enseña la Historia? La Historia nos enseña que el General Belgrano, antes de la Batalla del Campo de las Carreras, se encomendó a la Virgen, porque él era muy devoto y piadoso y le pidió que, si era la Voluntad de Dios, el resultado fuera favorable al Ejército criollo. Si las fuerzas patriotas vencían en la Batalla, el General le prometió a la Virgen que le daría el bastón de mando y la nombraría Generala del Ejército Argentino. La Batalla, como todos sabemos, fue favorable al Ejército patriota y el General Belgrano cumplió su promesa, dándole el bastón de mando y nombrándola Generala del Ejército Argentino.
         La victoria de la Batalla del Campo de las Carreras fue muy importante estratégicamente para la Independencia argentina, porque afianzó a las fuerzas criollas en el Norte, desalojando al enemigo. Fue una batalla convencional, con armas de fuego, en un lugar determinado llamado “Campo de las Carreras” y lo que estaba en juego era algo muy importante, la Independencia de la Nación Argentina. Por Providencia de Dios, tuvimos un General que no solo era competente en lo que hacía, sino que además y sobre todo, era piadoso y muy devoto de la Virgen. Por esa razón, los argentinos debemos estar orgullosos de tener un prócer como el General Belgrano.
         De todo este suceso, nosotros, los argentinos del siglo XXI –y los de los siglos venideros- debemos tratar de imitar a nuestro prócer, el General Belgrano, en su piedad y en su devoción mariana, en su amor incondicional a la Virgen, toda vez que, en nuestros tiempos, también estamos enfrascados en una lucha. ¿De qué lucha se trata? No es una lucha contra nuestro prójimo, sino que se trata de una lucha espiritual, “contra los Principados y Potestades de los aires”, es decir, contra los ángeles caídos, que buscan nuestra eterna perdición y también es la lucha contra los servidores de Satanás, como el Gauchito Gil, la Difunta Correa y San La Muerte. El enemigo, entonces, no es un soldado realista, sino los ángeles caídos; el campo de batalla no es un lugar geográfico, como el Campo de las Carreras, sino nuestro propio corazón, porque es allí en donde se entabla la lucha espiritual; el triunfo no es la independencia de una nación, sino que Jesucristo reine en nuestros corazones por la gracia en esta vida y la eterna salvación de nuestras almas en la otra; las armas no son armas de fuego, sino los sacramentales, los sacramentos –sobre todo la Confesión y la Eucaristía-, el Santo Rosario; las banderas no son las banderas de un regimiento, sino el estandarte ensangrentado de la Santa Cruz y el Manto celeste y blanco de la Santísima Virgen –que es al mismo tiempo nuestra Bandera Nacional-; lo que nos protege en esta lucha espiritual no son las trincheras, sino el Escapulario de la Virgen del Carmen, el Santo Crucifijo y la Medalla de la Virgen Milagrosa y de Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás; el ejército no está formado por soldados que manipulan armas de fuego, sino por cristianos que rezan el Rosario, se confiesan, asisten  a Misa y obran la Misericordia y son asistidos por el Ejército celestial al mando de San Miguel Arcángel.
         En esta lucha, estamos seguros de salir victoriosos porque, al igual que el General Belgrano, nosotros nos encomendamos a la Virgen de la Merced, para salir victoriosos en esta batalla.
         Ahora bien, nosotros no tenemos el bastón de mando de un ejército para darle a la Virgen, ni podemos nombrarla Generala como hizo el General Belgrano, pero sí podemos darle el bastón de mando de nuestro corazón y sí podemos nombrarla Generala, Patrona, Dueña de nuestra alma y de nuestras vidas. Si esto hacemos, imitando así al General Belgrano, saldremos victoriosos en esta lucha contra los ángeles caídos y salvaremos eternamente nuestras almas. Ésta es la lección que nos deja la Historia, con nuestro prócer el General Belgrano y el triunfo otorgado al Ejército Argentino por la Virgen de la Merced.

viernes, 21 de septiembre de 2018

La religiosidad católica del General Belgrano



            Los próceres son seres humanos sumamente especiales, a quienes la Divina Providencia colocó en lugares y situaciones sumamente complejas y difíciles pero que, con la ayuda de esta misma Divina Providencia, estuvieron a la altura de los acontecimientos. Nuestra Patria Argentina cuenta con el privilegio y el orgullo de que sus máximos próceres –el Padre de la Patria, Don José de San Martín, el creador de la Bandera Nacional, el General Belgrano, el Restaurador, Don José Manuel de Rosas, entre otros muchos- fueron hombres de profunda religiosidad católica, fervientes devotos y, sobre todo, fervientes devotos marianos, es decir, piadosos hijos de la Virgen María.
            En el caso del General Belgrano –como así también en el General San Martín-, esta religiosidad –que echa por tierra tanto en uno como en otro caso la falsa creencia de que podrían haber pertenecido a logias masónicas, siendo la Masonería enemiga mortal de la Iglesia- se manifestaba de diferentes formas, tanto en su vida privada, como en su vida pública. Es conocido que su amor a la Virgen era tal, que llegó al punto de darle, a los colores de la Bandera Nacional de la cual él es el creador, los colores del Manto de la Inmaculada Concepción de Luján y ésa es la razón por la cual, cuando contemplamos la Bandera Nacional, nos parece estar contemplando el Manto de la Virgen y viceversa, cuando contemplamos el Manto de la Virgen, nos parece estar contemplando la Bandera Nacional Argentina (por esta razón, la Bandera Nacional Argentina es la más hermosa del mundo). Pero su devoción por la Virgen se manifestaba también de otras maneras: por ejemplo, hacía rezar el Santo Rosario a la tropa del Ejército Argentino; se preocupaba porque sus almas estuvieran a salvo en caso de morir y por eso les hacía imponer el Santo Escapulario de la Virgen del Carmen, de manera que ningún soldado se condenara en el Infierno, tal como es la promesa de la Virgen del Carmelo a San Simón Stock; hacía celebrar de modo regular y sobre todo antes de las batallas, el supremo homenaje de amor y adoración a Jesucristo, el Hijo de la Virgen, la Santa Misa.
            Finalmente, el General Belgrano encomendó a la Santísima Virgen el resultado de la Batalla del Campo de las Carreras y cuando se produjo el triunfo del Ejército Argentino, en acción de gracias y en reconocimiento a la intercesión todopoderosa de la Madre de Dios, en una solemne ceremonia y procesión le cedió su Bastón de mando y la nombró a la Virgen de la Merced como Generala del Ejército Argentino.
            Los argentinos tenemos el orgullo de poseer próceres como el General Belgrano. Si no podemos imitarlo en sus múltiples virtudes, tratemos al menos de imitarlo en su piedad, en su devoción, en su amor a la Santa Misa, al Santo Rosario y, sobre todo, en su amor filial a la Santísima Virgen María, entregándole a la Virgen el bastón de mando de nuestras vidas, nombrándola la Única Generala y Patrona de nuestras almas y corazones y encomendándole a Ella el triunfo final sobre la batalla más importante que libramos en esta tierra, la salvación de nuestras almas.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Nuestra Señora de la Merced y el Bastón de mando del General Belgrano


El General Belgrano entrega el Bastón de mando a la Virgen de la Merced.

         Como es sabido por la Historia, el General Belgrano se encomendó a la Virgen de la Merced antes de la Batalla del 24 de Septiembre. Puesto que era un hombre devoto, religioso y piadoso, tuvo otros gestos además para con la Virgen: hizo celebrar la Santa Misa, hizo rezar el Rosario y además, le pidió al capellán del Ejército Patriota que impusiera el Escapulario de la Virgen del Carmen a la tropa, de manera tal que sus almas se vieran salvadas si es que debían morir en el campo de batalla. El resultado de la batalla confirmó que la Virgen intervino milagrosamente en la misma: hubo una escasa cantidad de muertos y heridos, debido en gran parte a una misteriosa nube de langostas que de improviso se abatió sobre el campo de batalla, impidiendo así un mayor derramamiento de sangre, tanto de realistas como de patriotas. Al final de la batalla, el General Belgrano, que se había encomendado a la Virgen, reconoció que la Batalla del Campo de las Carreras se había ganado gracias a la intervención celestial de la Virgen y por esa razón fue que, una vez finalizada la misma, le entregó el Bastón de mando del Ejército, nombrándola Generala del Ejército Argentino.
         Puesto que los próceres son dignos de imitar y lo son mucho más cuando estos son fervientes devotos de la Virgen, como en el caso del General Belgrano, también nosotros debemos imitarlo, no solo en sus virtudes humanas, sino también en sus virtudes sobrenaturales. Ahora bien, nosotros, a diferencia del General Belgrano, no tenemos un ejército ni un bastón de mando, pero sí tenemos el bastón de mando de nuestra vida, por lo que, imitando al General Belgrano, que le otorgó el bastón de mando de su ejército, también nosotros le demos a la Virgen el bastón de mando de nuestras vidas, consagrándonos a la Virgen y confiándole a Ella el triunfo final, ya que luchamos una batalla que no es terrena, sino celestial y no contra enemigos terrenos, sino contra los ángeles caídos, que quieren perder nuestras almas. En esta lucha, el campo de la batalla son nuestros corazones; el enemigo son los demonios, que quieren nuestra condenación; nuestras banderas son el estandarte ensangrentado de la Santa Cruz y el Manto celeste y blanco de la Virgen; el triunfo es la libertad de los hijos de Dios y la vida eterna. Como el General Belgrano, entreguemos el bastón de mando de nuestras vidas a la Virgen de la Merced y así estaremos seguros de ganar la batalla de esta vida, en la que se juega nuestra eterna salvación.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Nuestra Señora de la Merced



         La Orden de la Merced se creó para rescatar a los que se encontraban cautivos por los musulmanes. En nuestros días, aunque sigue existiendo persecución contra los cristianos por parte de los musulmanes, no se continúa con ese tipo de rescate. Sin embargo, la Virgen de la Merced continúa siendo redentora de cautivos, porque hoy las almas están prisioneras por muchísimas cadenas tendidas por el demonio: están prisioneras por el pecado, por el materialismo, por el hedonismo, por el ateísmo, por el ocultismo. Hoy vemos almas que se han tatuado el cuerpo con ídolos demoníacos como la Santa Muerte, el Gauchito Gil, la Difunta, o diversos ídolos: todas esas almas han hecho un pacto, consciente o inconsciente, con Satanás, han profanado sus cuerpos y los han entregado al demonio. Hoy vemos almas entregadas al alcohol, a las drogas, a la lujuria, y esas también son almas cautivas por el Demonio. Hoy vemos almas que apostatan, abandonan la Iglesia, borran sus nombres de los libros de bautismo, o bien directamente ni vienen a misa, ni se confiesan, ni comulgan. Son almas que están esclavizadas por el mal, están encadenadas con las cadenas de Satanás. Por esta razón, aunque no existan los mismos motivos por los cuales se creó la Orden de la Merced, siguen existiendo esclavos espirituales del mal, de las falsas religiones, de las sectas, de los ídolos demoníacos y la única que puede liberarlos de esas esclavitudes espirituales es la Virgen de la Merced, con el poder de Nuestro Señor Jesucristo. Acudamos a Ella para pedirle su misericordiosa intercesión y que, teniendo piedad por estas almas, las libere de toda esclavitud y les restituya la libertad de los hijos de Dios.

viernes, 14 de septiembre de 2018

El Señor y la Virgen del Milagro



Historia y milagros de las imágenes[1]

Sucedió que una vez que Fray Francisco de Victoria, quien era Obispo del Tucumán, terminó su mandato pastoral y estando ya en España, mandó dos cajones para América: uno, con la imagen de la Virgen del Rosario para Córdoba y otro con el Señor Crucificado para la Iglesia Matriz de Salta. Es en el puerto de Callao en donde sucede el primer prodigio, porque en el año 1582 se encuentran los dos cajones flotando, con las siguientes inscripciones: “Un Señor Crucificado para la Iglesia matriz de la Ciudad de Salta, Provincia del Tucumán, remitido por Fray Francisco Victoria, Obispo del Tucumán”. En el otro cajón, la inscripción decía: “Una Señora del Rosario, para el Convento de Predicadores de la Ciudad de Córdoba, Provincia del Tucumán, remitido por Fray Francisco Victoria, Obispo del Tucumán”.
Cuando la gente de la ciudad salió hacia el puerto, divisó dos cajones flotando sobre las aguas, pero el prodigio está en que nunca se supo del navío que las traía ni de su tripulación. Al sacarlos del océano y luego de abrirlos, se dan con la grata sorpresa de las dos imágenes que enviaba el antiguo Obispo de Tucumán. Si no hubo ningún navío, la única explicación es que el traslado de las imágenes fue prodigioso: fue el Amor Misericordioso de Cristo el que permitió que a través de los mares llegaran estas imágenes para mostrar su misericordia a quienes en Él buscasen el perdón y en su Madre la intercesión.
La hermosura de las imágenes, acompañada de la sensación de amparo y bendición que produjeron las imágenes en el Callao hizo que fueran portadas en procesión por los pobladores hacia  la capital, Lima. Según una piadosa tradición, al llegar a Lima, las imágenes fueron veneradas por tres santos: Santa Rosa de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo y San Martín de Porres. Finalmente las autoridades decidieron cumplir con la voluntad del Obispo Fray Francisco de Victoria, haciendo llevar las imágenes a sus respectivos destinos: el Señor Crucificado a Salta y la Virgen del Rosario a Córdoba. Cuando la comitiva se acercaba a Salta, autoridades civiles, militares y eclesiásticas prepararon una improvisada bienvenida. Después de un solemne Oficio religioso ubicaron la imagen del Cristo Crucificado en el Altar de las Ánimas. Era septiembre del año 1592. Luego, la comitiva continuó su camino a la ciudad de Córdoba llevando a la Virgen del Rosario, actual Patrona de esa ciudad, dejándola en el Convento de los Padres Dominicanos.
         El Santo Cristo sería llamado más tarde por la piedad del pueblo salteño con el nombre de “Señor del Milagro”, mientras que la imagen de la Virgen del Rosario recibiría el nombre de “Nuestra Señora del Rosario del Milagro de Córdoba”, a cuya protección colocaría el Virrey Santiago de Liniers la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Ayres, con motivo de la segunda invasión inglesa, derrotada bajo tan poderoso amparo.
Pasadas las celebraciones, comienza paulatinamente, una triste historia, la del olvido ingrato del Crucificado, dejándolo sin ningún recuerdo especial, en el Altar de las Ánimas, por un siglo entero. Pasaron cien años del encuentro original del Señor y su pueblo y, como sucede entre los hombres, el entusiasmo se fue enfriando y el Cristo quedó olvidado completamente. Según la tradición, la otra imagen[2], la de la Pura y Limpia Concepción, ya estaba en Salta y pertenecía a una familia ya asentada en estos solares. Esta familia celebraba la fiesta de la Natividad de la Virgen María (8 de septiembre) llevando la imagen a la Iglesia Matriz. Providencialmente, esta vez la imagen quedó en el Templo unos días más. En el año 1692 la imagen de Inmaculada Concepción de María, que luego se llamaría Virgen del Milagro, se encontraba a tres metros de altura en un nicho del retablo del Altar Mayor.
         El terremoto del 13 de septiembre del año 1692.
Cuando comenzaron los terremotos del 13 de septiembre de 1692, a las 10hs, la ciudad de Esteco, centro geográfico y comercial, rica y apartada de Dios, se hundió, quedando totalmente arruinada. Cabe recordar que un gran santo que misionó por las tierras del Norte Argentino, San Francisco Solano, había profetizado: “Salta saltará y Esteco se hundirá” y así efectivamente sucedió. Fue entonces que quiso la Virgen María, presentar su ruego ante el Trono de Dios. Luego de pasados los primeros momentos de espanto, muchas personas acudieron a la Iglesia Matriz para salvar el Santísimo Sacramento, encabezados por el sacristán Juan Ángel Peredo que abrió las puertas de la Sacristía, por donde entraron al templo. Estando allí dentro, lo primero que vieron fue la imagen de la Virgen Inmaculada echada “al pie del altar” con la cara hacia arriba, como si mirase al Sagrario, adorando a Su Divino Hijo, implorando misericordia. Es de notar que Su rostro estaba pálido y demacrado, y que no había sufrido ninguna rotura, ni allí ni en las manos. Mientras que el dragón, que estaba a sus pies, tenía destrozada un ala, una oreja y deformada la nariz, y la media luna colocada también a los pies, estaba rota. La Virgen Inmaculada fue sacada fuera y colocada junto a un altar puesto a las puertas de la Iglesia y, a los ojos de los innumerables fieles que, contritos y apesadumbrados, rezaban fervorosamente pidiendo la misericordia de Dios. Su rostro mudaba de colores manifestando los sentimientos de dolor y angustia por sus hijos que estaban pasando una dura prueba por haber apartado sus corazones de Nuestro Divino Redentor y Su Santa Ley. El pueblo salteño postrado a los pies de la Santísima Reina de los Cielos, rogaba su poderosísima intercesión ante Su Divino Hijo, para que tuviera misericordia de la ciudad y de sus habitantes, reconociendo las faltas cometidas y convirtiendo sus corazones a Dios.
Los hechos milagrosos del 15 de septiembre.
El 15 de septiembre, cuando ya habían pasado tres días desde el comienzo del terremoto, la tierra continuabas temblando; la gente descansaba a la intemperie por temor a perecer aplastada dentro de los edificios totalmente agrietados. Esos han sido días de oración y penitencia, pero la furia de la naturaleza vengadora, a pesar de las rogativas y procesiones aún con el Santísimo Sacramento, no se ha calmado todavía. Uno de los Padres de la Compañía de Jesús, el padre José Carrión, afligido por la situación sintió una voz que con toda claridad le decía que: “Mientras no sacasen al Santo Cristo, abandonado en el Altar de las Ánimas, no cesarían los terremotos”. El sacerdote, con una llama de esperanza encendida en él, se dirigió urgentemente a comunicar el mensaje recibido. Una vez más entraron al Templo. En la penumbra, contemplaron la imagen, que con dificultad pudieron bajar, acomodándola en unas andas que le sirvieron para sacarla al atrio de la derruida Iglesia. El pueblo acudió al Templo, con antorchas encendidas, contemplando admirados la imagen del Crucificado. Las campanas llamaron a penitencia, invitando a la primera procesión, a la cual acudieron las autoridades civiles, militares y pobladores, presididos sacerdotes. Así, a las primeras horas de la tarde, llevada en hombros de las principales autoridades, sale la Imagen del Santo Cristo Crucificado y recorre en imponente procesión, las principales calles de la ciudad, acompañada del pueblo, clero y milicia. Ante Su presencia se realiza el milagro: la tierra hasta ese momento enfurecida contra los ingratos hijos de Eva, se calma inmediatamente a la vista del Divino Crucificado. Salta entona un himno de júbilo y de acción de gracias para quienes desde ese momento son bautizados definitivamente con los nombres de “El Señor y la Virgen del Milagro”. La procesión del 15 de setiembre fue jurada que se repetiría todos los años, lo cual se ha venido haciendo con vivas muestras de piedad y amor filial por parte del fiel pueblo salteño. El 8 de octubre de aquel agitado 1692, el cabildo salteño calificó de milagrosos los sucesos acaecidos entre el 13 y el 15 de septiembre. El 13 de octubre del mismo año se reconoció a Nuestra Señora como Patrona y Abogada de Salta y a partir de entonces, todos los 15 de septiembre, tanto el Cristo como la Virgen recorren en procesión las calles de la ciudad.
         Luego se produjeron otros dos grandes temblores de tierra, el 18 de Octubre de 1844 y el 23 de Agosto de 1948, acudiendo la población en ambos casos en masa a la procesión realizada desde la Iglesia Catedral con las dos milagrosas imágenes. Por tercera vez en la historia, el Santo Cristo del Milagro había manifestado Su misericordia para con los salteños. A instancias de los ruegos de Su Santísima Madre, la Inmaculada Virgen del Milagro, protectora particularísima de la Ciudad de Salta, que vela sobre ella para que no desfallezca la Santa Fe Católica en sus hijos.
         Reflexiones acerca de las imágenes y los milagros.
         Una primera reflexión es acerca del Amor Misericordioso de Dios, que fue el que trajo las imágenes, porque al no haber rastro alguno de ninguna nave, no queda otra explicación que el hecho milagroso, es decir, que las imágenes fueron transportadas por ángeles o bien por el mismo Espíritu Santo, el Amor de Dios, en Persona. A través de las imágenes, Dios quería colmar de gracias y bendiciones al Pueblo Argentino y por ese motivo, aun sin un barco que las transportara, llegaron las imágenes a nuestras tierras americanas y desde allí a la Provincia del Tucumán en sus destinos finales, las actuales provincias de Salta y Córdoba.    Otra reflexión que podemos hacer es cómo los hombres somos ingratos y apenas pasada la emoción de la novedad, nuestra devoción y nuestro amor hacia Jesús Crucificado y su Santísima Madre caen en la más profunda de las indiferencias. Son necesarios peligros de muerte física y eterna, como un terremoto, para que nos acordemos de Dios. Esto nos enseña que no debemos acudir a Dios por temor a que nos pase algo malo, sino con el amor filial de los hijos de Dios.          Una última reflexión es acerca del poder intercesor de María Santísima: sin duda, Nuestro Señor estaba bastante molesto porque los fieles lo habían abandonado por cien años en el Altar de las Ánimas y estaba dispuesto a hacer sentir su enojo para con los ingratos fieles católicos de todos los tiempos, pero la Santísima Virgen, aplastando la cabeza del Demonio por un lado, por otro imploraba la misericordia de su Hijo y esto se puede comprobar por la posición en que quedó la Virgen luego del primer terremoto –mirando a su Hijo crucificado- y los cambios de color –la palidez extrema- de su rostro, inexplicables desde el punto de vista humano. La Virgen sentía dolor ante la segura muerte de sus hijos que, ingratamente, habían olvidado a Jesús Crucificado, relegándolo a un altar y dejándolo cubierto de polvo. Esto nos enseña el poder de la intercesión de la Virgen, cuyo amor maternal es capaz de sostener el brazo de su Hijo que, llevado por la Justicia Divina, habría de descargar sobre los hombres toda clase de castigos, de no mediar la intercesión de su Madre. Nos enseña que el Hijo no le niega nada a la Madre, aun cuando el Hijo esté justamente ofendido por las indiferencias, ingratitudes y sacrilegios que los hombres le propiciamos a su Sagrado Corazón con nuestros pecados. No esperemos entonces a experimentar un peligro de muerte para acudir a Jesús Crucificado; acudamos a sus pies, postrándonos ante Él, para pedirle perdón por nuestros pecados y para hacerle llegar, por intermedio de la Virgen Santísima y de su Corazón Inmaculado, el amor de nuestros corazones arrepentidos.


[2] En cuanto a la imagen de la Virgen, su procedencia no está determinada, pero su análisis muestra que la cabeza y las manos son de distinto origen al cuerpo tallado, al que fueron añadidas. Inicialmente la Virgen del Milagro fue una Inmaculada de bulto completo con manto, todo tallado en madera. Esta imagen fue labrada nuevamente para hacerla articulada y poder vestirla con indumentarias de tela. Al respecto, Monseñor Toscano escribió: “La novedad que todo lo invade, comenzó por ponerle vestidos de tela, costumbre que se ha perpetuado hasta hoy, desperfeccionándosele, con este motivo, algo de la cabeza para acomodarle pelo postizo, y los brazos para hacerlos susceptibles de ser cubiertos de ropa”. El ajuste a la nueva moda fue realizado por Tomás Cabrera, como consta en la tarjeta orlada sobre el pecho que dice: “Tomás Cabrera, la encarnó. Año 1795”. (Encarnar significa darle color carne a las esculturas, y nada tiene que ver con el tallado del cuerpo completo). La túnica tallada está ornamentada con finas líneas de oro sobre pintura que simulan brocato y una ancha faja de pan de oro en su borde inferior.


sábado, 8 de septiembre de 2018

Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María



         ¿Por qué la Iglesia celebra una fiesta (litúrgica) en el día del nacimiento de la Virgen? Porque para la Iglesia –y, por extensión, para la humanidad toda- la Virgen es la creatura más excelsa jamás creada por Dios. Después de su Hijo Jesucristo, que es Dios Hijo encarnado y por lo tanto, la Santidad Increada en sí misma, le sigue en santidad la Santísima Virgen María. La Virgen supera en santidad a los ángeles más poderosos y a los santos más santos, cuanto el cielo supera a la tierra en altura, y más todavía, porque la Virgen no solo fue concebida sin la mancha del pecado original, sino que fue concebida Inhabitada por el Espíritu Santo y por eso su Corazón es un Corazón Inmaculado y por eso Ella es llamada también la Inmaculada Concepción. No hubo antes ni habrá después una creatura tan excelsa y tan majestuosa como la Virgen, porque Ella fue creada así, sin mancha de pecado y Llena del Espíritu Santo, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios. Debido a que Dios es Tres Veces Santo y es la Santidad Increada, llegado el momento en el que la Segunda Persona debía encarnarse para salvar a la humanidad, no podía encarnarse en ninguna creatura humana, puesto que todas, desde Adán y Eva, estaban manchadas por el pecado original. Por este motivo, Dios Trino decidió, desde toda la eternidad, crear para sí mismo una creatura que fuera exclusiva para Él; una creatura en la que Él pudiera gozarse y alegrarse; una creatura tan llena de gracia y tan pura, que mereciera ser Hija predilecta de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo. Ahora bien, la Iglesia se alegra porque esta creatura tan excelsa, la Virgen María, no solo estaba destinada a ser la Madre de Dios, sino también la Madre de la Iglesia –nacida del Costado traspasado de Jesús en el Calvario- y la Madre del Cuerpo Místico de Jesús, es decir, la Madre adoptiva y espiritual de los hijos de Dios, los hijos nacidos a la vida de la gracia por medio del Bautismo. La Virgen es Madre de la Iglesia porque dio a luz virginalmente en Belén a la Cabeza de la Iglesia, Jesucristo, y porque dio a luz, también virginal y milagrosamente, al Cuerpo Místico de la Iglesia, los bautizados, en el Calvario. Y esta Madre amorosa, que participó místicamente de la Pasión de su Hijo y por eso mereció la corona de la gloria al ser Asunta en cuerpo y alma a los cielos, nos acompaña también a nosotros por el Via Crucis que es esta vida terrena, haciéndonos participar de la Pasión de su Hijo por el amor, la gracia y la fe, de manera tal que, al término de nuestra vida terrena, seamos considerados merecedores de la gloria divina y así adorar al Cordero, junto con Ella, por toda la eternidad. Por todos estos motivos, la Iglesia celebra y exulta de gozo en la Natividad de la Virgen María.