martes, 26 de octubre de 2010

Oremos con el icono de la Madre de Dios "El Júbilo"


¿Cómo podemos rezar con este icono?

Podemos rezar considerando el nombre del icono, y lo que el icono representa. En cuanto a su nombre, este viene de las palabras iniciales de un himno dedicado a la Madre de Dios Theotokos. El icono se llama “El júbilo”, porque “júbilo” significa “alegría”, y esto es debido a que en el cielo sólo reina la alegría y la felicidad eterna, que brotan del Ser mismo de Dios Uno y Trino. En el cielo no solo no hay tristeza, infelicidad, o pena, sino que reina la alegría más grande y completa; una alegría desconocida para el hombre, porque es la alegría que surge, incontenible, del Ser de Dios Trinidad, y que embarga a todos, ángeles y santos. En el cielo no hay tristeza; todo es alegría, todos son felices, porque todos, ángeles y santos, contemplan y adoran al Cordero, que es el Niño del ícono, por la eternidad. Aún más, es tanta la alegría, que si no estuvieran auxiliados por la gracia, ángeles y santos morirían aniquilados por la alegría.

La alegría de la Jerusalén celestial

Pasando propiamente al icono, aquí la Virgen María está representada como la Reina del cielo, alegre en el Paraíso, en medio de ángeles que la glorifican. Detrás de la Madre de Dios, aparece una luminosa iglesia, que simboliza a la Jerusalén celestial, con el jardín florecido del Edén alrededor de ella. A los pies del trono en el cual están sentados la Virgen María con el Pre-eterno Niño, está representado San Juan Damasceno, teólogo y autor del himno, llevando en sus manos un pergamino con el texto del himno. Formando un círculo alrededor de la Virgen y el Niño, se encuentran miríadas de ángeles, dos de los cuales se encuentran de pie a los lados del trono. Un poco más hacia abajo, se encuentra una multitud de gente que le reza a la Santísima Madre de Dios Theotokos.

En este icono vemos, entonces, hacia el centro, el Niño Pre-eterno con la Madre de Dios; al fondo, la Jerusalén Celestial; hacia los pies del trono de la Virgen y el Niño, una multitud de santos, y a los costados del trono, los ángeles. ¿Qué es lo que representa este icono? Lo que estamos viendo en este icono es una majestuosa representación de la Iglesia Santa: el icono, con la Madre de Dios y el Niño en el centro, con la Jerusalén celestial al fondo, y con los ángeles y santos, representa a la Iglesia, la cual es llamada también “Esposa” o “Mujer” del Cordero.

Ahora bien, la “Mujer” del Cordero, no es una persona particular; no es una mujer, de naturaleza humana, aún cuando sea ésta virgen y santa, ya que no podría ser jamás una mujer particular la Mujer del Cordero.

La Mujer del Cordero es una persona místicamente operante, la Iglesia Católica, que es la que está representada en el icono.

La Iglesia adora al Cordero, el Niño Pre-eterno

La multitud de ángeles y santos que adoran al Cordero, al Niño Pre-eterno, por la eternidad, en el cielo, en la Jerusalén celestial, y la multitud de hombres que forman la Iglesia peregrina en la historia y en la tierra, y la multitud de almas que esperan el fin de su purificación, constituyen la Esposa del Cordero o la Mujer del Cordero, y es esto lo que está representado en este icono.

Que la Mujer o Esposa del Cordero sea la congregación de ángeles y santos que adoran a Cristo, es algo que se lo dice la Iglesia misma a un beato, el beato Francisco Palau: “Yo soy la Mujer del Cordero, soy la Congregación de los justos militantes sobre la tierra, bajo Cristo, mi Cabeza (…)”[1].

Es la Esposa del Cordero entonces, en las personas de los santos y de los ángeles, quien adora a su Esposo que está en el altar de los cielos, y es esta adoración, de los justos, la que se representa en el icono.

La Esposa del Cordero, es decir, la congregación de justos, lo alaba en los cielos, y en la tierra lo ofrece como Cordero en el Banquete celestial.

El icono es una representación de la Iglesia, porque la Madre de Dios, la Virgen María, que en el icono cubre maternalmente, con celoso amor de Madre, a su Hijo, es a su vez modelo de la Iglesia Santa, y así como en el cielo la Madre de Dios ostenta con orgullo materno el fruto bendito de su seno virgen, para que sea adorado por los espíritus beatos, y en esta adoración se sacien sin fin de alegría eterna, así en la tierra la Iglesia lo ostenta en la Eucaristía, para que lo consuman y lo adoren y lo adoren consumiendo, y consumiéndolo y adorándolo, lo amen ya en el tiempo para la eternidad, las pobres almas de los hijos de Dios que peregrinan en el valle del dolor.

El Niño Pre-eterno, que sentado en el regazo de la Madre de Dios, como en su trono, es adorado en los cielos, es el mismo Niño que en el altar de la Iglesia se viste de Pan cocido en el fuego del Espíritu, y es adorado por los bautizados como Pan de Vida Eterna.

El Niño, que está en los cielos, en el regazo de la Virgen Madre, es el Cordero del altar eucarístico, en la Iglesia que está en la tierra, y como la Virgen Purísima es modelo de la Iglesia Santa, así como María lo ama y adora en el cielo, con su Corazón Inmaculado, así en la tierra la Iglesia, la comunidad de bautizados, ama y adora al Niño Pre-eterno, escondido en lo que parece ser pan.

El Cordero de los cielos es el mismo Cordero del altar

El Cordero de los cielos, la lámpara de la Jerusalén celestial, la luz divina que alumbra a los espíritus bienaventurados del cielo (cfr. Ap 21, 23), que está sentado en el regazo de la Virgen Madre, es el mismo Cordero humilde que en el altar se reviste de Pan y que esparce su luz inmaculada sobre las almas que lo reciben en la comunión.

El Niño está sonriente en brazos de su Madre, porque ha vencido para siempre a la hueste infernal, y la ha vencido para siempre con la cruz y con la corona de espinas. El Cordero del Apocalipsis, que es el Niño que está con la Madre de Dios, que fue muerto e inmolado en la cruz, está vivo en el cielo, y así como de la herida de su corazón traspasado brotó como de una fuente sangre y agua, que da vida a las almas, así en el cielo el Niño Pre-eterno es la Fuente de agua viva que vivifica a los espíritus beatos con la vida misma de Dios (cfr. Ap 7, 17).

Ante el trono del Niño los ángeles de Dios se postran en adoración, lo inciensan (cfr. Ap 7, 3-4), y lo adoran y alaban con todo su ser.

El Niño Pre-eterno mira con ojos mansos, pacíficos, serenos y fuertes, y nada escapa a su mirada omnisciente. Recibe la adoración de los seres vivos (cfr. Ap 5, 14), de todos los seres y espíritus excelsos que adoran al Dios Tres Veces santo.

La turba angélica, y la multitud de santos, no hace otra cosa que contemplar y adorar al Niño que está en el regazo de la Theotokos. No pueden ni quieren, ni los ángeles ni los santos, apartar la mirada de la mirada del Cordero.

En el centro del icono se destaca la persona de la Madre de Dios: Ella es la Madre bendita del Cordero Amado, y por eso hacia Ella se dirigen también la alabanza y la acción de gracias, porque por Ella, el Cordero vino a este mundo. Es por eso que la Iglesia tributa adoración al Niño Dios, y a la Virgen Llena de gracia y de luz, las alabanzas, la gloria, la majestad, por la eternidad.


[1] Cfr. Francisco Palau, cit. Josefa Pastor Miralles, María, tipo perfecto y acabado de la Iglesia, Editorial de espiritualidad, Madrid 1978, 104.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Oremos con el icono de la Madre de Dios "Refugio de los pecadores"


¿Cómo podemos rezar con este icono? Imaginemos a un caminante, que debiendo arribar a su meta, la cima de una montaña, en vez de encaminarse por el sendero escarpado que habrá de conducirlo adonde quiere llegar, y ante lo dificultoso y arduo de la empresa, decide libremente internarse, por un ancho camino, parquizado y florecido, que luego de un trecho lo conduce a un oscuro bosque, en donde abundan las bestias salvajes y las alimañas, las cuales, en un momento determinado, llegan a poner en peligro su vida. Acorralado, el caminante debe refugiarse, para salvar su vida, en una luminosa y segura cabaña, construida con una madera perfumada, hermosa y resistente –cedro del Líbano-, que milagrosamente encuentra en medio de la espesura del bosque.

¿Qué significa esta historia? El caminante es el bautizado; la cima de la montaña que debe alcanzar, es la comunión de vida y de amor en la eternidad con las Tres Divinas Personas; el sendero escarpado que lo conduce a la cima, es la cruz de Jesucristo; el camino ancho, parquizado y florecido, que lo desvía de su meta, son las atracciones del mundo, que nos engañan con su belleza aparente; el bosque, tupido y oscuro, y lleno de alimañas y de bestias salvajes, son las pasiones humanas sin control y los ángeles caídos, que buscan, por todos los medios, acabar con la vida del hombre; el refugio que encuentra el caminante, la cabaña construida en cedro, es el Corazón Inmaculado de María, que aparece en los momentos más oscuros y peligrosos de la vida del pecador, para que encuentre allí su refugio.

Pero además de refugiarse de las bestias y de las alimañas que atentan contra su vida, el pecador debe refugiarse de algo mucho más temible: la justa ira de Dios, que se enciende ante la iniquidad y la malicia del corazón humano. Cuando esto pasa, sólo la Madre de Dios es Refugio seguro para el pecador, porque la ira divina se detiene ante la dulzura del Corazón de María, y suspende la ejecución del terrible veredicto, mientras el pecador se encuentra allí alojado. La ira divina es inmensamente más terrible y temible que la más peligrosa de todas las tormentas, y cuando se desencadena, hasta los ángeles de Dios tiemblan, y por eso no hay ningún lugar seguro para refugiarse de ella, ni en el cielo ni en la tierra, a excepción del Corazón Purísimo de María.

Que hasta los ángeles tiemblen, ante la ira divina, encendida justamente por la maldad humana, lo dice la misma Virgen María a Santa Faustina Kowalska: “(…) Yo di al mundo el Salvador y tú debes hablar al mundo de su gran misericordia y preparar al mundo para su segunda venida. Él vendrá, no como un Salvador Misericordioso, sino como un Juez Justo. Oh, qué terrible es ese día. Establecido está ya es el día de la justicia, el día de la ira divina. Los ángeles tiemblan ante ese día. Habla a las almas de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conceder la misericordia” (Diario, 635).

De esto se ve que, como somos pecadores, y como muchas veces nos internamos, despreocupadamente, en la peligrosa selva del mundo -en donde acechan seres más feroces que las bestias salvajes, los ángeles caídos, que ponen en riesgo nuestra salvación eterna-, y como a causa de nuestros pecados, cometidos libremente, que ofenden la majestad divina, se enciende la ira de Dios, tenemos necesidad de un refugio seguro, y ese refugio seguro, el único, es el Corazón Inmaculado de la Madre de Dios.

Y allí nos quedaremos, hasta que, por la Sangre de Cristo derramada en la cruz, sean vencidas para siempre las tinieblas del infierno, y amaine la Gran Tormenta, el Día de la justicia divina. Sólo saldremos de ese Sagrado Refugio cuando amanezca el sereno y alegre día de la eternidad feliz en Dios Trino.

martes, 5 de octubre de 2010

El significado del Santo Rosario


En el Mes de María, rezamos el Rosario en la iglesia, como parte central de los homenajes tributados a María. Para que esta oración del Rosario no se convierta en algo rutinario o mecánico, sino que sea para nosotros algo vital, lleno de vida y de significado, podemos preguntarnos qué es lo que sucede cuando rezamos el Rosario, o también podemos preguntarnos qué implica rezar el Rosario, o cuál es la idea que tenemos acerca del mismo.

Por lo general, rezamos el Rosario devotamente, con piedad, y tenemos la lejana idea de que el Rosario es un modo de agradar a nuestra Madre del cielo, María. También creemos que se trata de una oración en la cual podemos pedir a Dios por nuestras intenciones y, de hecho, al iniciar el Rosario, y también al finalizar, enunciamos las intenciones por las cuales rezamos el Rosario. Otra idea acerca del Rosario es la de “corona de rosas”: el Rosario representaría una corona de rosas, nuestras oraciones, que damos a María en homenaje por ser nuestra Madre del cielo. Además, solemos acompañar al Rosario con cantos y con una ofrenda floral.

Esto es lo que sabemos acerca del Rosario y es lo que hacemos cuando lo rezamos, y es lo que queremos expresar cuando rezamos el Rosario: nuestro amor y nuestro cariño filial a María nuestra Madre.

Sabiendo todo esto acerca del Rosario, podemos preguntarnos: ¿hay algo más en el rezo del Rosario, que el ser una corona de rosas para la Virgen María? ¿Hay algo más en el rezo del Rosario, que ser una oración especial por la cual podemos pedir a María lo que necesitamos? ¿El Rosario es sólo un modo –especial, devoto, piadoso, pero nada más que eso- de homenajear a María, como hijos suyos?

El Rosario es todo esto que hemos dicho, pero no podemos quedarnos en la simple consideración del Rosario como una oración hecha para agradar a María o para pedir por nuestras intenciones.

El Rosario implica un misterio mucho más grande, y esconde aspectos insospechados para quien lo reza.

El Rosario es sí una oración para agradar a María; es sí una oración por medio de la cual podemos pedir y obtener lo que necesitamos, pero el Rosario es algo mucho más grande que todo esto.

El Rosario es, ante todo, un modo de contemplar, junto a María, con María, los misterios del Hombre-Dios Jesucristo. El Rosario es una oración especialísima, porque más allá de la piedad con la que podamos rezarlo, lo que lo hace especial es esta contemplación de la vida de Jesucristo. A través del Rosario desfilan, ante los ojos del alma, toda la vida de Jesucristo, y la contemplación de sus misterios conduce a la iluminación del alma con la luz de Dios. Quien reza el Rosario contempla, con María, la vida de Jesucristo, y es iluminado por la luz de Jesucristo. El Rosario es un camino de luz divina que nos conduce a la luz de Dios, Jesucristo.

Rezar el Rosario entonces no es una mera devoción ni sólo un momento para pedir por lo que necesitamos: es además que esto, y mucho más que esto, un camino de luz para contemplar, junto a María, el misterio pascual de muerte y resurrección del Cordero de Dios.

Rezar el Rosario es imprimir en el alma los misterios de Jesucristo y a Jesucristo mismo en Persona.

Quien reza el Rosario imprime, lentamente, en su alma, la figura del Hombre-Dios Jesucristo, y tiene la tarea de ser en el mundo una imagen viva del Sagrado Corazón.