domingo, 27 de diciembre de 2020

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

 



(Ciclo B – 2021)

         Al inicio del año civil, la Iglesia coloca esta solemnidad de la Madre de Dios y podríamos preguntarnos si es por mera casualidad o si existe alguna intencionalidad en esta fecha. Ante todo, debemos decir que no es casualidad, es decir, la Iglesia quiere, explícitamente, que la Virgen Santísima sea venerada de modo particular y solemne en su advocación de “Madre de Dios”. La razón por la que la Iglesia quiere venerar a la Virgen como "Madre de Dios", la podemos encontrar en el hecho que da origen a su título de “Madre de Dios”, esto es, la Encarnación y el Nacimiento del Verbo de Dios, del Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Como dice Santo Tomás, una mujer se llama “madre” cuando da a luz una persona; en el caso de la Virgen, Ella da a luz a una persona, pero no a una persona humana, sino divina, a la Segunda Persona de la Trinidad, que se ha encarnado, es decir, ha unido a Sí, en el seno virgen de María, por obra del Espíritu Santo, a la humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Entonces, por haber dado a luz a una Persona Divina, la Persona del Hijo de Dios, la Sabiduría divina encarnada, es que la Virgen es llamada “Madre de Dios”.

         Ésta es la razón de su título de “Madre de Dios” y el porqué de la Iglesia de querer que se honre a la Virgen con este título. La otra pregunta que surge es acerca del motivo por el cual la Santa Madre Iglesia coloca su solemnidad de Madre de Dios al inicio del año civil. La respuesta está también, como dijimos anteriormente, en su condición de ser “Madre de Dios”: su Hijo, el Verbo de Dios es, en cuanto Dios, la Eternidad en Sí misma y así es el Creador –junto con el Padre y el Espíritu Santo- de todo lo visible e invisible, es decir, de todo el universo corpóreo y también del universo invisible, el mundo de los espíritus angélicos. Al ser Dios Eterno, por su Encarnación, por su ingreso en el seno virgen de María Santísima, ingresa este Verbo de Dios en el tiempo y en la historia humanos y con Él ingresa –puesto que Él es la Eternidad en Sí misma, como dijimos-, la eternidad de Dios en el tiempo de los hombres. Esto tiene una importancia capital para la historia de la humanidad, puesto que la divide en un antes y en un después de la Encarnación del Verbo: antes de la Encarnación del Verbo, el tiempo y la historia humanas discurrían, por así decirlo, de modo horizontal; luego de la Encarnación del Verbo, el tiempo y la historia humanas se dirigen, en sentido vertical, hacia la eternidad de Dios. En otras palabras, por la Encarnación del Verbo, toda la historia de la humanidad –y por lo tanto, la historia personal de cada persona humana- adquiere un nuevo sentido, una nueva dirección y es el sentido y la dirección de la eternidad divina. Dios, que es Eterno y que es el Creador del tiempo, ingresa en el tiempo humano para impregnar al tiempo y a la historia humana de eternidad y para darle un nuevo sentido a este tiempo y a esta historia humana, que es el de encontrarse, al fin de los tiempos, en el Último Día, con la Eternidad de Dios. Si antes de la Encarnación del Verbo la historia humana discurría horizontalmente, sin tener relación directa con Dios, ahora, con la Encarnación del Verbo, con el ingreso de la Eternidad divina en la historia, el tiempo humano toma una nueva dirección, no ya horizontal, sino vertical, estando destinada desde entonces a alcanzar su vértice en la unión con la Eternidad divina en el Último Día de la historia humana, el Día del Juicio Final, el Día en el que la historia y el tiempo humanos desaparecerán para dar inicio a la sola Eternidad divina.

         Esto, que parecen sólo disquisiciones teóricas, tiene un efecto directo en la vida personal de cada ser humano: si la historia humana adquiere un nuevo sentido, el sentido de la eternidad divina, entonces la historia y el tiempo personal de cada ser humano también adquiere el mismo sentido, esto es, la unión con la eternidad divina. Es decir, antes de la Encarnación del Verbo, la historia y el tiempo de cada ser humano discurrían de modo horizontal y desembocaban, al final de la vida, inevitablemente, en la eterna perdición; por la Encarnación del Verbo y por los méritos de su Sacrificio en la Cruz, ahora, cada ser humano se dirige, inevitablemente, lo crea o no lo crea, hacia el encuentro con la Eternidad divina, encuentro que se producirá indefectiblemente al final de sus días terrenos, es decir, en el momento de la muerte, por lo que la muerte es sólo el umbral que lo separa de la Eternidad. Otra consecuencia que tiene el ingreso del Verbo en la historia humana es que cada fracción de su tiempo personal –medido en segundos, horas, días, meses, años-, está, por un lado, impregnado de eternidad y por otro, tiene un nuevo sentido, que es la eternidad, lo cual significa que una pequeña obra de misericordia –obra realizada en Cristo y en estado de gracia-, como el dar de beber un vaso de agua a un prójimo sediento, tiene un premio eterno -"No quedará sin recompensa quien dé a beber un vaso de agua fría a uno de estos pequeños" (Mt 10, 42)-, como así también una mala obra –realizada en pecado y en contra de Cristo- tiene un castigo eterno. El significado entonces de la Encarnación del Verbo es que convierte, a nuestra vida toda, dándole un destino de eternidad y a cada acto nuestro, un valor de eternidad, sea bueno o sea malo.

         En definitiva, que la Santa Madre Iglesia coloque a la solemnidad de la Madre de Dios al inicio del año civil, tiene el sentido no sólo de que pongamos en sus manos maternales el año nuevo que inicia, sino que tomemos conciencia de que nuestra vida toda y cada uno de nuestros actos libres personales, tienen un destino de eternidad. Que esa eternidad sea en el dolor o en el gozo, depende de nuestro libre albedrío. Para que nuestra eternidad sea en el gozo de Dios Trinidad, encomendemos el año que inicia, a las manos y el Corazón maternal de la Madre de Dios, para que todos nuestros actos realizados en este nuevo tiempo estén dirigidos a su Hijo Jesús, que es la Eternidad en Sí misma.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

El cristiano debe anunciar una Navidad cristiana, no una navidad pagana

 


         Que el cristiano deba anunciar al mundo una Navidad cristiana y no una navidad pagana, parece una afirmación de Perogrullo, algo obvio, pero en nuestros días, caracterizados por el ateísmo, el materialismo, el agnosticismo y el relativismo, no lo es. Para entender un poco mejor la idea, veamos en qué consiste la “navidad pagana”. Una navidad pagana consiste en desplazar al Niño Dios –la Persona principal de la Navidad, cuyo nacimiento y venida en carne se festeja-, por un personaje caricaturesco, llamado “Papá Noel” o “Santa Claus”; una vez desplazado el Niño Dios, la navidad pierde su esencia y todo lo que se le agrega no es más que una perversión de la Verdadera Navidad; otro elemento que caracteriza a la navidad pagana es la multitud de personajes que nada tienen que ver con el Niño Dios y sí con su blasfemo sustituto, Papá Noel: el trineo de este personaje, los alces que tiran de él, los duendes, que suelen vestirse como Papá Noel –la inclusión de duendes es una satanización de la navidad más explícita, porque los duendes son, en sí mismos, habitantes del Infierno-; la navidad pagana se caracteriza por un desenfrenado consumismo, de manera tal que los regalos pasan a ocupar un papel relevante en esta navidad pagana, al punto tal que si no hay regalos, no parece haber navidad; la navidad pagana se caracteriza por el desplazamiento del aspecto espiritual de la Verdadera Navidad, por un aspecto meramente gastronómico y culinario, de manera que las comidas elaboradas, que llegan a constituir verdaderos manjares, ocupan la única mesa de la navidad pagana, que es la mesa material, la mesa alrededor de la cual se sientan los comensales; la navidad pagana se caracteriza por ser una fiesta pagana, en la que predominan de forma excluyente géneros musicales de todo tipo, incluidos los ritmos sensuales y hedonistas que, lejos de elevar el alma al Niño Dios que nace, hacen descender al hombre a la búsqueda de la satisfacción más baja de sus placeres depravados; la navidad pagana se caracteriza por el consumo de bebidas de todo tipo, entre las que predominan las bebidas alcohólicas, en gran abundancia; la navidad pagana se caracteriza porque, si se le quita el falso y superficial barniz religioso que aun conserva en algunos países antiguamente cristianos, se convierte en una fiesta pagana más, en las que la búsqueda de la satisfacción de las pasiones más bajas del hombre es la norma; en la navidad pagana, se da rienda suelta al emocionalismo, de manera que por encima de la alegría sobrenatural que supone la Venida en carne de la Segunda Persona de la Trinidad, se suplanta por la alegría del reencuentro familiar o, en su defecto, por la tristeza de no estar con familiares, sea por la distancia, sea por otros motivos de índole familiar, entre los que no faltan los desencuentros, los enojos, las iras y los mutuos reproches: en muchos casos, la navidad pagana se convierte en un foco que alimenta las pasiones humanas más bajas, relativas a la ira y a la falta de perdón por viejas heridas familiares. Nada de esto tiene que ver con la Verdadera Navidad. En definitiva, en la navidad pagana reina una alegría, sí, pero una alegría mundana, una alegría que nada tiene que ver con la alegría divina que nos viene a traer el Niño Dios, porque es una alegría ocasionada por los regalos, por la comida rica y abundante, por el reencuentro o no con los familiares, por la calidad y cantidad de regalos recibidos y dados. En la Navidad Verdadera, parafraseando al Evangelio, podemos decir que Dios nos da su Alegría, que es Alegría infinita, eterna, fruto del perdón divino ofrecido en el Niño Dios, Víctima Propiciatoria por nuestros pecados, que para salvarnos nace como Pan de Vida eterna en Belén, Casa de Pan. Podríamos parafrasear al Evangelio y poner en labios del Niño de Belén: “La alegría os traigo, al Alegría os doy, no como la da el mundo, sino como la da Dios, porque la Alegría que os traigo en Navidad es la Alegría de Dios, que es Alegría infinita”. Pero, lo volvemos a repetir, en la navidad pagana reina una alegría extraña, una alegría no divina, una alegría humana, pero una alegría humana pervertida y contaminada por el pecado, porque es una alegría que se deriva de motivos circunstanciales, pasajeros e incluso pecaminosos.

         Si un pagano, es decir, alguien que nunca conoció el cristianismo, nos preguntara a nosotros qué es la Navidad y qué es lo que celebramos en Navidad, ¿le diríamos que la Verdadera y Única Navidad es la que celebra el Nacimiento milagroso, en el tiempo, de la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en el seno de María Virgen –y que perpetúa esta Encarnación en la Eucaristía-, y que ha venido desde la eternidad para asumir un cuerpo y un alma humanos para ofrecerlos en la Cruz como Víctima Inocente para nuestra salvación –salvación del Pecado, del Demonio y de la Muerte- y que se nos dona cada vez en el Nuevo Portal de Belén, el altar eucarístico? ¿Le diríamos, al que nada sabe de la Navidad, que la verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena, prolongación sacramental en el tiempo de la Encarnación del Verbo de Dios? ¿O diríamos que la Navidad es la navidad pagana, la navidad falsa que nos presentan los medios de comunicación y el mundo pagano, apóstata y materialista de nuestros días? No festejemos una navidad pagana, una navidad sin Cristo Dios en el centro, una Navidad sin la Santa Misa de Nochebuena como la verdadera fiesta a celebrar y de la cual las fiestas humanas y materiales son una figura y en ella encuentran su justificación. Somos cristianos, somos católicos, y por lo tanto, estamos obligados a vivir y a anunciar una Verdadera Navidad, el Nacimiento milagroso, en carne, del Hijo del Eterno Padre, para nuestra salvación, en un humilde Portal de Belén, que prolonga su Encarnación en cada Eucaristía. Si anunciamos algo distinto a esto, entonces estamos viviendo y anunciando una falsa navidad, una navidad pagana, una navidad no-cristiana.

viernes, 11 de diciembre de 2020

Nuestra Señora de Guadalupe y la conversión eucarística

 



         En el curso de un exorcismo realizado en México, un demonio dijo al sacerdote exorcista: “Todo aquí –en México- me pertenecía hasta que llegó Ella”, refiriéndose a la Virgen de Guadalupe. El demonio, siendo como es, el “Padre de la mentira”, es mentiroso por esencia, pero en algunas oportunidades dice la verdad, como es en este caso: que todo en América era posesión del demonio, se puede constatar fácilmente, acudiendo a los libros de historia. En efecto, antes de la llegada de los Conquistadores y Evangelizadores de España, en América, sobre todo en Centroamérica y en Sudamérica, predominaban las religiones paganas, caracterizadas por los brutales rituales en los que se realizaban sacrificios humanos masivos. Estos sacrificios humanos eran parte de la religión y de la cultura de los aztecas, los mayas y los incas, entre otros pueblos indígenas. De hecho, cuando llegaron los españoles, con Hernán Cortés a la cabeza, una de las razones por las que ganaron los españoles es que se aliaron a ellos numerosas tribus indígenas, que eran esclavizadas por otras tribus indígenas, para tener material humano para sacrificar a los dioses. Estos dioses eran demonios, tal como lo dice la Escritura: “Los dioses de los paganos son demonios” (1 Cor 10, 20): por eso, cuando hacían sacrificios humanos a sus dioses, eran sacrificios humanos ofrecidos a los demonios, que se manifestaban como ídolos, a los que los indígenas rendían culto sangriento. Al revisar la historia, entonces, nos damos cuenta de que lo declarado por el demonio en el exorcismo era verdad: antes de la llegada de la Virgen, “todo” le pertenecía al demonio, porque las religiones predominantes eran las religiones paganas que, en el fondo, eran demoníacas. Hay otro dato que confirma el dominio del demonio en estas tierras en la era pre-hispánica: antes de las apariciones de la Virgen como Nuestra Señora de Guadalupe a San Juan Diego, las conversiones a Jesucristo eran muy escasas, pero a partir de las apariciones, los registros históricos dan cuenta de conversiones masivas al catolicismo, al punto que se afirma que, luego de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, se convirtieron a Jesucristo y su Iglesia unos ocho millones de indígenas.

         Las apariciones de la Virgen como Nuestra Señora de Guadalupe tiene, entonces, entre otras características, la de convertir el corazón del hombre, apegado a las cosas de la tierra y esclavizado al demonio por el pecado, a Jesucristo, Verdadero Hombre y Verdadero Dios, Nuestro Redentor y Nuestro Salvador.

         En nuestros días, en los que pareciera que todo está bajo el dominio del demonio, porque las leyes humanas promueven la cultura de la muerte –como por ejemplo, la ley del aborto-, es imperioso y urgente que elevemos nuestros ojos del alma a Nuestra Señora de Guadalupe, para que repita los portentos que realizó en la época de sus apariciones a Juan Diego y le roguemos a Nuestra Señora de Guadalupe que arrebate los corazones endurecidos por el pecado, que en cuanto tales están en poder del demonio y los convierta a Nuestro Señor Jesucristo. Le pidamos entonces a la Virgen de Guadalupe una gracia extraordinaria, para estos tiempos extraordinariamente malos que estamos viviendo: la gracia de la conversión eucarística del corazón, la gracia de la conversión de los corazones al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

sábado, 5 de diciembre de 2020

La Inmaculada Concepción y Madre de Dios Hijo

 


         Es muy importante tener presente la condición de la Virgen como Inmaculada, porque de ese dogma se derivan dos verdades esenciales de nuestra Fe Católica: la verdad de la Iglesia Católica como Esposa Mística del Cordero y la verdad de la Eucaristía como prolongación de la Encarnación del Verbo. Por esta razón, meditaremos brevemente en el significado de la Inmaculada Concepción y su relación con la Iglesia y la Eucaristía.

          Ante todo, debemos afirmar que la Virgen María tiene un doble privilegio, que no lo tiene ninguna otra creatura de la humanidad: fue concebida sin mancha de pecado original, es decir, con su humanidad –cuerpo y alma- purísima y además fue concebida como “Llena de gracia”, esto es, colmada del Espíritu Santo. Este privilegio doble no lo tuvo, no lo tiene y no lo tendrá ninguna otra creatura humana, hasta el fin de los tiempos. ¿Cuál es la razón de este doble privilegio de la Virgen? La razón es que la Virgen estaba predestinada, por la Santísima Trinidad, a ser la Madre de Dios, es decir, a ser la Madre humana de la Segunda Persona de la Trinidad, cuando ésta se encarnara en la plenitud de los tiempos. Puesto que el que se encarnaba era Dios Hijo –y en cuanto tal, Purísimo e Inmaculado, desde el momento en que es la Santidad Increada-, Aquella que estuviera destinada a ser su madre en la tierra, debía ser como Él -esto es, Pura e Inmaculada-, ya que Él no puede inhabitar en una naturaleza corrompida por el pecado. Por esta razón, la Virgen fue concebida sin pecado original, porque debía ser Purísima y purísimo debía ser su seno, para que en él inhabitara el Verbo Eterno del Padre, una vez que se encarnara, una vez que se uniera a una naturaleza humana. Pero tratándose de Dios Hijo, no bastaba que la Virgen fuera Purísima; no bastaba que su naturaleza humana no hubiera sido contaminada con la mancha del pecado original: al tratarse del Verbo del Padre, que es Quien espira al Espíritu Santo, el Amor de Dios, junto al Padre, desde la eternidad, Aquella que estuviera destinada a ser su madre en la tierra no podía tener un simple amor humano, aun cuando éste fuera purísimo, como lo era el amor del Corazón Inmaculado de María: debía inhabitar, como en el seno del Padre inhabita desde la eternidad, el Espíritu Santo, el Amor del Padre y es por esta razón que la Virgen fue concebida “Llena de gracia”, lo cual es lo mismo que decir “inhabitada por el Amor de Dios, el Espíritu Santo”. De esta manera, la Virgen habría de recibir al Verbo del Padre no sólo con su naturaleza sin mácula, sin mancha –un alma y un cuerpo humanos purísimos-, sino además llenos, plenos, inhabitados, por el Amor de Dios, el Espíritu Santo; en el Corazón de la Virgen Inmaculada debía arder el Amor de Dios y no meramente el amor humano de una madre humana perfecta, como lo era la Inmaculada Concepción. Es por esta razón que la Virgen fue concebida, además de Inmaculada, Llena de gracia, Llena del Amor de Dios, el Espíritu Santo, para que amara al Verbo de Dios con el mismo Amor con el que el Padre lo amaba desde la eternidad, el Espíritu Santo.

         Pero el prodigio de la Virgen no se detiene en Ella, porque si la Virgen fue concebida Inmaculada y Llena de gracia, así fue concebida la Iglesia, Inmaculada y Llena de gracia, al nacer del Costado traspasado del Salvador, para que la Iglesia alojara en su seno, el altar eucarístico, y lo custodiara con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, al Hijo de Dios encarnado, la Eucaristía, así como la Inmaculada y Llena de gracia alojó en su seno virginal al Hijo de Dios, el Verbo hecho carne. Sólo de la Virgen Inmaculada y Llena de gracia podía surgir el Verbo Eterno del Padre hecho carne, Jesús y sólo de la Iglesia Católica, Inmaculada y Llena de gracia, podía salir el Verbo Eterno del Padre hecho carne, Jesús Eucaristía. Éstas son las razones por las que la Virgen y la Iglesia son Inmaculadas y Llenas del Espíritu Santo.

               Entonces, el que niega que la Virgen es Inmaculada y Llena del Espíritu Santo -como lo hacen los protestantes, por ejemplo-, niega la condición de la Iglesia como Esposa del Cordero y niega además a la Eucaristía como Presencia Real y substancial del Hijo de Dios encarnado. De ahí la importancia, para nuestra fe y nuestra vida espiritual, de creer firmemente en el Dogma de la Inmaculada Concepción.