martes, 22 de agosto de 2017

Santa María Reina


         Al ser Asunta a los cielos en cuerpo y alma glorificados, la Santísima Virgen, luego de ser recibida por su Hijo Jesús, es coronada como Reina de cielos y tierra, con una corona más preciosa que el oro, la plata, los diamantes y los rubíes, porque recibe de la Santísima Trinidad una corona de gloria y de luz divina. La Virgen es Reina porque su Hijo es “Rey de reye y Señor de señores”, y en realidad este título de Reina, si bien recibe la corona luego de su gloriosa Asunción a los cielos, lo poseía ya desde su Inmaculada Concepción, pues Aquella que no conoció la mancha del pecado original y fue concebida en gracia, estaba destinada a ser la Madre del Rey de los hombres y de los ángeles, el Hombre-Dios Jesucristo.
         Así, al ser coronada con la corona de luz y gloria, la Virgen se convierte en la Mujer descripta por el Apocalipsis, Aquella que “aparece en el cielo vestida de sol, con la luna a los pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza” (cfr. Ap 12, 1). La Virgen es coronada en el cielo como Reina de cielos y tierra, como Reina de ángeles y hombres, como Reina del universo visible y del invisible, y esto porque su Hijo es también Rey de todo lo creado, por lo que la Virgen participa de la realeza divina de su Hijo, Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios. Así como su Hijo, al Ascender a los cielos, recibió del Padre Eterno y del Santo Espíritu de Dios, la corona de luz y gloria que por derecho y por conquista le pertenecía, así también la Virgen, luego de su gloriosa Asunción en cuerpo y alma a los cielos, recibe también una corona incorruptible, más preciosa que el oro y la plata, la corona de luz y gloria de su Hijo Jesús.
         Ahora bien, esta corona de luz y de gloria la recibe la Virgen por derecho, por ser Ella la Inmaculada Concepción, la Inhabitada por el Espíritu Santo, la Llena de gracia, la Madre de Dios; pero la recibe también por conquista, porque participó en la tierra de la dolorosa Pasión de su Hijo, y si bien Ella no recibió corporalmente los castigos de Jesús, participó de ellos moral y espiritualmente, sufriendo un dolor en un todo similar al de su Hijo Jesús. Y así como Jesús fue coronado de espinas, y por eso luego mereció la corona de luz y de gloria en los cielos, así también la Virgen, si bien no fue coronada físicamente con una corona de espinas, sufrió en su Inmaculado Corazón y en su Alma Purísima los dolores de la corona de espinas de su Hijo, haciéndose así merecedora de la corona de luz y de gloria en el cielo. Tanto Jesús como la Virgen, para poder ser coronados de luz y de gloria en el cielo, tuvieron que atravesar en la tierra por las dolorosas y humillantes horas de la Pasión, incluida la coronación de espinas, Jesús de modo físico, y la Virgen, participando moral y espiritualmente de su Pasión y coronación de espinas.

Como dijimos, la Virgen no sufrió físicamente la Pasión y la coronación de espinas, pero sí participó moral y espiritualmente, convirtiéndose así en Corredentora, al unir sus dolores morales y espirituales a los dolores redentores y salvíficos de Jesús. De un modo particular, por medio de la coronación de espinas, Jesús y María expiaron por los pensamientos impuros y por los pensamientos malos de toda clase, que los hombres continuamente elaboran en sus mentes. Es por eso que, al contemplar a la Virgen como Reina y coronada de luz y gloria, meditemos en cómo fue que la Virgen se ganó esa corona, participando de los dolores de su Hijo Jesús, para que así evitemos todo pensamiento malo, de cualquier orden, y le pidamos a la Virgen que nos alcance los pensamientos santos y puros que tenía Jesús coronado de espinas. Sólo así, evitando los malos pensamientos y pidiendo la gracia de poseer los pensamientos santos y puros de Jesús y María, y pidiendo la gracia de llevar la corona de espinas en esta vida, podremos ser coronados, como Nuestra Madre y como Jesús, de luz y de gloria en el cielo.

martes, 15 de agosto de 2017

Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María



         La Iglesia celebra hoy la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, la Madre de Dios Hijo encarnado. ¿Qué significa la Asunción y por qué se da en la Virgen? Que la Virgen sea Asunta en cuerpo y alma a los cielos significa que, en el momento en que debía morir, en vez de hacerlo, la Virgen se durmió –por eso en la Iglesia Oriental se llama “Dormición”- y, al despertar, se encontraba no en esta vida terrena y mortal, sino en la vida eterna, en el Reino de los cielos, siendo Asunta en cuerpo y alma gloriosos al cielo. Es decir, significa que, en el momento de morir, en vez de sufrir la separación del cuerpo y del alma, como sucede con toda persona humana al morir, y que es consecuencia esta muerte del pecado original, en la Virgen, cuya alma estaba “llena de gracia” desde su Concepción por haber sido concebida sin la mancha del pecado original, pero además, por estar inhabitada por el Espíritu Santo, toda la plenitud de gracia que poseía su alma en esta vida terrena, en el momento de pasar a la otra vida, se derramó, por así decirlo, sobre su cuerpo inmaculado, de manera que la gracia de su alma, en esta vida, se convirtió en la gloria celestial que, derramándose desde su alma purísima hacia su cuerpo, glorificó a este, siendo Asunta en ese mismo momento, por legiones de ángeles que vinieron en su busca por orden de Jesús, al Reino de los cielos. La razón por la cual la Virgen, al morir, no experimentó la muerte, sino la “Dormición”, es por haber sido preservada de la mancha del pecado original, mancha cuya consecuencia es la muerte. Por lo tanto, al no tener pecado original, no habría de sufrir sus consecuencias, entre las principales, la muerte terrena. Pero además en la Virgen se suma otro elemento, que la hace Única entre todas las creaturas, y es el hecho de haber sido concebida Llena de gracia e inhabitada por el Espíritu Santo, y es por esto que, al experimentar la Dormición en vez de la muerte, el alma no solo no se separó de su cuerpo, sino que permaneció unida y le comunicó a su cuerpo la plenitud de gracia y de gloria divina en la que vivía desde su Inmaculada Concepción.
         De esta manera, la Virgen, además de ser la Mujer del Génesis, que aplasta la cabeza de la serpiente; además de ser la Mujer que en Caná intercede ante la Trinidad para que Dios Hijo obre el primer milagro público por orden de Dios Padre, para así comenzar a donar a Dios Espíritu Santo de modo público a los hombres, esto es, el Espíritu Santo; además de ser la Mujer que, al pie de la Cruz, acompaña al Hijo de Dios en su agonía y se convierte, por pedido de Jesús, en Madre adoptiva de los hijos de Dios; la Virgen es además la Mujer del Apocalipsis, la Mujer revestida de sol, con la luna bajo los pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza; es la Mujer a la cual se le dotan dos alas de águila para huir al desierto y poner así a salvo a su Hijo, el Niño Dios.
         Por último, la Asunción de María Santísima tiene una relación directa con nuestras vidas personales y con nuestra espiritualidad católica: siendo nuestra Madre del cielo, su Asunción constituye, para nosotros, que hemos nacido con el pecado original, la esperanza de compartir, algún día, su eterna bienaventuranza. Para ello, debemos hacer el propósito de vivir en gracia y de conservar la pureza de cuerpo y alma, no solo evitando absolutamente todo pecado mortal o venial deliberado, sino buscando vivir en gracia, conservar la gracia y aumentarla, por medio de la Confesión Sacramental y la Comunión Eucarística frecuente, la práctica de las obras de misericordia y la decisión de seguir a Jesús cada día, todos los días, cargando nuestra cruz y negándonos a nosotros mismos, para morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo, al hombre regenerado por la gracia.

         Sólo así, compartiremos el destino de nuestra Madre celestial, esto es, seremos glorificados en cuerpo y alma y, luego de nuestro juicio particular, comenzará nuestra eterna alegría, en la contemplación y adoración de la Trinidad y del Cordero Místico, en compañía de María Asunta al cielo.