viernes, 23 de septiembre de 2016

Novena a Nuestra Señora de la Merced 6


         ¿En qué consiste ser devotos de la Virgen de la Merced? Primero, veamos en qué NO consiste ser sus devotos: no consiste en acordarse de Ella una vez al año; no consiste en asistir, una vez al año, a su fiesta litúrgica, y luego, durante el resto del año, estar ausente de la Misa y de la Confesión sacramental; no consiste en venir a su fiesta y luego no rezarle en todo el año; no consiste en no cumplir los Mandamientos; no consiste en usar su día, el 24 de Septiembre, para cometer excesos –alcohol, diversiones, etc.-; no consiste en olvidarme de los Mandamientos de Dios. Comportarse así con la Virgen, es como si un hijo le dice a su madre: “Mamá, te amo”, pero luego hace todo lo que a su madre le disgusta. Comportarse así, es ser devotos superficiales de la Virgen de la Merced, que es casi como igual a nada.
         ¿En qué consiste ser devotos de la Virgen de la Merced? Ser devotos de la Virgen de la Merced quiere decir no solo acordarnos de Ella en su día, el 24 de Septiembre, aniversario de la Batalla de Tucumán, sino todos los días del año y todos los días de nuestra vida; es regalarle nuestro tiempo, es dedicarle tiempo para rezar, para regalarle flores espirituales, que son las Ave Marías del Rosario; es demostrarle a la Virgen, así como un hijo le demuestra a su madre su amor, no solo no haciéndola renegar, sino siendo bueno, amable, afectuoso y obediente con ella, que queremos que esté contenta con nosotros, y para así nos esforzamos por vivir en gracia, confesándonos con frecuencia, asistiendo a la Santa Misa a recibir a su Hijo Jesús en la Eucaristía, evitando todo pecado, como un hijo evita hacer, pensar o decir lo que ofende a su madre amada.
Preguntamos nuevamente: ¿en qué consiste ser devotos de la Virgen de la Merced? Y para saberlo, miremos un ejemplo de devoto a la Virgen, como el General Belgrano: confió en Ella en el momento más crucial de su vida, en momentos de peligro, como el día anterior a la Batalla de Tucumán; le prometió y le dio todo lo que él era, que era el ser General, porque al darle el bastón de mando del Ejército, en cierta manera, le estaba dando todo su ser, todo lo que él era en la vida; puso toda su vida en manos de la Virgen, y a lo largo de su vida, demostró, con todas las fallas que los seres humanos tenemos, que deseaba siempre permanecer bajo su maternal manto.
Ser devotos de la Virgen, entonces, es llevarla en el corazón todo el año, o mejor aún, es consagrarnos a Ella, para vivir en su Inmaculado Corazón todo el año, no solo evitando el pecado, sino buscando de darle contento, viviendo los Mandamientos de la Ley de Dios, todos los días, todo el día.
          

         

Novena a Nuestra Señora de la Merced 5


         ¿En qué podemos imitar al General Belgrano? Para saberlo, recordemos qué es lo que hizo el General Belgrano antes de la Batalla de Tucumán del 24 de Septiembre de 1812: puesto que era un ferviente devoto de la Madre de Dios, frente a una situación tan peligrosa y difícil situación, como lo era la batalla que se estaba por librar, el General Belgrano, luego de disponer todo lo humanamente a su alcance, se dirigió al altar de la Virgen de la Merced con una plegaria[1], encomendándole el éxito de la batalla y prometiéndole darle su bastón de mando y nombrarla Generala del Ejército Argentino, si es que el resultado era favorable.
         Es sabido que el resultado fue favorable para las fuerzas patriotas, por lo que, una vez finalizada la batalla y según cuentas las crónicas de la época, “en el parte que transmitió al Gobierno, Belgrano hizo resaltar que la victoria se obtuvo el día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección se habían puesto las tropas. El parte dice textualmente: “La patria puede gloriarse de la completa victoria que han tenido sus armas el día 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes bajo cuya protección nos pusimos”[2]. Luego de transmitido el parte, el General Belgrano puso en manos de la imagen de la Virgen su bastón de mando, efectuando la entrega “durante una solemne procesión con todo el ejército, que terminó en el Campo de las Carreras, donde se había librado la batalla”[3]. Como vemos, la confianza del General Belgrano y su amor a María no quedaron defraudados, porque la Virgen le concedió un brillante triunfo, gracias al cual se decidió la suerte de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Ahora estamos en condiciones de responder al interrogante inicial, acerca de en qué podíamos imitar a nuestro prócer, y es en su confianza y amor a la Virgen y mucho más, si tenemos en cuenta que nosotros no tenemos que enfrentarnos a una batalla terrena, como el General Belgrano, y tampoco peleamos “contra la carne y la sangre”, es decir, contra nuestros prójimos, y tampoco peleamos con armas de fuego, para lograr la Independencia de nuestra Nación: estamos en medio de una batalla, sí, pero una batalla espiritual, en la que luchamos contra “las potestades malignas de los aires”, los demonios, los ángeles caídos, y luchamos con armas espirituales –la fe, la oración, el Rosario, la Confesión, la Santa Misa-, y lo que está en juego no es una independencia terrena, sino la salvación eterna del alma. Y como tampoco tenemos un ejército terreno para darle su bastón de mando y como sin embargo necesitamos igualmente obtener una victoria brillante que resuene en los cielos por  la eternidad, tenemos que hacer como el General Belgrano: dirigirnos al altar de la Virgen de la Merced y entregarle el Bastón de Mando de nuestra vida, de nuestro ser, de nuestra inteligencia, de nuestra libertad, y así la Virgen nos otorgará la victoria final sobre nuestros enemigos, como al General Belgrano.
A Nuestra Madre, la Virgen de la Merced, le decimos, desde lo más profundo del corazón: 
"Virgen María, Nuestra Señora de la Merced,
te hacemos entrega del Bastón de Mando 
de nuestras vidas, de nuestro ser, 
de todo lo que somos y tenemos,
de nuestros seres queridos,
de nuestros bienes materiales y espirituales,
para que nos concedas la victoria sobre nuestros enemigos, 
para que nos tú nos guíes
a la vida eterna en el Reino de los cielos,
para que nos concedas la victoria sobre nuestros enemigos
y así contemplemos a tu Hijo, Jesús,
el Cordero de Dios, 
por los siglos sin fin. Amén".




[1] Cfr. http://forosdelavirgen.org/288/nuestra-senora-de-la-merced-tucuman-argentina-24-de-septiembre/
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.

Novena a Nuestra Señora de la Merced 4


         ¿Por qué la Virgen de la Merced lleva una corona? ¿Qué significado tiene? ¿Qué relación tiene con nosotros? Ante todo, hay que decir que la razón por la cual la imagen de Nuestra Señora de la Merced de Tucumán lleva una corona, es porque fue coronada solemnemente, en nombre del Papa San Pio X, en 1912, al cumplirse el centenario de la batalla y victoria de Tucumán[1]. A su vez, el pedido del pueblo y el Gobierno de Tucumán a la Santa Sede de que sea coronada la histórica imagen, fue en gratitud por los favores concedidos[2]. La corona de Nuestra Señora de la Merced, de 30 centímetros de alto y 285 quilates, tiene mucho valor desde el punto de vista material, pues lleva oro, plata y piedras preciosas, siendo estas sus características: estilo renacentista, diseñada en París por Coven Lacloche y fabricada en Buenos Aires; cuenta con 2.744 brillantes y seis zafiros grandes; está hecha en oro y platino; con arcos de oro macizo. Su valor material es tan alto, que “la corona está todo el año guardada en el tesoro del Banco de la Nación y únicamente sale el día de la procesión, junto con la imagen, celosamente custodiada”[3].
         Y ahora, la otra pregunta: ¿tiene alguna relación esta corona con nuestra vida de cristianos? Respondemos que, desde el momento en que la Virgen es Nuestra Madre del cielo, sí tiene relación con nuestra vida de cristianos, pero para ahondar en la respuesta, debemos tener en cuenta primero cuál es el significado en la Virgen. Un primer elemento a tener en cuenta es que la corona que lleva la imagen de Nuestra Señora de la Merced, aún con todo el valor material que posee y con todo su esplendor, es solo una palidísima imagen de la corona de luz y gloria que la Madre de Dios ostenta en los cielos, por toda la eternidad. Es decir, la corona material, hecha de oro, plata y piedras preciosas, es solo figura –palidísima- de la corona de luz y gloria portada por la Virgen en los cielos, como Reina y Señora de hombres y ángeles. Al contemplar la corona, no debemos por lo tanto quedarnos en su valor material, ni en el hecho histórico de la coronación pontificia, sino que debemos meditar acerca de lo que esa corona representa: es un símbolo de la corona de gloria con la que la Virgen fue revestida el día de su Asunción, de manos de su propio Hijo Jesús. Entonces, esa corona nos hace recordar que la Virgen de la Merced es nuestra Reina, nuestra verdadera y única Reina, a la que le debemos todo nuestro amor, nuestro honor y nuestra veneración, pues es la Reina de cielos y tierra.
         Pero hay también otra reflexión que debemos hacer, y es que la Virgen mereció la corona de luz y gloria en el cielo por haber compartido aquí, en la tierra, de modo espiritual y místico, la coronación de espinas de Nuestro Señor Jesucristo. Y esa corona, formada por largas, gruesas, duras y filosas espinas, son la materialización de nuestros malos pensamientos y deseos, de modo que, cada vez que consentimos un mal pensamiento o deseo, traspasamos con las espinas de la corona de Jesús, nuevamente, tanto a Jesús como a María. La razón por la cual Jesús se deja coronar de espinas, sufriendo tanto dolor y derramando tanta sangre, y la razón por la que María comparte espiritual y místicamente el dolor de la coronación de espinas de Jesús, es para que no solo no tengamos malos pensamientos, sino para que tengamos pensamientos santos y puros, los mismos pensamientos que tienen Jesús y María coronados de espinas: Jesús coronado materialmente y la Virgen coronada espiritualmente con las espinas.
         Al contemplar la corona de la Virgen de la Merced, por lo tanto, debemos meditar en el dolor de María Virgen al participar espiritualmente de la coronación de espinas de Jesús, y hacer el propósito de no solo rechazar todo mal pensamiento, de cualquier clase, sino de pedirle a la Virgen que nos dé los mismos pensamientos, santos y puros, que tiene su Hijo Jesús coronado de espinas.
         Y de la misma manera, si queremos ser coronados de gloria en el cielo como Nuestra Madre, la Virgen de la Merced, también nosotros debemos pedir llevar, en esta vida, la corona de espinas de Nuestro Señor Jesucristo.
        



[1] Cfr. http://forosdelavirgen.org/288/nuestra-senora-de-la-merced-tucuman-argentina-24-de-septiembre/  A su vez, el 22 de junio de 1943, el Presidente de la República, General Pedro P. Ramirez, por decreto aprobado el día anterior con sus ministros, dispuso por el artículo 1ro: “Quedan reconocidas con el grado de Generala del Ejército Argentino: la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de las Mercedes, y la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen”.
[2] http://www.lagaceta.com.ar/nota/511389/sociedad/esta-lujosa-corona-refleja-gratitud-pueblo-virgen.html
[3] Cfr. ibidem.

martes, 20 de septiembre de 2016

Novena a Nuestra Señora de la Merced 3


         El General Belgrano y la Virgen de la Merced
         Es por todos sabido que el General Belgrano era muy devoto de la Virgen y que, en vísperas de la Batalla del 24 de Septiembre de 1812, se encomendó a la Virgen, en su advocación de Nuestra Señora de la Merced, pidiéndole el triunfo en la lucha. Como es sabido también, la Virgen escuchó a nuestro prócer, pues le dio aquello que era lo más conveniente para los patriotas en ese momento, y era el triunfo, interviniendo con un milagro que, además de conceder el triunfo al Ejército Argentino, contribuyó en mucho a disminuir el número de bajas de ambos lados.
         En agradecimiento, el General Belgrano le otorgó el Bastón de Mando y le otorgó a la Virgen el cargo de Generala del Ejército Argentino y esa es la razón por la cual la Virgen, en la fiesta del 24 de Septiembre, recibe los honores propios de un general, por parte del Ejército.
         El General Belgrano nos da ejemplo de devoción a la Virgen y de fidelidad a la gracia, porque su acto, el de confiar y honrar a la Virgen, es un acto de devoción mariana y, como tal, es una gracia; al ser una gracia, quiere decir que es un don venido del cielo, de Dios mismo, que es la Gracia Increada, don que pasa a través de la Virgen, porque la Virgen es Medianera de todas las gracias. Esto significa, por un lado, que el General Belgrano recibió la gracia de nombrar a la Virgen –seguramente, como un pensamiento- y respondió a la gracia inmediatamente; podría no haber respondido a la gracia y no haberse confiado a la Virgen y mucho menos darle su Bastón de Mando, nombrándola Generala del Ejército Argentino, y sin embargo, respondió a la gracia, obteniendo de la Virgen y para la Patria, el triunfo sobre sus enemigos y el camino a la Independencia.

         Al recordar al General Belgrano, imitémoslo entonces en su prontitud para responder a la gracia y en su devoción y amor a la Virgen de la Merced, y la forma de demostrar nuestro amor filial a María, es respondiendo a todo impulso de amor hacia Ella, así como un niño pequeño responde al llamado de amor de su madre.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Novena a Nuestra Señora de la Merced 2


         La imagen de Nuestra Señora de la Merced lleva un bastón de mando, donado por el General Belgrano luego de la Batalla de Campo de las Carreras. El General Belgrano, ferviente devoto de la Virgen, había encomendado el resultado de la batalla a la Virgen de la Merced y sus ruegos fueron escuchados, pues la batalla no solo fue favorable a las fuerzas patriotas, sino que también, por la aparición de prodigios y milagros, como la nube de langostas que apareció de improviso en el campo de batallas, el triunfo se saldó con un mínimo de muertos y heridos en ambos mandos. En acción de gracias, el General Belgrano nombró a la Virgen como Generala del Ejército Argentino, concediéndole el bastón de mando en una ceremonia solemne. De esta manera, el General Belgrano no solo nos daba muestras de su gran devoción mariana, sino que además nos daba un principio más que seguro para el progreso de la vida de santidad, al hacernos ver que, si bien nosotros debemos poner todo nuestro empeño en crecer en la santidad, nuestro destino está en las manos de Dios, que quiere obrar a través de las manos de la Virgen, por lo que al poner el bastón de mando en manos de la Virgen, el General Belgrano nos estaba diciendo, con este gesto, que todas nuestras empresas y toda nuestra vida, debemos ponerlas en manos de la Virgen, porque eso equivale a ponerlas en manos de Dios.

         Por gracia de Dios, uno de nuestros máximos próceres, el General Belgrano, nos da ejemplo de la más alta espiritualidad a la que pueda aspirar un cristiano, y es la devoción ferviente y la confianza ilimitada en la Madre de Dios, por lo que, como buenos patriotas y como buenos cristianos, nuestro deber es imitar al General Belgrano en estas virtudes. Ahora bien, como es obvio, constatamos que no tenemos un ejército, como lo tenía el General Belgrano, para confiárselo a la Virgen, ni tampoco luchamos contra soldados humanos, ni la lucha se desarrolla en una fracción de tierra, como el Campo de las Carreras. ¿Quiere decir esto que no podemos imitar al General Belgrano en su amor a María de la Merced? De ninguna manera, porque si bien no luchamos contra hombres, sí luchamos contra los ángeles caídos, “las potestades malignas de los cielos”, que buscan nuestra eterna perdición; el campo de batalla no es el Campo de las Carreras, sino nuestra alma y nuestro corazón; la batalla no es por la independencia de una nación, sino por la salvación eterna del alma, y si bien, como decíamos, no tenemos un ejército para ofrendarle a la Virgen el bastón de mando, sí tenemos para darle a la Virgen el bastón de mando de nuestro ser, de nuestra vida, de nuestra existencia, de manera tal que la nombramos a Ella Dueña y Señora de lo que somos y tenemos, de nuestro pasado, presente y futuro, de nuestros bienes materiales y espirituales, y a Ella le confiamos el triunfo final de la batalla que libramos a lo largo de esta vida, que consiste en entronizar al Sagrado Corazón en nuestros almas, para luego cantar al Cordero, en los cielos y por la eternidad, cánticos de triunfo, de alabanza y de adoración. Como el General Belgrano, entreguemos a la Virgen de la Merced el bastón de mando de nuestras vidas, para que Ella nos guíe al triunfo final sobre los enemigos del alma, haciéndonos enarbolar el estandarte victorioso y ensangrentado de la Santa Cruz de Jesús.         

viernes, 16 de septiembre de 2016

Novena a Nuestra Señora de la Merced 1


         Nuestra Señora de la Merced lleva el título de “Redentora de cautivos”, porque la Orden Mercedaria fundada por San Ramón Nolasco y cuya Patrona era la Virgen de la Merced, tenía la misión de rescatar a aquellos que habían sido tomados prisioneros por los musulmanes en Tierra Santa. Los seguidores de Mahoma habían invadido ilegítimamente Tierra Santa, que pertenecía a la Cristiandad y como respuesta a esta invasión, los cristianos, bajo el llamado de los Papas, organizaron expediciones militares llamadas “Cruzadas”, para recuperar lo que legítimamente les pertenecía, Tierra Santa y los Santos Lugares de la Redención, como el lugar del Nacimiento del Salvador, el Calvario, el Santo Sepulcro, y muchos otros lugares. Como consecuencia de estas invasiones y guerras desencadenadas por la incursión de los mahometanos, sucedía que muchos cristianos eran tomados prisioneros por los seguidores de Mahoma, los cuales exigían un rescate en dinero si es que los querían volver a ver con vida. La Orden Mercedaria, cuya Patrona era la Virgen de la Merced, logró rescatar a numerosos cristianos, llegando incluso a realizar intercambios de religiosos de la Orden a cambio de prisioneros cuando se agotaba el dinero, como sucedió con el caso de San Ramón Nonato, religioso mercedario. Esta es la razón por la cual la Virgen de la Merced lleva, entre otros títulos, el de “Redentora de cautivos”. Y aunque en nuestros días existe una secta islamista extremista llamada “ISIS”, que continúa con la misma intención de hacer del mundo cristiano un califato, caracterizándose por la crueldad satánica que muestra en la ejecución de los prisioneros, sobre todo de los cristianos, la Orden Mercedaria ya no se dedica al intercambio de prisioneros, sino a la evangelización de los gentiles, por medio de diversos apostolados.

         Sin embargo, la Virgen no ha perdido su nombre de “Redentora de cautivos”, porque Ella continúa rescatando y redimiendo a innumerables hijos suyos que se encuentran esclavizados por una esclavitud peor que la de los mahometanos, y es la esclavitud del pecado. En nuestros días, cientos de miles e incluso millones de niños, jóvenes, adultos, se encuentran bajo el yugo esclavizante de todo tipo de pecado, que les impide vivir con la libertad de los hijos de Dios: hedonismo, materialismo, lujuria, drogadicción, sectas de la Nueva Era, magia, ocultismo, brujería, chamanismo, alcoholismo, y el peor de todos, el ateísmo y la apostasía, que hacen renegar de la fe en Nuestro Señor Jesucristo, Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser Dios, y los sumerge en una existencia oscura, tenebrosa, que los encamina a un abismo de perdición eterna. Hoy, más que nunca, por lo tanto, es necesario elevar súplicas y ruegos a la Virgen, Nuestra Señora de la Merced, para que libere a estos hermanos nuestros que se encuentran esclavizados por las duras cadenas del pecado. Y, al igual que hacían los mercedarios, además de ofrecer nuestras oraciones, penitencias, mortificaciones, por la conversión de quienes están esclavizados por el pecado, a imitación de ellos, que se ofrecían a cambio de la liberación de los cristianos prisioneros, nosotros podemos ofrecernos, unidos a Nuestra Señora de la Merced, en la Santa Misa, renovación del Santo Sacrificio de la Cruz, como víctimas en la Víctima, Cristo Jesús, suplicando por la liberación de quienes están bajo el duro yugo del pecado.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Memoria de Nuestra Señora de los Dolores


         “Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre” (Jn 19, 25-27). Luego de relatar la Pasión y Crucifixión de Nuestro Señor, el Evangelio describe la presencia de María Virgen, que está de pie, “junto a la cruz” de Jesús, asistiendo a su Agonía y Muerte. De esta manera, La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo constituyen, con creces, el cumplimiento de la profecía del anciano Simeón, realizada el día en que la Virgen llevó a su Niño recién nacido al templo: “Una espada de dolor atravesará tu Corazón”. Ya en ese mismo momento, la Virgen sintió, con un dolor agudísimo en su Inmaculado Corazón, cómo la profecía comenzaba a cumplirse, porque su Hijo era el Mesías que habría de salvar al mundo inmolando su vida en el altar de la Cruz. Ahora, en el Calvario, la Virgen experimenta el cumplimiento cabal de la profecía que comenzó el día de la Presentación, solo que ahora, en el Calvario, el dolor es de tal intensidad y de tan grande magnitud, que si no estuviera sostenida por el Divino Amor, moriría de tanto dolor que acumula en su Purísimo Corazón. La Presentación y la Cruz son, entonces, dos momentos distintos de una misma profecía: el dolor que inundará, con torrentes inagotables, el Corazón de la Virgen, pero la diferencia es que si en la Presentación, cuando Jesús Niño era sostenido entre los brazos de su Madre, la Virgen sintió el dolor de una espada en su Corazón, ahora en el Calvario, en donde su Hijo amado está sostenido por gruesos clavos de hierro en los brazos de la Cruz, el dolor que inunda a la Virgen es tan grande, que se compara a cientos de espadas que laceran su Inmaculado Corazón. Y si en la Presentación, la Virgen ofrece a su Hijo a Dios, y al hacerlo, una filosa y aguda espada la hace palidecer de dolor, ahora, en el Monte Calvario, al ofrecer la Virgen a su Hijo a Dios por nuestra salvación, siente que se le arranca la vida misma, al ver a su Hijo agonizar y morir en la cruz porque su Hijo es su vida, su amor, su razón de ser y existir, y si su Hijo muere, siente la Virgen que Ella muere con Él.
Al pie de la Cruz, la Virgen es Corredentora, porque participa de los dolores y del sacrificio salvífico de su Hijo Jesús, al ofrecer a Dios, sin queja alguna, con mansedumbre y con dulce amor, los dolores de su Corazón y en un cierto sentido al sacrificarse Ella misma, porque al morir su Hijo, que es la Vida de su alma, siente que su alma muere y se va con Él.

“Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre”. La Virgen, Nuestra Señora de los Dolores, al permanecer de pie al lado de la Cruz, y al ofrecer a su Hijo al Padre por la salvación de los hombres –porque no se queja en ningún momento de los planes salvíficos de Dios-, es figura de la Iglesia que, por medio del sacerdocio ministerial y a través del Santo Sacrificio del Altar, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, ofrece al Padre la Eucaristía, esto es, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh María, Madre mía, Nuestra Señora de los Dolores, yo soy la causa de tu llanto, de tu amargura y de tu dolor; yo soy, con mis pecados, quien lacero y atravieso tu Inmaculado Corazón, provocándote dolores de agonía y muerte, y por eso te imploro, por tu Hijo Jesús que por mí está en la Cruz, traspasa mi duro corazón con el dardo de fuego del Divino Amor, para que amándote a ti y a Jesús en lo que resta de mi vida en la tierra, continúe amándolos por la eternidad en el cielo!

jueves, 8 de septiembre de 2016

Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María


         La Iglesia celebra y festeja el nacimiento de María Santísima, Aquella que es la Mujer del Génesis, del Calvario y del Apocalipsis, la Llena de gracia, la Inmaculada Concepción, la Virgen María, que fue destinada por la Trinidad Santísima para ser Madre de Dios Hijo encarnado.
         María, que es concebida sin la mancha del pecado original, representa a la Nueva Humanidad, la humanidad regenerada por la gracia santificante, donada a los hombres por medio del sacrificio redentor de Jesús en la cruz. Por esta razón, su nacimiento es causa de alegría, no solo para sus padres, Joaquín y Ana, que veían coronada su vejez con el don de un hijo, sino para toda la humanidad, porque su nacimiento representa el inicio del plan de salvación ideado por la Trinidad, plan que tendría en María Virgen un elemento clave para su realización, porque era Ella la elegida para alojar en su seno virginal al Verbo de Dios Encarnado, Cristo Jesús.
         El Nacimiento de la Virgen, dice San Andrés de Creta, es un “día alegre, en el que toda la Creación rebosa de contento”, porque la Virgen es el “templo y santuario, creado por el Creador para hospedar al Hacedor” del universo: “Que toda la Creación, pues, rebose de contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día. Cielo y tierra se aúnen en esta celebración, y que la festeje con gozo todo lo que hay en el mundo y por encima del mundo. Hoy, en efecto, ha sido construido el santuario creado del Creador de todas las cosas, y la Creación, de un nuevo modo y más digno, queda dispuesta para hospedar en sí al supremo Hacedor”[1].
         La Natividad de María Virgen es entonces Causa de Alegría, no sólo para sus padres, sino para toda la humanidad, porque a través de Ella habría de venir al mundo el Salvador, y así también es causa de alegría para la Iglesia, de quien María es Madre, modelo y figura, porque así como María Virgen, por el poder del Espíritu Santo, vino al mundo en Belén, Casa de Pan, su Hijo Jesús, Pan Vivo bajado del cielo, así también por la Iglesia, por el poder del Espíritu Santo, viene al mundo, en la consagración, en el altar eucarístico, Nuevo Belén, Jesús Eucaristía, Pan de Vida eterna, que alimenta a las almas con la substancia misma de Dios Trino y la colma con su Ser divino, Fuente de alegría y Alegría infinita en sí misma.



[1] Sermón 1, PG 97, 806-810.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Un Legionario sin apostolado no es auténtico devoto de María


         Así como no podemos elegir de Cristo sólo lo que nos agrade, por ejemplo, la alegría del Tabor, la gloria de la Resurrección, la Exaltación a los cielos, y al mismo tiempo descartar lo que nos desagrade, como por ejemplo, la humillación de la Pasión, el dolor de la cruz, la ignominia sufrida hasta su muerte el Viernes Santo, porque de esa manera nos estaríamos inventando un cristo falso, un cristo hecho a nuestra medida, que nos satisface, que es todo alegría y ausencia de cruz, así también sucede con Nuestra Señora: tampoco podemos elegir lo que nos agrade –la alegría de la Anunciación, por ejemplo, pero sin considerar ni querer tomar parte en sus dolores[1], porque de esa manera nos estaríamos también inventando una virgen falsa, hecha a nuestra medida, pero que no corresponde a la realidad. Si queremos llevarla a nuestra casa, como el apóstol Juan -es decir, a nuestro corazón y a nuestra vida cotidiana-, debemos aceptar a María Santísima en su totalidad, y no parcialmente, lo que más nos agrade. No basta con tomar a María como modelo de virtudes; tampoco basta con rezarle y rezar a Dios agradeciendo por las maravillas que obró en María; para que nuestra devoción a María sea auténtica –y la primera devoción es considerarla como Madre de Dios y Madre nuestra, es decir, comportarnos con Ella como sus hijos pequeños-, lo que debemos hacer es unirnos a María en comunión de vida y amor, y es así como María nos comunicará la gracia de su Hijo Jesús. Así como un hijo, que ama a su madre, no se contenta con tomarla como modelo y con decirle cosas lindas, sino que se alegra con su alegría y se duele con sus dolores, así sucede con nosotros, con relación a María: debemos unirnos a Ella, para que Ella nos haga partícipes de su vida, de sus dolores y de sus alegrías. La función esencial de María es la maternidad, tarea encargada por Nuestro Señor antes de morir, cuando dijo a Juan: “He aquí a tu Madre”, y por lo tanto, la verdadera devoción a María implica necesariamente el servicio de los hombres[2], porque todos los hombres están llamados a ser hijos y porque la Virgen está llamada a ser Madre de todos los hombres, los que nacen a la vida de hijos de Dios por el bautismo, y para esto se necesita ser apostolado, porque los hombres necesitan saber –tienen derecho a saberlo- que Dios los quiere adoptar como hijos por el bautismo, para que pasen a ser hijos suyos adoptivos e hijos de la Virgen. La maternidad es una función esencial de María y el Legionario, como hijo de María, debe hacer apostolado para que los hombres sean hijos de Dios, y si ya lo son, para que se comporten como tales, porque muchos han recibido el bautismo, son hijos adoptivos de Dios, pero se comportan como paganos. Así como no se puede concebir a María sin la maternidad espiritual de todos los hombres, así tampoco se puede concebir al cristiano sin apostolado que es, en cierto modo, la participación a esta función maternal de María. Por consiguiente, la Legión descansa no sobre María y el apostolado, sino sobre María como principio y fuente del apostolado y de toda la vida cristiana[3].
         Ahora, no hay que pensar, dice el Manual del Legionario, que el apostolado caerán como lenguas de fuego desde el cielo, sobre los Legionarios que ociosamente estén cruzados de brazos. Lo que el Legionario debe hacer es evaluar acerca de las probabilidades concretas que tiene de hacer apostolado, encomendarse a la Virgen y pedirle que sea Ella quien, a través nuestro, actúe. La Virgen necesita de nuestra ayuda, y esto no porque la Virgen no sea Poderosa –recordemos que Ella es la Mujer del Apocalipsis, que aplasta la cabeza de la Serpiente con su talón, y esto porque la Trinidad le participa de su omnipotencia divina-, sino porque la Divina Providencia ha querido contar con nuestra cooperación humana. María posee un tesoro inagotable de gracias, pero necesita de nuestra ayuda para distribuirlas. Es como si el gerente de un banco quisiera hacer llegar sumas formidables de dinero a indigentes, pero necesita de la colaboración de los cadetes. Esos cadetes somos nosotros, que debemos unirnos a María en comunión de vida y amor para nuestro apostolado sea fructífero en gracias de conversión.



[1] Cfr. Manual del Legionario, 30ss.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.