sábado, 24 de febrero de 2018

“¡Si María fuera conocida!”



         “¡Si María fuera conocida![1]”. Esta expresión de deseos pertenece al Manual del Legionario y debería ser la expresión de deseos de todo legionario. Todo legionario debería tener, en la mente y en el corazón, este deseo: “¡Si María fuera conocida! ¡Si todo el mundo conociera a María! ¡Si todo el mundo amara a la Madre de Dios!”. ¿Por qué? Dice el Manual, citando al P. Fáber –y es algo que podemos comprobarlo cada uno de nosotros, en nuestra experiencia cotidiana- que “la triste condición de las almas es efecto de no conocer ni amar bastante a María”. ¡Cuántos niños, jóvenes, adultos, vemos a cada instante, todo el día, todos los días, que vagan por esta vida sin rumbo fijo, sin saber que hay un Dios que es Trinidad de Personas, que ama a cada ser humano con un Amor infinito, eterno, incomprensible, inagotable! Si los hombres conocieran esta verdad, no es que desaparecerían sus problemas, ni se solucionarían todo lo que los aqueja, pero sí encontrarían un consuelo a sus vidas, no porque se trate de una simple idea que da consuelo en sí misma –Dios Trino nos ama-, sino que es una idea que se deriva de una realidad: Dios Trino nos ama y de tal manera, que el Padre ha enviado a Dios Hijo para que nos done a Dios Espíritu Santo por medio de la efusión de Sangre de su Corazón traspasado. Aunque nosotros, los católicos, sabemos esto por la fe, ni siquiera nosotros y mucho menos los que no conocen el Evangelio, sacamos provecho espiritual de tan maravillosa realidad. Para el P. Fáber –citado por el Manual-, la inmensa mayoría –sino todos- de los males que aquejan a los hombres en nuestros días, se deben a que no conocen y no aman a María, pero si no la conocen y si no la aman, es porque nosotros, que somos el Nuevo Pueblo Elegido, tampoco la conocemos ni la amamos, al menos como deberíamos. Dice así el P. Fáber: “La devoción que le tenemos (a María) es limitada, mezquina y pobre; no tiene confianza en sí misma. Por eso no se ama a Jesús, ni se convierten los herejes, ni se ensalza a la Iglesia”[2]. Es decir, nuestra devoción a la Virgen es “limitada, mezquina y pobre”, porque acudimos a la Virgen, la mayoría de las veces, para obtener un favor, o porque acudimos a Ella de modo rutinario, frío, sin amor de hijos. Como un hijo que acude a su madre solo para pedirle algo, pero nunca para demostrarle su amor de hijo. Y cuando no se conoce a María, se desconoce a Jesús, porque si al Padre se va por Jesús, a Dios Hijo se va por María. Dice así el P. Fáber: “Por eso no se ama a Jesús, ni se convierten los herejes, ni se ensalza a la Iglesia (…) Jesús está oscurecido porque María está en penumbras”[3]. No es indiferente que María sea o no sea conocida; si no es conocida, dice el P. Fáber, “miles de almas perecen porque impedimos que se acerque a ellas María”. Y la razón por la cual las almas no se acercan a María es por nuestra causa, porque nuestra devoción a la Virgen es superficial, fría, tímida, distante, como la de un niño que se mantiene a distancia de su madre, que lo ama con locura: “La causa de todas estas funestísimas desgracias, omisiones y desfallecimientos es esta miserable e indigna caricatura que tenemos la osadía de llamar “nuestra devoción a la Santísima Virgen”. El P. Fáber nos dice que, al darnos a su Madre por Madre nuestra, Dios nos está llamando a una devoción más profunda, más espiritual, más filial, con la Virgen: “Dios nos está urgiendo a que tengamos a su bendita Madre una devoción más profunda, más amplia, más robusta; (…) muy distinta a la que hemos tenido hasta el presente (…) pruébelo cada uno por sí mismo y quedará atónito al ver las gracias que trae consigo esta devoción nueva”. Si pedimos en la oración la gracia de la verdadera devoción a la Virgen, que consiste en amarla como la amó su Hijo Jesús, con el mismo Amor con el que la amó Jesús, entonces, dice el P. Fáber, recibiremos gracias que transformarán nuestras almas. Y cuando eso suceda –cuando conozcamos y amemos a María como la conoce y la ama su Hijo Jesús-, seremos dóciles instrumentos del Espíritu Santo, quien hará que, por nuestro medio, los hombres emprendan el camino de la salvación eterna de sus almas y así sea preparado el advenimiento del Reinado de Cristo[4]. ¡Que María Santísima sea conocida y amada por todos los hombres!


[1] Cfr. Manual del Legionario, V, 6.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

domingo, 11 de febrero de 2018

La Inmaculada Concepción, modelo para nuestra vida espiritual



         Cuando la Virgen se le apareció a Santa Bernardita, en una de las apariciones, ante la pregunta de Santa Bernardita acerca de quién era Ella, la Virgen le dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esto ya fue, en sí mismo, una prueba de que las apariciones eran reales y no fábulas de Santa Bernardita, porque siendo ella casi analfabeta, no tenía modo de saber ni siquiera que existían las palabras “Inmaculada Concepción”.
         Ahora bien, la Virgen, que es la Inmaculada Concepción, es nuestra Madre del cielo, lo cual quiere decir que, como hijos suyos, y como forma de honrarla y homenajearla, debemos buscar de imitarla. Podría parecernos algo imposible, puesto que Ella es Concebida sin pecado original y nosotros somos “nada más pecado”, además de ser la Virgen la Llena de gracia, mientras que nosotros estamos llenos solamente de pecado.
         ¿Cómo podemos imitar a la Virgen? Por medio de dos sacramentos, la Confesión y la Comunión. Por la Confesión, nuestras almas se convierten en “inmaculadas”, es decir, sin mancha de pecado, y por la Comunión, nuestras almas se convierten en “llenas de gracia”, porque recibimos a Aquel que es la Gracia Increada, Cristo Jesús.
         Al recordar a la Virgen en su advocación de la Inmaculada Concepción, no debemos pensar que es una devoción que no tiene nada que ver con nuestra vida espiritual de todos los días. Por el contrario, la Virgen se manifiesta como Inmaculada Concepción, para que también nosotros seamos inmaculados por la gracia del Sacramento de la confesión y llenos de la Gracia de Dios, por la Eucaristía.

jueves, 1 de febrero de 2018

Nuestra Señora de la Candelaria


      Llamada también “Fiesta de la Purificación de la Virgen”[1], además "Presentación del Señor", la Iglesia conmemora en este día el ingreso de María Santísima, con su Niño Jesús recién nacido en brazos, al templo, para presentarlo al Señor. Al ingresar son el Niño recién nacido en brazos al templo, la Virgen estaba cumpliendo con las prescripciones de la Ley de Moisés, que mandaba, por un lado, que la madre se purificase luego de dar a luz, y por otro, mandaba consagrar a Dios al primogénito. Aunque la Virgen no necesitaba purificación, porque Ella es la Inmaculada, es decir, la Sin Mancha alguna, además de que su Niño nació de su seno virginal de modo purísimo, sin afectar su virginidad, la Virgen acude al templo para cumplir con la ley del Señor. Y aunque el Niño no necesitaba ser consagrado a Dios, porque Él era ese mismo Dios, que habitaba en una naturaleza humana en forma de Niño, la Virgen también acude al templo, para consagrar a su Primogénito a Dios, como lo mandaba la Ley. De esta manera, la Virgen nos da ejemplo de como los cristianos debemos cumplir con los preceptos de la Iglesia y con los Mandamientos de la Ley de Dios.
Ahora bien, la Virgen no llevaba en sus manos ninguna vela, pero la fiesta se llama “Fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria”, y “candela”, es “vela”. ¿Por qué se llama así esta fiesta, si la Virgen no llevaba ninguna candela en sus manos? Se llama así porque es verdad que no llevaba ninguna vela, pero sí llevaba, entre sus brazos, algo inmensamente más luminoso que una vela de cera, y era al Niño Jesús, el Hijo de Dios encarnado, que al provenir eternamente del seno del Padre, era “Luz de Luz”, porque la naturaleza de Dios es luminosa. La fiesta se llama “de la Candelaria”, porque la Virgen lleva en sus brazos a Jesús, Luz del mundo, tal como Él lo dice en el Evangelio: “Yo Soy la luz del mundo”.
No solo debemos recordar a la Virgen como Nuestra Señora de la Candelaria en este día, sino todos los días de la vida, porque a través de Ella, llamada "Portal de eternidad", nos viene Jesús, Luz divina que ilumina nuestras tinieblas, las tinieblas del error, del pecado, de la ignorancia, además de vencer para siempre a las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, que mientras estamos en este mundo, nos envuelven en sombras de muerte, para luego tratar de arrastrarnos al Lugar de la Eterna Oscuridad, el Infierno. No nos acordemos de la Virgen solo en este día, ni pensemos que se trata de una conmemoración piadosa que la Iglesia hace de una mera costumbre religiosa: todos los días, hasta el día de nuestra muerte terrena, debemos implorar a Nuestra Señora de la Candelaria, para que su Hijo Jesucristo, Luz del mundo, derrote con su luz divina las tinieblas y sombras de muerte en las que vivimos, irradie su luz, que es vida y amor sobre nuestras almas envueltas en tinieblas, y así nos prepare para entrar en el Reino de la luz, del Amor y de la paz, el Reino de Dios.