sábado, 25 de junio de 2011

Los elementos de la imagen de la Virgen de San Nicolás



La imagen de Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás tiene diferentes elementos simbólicos, con los cuales nos habla desde el cielo:

En sus manos sostiene el Rosario, y está en actitud de ofrecerlo; con esto nos quiere indicar que el Rosario es la vía de unión con Dios, puesto que con esta oración, nos acercamos a Ella, y Ella nos acerca a su Hijo Jesús, y en Jesús, tenemos acceso al Padre y al Espíritu Santo. Es un fuerte llamado a la oración, sobre todo del Rosario, como vía de unión íntima con Dios Trinidad, y como vía de conocimiento y de amor de su Hijo Jesucristo, porque con el Rosario, Ella nos enseña, en secreto, a ser como su Hijo.

En sus brazos sostiene a su Hijo, Dios encarnado; nos indica que Ella es la Medianera entre nosotros y Dios, el cual, siendo tan poderoso, tan majestuoso, tan sublime, provocaría en nosotros terror, pues nos consideraríamos indignos de estar delante suyo. Pero al venir como Niño sostenido en brazos de su Madre, Dios oculta, por así decir, su omnipotencia, y se nos hace más accesible, al tiempo que la Madre del Niño, la Virgen, con su dulzura maternal, es la garantía para nosotros de que Dios es Amor infinito y quiere encontrarse con cada uno de nosotros. Además, Dios Hijo en Persona está sostenido por los brazos de la Virgen, y esto nos da una idea del poder y de la fuerza de la Virgen María: Ella lleva en sus poderosos brazos a Dios, por lo tanto, no le será difícil llevarnos también a nosotros en sus brazos. El hecho de que la Virgen nos ofrezca a su Hijo Jesús, es un fuerte llamado a la conversión, porque no podemos acercarnos a Dios con un corazón no convertido.

La Virgen, con sus brazos abiertos, porque sostiene al Niño y al Rosario, nos ofrece también su Corazón Inmaculado, para que nosotros nos consagremos a Ella y así, refugiados en su Corazón Purísimo, seamos moldeados a imagen y semejanza de su Hijo. Su Corazón es como un horno ardiente de caridad, que nos inflama en el amor de su Hijo; es también cátedra y Trono de Sabiduría, en donde aprendemos la imitación de Cristo; es Arca de salvación, en donde estamos a salvo de la ira de Dios, merecida justamente por nuestras maldades, por nuestras frialdades, por nuestras indiferencias, por nuestros pecados. En ningún lugar se siente el niño pequeño, más a salvo, que en el Corazón de la Madre.

Por el mismo motivo, por ofrecernos su Corazón, nos ofrece su maternidad: Ella viene a buscarnos porque es nuestra Madre, porque Jesús nos la regaló al pie de la cruz. Todos los cristianos tenemos el honor y la dicha inmerecida de ser hijos de la Madre de Dios, y en Ella, hermanos de Dios Hijo, y si somos hijos de una misma Madre, entonces entre nosotros somos hermanos espirituales, hermanados con un lazo más fuerte que el lazo sanguíneo, la gracia de la filiación divina.

Todos los bautizados somos hermanos en Cristo, lo cual significa que no nos puede ser indiferentes el destino de nuestros hermanos, y es así como tengo el deber de rezar por mi hermano, sobre todo el más alejado de Dios, y de ayudarlo, material y espiritualmente, al más necesitado. La Virgen en San Nicolás nos llama entonces a vivir la fraternidad que se ha iniciado ya en nuestro bautismo, pero que no la vivimos por lo general, porque nuestros hermanos de bautismo a menudo son vistos como seres extraños, y nos son indiferentes. La Virgen nos llama a re-descubrir esta hermandad bautismal, y a vivir la comunión fraterna entre sus hijos.

Por último, la Virgen está calzada con sandalias, en actitud de caminar, de ir hacia delante. Eso significa que sus hijos, nosotros, consagrados a su Corazón Inmaculado, armados con el Rosario, hermanados en Cristo, buscando de imitar a su Hijo, debemos salir en misión, para buscar a todos aquellos que no conocen a Dios, a todos aquellos que están extraviados, y perdidos en las tinieblas del materialismo, del hedonismo, del consumismo.

Como hijos de la Virgen, estamos llamados a vivir nuestro ser hijos de Dios y de la Virgen, y por lo tanto, nuestra vida tiene que ser más espiritual, más desapegada de tantas cosas inútiles, vanas y superfluas, que no nos conducen a Dios, y aún más, nos dificultan el acceso a Él, porque se interponen entre Él y nosotros como un muro infranqueable. La Virgen en San Nicolás nos llama a la misión, a la búsqueda de los hermanos que se han alejado, que viven en la indiferencia, en la oscuridad, alejados de Dios, pero no podremos atraerlos al redil, si no rezamos, si no nos consagramos a Ella, si no vivimos en gracia, si no hacemos sacrificios, ayunos y mortificaciones, si no buscamos la conversión.

La misión implica la búsqueda de la conversión, y la oración pidiendo la gracia de convertirnos cada día, para que el día de nuestra muerte, abramos los ojos a la feliz eternidad en Dios Uno y Trino.

jueves, 16 de junio de 2011

ES INMINENTE.MI HIJO VIENE HACIA USTEDES




Amadísimos hijos de Mi Corazón Inmaculado:

Les bendigo. MANTÉNGANSE UNIDOS, ES IMPORTANTE LA UNIDAD DE LA IGLESIA DE MI HIJO.

El mal ha enviado a todos sus secuaces sobre la humanidad para perderles. El mal mantiene en este instante último de la humanidad una gran batalla contra cada hijo de Dios.

He venido a ustedes, una vez más, para pedirles que:

Retornen con prontitud al camino de Mi Hijo.

Abran el entendimiento a Mis Palabras para que, en un acto supremo, lleven a la conciencia sus actos y sus obras.

Mediten profundamente el actuar de cada uno de ustedes.

ES NECESARIO E IMPRESCINDIBLE QUE TOMEN CONCIENCIA DE ESTE INSTANTE ÚLTIMO

EN QUE SE MUEVE LA HUMANIDAD.

El maligno no descansa y se abalanza en contra de Mis fieles, para luchar contra ellos.

Ustedes, hijos de Mi Corazón Inmaculado, no duerman. Es necesario que quiten las vendas de sus ojos, esas vendas que les mantienen ciegos, sin mirar la realidad de cuanto les acontece.

Amadísimos hijos: agonizan, no sólo la Tierra, no sólo la Creación; agonizan ustedes, generación bendita, agonizan ante la incredulidad, agonizan a causa de una negación constante a los Llamados Divinos.

NO SUCUMBAN, DESPIERTEN, QUEMEN LAS VENDAS QUE LES ENCEGUECEN Y ATIENDAN MIS LLAMADOS AMOROSOS.

Oren hijos, oren por Holanda, que pronto sufrirá.

Oren hijos, oren por Inglaterra, llorará grandemente.

Oren hijos, oren por Chile.

Oren por Argentina.

Oren con prontitud, la tierra se estremece.

Acaten Mis Llamados, no los desprecien, aunque no Me canso porque les amo infinitamente. Es imprescindible que abran los oídos, no sólo espirituales, sino los corporales, para que atiendan de ipso facto Mis Llamados amorosos.

UN HECHO QUE ESTREMECERÁ A LA HUMANIDAD ESTÁ A LAS PUERTAS Y ANTE ESTO…

ES URGENTÍSIMO LA ORACIÓN Y LA UNIDAD DE LA HUMANIDAD.

Oren unos por otros.

No duerman, despierten con prontitud.

No se cansen de orar.

Que los embates cotidianos no les detengan, que la vida de ustedes sea un continuo acto de ofrecimiento a Mi Hijo por los pecados de toda la humanidad.

Acudan a los Sacramentos para que asciendan con prontitud.

Aliméntense del Cuerpo y Sangre de Mi Hijo, para que en los momentos en que el alimento físico escasee, este alimento infinitamente rico en bendición, cual es el Cuerpo y la Sangre de Mi Hijo, les mantenga en esos instantes.

Les amo, les bendigo.

AQUÍ FRENTE A CADA UNO ESTÁ MI CORAZÓN, ADÉNTRENSE EN ÉL.

El anticristo no descansa…

Yo envío a Mis Ángeles por Orden Trinitaria para que sellen a aquellos que se arrepientan, para que los sellen antes de que llegue la oscuridad, pero el hombre debe colocar su voluntad en Manos de Mi Hijo. No deseo que uno solo de ustedes se pierda.

MI HIJO VIENE, MI HIJO VIENE, MI HIJO VIENE, MI HIJO VIENE HACIA USTEDES.

ES INMINENTE.

Queden en Mi Corazón Materno.

Les bendigo.

LA PROTECCIÓN DE MI CORAZÓN INMACULADO PERMANECE SOBRE CADA UNO DE USTEDES.

Mamá María.

AVE MARÍA PURÍSIMA, SIN PECADO CONCEBIDA.

AVE MARÍA PURÍSIMA, SIN PECADO CONCEBIDA.

AVE MARÍA PURÍSIMA, SIN PECADO CONCEBIDA.

martes, 7 de junio de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios "Las siete espadas"


Existen versiones del icono mariano llamado “De las siete espadas” que muestran a la Madre de Dios con su Corazón atravesado por espadas que parecen flechas, las cuales se disponen de la siguiente manera en el corazón: tres en la mitad derecha, tres en la mitad izquierda, y una en el extremo superior, mientras la Virgen sostiene en su regazo al Niño Jesús muerto.

Si tenemos en cuenta las versiones de esta imagen en las que el Niño Dios aparece muerto en el regazo de la Virgen, vemos entonces que el nombre del icono se relaciona directamente con la Pasión del Señor, pues los dolores del Corazón de María se vuelven agudos e hirientes como filosas espadas cuando su Hijo es clavado en la cruz, agoniza y muere crucificado.

Para poder rezar con el icono y para compartir el dolor de la Virgen, debemos por lo tanto contemplar la Pasión de Jesús, y para eso, nada mejor que el relato que la propia Madre de Dios hace de la Pasión a santa Brígida de Suecia. Releámoslo y así veremos cómo eran los dolores de su Hijo que traspasaban su Corazón Inmaculado. A cada dolor de Jesús, le corresponde una espada atravesada en el Corazón de María.

Dice así la Virgen, relatando su primer dolor, es decir, la primera espada: “Cuando llegué con El al lugar de la pasión, vi todos los instrumentos de su muerte allí preparados. […] sus crueles ejecutores lo agarraron y lo extendieron en la cruz, clavando primero su mano derecha en el extremo de la cruz que tenía hecho el agujero para el clavo. Con una cuerda, le estiraron la otra mano y se la clavaron en el otro extremo de la cruz de igual manera. A continuación, cruzaron su pie derecho con el izquierdo por encima usando dos clavos de forma que sus nervios y venas se le extendieron y desgarraron. Después le pusieron la corona de espinas y se la apretaron tanto que la sangre que salía de su reverenda cabeza le tapaba los ojos, le obstruía los oídos y le empapaba la barba al caer”.

El segundo dolor, o la segunda espada, es provocado por los insultos que recibe Jesús en la cruz, y por la sangre que sale de sus heridas: “Al tiempo, pude oír a algunos diciendo que mi Hijo era un ladrón, otros que era un mentiroso, y aún otros diciendo que nadie merecía la muerte más que El. Al oír todo esto se renovaba mi dolor. Como dije antes, cuando le hincaron el primer clavo, esa primera sangre me impresionó tanto, que caí como muerta, mis ojos cegados en la oscuridad, mis manos temblando, mis pies inestables. En el impacto de tanto dolor no pude mirarlo hasta que lo terminaron de clavar”.

El tercer dolor o tercera espada es causado por el dolor y la amargura que experimenta Jesús en la cruz, por el abandono de sus amigos: “Viéndome a mí y a sus amigos llorando desconsoladamente, mi Hijo gritó en voz alta y desgarrada diciendo: ‘¿Padre, por qué me has abandonado?’ Era como decir: ‘Nadie se compadece de mí sino tú, Padre’. Entonces sus ojos parecían medio muertos, sus mejillas estaban hundidas, su rostro lúgubre, su boca abierta y su lengua ensangrentada. Su vientre se había absorbido hacia la espalda, todos sus fluidos quedaron consumidos como si no tuviera órganos. Todo su cuerpo estaba pálido y lánguido debido a la pérdida de sangre. Sus manos y pies estaban muy rígidos y estirados al haber sido forzados para adaptarlos a la cruz. Su barba y su cabello estaban completamente empapados en sangre”.

El cuarto dolor del Corazón de María lo causan el tremendo padecer que su Hijo experimenta en la cruz, estando ya crucificado: “En ciertos momentos, el dolor en las extremidades y fibras de su lacerado cuerpo le subía hasta el corazón, aún vigoroso y entero, y esto le suponía un sufrimiento increíble. En otros momentos, el dolor bajaba desde su corazón hasta sus miembros heridos y, al suceder esto, se prolongaba la amargura de su muerte”.

El quinto dolor se debe a la agonía de Jesús crucificado: “Sumergido en la agonía […] su dolor por el dolor de sus amigos excedía toda la amargura y tribulaciones que había soportado en su cuerpo y en su corazón, por el amor que les tenía. Entonces, en la excesiva angustia corporal de su naturaleza humana, clamó a su Padre: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu’. Cuando yo, Madre suya y triste, oí esas palabras, todo mi cuerpo se conmovió con el dolor amargo de mi corazón, y todas las veces que las recuerdo lloro desde entonces, pues han permanecido presentes y recientes en mis oídos”.

El sexto dolor es provocado por la agonía de Jesús: “Cuando se le acercaba la muerte, y su corazón se reventó con la violencia de los dolores, todo su cuerpo se convulsionó y su cabeza se levantó un poco para después caérsele otra vez. Su boca quedó abierta y su lengua podía ser vista toda sangrante. Sus manos se retrajeron un poco del lugar de la perforación y sus pies cargaron más con el peso de su cuerpo. Sus dedos y brazos parecieron extenderse y su espalda quedó rígida contra la cruz. Entonces, algunos me decían: ‘María, tu Hijo ha muerto’. A medida que todos se iban marchando, vino un hombre, y le clavó una lanza en el costado con tanta fuerza que casi se le salió por el otro lado. Cuando le sacaron la espada, su punta estaba teñida de sangre roja y me pareció como si me hubieran perforado mi propio corazón cuando vi a mi querido hijo traspasado”.

El séptimo Dolor es provocado por la visión de su Hijo ya muerto: “Después lo descolgaron de la cruz y yo tomé su cuerpo sobre mi regazo. Parecía un leproso, completamente lívido. Sus ojos estaban muertos y llenos de sangre, su boca tan fría como el hielo, su barba erizada y su cara contraída.

Sus manos estaban tan descoyuntadas que no se sostenían siquiera encima de su vientre. Lo tuve sobre mis rodillas como había estado en la cruz, como un hombre contraído en todos sus miembros. Tras esto lo tendieron sobre una sábana limpia y, con mi pañuelo, le sequé las heridas y sus miembros y cerré sus ojos y su boca, que había estado abierta cuando murió. Así lo colocaron en el sepulcro. ¡De buena gana me hubiera colocado allí, viva con mi Hijo, si esa hubiera sido su voluntad! […] ¡Mira, hija mía, cuánto ha soportado mi Hijo por ti!”.

De la descripción de la Pasión, vemos entonces cómo la Madre de Dios ve atravesado su Corazón Inmaculado por dolores tan agudos e hirientes, que se asemejan a siete filosas espadas.

Por esto, podemos decir que los dolores de la Virgen fueron causados por la Pasión de su Hijo, pero cuando nos damos cuenta de que la Pasión de su Hijo fue por el amor que nos tenía a cada uno de nosotros, y que El la sufrió voluntariamente para librarnos del Infierno que nos merecemos por nuestros pecados, entonces nos damos cuenta de que fuimos nosotros quienes crucificamos al Hijo de la Madre de Dios con nuestras faltas, y que por lo tanto fuimos nosotros los causantes de los dolores de su Corazón.

Al contemplar el icono de Las siete espadas, hagamos el firme propósito de no solo no cometer jamás un pecado mortal, y ni tan siquiera uno venial, sino de amar, con todas las fuerzas de nuestro ser a Cristo crucificado, que por nosotros muere en la cruz.