martes, 30 de mayo de 2023

La Visitación de María Santísima y la alegría de Isabel y el Bautista

 



         La Visitación se refiere a un episodio de la Madre de Dios en el que, estando la Virgen encinta por obra del Espíritu Santo, con un embarazo en curso -Jesús, Dios Nuestro Señor, estaba en su seno-, aun así, al enterarse que su prima, Santa Isabel, ha quedado ella también encinta, decide acudir en auxilio de su pariente. Visto externamente, con ojos puramente humanos, se trata de una visita de una prima a otra, ambas encintas, siendo la recién llegada María Santísima, que por su gran corazón acude a visitar, pero no en una visita de cortesía, sino en una visita de ayuda, de auxilio, a una pariente que también está encinta y que necesita ayuda, porque además de los problemas propios que se derivan de un embarazo, Santa Isabel tiene ya una edad avanzada, lo cual aumenta sus problemas, para los cuales ha venido a ayudar María Santísima. Ahora bien, esto es visto desde afuera, superficialmente, con ojos puramente humanos, pero en la escena, en las personas que intervienen en el hecho de la Visitación, hay elementos sobrenaturales, divinos, celestiales, que trascienden infinitamente la mera humanidad.

Uno de estos hechos sobrenaturales es, desde luego, tanto el embarazo de María Santísima, obra del Espíritu Santo y el otro embarazo, el de Santa Isabel, que si bien es obra de hombre, es milagroso por el avanzado estado de edad de Santa Isabel. Otro hecho sobrenatural es el saludo que Santa Isabel otorga a María Santísima: en vez de decirle, como diría cualquier humano en esta situación, por ejemplo, “Bienvenida prima, qué gusto de verte, gracias por venir a ayudarme”, Santa Isabel no la saluda con el saludo habitual que se da entre familiares que no se ven desde hace tiempo; por el contrario, la saluda de la siguiente manera: “la Madre de mi Señor”. No le dice “prima”, a María Santísima, ni “sobrino”, al fruto de sus entrañas, Jesús, sino que la llama “Madre de mi Señor”. Otro elemento sobrenatural es que tanto ella, como el niño de sus entrañas, Juan el Bautista, saltan, exultan de alegría, siendo esta alegría no la alegría natural que se da entre familiares que se quieren y que hace tiempo que no se ven: el título que Santa Isabel da a María –“Madre de mi Señor”-, como la alegría que ella y Juan el Bautista experimentan, no se deben a factores naturales, humanos, derivados de situaciones naturales y humanas; se trata de una alegría sobrenatural, concedida tanto a Santa Isabel, como a San Juan Bautista. En el Evangelio se dice: “Isabel, llena del Espíritu Santo”. Esto quiere decir que es la Presencia del Espíritu Santo, del Divino Amor, de la Persona Tercera de la Trinidad, en Isabel, lo que hace que Isabel, exultando de alegría, no le diga “prima” a María Santísima, sino “Madre de mi Señor”, expresión que equivale a decir: “Madre de mi Dios”. El Espíritu Santo concede la alegría al corazón de Santa Isabel, al hacerla reconocer que el fruto del seno de la Virgen no es un bebé humano, sino Dios Hijo encarnado en el seno purísimo de la Virgen; es el Espíritu Santo el que le dicta a Santa Isabel que el fruto de las entrañas de María es Dios, que es a lo que equivale “mi Señor”. Entonces, por la iluminación del Espíritu Santo, Isabel le da el título, a la Virgen, de “Madre de Dios”, al decirle “Madre de mi Señor” y a Jesús, el fruto de las entrañas de la Virgen, le da el título de “Dios”, que es el equivalente a “Señor”. Es también el Espíritu Santo el que hace que Juan el Bautista, que evidentemente es no nato, “salte de alegría”, al reconocer, tanto la voz de la Virgen, como la Presencia de su primo, que no es otro que Dios Hijo encarnado en la humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Todos estos hechos sobrenaturales -el título de “Madre de Dios” a la Virgen; de “Dios” a Jesús que está en el seno de la Virgen, la alegría sobrenatural que experimentan tanto la Santa Isabel como el Bautista, son producidos por la acción del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo, que es Amor Divino y Verdad Increada, ilumina las mentes y corazones tanto de Santa Isabel como de Juan el Bautista, para que Santa Isabel trascienda el mero hecho de ser parienta biológica de María Santísima; es el Espíritu Santo el que le permite ver, a Santa Isabel, en la Virgen, no a su “prima”, sino a la “Madre de mi Señor”, la “Madre virginal de Dios”, María Santísima.

Ahora bien, de este hecho relatado en el Evangelio, que verdadera e históricamente sucedió, podemos también nosotros, por la gracia, ser partícipes, en mayor o menor grado, si pedimos la gracia al Espíritu Santo en nombre de Jesús y a través de la Virgen: “Pedid el Espíritu Santo”, “Hasta ahora no habéis pedido nada al Padre en mi Nombre”, dice Jesús en el Evangelio. Pidamos la gracia de la iluminación del Espíritu Santo, para captar su sentido sobrenatural, para contemplar en la escena no a dos parientes encintas que hace tiempo que no se ven, sino a la Madre de Dios, que lleva en su seno al Hijo de Dios encarnado y a la Presencia del Espíritu Santo, Presencia divina y celestial manifestada en la alegría sobrenatural que experimentan Santa Isabel y su niño, Juan el Bautista. Solo con la luz del Espíritu Santo, seremos capaces de contemplar el significado sobrenatural, espiritual, celestial y divino del episodio de la Visitación de la Virgen María.

        

María y el Cuerpo Místico

 



         ¿Qué relación hay entre la Virgen y el Cuerpo Místico de Jesús, es decir, su Iglesia, los bautizados?

         Es la misma relación que existe entre una madre amorosa y su hijo pequeño: así como la Virgen alimentó, cuidó y prodigó amor al cuerpo físico de su divino Hijo, cuando éste era pequeño, así los continúa ejerciendo ahora en favor de todos y cada uno de los miembros del Cuerpo Místico de Jesús, es decir, los bautizados en la Iglesia Católica. Cuando un miembro del Cuerpo Místico asiste a otro, lo hace en el espíritu de María, mediante la intervención de María, aun cuando no sean conscientes de esto. Es más correcto decir que es la Virgen quien se sirve de los legionarios, para asistir a otros, y no que son los legionarios los que son asistidos por María. Todos los cristianos deben recordar cómo la Virgen asistió a su Hijo y cómo su Hijo amaba y estaba sujeto a la Virgen (Lc 2, 51).

         El ejemplo de caridad de la Virgen, para con su Hijo y para con sus hijos adoptivos, obliga a todos los miembros de su Cuerpo Místico a hacer lo mismo, según el Mandamiento: “Honrarás a tu Madre” (Éx 20, 12). Esto quiere decir que es mandato divino el amar a la Virgen como a nuestra Madre del cielo.

         El Manual del Legionario nos recuerda que “el oficio propio de los legionarios dentro del Cuerpo Místico es guiar, consolar y enseñar a los demás”. Pero, dice también el Manual, los legionarios no cumplirán debidamente este oficio si no se identifican con la doctrina del Cuerpo Místico, es decir, ver a todos los bautizados como miembros de Cristo.

         Todo lo que la Iglesia realiza, no lo hace por sí misma, sino por Cristo: la unidad de la Iglesia, su autoridad, su desarrollo, sus padecimientos, sus portentos y sus triunfos, su poder de conferir la gracia -a través de los sacramentos-, todo lo hace la Iglesia por Cristo, en Cristo y para Cristo. La Iglesia reproduce la vida de Cristo en todas sus fases.

         Por orden de la Cabeza, que es Cristo, cada miembro está llamado a desempeñar un determinado oficio dentro del Cuerpo Místico. En la Constitución Lumen Gentium se lee: “Cristo comunica su Espíritu a su propio Cuerpo, en quien hay diversidad de funciones y de miembros. El Espíritu del Señor proporciona un sinfín de carismas, que invitan a las almas a asumir diferentes ministerios y formas de servicio a Dios”. Los legionarios, como realizan su apostolado en unión con María, se les llama a ser uno con Ella en su papel vital, como el corazón del Cuerpo Místico. A esto estamos llamados los legionarios, a obrar la misericordia en unión con María, para María y por María.

viernes, 26 de mayo de 2023

Apariciones de la Virgen como "María del Buen Suceso" en Ecuador, profetizan las calamidades que vivimos en el siglo XXI

 Las proféticas apariciones de la Virgen en Quito (Ecuador)

Hace 5 siglos la Virgen hizo una terrible descripción del mundo de hoy


Por: Redacción | Fuente: Carri Filli News



A finales de 1576, un barco español se dirigía a la Real Audiencia de Quito llevando entre el pasaje a ocho religiosas de la Orden de la Purísima Concepción. Estas hijas de Santa Beatriz de Silva cruzaban el Atlántico para su primera fundación en América, y con ellas viajaba una niña vizcaína de 13 años, compostelana de adopción, Mariana Francisca de Jesús Torres y Berriochoa (1562-1635). Era sobrina de la abadesa, la Madre María de Jesús Taboada. Desde que supo que el Rey Felipe II había pedido a la congregación que se instalase en sus dominios transoceánicos, puso todo su empeño en convencer a sus padres y a sus dos hermanos, y a su tía, de que la dejasen partir con ellas.

Era una niña muy devota, que ardía en ansias de corresponder al amor de Dios con su propio sacrificio, y entendió que aquella misión para su tía era, de alguna forma, también su propio llamado.

Las primeras visiones documentadas

Pasaron cinco años, y cuando llegó la hora de zarpar, lo cumplió acompañando a las conceptas. Arribaron a puerto el 30 de diciembre, y el 13 de enero de 1577 se fundó oficialmente el Real Monasterio de la Limpia e Inmaculada Concepción de Quito, en lo que hoy es Ecuador, con Mariana como postulante.

Destacó por su espíritu de oración y penitencia. En 1579 tomó el hábito y en 1581 hizo sus votos para entregarse para siempre al Señor, entrando aquel día en éxtasis como preludio de las visiones proféticas para las que estaba siendo preparada.



En 1593 murió su tía y ella, reconocida por todos como una monja celosa de sus deberes y entregada a Dios, fue elegida priora.

Fue en esa condición cuando en la madrugada del 2 de febrero de 1594, mientras la Madre Mariana Francisca de Jesús Torres oraba como todas las noches ante el sagrario, la llama que ardía frente al Santísimo se apagó. La capilla quedó a oscuras, hasta que una voz le dijo: “Soy María del Buen Suceso, la Reina del Cielo y de la Tierra”, mientras una luz celestial iluminaba el recinto. Pudo ver a la Santísima Virgen sosteniendo al Niño en el brazo izquierdo, y en el derecho un báculo de oro con piedras preciosas.

Nuestra Señora le anunció que un día aquellas tierras serían “una república libre conocida como Ecuador” y que en el siglo XIX tendrían “un presidente de veras cristiano, varón de carácter, a quien Dios Nuestro Señor le dará la palma del martirio en la plaza en cuyo sitio está éste mi convento; él consagrará la república al Divino Corazón de mi amantísimo Hijo y esta consagración sostendrá la Religión Católica en los años posteriores que serán aciagos para la Iglesia”.

Una clara alusión a Gabriel García Moreno (1821-1875), considerado por muchos un modelo de gobernante católico. Fue presidente entre 1861 y 1865, y posteriormente entre 1869 y 1875. El 6 de agosto de ese años, cuando salía de rezar en la catedral, fue asesinado a machetazos y disparos por un grupo de sicarios a sueldo de la masonería, que él había prohibido en el país.

Una imagen milagrosa


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En aquel primer mensaje, Nuestra Señora auguró que su imagen, la imagen que la Madre Mariana veía en aquel momento, sería tallada por “Francisco de Asís con sus manos llagadas y los espíritus angélicos serán sus oficiales”. Ella debía situarla en la cátedra de la priora, pues como tal quería ejercer.

Pero, por diversas razones que iban siempre retrasando el encargo de la estatua. Hasta que el 5 de febrero de 1610 pudo contratar a Francisco de la Cruz del Castillo, quien al cabo de un año la tenía casi lista. Quería, no obstante, rematarla con unas tintas especiales. Salió a comprarlas, y cuando regresó al día siguiente, el 16 de enero de 1611… lo que se encontró no tenía nada que ver con lo que él dejó.

Esa madrugada, al ir a rezar el oficio, las religiosas habían encontrado el coro iluminado por una luz sobre natural que emanaba de la imagen, que se iba tallando con un nuevo aspecto. La Madre Mariana identificó entre los escultores a los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Cuando la obra estuvo concluida, la misma Virgen entonó el Magníficat.

Al comprobar asombrado que la talla encontrada nada tenía que ver con la suya, lo declaró así por escrito y bajo juramento para que constase el milagro. El mismo obispo de Quito, Salvador Rivera, que seguía los trabajos, constató el cambio, y el 2 de febrero de 1611, en la iglesia del monasterio, consagró la imagen de María del Buen Suceso de la Purificación o Candelaria.

Madre amorosa

Aunque las profecías que en los años sucesivo hizo Nuestra Señora  la Madre Mariana son terribles, ella nunca deja de mostrar su rostro misericordioso. Así se definió ante la religiosa: “Soy poderosa para aplacar la justicia divina y alcanzar piedad y perdón a toda alma pecadora que a mí acuda con corazón contrito”.

Por eso siempre podremos confiar en ella: “La devoción del Buen Suceso será el pararrayos  colocado entre la justicia divina y el mundo prevaricador para que se descargue sobre esta tierra culpable el formidable castigo que merece”.

Y, por eso: “Ecuador será muy feliz cuando en toda su extensión me conozcan y me honren bajo esta advocación”.

“¡Viva el Ecuador católico!”, un grito habitual en el rosario de la aurora en homenaje a la Virgen del Buen Suceso. Esta fue la procesión del pasado 2 de febrero.

Las profecías

Por que son, realmente, inquietantes las profecías y, sobre todo, el cumplimiento, cifrado por la misma Virgen para el siglo XX.

21 de enero de 1610

-“Se levantarán las pasiones y habrá una total corrupción de costumbres. Satanás reinará en las sectas masónicas y dañará principalmente a la infancia. ¡Ay de los niños de ese tiempo! Difícilmente recibirán el sacramento del bautismo y de la confirmación. El sacramento de la confesión lo recibirán solo los que permanezcan en escuelas católicas, que el diablo se empeñará en destruirlas valiéndose de personas autorizadas”.

-También anuncia “sacrilegios y profanaciones de la Sagrada Eucaristía” y que “los enemigos de Jesucristo, incitados por el demonio, robarán en las ciudades las hostias consagradas, con el único fin de profanar las especies eucarísticas. Mi hijo santísimo será arrojado al suelo y pisoteado por pies inmundos”.

-“El sacramento de la extremaunción será poco considerado. Muchas personas morirán sin recibirlo”.

-“(El sacramento del matrimonio) será atacado y profanado en toda la extensión de la palabra. La masonería, que entonces reinará, impondrá leyes inicuas con el objeto de extinguir ese matrimonio”.

-“El sacramento del orden sacerdotal será ridiculizado, oprimido y despreciado. El demonio perseguirá a los ministros del Señor de muchas formas y trabajará con cruel y sutil astucia para desviarlos de la vocación, corrompiendo a muchos de ellos”.

-“Habrá un lujo desenfrenado, que por ser lazo de pecado para los demás conquistará innumerables almas frívolas, que se perderán. Casi no se encontrará inocencia en los niños, ni pudor en las mujeres”.

2 de febrero de 1610

La Virgen dice este día que el conocimiento de las circunstancias en las que se ha hecho su imagen está reservado para el siglo XX: “En aquella época, la Iglesia se encontrará combatida por las hordas de la secta masónica”. Ecuador estará “agonizante por la corrupción de las costumbres, el lujo desenfrenado, la prensa impía y la educación laica”, y “campearán los vicios de la impureza, la blasfemia y el sacrilegio”.

El Niño Crucificado

A finales de 1628, el arcángel San Miguel se apareció al a Madre Mariana para que dirigiese sus ojos al Cerro Pichincha, donde, envuelta en luz, vio una cruz donde el Niño Jesús era clavado sin clavos y coronado de espinas, mientras decía, dirigiéndose al pueblo pecador: “No puedo hacer más por ti para demostrarme tu amor”.

2 de febrero de 1634

Este día, la Virgen anuncia que serán proclamados como dogmas de fe la Inmaculada Concepción (será “cuando más combatida esté la Iglesia y se encuentre cautivo mi vicario”) y la Asunción. Y el mismo Jesús dice a la religiosa: “¡Malditos mil veces sean los herejes y sus secuaces,  que ponen en duda los misterios concernientes a mí y a mi madre!”

Los significados

En marzo de 1634, mientras la Madre Mariana estaba rezando, se apagó la luz del sagrario. La Virgen la encendió de nuevo y le explicó diversos significados de lo que acababa de suceder. Entre ellos:

-“Varias herejías se propagarán en estas tierras y reinando ellas se apagará la luz preciosa de la fe por la total corrupción de costumbres”.

-“En esos tiempos, la atmósfera estará saturada por el espíritu de impureza que, a manera de un mar inmundo, correrá por las calles, plazas y sitios públicos con una libertad asombrosa, de manera que casi no habrá en el mundo almas vírgenes”.

-“Habiéndose apoderado la secta de todas las clases sociales, tendrá tanta sutileza para introducirse en los hogares domésticos que, perdiendo a la niñez, se gloriará el demonio de alimentarse con el exquisito manjar de las almas de los niños”.

-Habrá “personas que, poseyendo cuantiosas riquezas, verán con indiferencia la Iglesia oprimida, perseguida la virtud, triunfante la maldad, sin emplear santamente sus riquezas en la destrucción del mal y la restauración de la fe”.

-“Habrá una guerra formidable y espantosa, correrá sangre de nacionales y extranjeros, sacerdotes seculares y regulares. Esa noche será horrorosísima, porque a ojos humanos el mal parecerá triunfar. Será entonces llegada mi hora, en la que yo, de un modo asombroso, destronaré al soberbio y maldito Satanás colocándolo debajo de mis plantas y sepultándolo  en el abismo infernal, quedando por fin la Iglesia y la patria libres de su cruel tiranía”.

Muerte y causa de canonización

La Madre Mariana de Jesús de Torres se puso gravemente enferma a finales de 1634. Pasó unas semanas de intensos dolores en los que mantuvo siempre la paz de espíritu y la alegría interior y exterior.

La noche del 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada Concepción, recibió una última aparición, en la que la Virgen, acompañada por los tres arcángeles que habían tallado su imagen, reiteró para quién iban dirigidos la mayor parte de sus mensajes: “En el siglo XX, esta devoción (a Nuestra Señora del Buen Suceso) hará prodigios en lo espiritual, así como en la esfera temporal. Porque es la Voluntad de Dios reservar esta advocación y el conocimiento de tu vida para ese siglo, cuando la corrupción de las costumbres será casi general y la preciosa luz de la fe casi se haya extinguido…”

En la madrugada del 16 de enero de 1635, falleció.

El obispo Pedro de Oviedo, que gobernó la diócesis desde 1630 hasta 1646, autorizó la devoción a Nuestra Señora del Buen Suceso. Él mismo había ordenado a la Madre Mariana escribir una autobiografía, que figura entre los documentos recopilados en 1790 por el padre franciscano Manuel de Sousa Pereira, cuya monumental vida de la religiosa es también la principal fuente documental que autentifica los mensajes.

La vida de la Madre Mariana del padre Manuel Sousa Pereira, publicada en 1790, es la principal fuente histórica sobre la religiosa. Pincha aquí para adquirir la obra.

Fray Manuel tuvo acceso a los archivos del convento y a otras biografías escritas por otros franciscanos más próximos a la época de la Madre Mariana, pues era esa orden la que atendía espiritualmente a las monjas conceptas.

El 8 de agosto de 1986, ochenta años después de que el cuerpo de la Madre Mariana fuese encontrado incorrupto, se abrió su proceso de beatificación.

El postulador, monseñor Luis Cadena y Almeida, publicó dos libros, La Mujer y la monja extraordinaria y Mensaje profético de la Sierva de Dios Sor Mariana, que corroboran que las profecías fueron escritas antes de poder ser verificadas.

Actualmente se estudian varios posibles milagros para avanzar en el proceso.

(https://es.catholic.net/op/articulos/71103/las-profeticas-apariciones-de-la-virgen-en-quito-ecuador.html)

viernes, 12 de mayo de 2023

Nuestra Señora de Fátima y el castigo de Dios

 

   

         Recientemente, un religioso que ocupa un alto cargo en una Academia Pontificia, declaró que todas las apariciones de la Virgen donde se anunciaba un castigo de Dios, eran falsas: “Fray Stefano Cecchin, ofm, presidente de la Pontificia Academia Mariana, ha concedido una entrevista al semanal Alfa y Omega, en la que, entre otras cosas, asegura que “las apariciones que hablan de castigos de Dios son absolutamente falsas”[1]. Esta afirmación es contraria a la Tradición, al Magisterio y a las Escrituras y, por lo tanto, no la vamos a aceptar; entre otras cosas, cabría preguntarse si estas declaraciones decretan como falsas las apariciones de la Virgen en Fátima, Akita y La Salette, en donde se habla de “castigo divino”, de “condenación eterna”, de “ira de Dios”. Estas declaraciones abarcarían no solo a la Devoción a la Divina Misericordia, sino que incluso al mismo Señor Nuestro Jesucristo, quien en el Evangelio habla igual o incluso más, acerca del Infierno y del Reino de las tinieblas, es decir, Jesús habla más de la eterna condenación en el Infierno, que la salvación en el Cielo y habla más del Reino de las tinieblas, que del Reino de los cielos.

         Habiendo dicho esto, haremos referencia, brevemente, a los que consideramos que son los elementos centrales de las Apariciones de Fátima. En estas apariciones de la Virgen, aprobadas por la Santa Iglesia Católica, hay cuatro elementos centrales: devoción piadosa -comunión de rodillas- y con amor a Jesús Eucaristía; rezo del Santo Rosario por la conversión de pecadores; penitencia y sacrificios por conversión de pecadores; existencia del Infierno y condenación eterna como consecuencia de despreciar los Mandamientos y los Sacramentos de la Iglesia Católica.

         La piedad, la devoción, el amor y la fe a la Eucaristía, es un elemento central, tal vez el principal, en las Apariciones de Fátima: antes de aparecerse la Virgen, se aparece el Ángel de Portugal por tres veces; en la tercera aparición del Ángel, el Ángel trae la Eucaristía y el Cáliz y antes de darles la Sagrada Comunión a los niños, deja suspendidos en aire a la Eucaristía y el Cáliz y se postra en tierra, con la frente tocando el suelo y les enseña a los Pastorcitos las oraciones eucarísticas de adoración y reparación. La tercera aparición ocurrió al final del verano o principio del otoño de 1916, nuevamente en la Gruta del Cabeço y, siempre de acuerdo con la descripción de la Hermana Lucía[2], transcurrió de la siguiente forma: “En cuanto llegamos allí, de rodillas, con los rostros en tierra, comenzamos a repetir la oración del Ángel: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo...”. No sé cuántas veces habíamos repetido esta oración cuando advertimos que sobre nosotros brillaba una luz desconocida. Nos incorporamos para ver lo que pasaba y vemos al Ángel trayendo en la mano izquierda un cáliz sobre el cual está suspendida una hostia de la que caían, dentro del cáliz, algunas gotas de sangre. Dejando el cáliz y la hostia suspendidos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces la oración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo: yo te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los infinitos méritos de su Santísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pobres pecadores”. Después se levantó, tomó de nuevo en la mano el cáliz y la hostia, y me dio la hostia a mí. Lo que contenía el cáliz se lo dio a beber a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”. De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: “Santísima Trinidad...”. Y desapareció. Llevados por la fuerza de lo sobrenatural que nos envolvía, imitábamos al Ángel en todo, es decir, nos postrábamos como él y repetíamos las oraciones que él decía. La fuerza de la presencia de Dios era tan intensa, que nos absorbía y aniquilaba casi por completo. Parecía como si nos hubiera quitado por un largo espacio de tiempo el uso de nuestros sentidos corporales. En esos días, hasta las acciones más materiales las hacíamos como llevados por esa misma fuerza sobrenatural que nos empujaba. La paz y felicidad que sentíamos era grande, pero sólo interior; el alma estaba completamente concentrada en Dios. Y al mismo tiempo el abatimiento físico que sentíamos era también fuerte”.

         El otro mensaje de Fátima es el pedido de oración, específicamente, del Santo Rosario, diciéndoles así la Virgen: “Soy del Cielo (…) Vas al Cielo y Jacinta y Francisco también (…) Cuando recéis el Rosario, diréis después de cada misterio: ¡Oh Jesús (…) lleva todas las almas al Cielo!”[3] y también la oración de reparación por las ofensas cometidas por los hombres contra Dios Uno y Trino. En la primera aparición del Ángel, se les enseña a los niños cómo rezar, en adoración y reparación a Dios; ocurrió en la primavera o en el verano de 1916, en una gruta del “outeiro do Cabeço”, cerca de Aljustrel, y se desarrolló de la siguiente manera, conforme narra la Hermana Lucía: “Sólo habíamos jugado unos momentos cuando un viento fuerte sacude los árboles y nos hace levantar la vista para ver qué pasaba, pues el día estaba sereno. Comenzamos a ver, a cierta distancia, sobre los árboles que se extendían en dirección al este, una luz más blanca que la nieve, con la forma de un joven transparente más brillante que un cristal atravesado por los rayos del sol. A medida que se aproximaba fuimos distinguiendo sus facciones: era un joven de unos catorce o quince años, de una gran belleza. Estábamos sorprendidos y absortos; no decíamos ni una palabra. Al llegar junto a nosotros nos dijo: “No temáis, soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo”. Y arrodillándose, inclinó su frente hasta el suelo. Llevados por un movimiento sobrenatural, le imitamos y repetimos las palabras que le oímos pronunciar: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”. Después de repetir esto tres veces se irguió y dijo: “Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”. Y desapareció. El ambiente sobrenatural que nos rodeaba era tan intenso, que casi no nos dimos cuenta de nuestra propia existencia durante mucho tiempo y permanecimos en esta posición en que nos había dejado repitiendo siempre la misma oración. La presencia de Dios se sentía tan intensa y tan íntima que ni entre nosotros nos atrevíamos a hablar. Al día siguiente todavía sentíamos nuestro espíritu envuelto por esa atmósfera, que sólo muy lentamente desapareció”[4].

         Otro elemento central en las Apariciones de Fátima es la importancia de la penitencia y del sacrificio. La segunda aparición del Ángel ocurrió en el verano de 1916, sobre el pozo de la casa de los padres de Lucía, junto al cual jugaban los niños. Así narra la Hermana Lucía lo que entonces les dijo el Ángel a ella y a sus primos: “¿Qué hacéis? Rezad, rezad mucho. Los Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios. ¿Cómo nos tenemos que sacrificar?, pregunté. “De todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así la paz sobre vuestra patria. Yo soy su ángel de la guarda, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con resignación el sufrimiento que Nuestro Señor os envíe. Y desapareció. Estas palabras del Ángel se grabaron en nuestro espíritu como una luz que nos hacía comprender quién era Dios, cómo nos amaba y quería ser amado; el valor del sacrificio y cómo le era agradable; y cómo en atención a él, convertía a los pecadores”[5].

Por último, un elemento también central en Fátima es la existencia del Infierno, realidad y existencia que es un dogma de fe de la Iglesia Católica, sin cuya creencia nos apartamos de esta Santa Fe. De modo concreto, en las Apariciones de Fátima, la Virgen no se anda con vueltas con respecto a la pedagogía con los niños o si estos tal vez quedarían “traumatizados” si supieran del Infierno, todos argumentos modernistas para ocultar la existencia del Infierno a los niños: la Virgen los lleva al Infierno, en donde los niños, cuyas edades iban desde los siete años -Jacinta- hasta los ocho o nueve, ven, con sus propios ojos, el Infierno, ven el lago de fuego, ven caer a las almas en el lago de fuego, “como copos de nieve”, ven a los demonios atormentando a las almas condenadas. Dice así la Hermana Lucía con respecto a la visión sobre el Infierno en Fátima: “Fue el día 13 de julio de 1917, después de haber dicho estas palabras: “Sacrificaos por los pecadores, y decid muchas veces, en especial cuando hicierais algún sacrificio: Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en desagravio por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”. Al decir estas últimas palabras, escribe Sor Lucía, abrió de nuevo las manos como en los meses pasados. El reflejo parecía penetrar en la tierra y vimos como un mar de fuego. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o broceadas, con forma humana que fluctuaban en el incendio, llevadas de las llamas que de ellas misma salían, juntamente con nubes de humo cayendo por todos los lados, semejantes al caer de las pavesas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. (Debe haber sido a la vista de esto cuando di aquel “ay”, que dicen haberme oído). Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa. Asustados y como para pedir socorro, levantamos la vista hacia Nuestra Señora, que nos dijo entre bondadosa y triste: «Habéis visto el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”[6].

 

“Mar de fuego, formas horribles de los demonios, gritos de desesperación”: lo que vieron los pastorcitos corresponde perfectamente con las penas físicas y morales que sufren para siempre los que murieron en estado de pecado mortal. Y con respecto al Infierno, hay que decir que es una muestra de que Dios SÍ castiga, sí castiga al ángel rebelde y al ser humano rebelde, que muere voluntariamente en pecado mortal, porque voluntariamente no quiere recibir el Amor de Dios. Entonces, decir que una aparición mariana es falsa porque anuncia el castigo de Dios, es una afirmación temeraria, falsa, modernista, contraria a la Santa Fe Católica.

Reparemos las ofensas a los Sagrados Corazones de Jesús y María; reparemos por nuestros propios pecados y por los pecados de los demás; hagamos adoración eucarística, pidamos nuestra conversión eucarísica, recemos el Santo Rosario, hagamos sacrificios y penitencias por las conversiones de los pecadores, pidamos insistentemente la gracia de perseverar en la Santa Fe Católica hasta el último día de nuestras vidas y de perseverar en la gracia y en las obras de misericordia, para así evitar el castigo divino, el Infierno eterno.