viernes, 30 de diciembre de 2011

Solemnidad de Santa María Madre de Dios - Ciclo B - 2012



         ¿Cuál es el motivo por el que la Iglesia coloca la solemnidad de Santa María Madre de Dios al inicio del año civil? ¿Es sólo una casualidad? No, no se trata de una casualidad; no se trata de una coincidencia fortuita.
         El hecho de colocar esta importante celebración de María Santísima al inicio del año civil, cuando comienza un nuevo año, se debe a que la Iglesia quiere que la figura materna de la Virgen esté presente desde los primeros instantes del nuevo tiempo que se inicia, para que extienda su maternal manto protector a todos los segundos, minutos, horas, de los días por venir, y a todos los pensamientos, deseos, actos, realizados en esos días, por parte de sus hijos, los bautizados en la Iglesia. Así como Ella custodió, desde la Encarnación, cada uno de los segundos, minutos, horas, días, de su Hijo, hasta el Nacimiento, y así como tuvo el mismo cuidado desde el Nacimiento hasta la edad adulta, pasando por la infancia y la juventud, así la Virgen, cuya figura se yergue majestuosa al inicio del año, custodia cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día de sus hijos, los hijos que adquirió al pie de la Cruz, en el Calvario.
         La Virgen tiene una relación estrecha con el tiempo, porque Ella es el Portal de la eternidad; Ella es la Puerta celestial por la que entró en nuestro tiempo el Dios eterno, Jesucristo, y así como su Hijo Jesucristo, custodiado por Ella en su infancia y juventud, y acompañado inseparablemente por Ella en su Pasión hasta su muerte en la Cruz, pasó de esta vida a la otra, a la vida eterna, así también María Santísima, colocándose al inicio del año nuevo, custodia y acompaña las vidas de sus hijos que peregrinan por este mundo, ayudándolos a llevar su Cruz, en su caminar hacia la eternidad.
         De esta manera, los bautizados en la Iglesia Católica, custodiados por la Virgen, consagrándose a su Corazón Inmaculado, se ofrecen en todo lo que son, en todo lo que tienen y en todo lo que hacen, consagrando a María Santísima todo el tiempo del año nuevo que se inicia, para que, bajo su cuidado maternal y amoroso, el año nuevo sea un escalón más en el ascenso hacia la Vida eterna en los cielos, en compañía de su Hijo Jesús.
         Como corolario de la celebración de la Solemnidad, entonces, los hijos de María se consagran a Ella pidiéndole que el año que se inicia sea fructífero, sí, pero no tanto en bienes materiales, en salud o en trabajo, que siendo cosas buenas, son necesarias para la vida común, pero que no conducen a la eternidad por sí mismas; el hijo de la Virgen, el bautizado, se consagra a la Virgen en su solemnidad de Madre de Dios, para pedirle a la Virgen que el año que comienza sea fructífero en crecimiento espiritual, y el crecimiento espiritual con fruto es aquel en el que el corazón desea la conversión, por la contrición y la humillación, por el dolor de sus pecados, y por el amor a su Dios, que lo ha creado, lo ha redimido y lo ha santificado.
         Por medio de la consagración a María, Madre de Dios, al inicio del año nuevo, el bautizado se deja llevar, en brazos de su Madre celestial, con la confianza, el amor y la despreocupación de un niño pequeño, para que Ella lo presente a su Hijo Jesús.
         Que el inicio del año nuevo nos lleve, de la mano de María, la Madre de Dios, por quien entró a nuestro mundo la Palabra eterna de Dios, a vivir nuestro tiempo terrenal, nuestros segundos, minutos, horas, días, meses, con la conciencia crística, es decir, con la conciencia, cada vez más firme, de saber que nos dirigimos, segundo a segundo, al encuentro con Cristo en la eternidad.
         Que María, la Madre de Dios, bendiga nuestro tiempo terreno, nuestro paso por la vida, para que lleguemos, en el momento en el que Dios lo disponga, a la feliz eternidad en Cristo. 

jueves, 15 de diciembre de 2011

¿Cómo fue el Nacimiento del Niño Dios?



¿Cómo fue el Nacimiento del Niño Dios? La Iglesia Santa, en la voz de los profetas, de los Padres de la Iglesia, de los Santos, del Magisterio de los Papas, y de la Tradición, describe el Nacimiento en términos de luz: Isaías había profetizado que nacería de una Virgen –una Virgen concebirá (7, 14)- y que ese día sería de una gran luminosidad: la luz del sol sería más intensa que la luz de siete días (30, 36), además de que con esa luz Israel vería la gloria, la misericordia, la compasión y la justicia de Dios. La Escritura también habla de la concepción de una Virgen –el Espíritu Santo vendrá sobre ti, le dice el ángel a la Virgen (Lc 1, 35)-, y también de luz de un sol que ilumina la noche –“Nos visitará el Sol que nace de lo alto, dice Zacarías (Lc 1, 78). El Magisterio, los Papas, y los Padres de la Iglesia, hablan del Nacimiento como de un “rayo de sol que atraviesa el cristal”, según el Catecismo de Pío X. También los santos hablan de Nacimiento milagroso y luminoso, como por ejemplo, la Beata Ana Catalina Emmerich: “He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no era ya visible. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada en su lecho, con la cara vuelta hacia el Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el aire, a cierta altura de la tierra. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho. El resplandor en torno de Ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda. Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la tierra, y aparecieron con toda claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María” . El Nacimiento fue entonces algo asombroso y sorprendente, fue “como un rayo de sol que atraviesa un cristal”: el rayo de sol es Cristo Dios, Verbo del Padre, “Dios de Dios, Luz de Luz” ; el cristal, que permanece intacto antes, durante y después del paso del rayo de sol, es María Santísima. Pero lo que más asombra y sorprende, es que tanto la Concepción virginal, como el Nacimiento milagroso y luminoso, se prolongan y actualizan en la Santa Misa: la Virgen María es la Madre de la Luz eterna, pero la Virgen es modelo de la Iglesia, y lo que se da en María, se da en la Iglesia: así como en la Virgen Cristo luz eterna se encarna por el poder del Espíritu en su seno virgen y luego de su nacimiento virginal irradia su esplendor a través de la corporeidad humana de un Niño, así en la Iglesia, Madre y Virgen, Cristo luz eterna prolonga su encarnación en la Eucaristía por el poder del Espíritu, por las palabras de la consagración, e irradia su esplendor a través de su corporeidad resucitada oculta en lo que parece un pan. Así fue el Nacimiento del Hijo de Dios, y así lo debemos ver, con los ojos de la fe, y así debemos ver la prolongación de su Nacimiento en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico, y de ambas cosas, debemos maravillarnos y asombrarnos, con silencioso estupor, y adorar el Misterio inaudito.

domingo, 11 de diciembre de 2011

La milagrosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe




Se puede decir que en la historia y en la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe no solo hay elementos sobrenaturales, sino que no hay ni un solo elemento que no indique su origen sobrenatural. Todo, absolutamente todo, en la historia y en la imagen de la Virgen de Guadalupe, indican que viene del cielo.
Por ejemplo, con respecto al nombre, el dado por Ella a Juan Diego, y el nombre que finalmente quedó por la interpretación que hicieron los españoles, la Virgen de Guadalupe es tanto la Mujer que aplasta la cabeza de la serpiente en el Génesis, como la que aparece en el firmamento revestida de sol, en el Apocalipsis: durante cuatro días la Virgen se había comunicado con Juan Diego hablándole en su propia lengua, el náhualtl.
Al identificarse, María usó la palabra “coatlallope”; un sustantivo compuesto formado por “coatl” o sea, serpiente, la preposición “a” y “llope”, aplastar; es decir, se definió como “la que aplasta la serpiente”[1]. Esto corresponde a Génesis 3, 15 se anuncia que la Madre de Dios vencerá al demonio aplastando su cabeza con el poder de Dios.
Los frailes franciscanos españoles, al reconstruir el nombre con el vocablo náhualtl “Tlecuauhtlapcupeuh” que significa: “La que precede de la región de la luz como el Águila de fuego”, sonó a sus los oídos como el vocablo extremeño “Guadalupe”, relacionando el prodigio del Tepeyac con la muy querida advocación que los conquistadores conocían y veneraban en la Basílica construida por Alfonso XI en 1340. Esta denominación en nahuatl correspondiendo a Apocalipsis 12, 1: “Apareció en el cielo una mujer revestida de sol”.
El cerro donde la Virgen se aparece y pide que se le erija una capilla, el cerro Tepeyac, era el santuario azteca más grande, en donde se rendía culto pagano a la divinidad nahuatl de la tierra y la fertilidad, la diosa llamada Coatlicue, que en dialecto náhuatl -cóatl-cuéitl- significa: “Señora de la falda de serpientes”. Como San Pablo dice que “los dioses de los gentiles son demonios”, es evidente que por esto, y además por el nombre, esta deidad pagana era un ídolo demoníaco al cual la Virgen de Guadalupe, que tiene a su Hijo en su vientre virginal, hace huir, como representación de la gracia de su Hijo Jesucristo, que ahuyenta al demonio que se posesiona del corazón del hombre en pecado.
Con relación a la evangelización de México –y, por añadidura, del continente americano-, la Virgen de Guadalupe muestra claros signos de su procedencia celestial, puesto que a partir de sus apariciones y durante 8 años, los nativos del lugar se convirtieron a un promedio de 3000 por día (la misma cantidad de conversiones obtenidas por la predicación de San Pedro en Pentecostés), lo que da un total de unos 8 millones de nativos convertidos a la fe católica. Este dato contrasta con el escaso éxito obtenido por los misioneros a pesar de su duro trabajo, escaso éxito en gran medida debido a los malos ejemplos de muchos cristianos.
Con respecto a la imagen de la Virgen que se aprecia en la tilma, desaparece a una distancia de más de 10 cms, permitiendo ver el entramado de la tilma. Con respecto a la técnica, se ha comprobado que es desconocida para el hombre y que no hay pinceladas ni trazos previos; según informes de la NASA, el material que origina los colores no se encuentra en el planeta tierra; se ha hecho pasar un rayo láser en forma lateral sobre la tela, comprobándose que no se encuentra ni en el anverso ni en el reverso; aún más, se ha comprobado que la imagen FLOTA sobre la tilma, pues se encuentra suspendida en el aire a tres décimas de milímetros por encima de la tilma; en otras palabras, los colores, que no son de este mundo ni fueron pintados por manos humanas, ¡FLOTAN EN EL AIRE SOBRE LA SUPERFICIE DE LA TILMA!
Al analizar las estrellas del manto de la Virgen, se puede ver, con asombro, que en el manto se encuentra representado con mucha fidelidad, el cielo del solsticio de invierno de 1531 que tuvo lugar a las 10:40 del martes 12 de diciembre, hora de la ciudad de México. Están representadas todas las constelaciones, que se extienden en el cielo visible a la hora de la salida del sol, y en el momento en que Juan Diego enseña su tilma (capa azteca) al obispo Zumárraga. En la parte derecha del manto se encuentran las principales constelaciones del cielo del Norte. En el lado izquierdo las del Sur, visibles en la madrugada del invierno desde el Tepeyac. El Este se ubica arriba y el Oeste en la porción inferior.
Como el manto está abierto, hay otros agrupamientos estelares que no están señalados en la imagen, pero se encuentran presentes en el cielo. Así la Corona Boreal, se ubica en la cabeza de la Virgen, Virgo en su pecho, a la altura de las manos, Leo en su vientre, justo sobre el signo del Nahui Ollin, con su principal astro denominado Régulo, el pequeño rey. Géminis, los gemelos, se encuentran a la altura de las rodillas, y Orión, donde está el Ángel. En resumen, en el manto de la Guadalupana se pueden identificar las principales estrellas de las constelaciones de invierno. Todas ellas en su lugar, con muy pequeñas modificaciones.
Esta joven doncella mexicana está embarazada de pocos meses, así lo indican el lazo negro que ajusta su cintura, el ligero abultamiento debajo de este y la intensidad de los resplandores solares que aumenta a la altura del vientre. A la altura del abdomen de la Virgen, se escuchan latidos a 115 por minuto, la misma frecuencia de un embrión.
Su pie está apoyado sobre una luna negra, (símbolo del mal para los mexicanos) y el ángel que la sostiene con gesto severo, lleva abiertas sus alas de águila.
Pero tal vez sean los ojos de la Virgen en donde se encuentren la mayor cantidad de signos sobrenaturales, que indican que la imagen viene del Cielo. Sobre ellos se hicieron numerosos estudios científicos los cuales, incluidos los últimos y más avanzados, son incapaces de dar una explicación de origen terreno y humano.
Por ejemplo, al acercarles la luz, los ojos se retraen, y al alejarla, se dilatan, tal como ocurre con los ojos vivos.
Los primeros análisis llevaron a descubrir en la pupila de la Virgen, en el iris, el reflejo de la imagen de un hombre, lo cual inició una posterior investigación que dio resultados inimaginables.
Estos resultados fueron posibles gracias a la digitalización de las imágenes, aplicada a la imagen de la Virgen. Con esta técnica, la digitalización, es posible observar, en la pupila de una fotografía, todo lo que la persona estaba mirando en el momento de tomarse la foto. El Dr. Tosnman, especializado en digitalización,  le ha tomado fotografías a la pupila de la Virgen de Guadalupe. Después de ampliarlas miles de veces, logró captar detalles imposibles de ser captados a simple vista. ¡Ha descubierto lo que la Virgen miraba en el momento de formarse la imagen en la tilma de Juan Diego!
Estas imágenes son dos escenas que se repiten en cada uno de los ojos de la Virgen: un indio, Juan Diego, en el acto de desplegar su ruana ante un religioso; un franciscano, el obispo Zumárraga, en cuyo rostro se ve deslizarse una lágrima; un hombre con la mano sobre la barba en señal de admiración; otro indio en actitud de rezar; unos niños y varios religiosos franciscanos más, incluida una familia indígena (para quien estaba destinado el milagro). O sea, todas las personas que según la historia de la Virgen de Guadalupe, escrita hace varios siglos, estaban presentes en el momento en que apareció la sagrada imagen.
Lo que es absolutamente imposible es que en un espacio tan pequeño, como la córnea de un ojo situado en una imagen de tamaño natural, aún el más experto miniaturista lograra pintar todas esas imágenes que ha sido necesario ampliar dos mil veces para poderlas advertir., y tanto más, cuanto que el tamaño de esta imagen es de una cuarta parte de un millonésimo de milímetro. Y es todavía más imposible, de toda imposibilidad, que este fenómeno se registre en una pintura, puesto que es un fenómeno que se verifica sólo en los ojos vivos, de una persona viva.
La ciencia moderna se queda sin explicaciones ante las maravillas de la imagen de la Virgen de Guadalupe puesto que sobrepasa todas las posibilidades naturales, por lo que se puede decir que estamos ante un hecho sobrenatural: una tilma que no se corrompe, unos colores que no fueron pintados ni existen en la tierra, y que además flotan sobre la tilma, una pupila que contiene toda la escena y todas las personas del momento del milagro.
Pero si nos asombran los ojos de la Virgen, que siendo una imagen ven una escena sucedida hace años, ¡cuánto más nos debe asombrar la mirada de los ojos de Jesús desde la Eucaristía, en cuyas pupilas se reflejan nuestras almas!

miércoles, 7 de diciembre de 2011

La Inmaculada Concepción de María y nuestro destino de eternidad



Dios creó a la Virgen Toda Hermosa, con una hermosura superior a la de todos los ángeles y santos juntos, y la creó también con un poder mayor al de todos los ángeles y santos juntos. Que la Virgen tenga más poder que los ángeles y los santos, se ve en sus imágenes, en donde aplasta, con su delicado piececito, la cabeza del demonio. Para el demonio, el delicado pie de la Virgen pesa más que millones de toneladas, y eso porque la Virgen lo aplasta con el poder de Dios. Además, el demonio, y todo el infierno junto, le tienen terror a la Virgen: basta con nombrarla, para que huyan.

Dios crea a la Virgen Toda Hermosa, Purísima, y Llena del Espíritu Santo. Entonces nos preguntamos: ¿por qué Dios crea a María Inmaculada y Llena de gracia? La respuesta está en su Hijo Jesús.

La razón por la cual Dios crea una criatura inmaculada, sin mancha de pecado original, es decir, sin sombra alguna de malicia o de rebelión a Dios, y además Llena de Gracia, es decir, inhabitada por el Espíritu Santo, es para que esta criatura, la Virgen María, sea la Madre del Cordero Inmaculado y Fuente Increada de toda gracia, Jesucristo.

En otras palabras, Dios crea a María Inmaculada y Llena de gracia para que de Ella nazca el Hombre-Dios, Inmaculado y Autor de toda gracia.

Siendo Jesús Dios verdadero, y por lo tanto, Tres veces Santo, no podía nacer en un seno contaminado con el pecado, y por eso Dios crea a María Inmaculada; siendo Jesús el Amor Puro y santo de la divinidad, no podía nacer en un seno que no fuera amor puro y santo, y por eso Dios crea a María, Madre del Amor hermoso; siendo Jesús Dios Hijo, el Amor Espirante en Persona, que junto al Padre espira al Amor Espirado, el Espíritu Santo, no podía nacer en un seno que no estuviera inhabitado por el mismo Espíritu Santo, y por eso Dios crea a María, Llena del Espíritu Santo.

Dios crea a María Inmaculada y Llena del Espíritu Santo porque de Ella habría de salir el Cordero Inmaculado Dador del Espíritu Santo, para perdonar los pecados de los hombres muriendo en cruz, y llevarlos a la eternidad feliz en los cielos.

Dios crea a María sin mancha de pecado original para que Cristo se encarne, muera en cruz y nos done su Espíritu luego de resucitado, para que siendo hijos de Dios, seamos destinados a vivir otra vida, la vida de la gracia en esta vida terrena y temporal, y la vida de la bienaventuranza en la otra vida, la vida que empieza después de la muerte, la vida eterna.

Que la celebración de María Inmaculada y Llena de gracia no quede para nosotros, cristianos, en un mero recuerdo piadoso; que no sea vivido por los hijos de Dios como un día feriado vivido en la mundanidad, como si estuviéramos destinados a este mundo y como si este mundo no fuera a terminar alguna vez; que al recordar a María, concebida sin mancha de pecado original, inhabitada por el Espíritu Santo, consideremos y meditemos que cuando Dios Trinidad decidió, en su eternidad de eternidades, concebir a María como Inmaculada, lo hizo pensando en todos y cada uno de nosotros, como destinados a la eterna bienaventuranza.

María fue concebida sin mancha de pecado original para que Cristo pudiera encarnarse y concedernos la vida eterna, vida que recibimos en germen en la Eucaristía.

Que el recuerdo de Nuestra Madre del cielo nos lleve a pensar que también nosotros, por la gracia, estamos llamados en esta vida a ser inmaculados y llenos del Espíritu Santo, como anticipo de la vida eterna, nuestro destino final.

No estamos llamados a una vida terrenal, material, temporal; esta vida se termina, y nos espera la eternidad, y el modo de prepararnos para esa eternidad, que no sabemos cuándo habrá de llegar, es imitando a María Inmaculada y Llena de gracia, y el modo de imitarla no es solo evitando el pecado, sino ante todo viviendo en gracia, viviendo como hijos de Dios, inmaculados y llenos del Espíritu Santo, y para conseguir esto, lo mejor es consagrarnos a su Corazón Inmaculado.

Esa condición, el ser inmaculados y llenos del Espíritu Santo, la adquirimos cuando, con el corazón contrito y humillado, acudimos a la confesión sacramental.

Es en la confesión sacramental en donde nos preparamos para la vida eterna, y es en la consagración e imitación de la Virgen en donde comenzamos ya a vivir, de modo anticipado, nuestro destino de eternidad.

Por la confesión sacramental y por la Consagración a la Virgen convertimos nuestro cuerpo en templo y morada del Espíritu Santo y nuestro corazón en Sagrario de Jesús Eucaristía.

De esta manera se hace realidad para nosotros lo que nos dice San Pablo: "El cuerpo es templo del Espíritu Santo", por lo que debemos cuidar para no solo no profanarlo con impurezas, enojos, rencores, envidias, sino para mantenerlo siempre y cada vez más perfumado e iluminado por la gracia.

El cuerpo y el corazón, así consagrados a la Virgen, iluminados por la gracia, son como una flor fresca y perfumada: así como esta necesita del agua para vivir, así el alma necesita del agua vivificante de la gracia para no morir, y así como la flor se vuelve mustia y seca, perdiendo su perfume, su luz, su belleza, cuando se la deja sin agua y se la expone al calor del sol, así el alma pierde su encanto, su belleza, dada por la gracia, cuando la tentación es consentida, es decir, cuando se comete un pecado.

El mundo buscará de tentarnos para que profanemos el cuerpo, templo del Espíritu Santo, y el corazón, sagrario de Jesús Eucaristía. Para que eso no suceda nunca, es que nos consagramos a la Virgen María.

martes, 6 de diciembre de 2011

La zarza ardiente preanuncia a la Inmaculadad Concepción






El episodio de la zarza que arde sin ser consumida no es sólo un milagro realizado por Yahvéh para indicar su Presencia ante Moisés. El episodio todo, el milagro en sí, simboliza realidades suprahumanas y sobrenaturales, como la Concepción Inmaculada de María Santísima.
La zarza ardiente representa la humanidad de María Santísima: así como lo zarza no se consume ni queda reducida a cenizas por el fuego, así la humanidad de María Santísima no se consume ni se aniquila por la presencia del Espíritu Santo en Ella, fuego divino que arde sin consumir.
Y así como la zarza con el fuego no sólo da calor a quien se acerca a ella, sino que alumbra con la luz de su llama, así quien se acerca a María se ve cobijado por el fuego del Amor de su Corazón Inmaculado y por la luz que irradia su ser entero inhabitado por el Espíritu de Dios.
La zarza arde en el desierto y da luz y calor; María, llena del Espíritu Santo, arde en el desierto de la vida humana, y da la luz y el calor que provienen de su seno virgen, la naturaleza divina de su Hijo Jesús, Unígénito de Dios.
De la misma manera, así como en la zarza que arde en las llamas, se escucha, desde esas mismas llamas, la voz del Dios Único, Yahvéh, revelando su Palabra: “Yo Soy”, así, desde la humanidad de María, ardiente en el fuego del Espíritu, se escucha la voz de Dios Hijo, que la ilumina y le comunica de su fuego, diciendo: “Yo Soy”.
El fuego de la zarza, siendo fuego real y no imaginario, deja intacta a la zarza, sin consumirla ni reducirla a cenizas; el fuego del Espíritu, siendo fuego divino, real, y no imaginario, metafórico o simbólico, deja intacta a la Virgen María, sin consumirla ni reducirla a cenizas.
Así como la luz y el calor se irradiaban de la zarza sin dañarla y sin alterarla en su substancia, permaneciendo la zarza en su integridad, así la luz y el calor del Espíritu se irradian desde la Virgen sin dañarla y sin alterarla en su substancia, permaneciendo la Virgen en su integridad antes, durante y después de dar al mundo a la Luz inaccesible, Jesús encarnado.
La zarza con su luz ilumina el desierto, como un prodigio celestial que permanece a lo largo de los siglos; la Virgen María con su luz, la luz de su Hijo Jesucristo, el Cordero que es la lámpara de la Jerusalén celestial, la luz que se irradia desde el sacramento del altar, como un prodigio celestial, permanece a lo largo de la historia humana, iluminándola con el esplendor divino.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Presentación de la Santísima Virgen María en el Templo



Según una piadosa tradición, María, a la edad de tres años, fue llevada por sus padres al Templo por sus padres Joaquín y Ana, en cumplimiento de la ley judía, que obligaba a los israelitas a ofrecer sus primogénitos a Dios[1].

Según la misma tradición, la Virgen permaneció en el Templo, en compañía de otras doncellas y piadosas mujeres, dedicada a la oración y al servicio del templo, en el silencio y en el humilde cumplimiento de sus deberes, hasta sus desposorios con San José.

La Virgen es presentada en el Templo no sólo para cumplir la ley judía, y como gesto de agradecimiento de Joaquín y Ana por haber sido escuchados en su petición por la descendencia, sino ante todo es presentada en cumplimiento del designio eterno que sobre la Virgen María había trazado Dios Uno y Trino.

Ella había sido concebida Inmaculada, sin mancha de pecado original, y Llena de gracia, como consecuencia de estar inhabitada por el Espíritu Santo, para cumplir el designio divino que la había elegido entre todas las mujeres, para ser la Madre de Dios.

Desde su Concepción, la Virgen María, por designio divino, y no tanto por decisión de sus padres, estuvo consagrada a Dios, y la Presentación en el Templo, a la edad de tres años, no hace sino corroborar, legalmente, la oblación o consagración interior a la que estaba destinada la Virgen desde el momento mismo de su Concepción Inmaculada.

Lo más importante de esta fiesta es entonces la consagración de la Virgen a Dios desde su infancia, y es eso lo que expresa la introducción de la Misa del día: “Mis obras son para el Señor”.

Desde su Presentación, o más bien, desde su Concepción Inmaculada, la Virgen se preparó para realizar en su vida el designio divino, que la había llamado a ser Madre de Dios Hijo.

El Templo es el lugar en el que el alma de la Virgen se abre a la luz del Espíritu Santo, luz por la cual era llevada al amor y a la comprensión de la Palabra de Dios, y era introducida en los misterios divinos; en el Templo, la Virgen ofrecía el holocausto continuo de su cuerpo, realizando a la perfección las tareas que le habían sido encomendadas; en el Templo, el Corazón Inmaculado de María Santísima se abría cada vez más a un acto de puro y continuo amor a Dios, al tiempo que se desapegaba de las criaturas, para llegar a dar el “sí” perfecto a la Voluntad de Dios.

Es la fiesta de las almas consagradas a Dios en la vida religiosa, pero también es la fiesta de todos los cristianos, pues todos los cristianos, en virtud del bautismo, han sido consagrados a Dios, y todos los cristianos han sido elegidos por Dios para cumplir un designio divino en sus vidas, y es la salvación eterna.

Todo cristiano está llamado a imitar a la Virgen en su consagración a Dios, en su humildad, en su oración, en su silencio, en su amor a Dios por sobre todas las cosas, en el desapego a las criaturas, y el modo más seguro de cumplir este designio divino, es entrar en ese templo espiritual que es el Corazón Inmaculado de María Santísima, en donde el alma es colmada de la Sabiduría divina, el cuerpo es purificado por las pruebas, para adquirir la pureza y castidad de Jesús, el Hombre-Dios, y el corazón crece, día a día, en el amor a Dios y al prójimo.

Es en ese templo inmaculado y purísimo, que es el Corazón de María, en donde el alma del cristiano se prepara para dar el “sí” perfecto al designio de Dios Uno y Trino, el ser almas que se ofrezcan como víctimas de expiación y en reparación por tantos hombres que, caminando en la más completa y tenebrosa oscuridad espiritual, profanan sus cuerpos y sus almas día a día, inmersos en el materialismo, el ateísmo y el hedonismo que envuelve a un mundo sin Dios.


[1] Cfr. http://www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/11/11-21_presentacion_maria.htm (1 of 6) [8/12/2005 10:08:21 PM]

martes, 11 de octubre de 2011

Tradición e Historia de la Virgen del Pilar



Según la Tradición, Santiago el Mayor, hermano de San Juan e hijo del Zebedeo, fue enviado por la Santísima Virgen, quien todavía no había sido asunta al cielo, para predicar en tierras españolas, hacia el año 40 después de Cristo. En ese entonces, España, era tierra pagana sumergida en la idolatría. Obedeciendo al pedido de la Virgen el apóstol llegó con algunos discípulos, a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, donde actualmente está situada la ciudad de Zaragoza, y allí comenzó a predicar.

En la noche del 2 de enero del año 40 Santiago oyó voces de ángeles que cantaban “Ave María gratia plena” (“Dios te salve María, llena eres de gracia”) y vio aparecer a la Virgen María sobre una columna de mármol.

La Santísima Virgen, que todavía vivía en esta tierra, es decir, no había sido aún asunta a los cielos en cuerpo y alma, le pidió a Santiago que se le construyese allí una capilla con el altar en torno al pilar celestial, prometiéndole que el pilar permanecería allí hasta el fin de los tiempos para que el poder de Dios obrase prodigios por su intercesión. Además, le dijo que España conservaría la fe hasta el final de los tiempos.

Santiago y sus ocho compañeros, testigos también del prodigio, comenzaron inmediatamente a edificar una ermita con la ayuda de todos los conversos, la cual recibió el nombre de Santa María del Pilar.

Luego, Santiago dejó España y se trasladó a Jerusalén, tal como la Santísima Virgen le había ordenado y la fue a visitar a Éfeso donde, a causa de una persecución contra los cristianos, se encontraba junto a su hermano Juan. Una vez allí, la Madre de Dios le predijo la proximidad de su muerte en Jerusalén, lo cual sucedió tal como le había sido dicho por la Virgen: el Apóstol fue decapitado en el Monte Calvario por Herodes Agripa alrededor del año 44 después de Cristo, siendo el primer apóstol mártir.

Su cuerpo fue llevado posteriormente a España para su entierro. Siglos después el lugar en el que fue enterrado fue hallado y llamado Compostela que significa “campo estrellado”, donde permanece hasta hoy.

El Pilar que Nuestra Señora trajo del cielo, es símbolo de la solidez de la fe en Cristo y del edificio de la Iglesia Católica y es esta la gracia que le podemos pedir: que nos de una fe firme en su Hijo Jesús, tan firme como el pilar de Santiago.

Milagros de la Virgen del Pilar

En 1438 se escribió un libro en el que se relatan numerosos milagros atribuidos a la Santísima Virgen del Pilar y que contribuyó a fomentar enormemente la devoción mariana. Fernando el Católico expresó en cierta ocasión: “creemos que ninguno de los católicos de occidente ignora que en la ciudad de Zaragoza hay un templo de admirable devoción sagrada y antiquísima dedicado a la Santísima y Purísima Virgen y Madre de Dios, Santa María del Pilar, que resplandece con innumerables y continuos milagros”. A lo largo de los siglos, los milagros se han seguido produciendo y no son desdeñables los milagros de la Virgen en defensa de la fe: la toma de Zaragoza de manos de los musulmanes en 1.118, la resistencia ante el ejército francés durante la Guerra de la Independencia Española y la victoria del ejército sublevado en la Guerra Civil Española. De la guerra civil se narra el bombardeo sufrido por el templo a manos de enemigos de Cristo el 3 de agosto de 1936 cuando fueron arrojadas tres bombas defectuosas desde unos 150 metros, altura insuficiente para activar sus espoletas. Las bombas se exponen a los lados del Camarín de la Virgen e integran la larga lista de hechos milagrosos que se le atribuyen. Entre los milagros encontramos también la asombrosa curación de doña Blanca de Navarra, a la que se creía muerta; la curación de invidentes como el niño Manuel Tomás Serrano y el organista Domingo de Saludes y el muy famoso milagro de Calanda realizado a Manuel Pellicer y que a continuación pasamos a relatarles.

El Milagro de Calanda

“Miguel Pellicer, vecino de Calanda,

tenía una pierna muerta y enterrada.

Dos años y cinco meses, cosa cierta y probada,

por médicos cirujanos, que la tenía cortada.

Se acostó en la cama y por la mañana,

se encontró la pierna sana como estaba”

(Romance Popular)

La noche del 29 de marzo del año 1.640 Nuestra Señora del Pilar restituyó a Miguel Juan Pellicer, joven labrador, una pierna que le habían cortado en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia y que estaba ubicado en lo que actualmente es la Plaza España de la ciudad de Zaragoza. La pierna se encontraba enterrada en el cementerio del hospital desde hacía dos años y cinco meses. El joven mutilado, provisto de una pata de palo y de una muleta, alternaba algunos trabajos fáciles con su asidua asistencia al templo del Pilar en el que solía pedir limosna y se encomendaba con fervor a Nuestra Señora, ungiendo el muñón de su pierna con el aceite de las lámparas encendidas en honor a la Virgen. Dos años y algunos meses después de la amputación Miguel regresó a la humilde casa de sus padres que estaba situada en la ladera del castillo de Calanda a 118 Kilómetros de Zaragoza, donde pedía alguna limosna para no agravar la pobreza de sus padres. El jueves 29 de marzo el joven había pasado el día trasladando estiércol desde una era al corral de su casa. Esa noche Miguel se encontraba muy cansado y se reunió, en torno a la lumbre, con sus padres y unos vecinos y delante de ellos se quitó la pierna de palo y los paños sobre los que acomodaba la rodilla. Estando ya en su cuarto, sobre las diez y las once de la noche, entró la madre y vio que, por debajo de la cubierta de la cama, asomaban dos piernas y desconcertada fue a llamar a su marido. Al entrar éste en la habitación notó un olor no acostumbrado en la casita, la habitación estaba en perfecto orden y de la cubierta de la cama sobresalían dos pies. Miguel había recuperado su pierna, la misma que antaño había sido mordida por un perro y que conservaba incluso la vieja cicatriz. El sólo recuerda que soñaba que se ungía el muñón en la capilla de la Virgen de Zaragoza. Tanto Miguel como sus padres tuvieron claro que se trataba de un milagro de Nuestra Señora del Pilar que había intercedido ante su Hijo Santísimo y Redentor Nuestro, para que le devolviese la pierna que había sido enterrada ya gangrenosa en el hospital hacía más de dos años. Del milagro de Calanda han quedado muchísimos testimonios y pruebas documentales: médicas, notariales, eclesiales, etc. Fueron muchísimas las personas que conocieron a Miguel Pellicer y declararon el prodigio. Es un milagro portentoso que consiste en una auténtica resurrección de la carne y que puede ser probado hasta en los más mínimos detalles.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Nuestra Señora de los Dolores



“Mirad y ved si hay dolor más grande que el mío”, dice el libro de las Lamentaciones (1, 12), y también lo dice la Virgen María, al pie de la cruz, viendo agonizar y morir a su Hijo. Puede decirse que el dolor de la Virgen es infinito, puesto que el dolor de la pérdida de un ser querido es tanto más grande cuanto más grande es el amor que se le tiene a quien se pierde.

La Virgen ama a su Hijo, el Hombre-Dios, con un amor infinito, con un amor que es el Amor mismo de Dios, y por eso su dolor, al verlo muerto en la cruz, no tiene medida, como no tiene medida su amor.

Pero el dolor, en la Virgen –así como en su Hijo Jesucristo- es un dolor santificante, y a la vez que produce hondo pesar y amargura, es el inicio de una alegría nueva para los hombres, porque en la Virgen y en Jesucristo, el dolor, el pesar, la muerte, han sido redimidos y santificados, y convertidos en causa de salvación.

Jesús y la Virgen son el Nuevo Adán y la Nueva Eva que redimen a la humanidad, asumiendo sus penas, sus dolores, sus tristezas, y también sus alegrías.

En el dolor del Corazón Inmaculado de María Santísima está contenido, literalmente, todo el dolor del mundo, porque todos los dolores de los hombres, luego de la muerte de su Hijo, son llevados a su Corazón de Madre, para ser purificados en la contemplación de Cristo muerto en la cruz, y para volverse, de esta manera, fuente de santificación.

Es por esto que el cristiano no puede nunca desesperarse en el dolor, o sufrir como si el dolor no tuviera sentido; a partir de que el dolor ha sido asumido por Cristo y redimido por Él, y co-redimido por María Santísima, el dolor adquiere un nuevo sentido, un sentido que antes no lo tenía, un sentido de trascendencia y de eternidad: si antes era castigo, como consecuencia del pecado, ahora se vuelve don del cielo, venido de lo alto, desde el seno mismo de Dios Trinidad.

El dolor, que ingresa en el mundo y en el hombre como consecuencia de su rebelión en el Paraíso, ahora, al ser sufrido por Jesús y por la Virgen, se vuelve camino de retorno al Padre y fuente de salvación y de alegría eterna.

No puede, por lo tanto, el cristiano, vivir su dolor aislado de la cruz, sin hacerlo partícipe de los dolores de la Virgen y Jesús. Si el cristiano asocia su dolor –físico, moral, espiritual- al dolor de la Virgen al pie de la cruz, al dolor de Cristo crucificado, no solo no sufre en vano, sino que hace que su dolor adquiera un significado completamente nuevo, insospechado, y es el de su propia santificación, y la santificación de sus seres queridos, y de muchas almas, y esto porque no sufre solo, sino con la Virgen de los Dolores, Co-rredentora de la humanidad.

De esto se deduce, entre otras cosas, el grave daño que supone la eutanasia, por un doble camino: porque es un suicidio asistido, y porque priva al alma de abrirse paso al cielo por medio de su dolor.

martes, 13 de septiembre de 2011

La natividad de la Virgen María



La natividad de la Virgen María, y su Concepción Inmaculada, son, para la humanidad envuelta en las tinieblas, como la estrella luciente de la mañana, que anuncia el fin de la noche y el inicio del esplendor del día.

El nacimiento de la Virgen, que había sido profetizado ya desde el momento mismo de la caída original, anuncia, anticipa y prepara el nacimiento del Redentor de la humanidad, así como el lucero de la aurora anuncia, anticipa y prepara el alma para la contemplación del sol. María es la Estrella de la mañana que naciendo del cielo, anuncia la llegada del Día sin ocaso, del día de la eternidad de Dios; María inaugura la nueva era de la humanidad, la era caracterizada por la presencia de Dios en la historia de los hombres y por la culminación de la historia en la eternidad de Dios Trino.

El nacimiento de María representa lo opuesto al nacimiento de Adán y Eva: Adán y Eva nacieron para morir, y los que estaban destinados a darnos en herencia la vida de Dios, nos dieron en cambio la herencia de la muerte y el dolor; el nacimiento de la Virgen y de su Hijo Jesucristo representan por el contrario la alegría y la esperanza, ya que nos conceden un nuevo nacimiento, el nacimiento a la vida de hijos de Dios.

Si en la caída del inicio hubo una cooperación del hombre y de la mujer en la rebelión contra Dios y en la asociación con el Demonio, en la obra de la restauración y redención del género humano también se asocian el hombre y la mujer, pero esta vez para devolver a Dios el honor y la gloria debidos a su infinita majestad y bondad: por un lado, la mujer alcanza en la Concepción Inmaculada de María la elevación y la dignidad más alta que pueda concebirse para una criatura, humana o angélica, una elevación y una dignidad sólo superadas por su Hijo[1], que, encarnado como hombre, es el mismo Dios Eterno.

La concepción virginal de María es acorde a la dignidad del Hijo, ya que su nacimiento en el tiempo no puede estar en contradicción con su generación eterna, debe ser acorde su nacimiento en el tiempo con la sublimidad de su producción eterna. Si eternamente fue engendrado como resplandor del Padre, y su generación se realizó en el esplendor de la gloria del Padre, y si fue generado como luz de la luz, su nacimiento en el tiempo no podía ser menos digno, y así debía tener un lugar en la tierra equivalente en luz y en majestad al seno del Padre, y este era el seno Virgen de María. La concepción temporal de Cristo, realizada en el seno de María, fue un reflejo y una continuación de su generación eterna en el seno del Padre, y esto fue posible sólo por la acción de un único principio espiritual, santo y puro, proveniente de Dios, que ejerció su poder divino y celestial sobre un principio humano materno y puro, encarnado en María[2]. Porque el seno de María fue el equivalente en la tierra al seno del Padre, es que la Luz de Dios, pasó a través de su cuerpo sin mancha como un rayo de sol atraviesa un cristal, según describen los Padres el nacimiento de Cristo.

Así como cuando luego de la noche cerrada, la contemplación del nacimiento de la aurora boreal anuncia la llegada del sol, así el nacimiento de la Estrella luciente de la mañana, el Lucero de la aurora, la Virgen María, anuncia no sólo el fin de la noche y del dominio de los poderes de las tinieblas, sino ante todo el arribo del Sol de justicia, la llegada de la luz del sol y del sol en Persona, que para nosotros, en el tiempo y en el misterio sacramental, es Cristo Eucaristía.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Mariology, B. Herder Book Co., Nueva York 1946, 68.

[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 71.

martes, 30 de agosto de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios “Sanadora del cáncer”




Este icono de la Madre de Dios, llamado “Pantanassa”, que traducido del griego quiere decir: “La Reina de todos”. Además de la gracia propia, la de ser un icono de la Madre de Dios, posee otra gracia dada por Dios, y es la de curar a los enfermos de cáncer, por eso se llama también “Sanadora del cáncer”. Como sabemos, el cáncer es una enfermedad corporal incurable, en la gran mayoría de los casos, y conduce a la muerte de quien lo padece.

Podemos rezar con este icono a través de la siguiente reflexión: la enfermedad corporal es una imagen de la enfermedad espiritual, del alma: el pecado, aunque el pecado es más que una enfermedad. El pecado es al alma lo que la enfermedad al cuerpo: así como la enfermedad debilita al cuerpo de modo progresivo, hasta llegar a dañarlo de modo irreversible -y en algunos casos- provocarle la muerte, así el pecado debilita al alma en el amor de Dios –el pecado venial- y la lleva progresivamente, por medio de pequeñas faltas, a su muerte –el pecado mortal-. El pecado mortal se llama precisamente “mortal”, porque priva al alma de la vida de Dios, dejándola en un estado de “muerte espiritual”. El alma, aún cuando ría, camine, hable, se mueva, es decir, aún cuando viva una vida humana normal, está muerta a la vida de la gracia, a la vida de Dios. El cáncer, entonces, como conduce al cuerpo a la muerte, es figura del pecado mortal, que conduce al alma a la muerte espiritual, al apartarla de la vida de la gracia.

Pero al pecado se le agrega algo que el cáncer no tiene: en el pecado hay maldad, en el cáncer, no. En el cáncer, lo que sucede es que hay células del propio organismo que, debido a un estímulo conocido –luz, productos químicos, etc.- o desconocido, comienzan a crecer de un modo tan desorganizado, que ponen en peligro a las células sanas del organismo, al quitarles los nutrientes necesarios para la vida. En el cáncer hay destrucción de tejido sano que puede llevar a la muerte del cuerpo, pero no hay maldad. En el pecado, en cambio, sí hay maldad. El pecado, a diferencia del cáncer, se origina en la malicia que anida en el corazón humano, según el mismo Jesús: “de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre” (Mc 7, 21-23). La medicina para el pecado, la única medicina posible, es la gracia de Cristo Dios, que nos viene por intercesión de la Madre de Dios, de ahí que si el ícono ha obrado milagros curando el cáncer, puede obrar un milagro mayor todavía, y es el de la curación de ese “cáncer espiritual” que es el pecado, concediendo la gracia de la conversión.

El icono de la Madre de Dios “Pantanassa” o “Sanadora del cáncer”, tiene fama de milagroso, porque desde que fue pintado, sanó milagrosamente a muchas personas del cáncer que padecían. A este icono podemos entonces encomendarle la salud del cuerpo pero, sobre todo, podemos y debemos encomendarle la salud del alma pidiéndole que, si hemos tenido la desgracia de cometer un pecado, acudamos prontamente al sacramento de la confesión.

A la Madre de Dios, que es la Medianera de todas las gracias, debemos pedirle la gracia no sólo de no cometer jamás ni siquiera el más pequeña pecado venial, sino ser, por medio de la gracia y del amor, una sana y saludable imagen viva de su Hijo Jesús.

jueves, 25 de agosto de 2011

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa



La Madre de Dios se le apareció a Santa Catalina Labouré, y le dijo que quien usara la medalla que Ella le mostraba, iba a obtener muchas gracias venidas de Dios: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán mas abundantes para los que la lleven con confianza”.

Todos estamos necesitados de la intervención de Dios y de sus milagros; todos necesitamos de una intervención divina en nuestras vidas; aunque puede haber alguien tan necio que diga: “Yo no necesito de Dios”, todos necesitamos que Dios se haga presente en nuestras vidas, y en este sentido, los milagros de la Virgen, prometidos a través de la Medalla Milagrosa, nos garantizan la acción de Dios en nuestras vidas.
La Virgen nos concede la Medalla Milagrosa para que nosotros, por medio de la fe, de la oración, del ayuno, de las buenas obras, nos acerquemos a Dios, que es Bondad y Amor infinito, y así recibamos de Él su Amor y su Misericordia.
Si confiamos en la Virgen y en sus palabras, y si somos fieles en el uso constante y perseverante de la Medalla Milagrosa, podremos constatar, personalmente, cómo Dios obra milagros en nuestras vidas, a través de la Virgen. La Virgen nunca se va a cansar de hacernos milagros, a través de su Medalla, e incluso va a hacer milagros que ni siquiera nos sospechamos ni nos podemos imaginar, porque su Corazón de Madre no se va a contentar con poco. Por eso tenemos que usar la Medalla, pero acompañar el uso de la Medalla con un corazón contrito y humillado, deseoso de obrar el bien, y de amar ad Dios y al prójimo, que al mismo tiempo odia profundamente el pecado, porque el pecado significa rechazo y alejamiento de Dios, que es Bondad, Amor, Luz, Paz y Alegría.
La Virgen nos da la Medalla Milagrosa, y a través de ella, nos promete la asistencia extraordinaria del cielo, como son los milagros, y recibir un milagro de Dios, a través de la Virgen, es algo grandioso. Pero la Virgen quiere darnos todavía algo mucho más grandioso que un milagro, aún cuando un milagro es algo grandioso: la Virgen quiere darnos la gracia divina, la gracia de su Hijo Jesucristo, la que Él nos consiguió al precio de su Sangre y de su Vida en la cruz.
La gracia es algo más grandioso que un milagro, porque un milagro es una intervención de Dios en el mundo material –por ejemplo, la multiplicación de la materia en el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces; o la conversión del agua en vino, en las bodas de Caná, o la curación del cuerpo enfermo-, mientras que la gracia es una intervención de Dios en el alma, por medio de la cual la ilumina con su propia luz, la embellece con su propia belleza, y la adorna con su propia naturaleza. Por la gracia, dice San León Magno, “nos hacemos participantes de la generación de Cristo”, es decir, participamos de la generación de Cristo; por la gracia, queda depositada en el alma, como una semilla, la vida sobrenatural, y Dios le imprime su propia imagen . Por la gracia, somos convertidos en hijos de Dios, en herederos del cielo, en hermanos de Cristo. Por la gracia nos volvemos capaces de recibir el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, Fuente de toda gracia, Dador del Espíritu Santo junto al Padre.
La Virgen es Medianera de todas las gracias, y por eso, por disposición divina, no hay ninguna gracia, por más pequeña que sea, que no venga por Ella.
Al rezarle a la Virgen, y al usar su Medalla, le pidamos, con gran confianza, por aquello que necesitemos, pero sobre todo, le pidamos el apreciar la vida de la gracia, para que no solo nunca la perdamos, sino para que la acrecentemos cada vez más, por medio del amor y de la misericordia para con el prójimo.

lunes, 22 de agosto de 2011

María Reina



Luego de ser asunta a los cielos, la Virgen recibe, de parte de la Trinidad, la corona de luz y de gloria que la constituye como Reina de todo lo creado. La Virgen es Reina en el cielo porque su Hijo es Rey, ya que es Él quien le otorga la realeza y la corona. María Reina, con corona de luz y de gloria, está anunciada en el Apocalipsis: Ella es la “mujer que aparece en el cielo vestida de sol, con la luna a los pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza” (cfr. Ap 12, 1). El hecho de que sean los elementos creados celestes –sol, luna, estrellas- los que la adornen, sumados a los ángeles que la honran –tal como aparece en la tilma de Juan Diego, como la Virgen de Guadalupe-, indica que la Virgen en el cielo, como Reina, tiene poder y majestad sobre toda la creación, visible e invisible, los ángeles.

María es Reina y recibe una corona de luz y de gloria en el cielo, porque su Hijo es Rey y porque Él recibió primero, en su Resurrección y Ascensión, la misma corona de luz y gloria.

Pero tanto Jesús como la Virgen, para recibir esta corona de luz y la condición de reyes soberanos, tuvieron que pasar previamente por la amargura, el dolor y la humillación de la Pasión.

Así como no hay resurrección sin cruz, así tampoco hay corona de luz y de gloria sin la corona de espinas. Si bien la Virgen no fue coronada materialmente de espinas, movida por el amor a su Hijo, experimentó en Ella cada una de sus espinas, y sufrió con Jesús cada uno de sus dolores, por lo que se puede decir que María llevó espiritualmente la corona de espinas, redimiendo junto a Jesús los malos pensamientos de los hombres: de soberbia, de rencor, de odio, de venganza, de vanagloria, de placer desenfrenado.

Al contemplar a María Reina, coronada con una corona de luz, pensemos que esa corona se la dio Dios Padre, por sus méritos de Corredentora junto a su Hijo Jesús, y pensemos también que nosotros en cambio le dimos, con nuestros malos pensamientos, con nuestros malos deseos, los dolores de las espinas de su Hijo Jesús. Si Dios Padre la coronó de gloria en el cielo, nosotros punzamos la cabeza de María con nuestros pecados, con nuestros malos sentimientos para con el prójimo. Pensemos en esto, y hagamos el propósito de nunca más volver a punzar la cabeza de la Virgen, y pidamos en cambio la gracia de tener los mismos pensamientos y los mismos deseos que tienen Jesús crucificado y coronado de espinas, y la Virgen al pie de la cruz.

lunes, 15 de agosto de 2011

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María









La Iglesia celebra y festeja el día en el que la Madre de Dios pasó de esta vida terrena a la vida celestial. Es doctrina de la Iglesia Católica que la Virgen María no experimentó la muerte, sino que fue glorificada luego de atravesar un proceso conocido como “Dormición”: en el momento en que debía pasar de esta vida a la otra, es decir, cuando llegó el momento en que su cuerpo debía ser glorificado, la Virgen no murió, sino que se durmió, y así, estando dormida, su cuerpo comenzó a ser glorificado, a ser invadido por la luz y por la gracia divina, y a pasar del estado de corporeidad material, al estado de corporeidad espiritualizada, propio de los cuerpos resucitados.
La Madre de Dios no podía nunca morir, puesto que la muerte es una consecuencia del pecado original, y si bien luego de la redención de Jesucristo, la muerte en Cristo se convierte en sacrificio grato a Dios, la Virgen nunca experimentó el proceso de la muerte, porque nunca tuvo pecado original. La Asunción de María es un misterio que se inicia en el misterio de su Inmaculada Concepción, y en el misterio de ser Ella la Llena de gracia: su alma, creada por Dios sin la mancha de pecado original, no sólo era Purísima, sino que además estaba inhabitada por el Espíritu Santo, desde el primer instante de su Concepción. La Virgen es la “Mujer revestida de sol” (cfr. Ap 12, 1-6), descripta por el Apocalipsis: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” : el sol que ilumina y reviste con su luz a la Mujer del Apocalipsis, la Virgen, es Dios con su gloria, que reviste a la Virgen con su gracia desde el primer momento de su Concepción.
Es por eso que la glorificación de su cuerpo, en el momento de la Asunción, es simplemente la consecuencia lógica y sobrenatural de su sobrenatural concepción y condición de ser la Madre de Dios. El dogma de la Asunción no es, de ninguna manera, un dogma anexado en modo externo, como si fuera ajeno a su Concepción en estado de gracia: es simplemente el desenvolverse de su condición de Inmaculada Concepción, y lo mismo debe decirse de la Dormición.
En otras palabras, Inmaculada Concepción, Llena de gracia, Dormición y Asunción, son distintas etapas o fases de la vida de la Madre de Dios. La Dormición, que precede a la Asunción, viene al puesto de la muerte, porque la Virgen nunca murió, al no tener pecado mortal: en lugar de morir, la Virgen se duerme, y es en ese momento en donde comienza el proceso de glorificación de su cuerpo. ¿Cómo fue ese momento, el de la Dormición y el de la glorificación, previos a la Asunción? Al dormirse, el cuerpo de la Virgen es glorificado por la gracia que, de su alma, se derrama sobre él, llenándolo de la luz, de la gloria, de la vida divina. El alma de la Virgen estuvo, desde el primer instante de su Concepción, llena de la gracia divina, e inhabitada por el Espíritu Santo, y por lo tanto, iluminada con la luz de Dios; al momento de dormirse la Virgen, esa misma gracia, que llenaba su alma de un modo desbordante, se derrama sobre su cuerpo, comunicándole de la gloria y de la gracia que su alma gozaba desde su creación, y así su cuerpo hace visible la gloria divina, transfigurándose en luz, tal como se transfiguró el cuerpo sacratísimo de Jesús en el Monte Tabor.
Con la glorificación, la materialidad del cuerpo se vuelve “materia espiritual”, por lo que el cuerpo comienza a participar de las propiedades del alma glorificada, ya que él mismo es materia espiritualizada y glorificada. Como una tenue luz primero, como una luz intensa después, el cuerpo de la Virgen comenzó a experimentar la glorificación, hasta convertirse en el cuerpo glorificado propio de aquellos que han resucitado. En ese estado, con su cuerpo glorificado, es que la Virgen ascendió a los cielos.
La Virgen María es modelo de la Iglesia , por lo que lo que sucede en Ella sucede luego en los miembros de la Iglesia, los bautizados, y es por esto que, así como Ella fue asunta a los cielos en cuerpo y alma, así los cristianos, también seremos llevados al cielo en cuerpo y alma.
Pero antes de ser llevados en cuerpo y alma al cielo, como la Virgen, debido a que somos la Iglesia, y la Iglesia reproduce lo que le sucede a María, también pasaremos por lo que pasó María antes de ir al cielo, como el ser perseguida por el demonio, que busca devorar a su Hijo, según el relato del Apocalipsis: “Y apareció en el cielo otro signo: un enorme dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema (…) El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto naciera. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono, y la Mujer huyó al desierto (…) se le dieron a la Mujer las dos alas del águila grande para volar al desierto, a su lugar, lejos del Dragón (…) Entonces el Dragón vomitó de sus fauces como un río de agua, detrás de la Mujer, para arrastrarla con su corriente. Pero la tierra vino en auxilio de la Mujer: abrió la tierra su boca y tragó el río vomitado de las fauces del Dragón” .
La persecución del demonio al Hijo de María se continúa en los hijos de la Iglesia: “Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” .
El demonio hace la guerra a los hijos de la Iglesia por medio de la Nueva Era, o Conspiración de Acuario, secta luciferina cuyo propósito declarado es el de hacer desaparecer al cristianismo y reemplazarlo por una religión mundial anticristiana y neo-pagana. Eso explica el auge de la brujería, del ocultismo, de la hechicería, en continentes enteros, como Europa y América , y es lo que explica el éxito mundial de libros y películas de neta tendencia satánica como Harry Potter.
El demonio persigue a los hijos de la Iglesia, los hijos de María, pero deben hacer los hijos como hace la Madre: a la Mujer del Apocalipsis le son dadas alas para escapar del dragón, y la Mujer, que es la Virgen, se refugia en el desierto, escapando del dragón: las alas representan la gracia, y el desierto la oración, y así debe hacer el bautizado en tiempos de oscuridad: vivir en gracia y vivir en oración, y así se asegurará el camino al cielo; por la gracia y por la oración, el cristiano se asegura el ser llevado al cielo, junto a su Madre, la Virgen, y junto a Jesús, el Cordero.

jueves, 28 de julio de 2011

Bienaventurados los pobres de espíritu



“Bienaventurados los pobres de espíritu” (cfr. Mt 5, 3). El pobre de espíritu es aquel que, en relación con los bienes –sean materiales o espirituales-, los posee, sí, pero no vacila en donarlos en bien del prójimo. Pero es también pobre de espíritu quien, experimentando la condición limitada de la naturaleza humana, desea poseer la inagotable riqueza del ser divino.

En ambos sentidos, Jesús es el Primer Pobre, ya que poseyendo la riqueza inestimable de su Ser divino, en compañía de su Padre, procediendo eternamente del seno de su Padre, decide, sin dejar de ser Dios infinitamente rico y dichoso en su divinidad, encarnarse, tomar forma de hombre, es decir, decide anonadarse, hacerse nada -que eso es el ser del hombre en comparación con la riqueza del ser divino-, para enriquecernos con el don de su misterio pascual de muerte y resurrección. El Hijo de Dios se hace pobre, adopta y se une a una naturaleza humana, para enriqucernos con el don de su divinidad por medio de su muerte en cruz y resurrección.

Jesús es pobre también en el segundo sentido, sobre todo en la cruz, porque si bien Él es Dios Hijo en Persona, en su Humanidad se abandona al Padre de un modo tan perfecto y completo, que nada más necesita ni quiere poseer, que no sea el perfecto cumplimiento de su Divina Voluntad, que por medio de su sacrificio quiere la salvación de los hombres. Su grito, antes de morir: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (cfr. Lc 23, 45), es la máxima expresión de la máxima pobreza espiritual, porque no tiene nada y nada quiere que no sea la Voluntad de Dios.

Jesús en la cruz es además ejemplo de pobreza para el cristiano, enseñando la pobreza de la cruz: sus únicas posesiones materiales consisten en aquello que sirven para ir al cielo: la cruz de madera, el letrero indica su realeza, la corona de espinas, los clavos de hierros. Pero en la cruz es pobre también espiritualmente,

Pero si Jesús es pobre entre los pobres, María es también la más pobre entre los pobres, ya que dona a Dios todos los bienes que posee, que no son otra cosa que su propio ser y su propia voluntad, entregando a Dios todo lo que tiene, su pureza, su vida, su voluntad, su ser y su naturaleza humana, para que Dios derrame sobre la humanidad miserable la riqueza inmensa de su Amor divino. Pero luego, cuando Ella sea la más rica de todas las criaturas, donará la totalidad de su riqueza, el fruto bendito de su vientre virginal, Jesús, para la salvación de los hombres, y lo donará en la cruz, aceptando la Voluntad del Padre que quiere el sacrificio de su Hijo, y lo donará cada vez en la Eucaristía, en donde su Hijo se entrega como Pan de Vida eterna, y en ambos casos, en la cruz y en la Eucaristía, el don de María expresa su pobreza espiritual, porque, al igual que su Hijo, no tiene nada y nada quiere que no sea la Voluntad de Dios.

Jesús y María son entonces los Pobres de espíritu por excelencia, ya que donan todo lo que tienen y poseen, todos sus bienes: su ser divino, en el caso de Jesús, su vida humana y su amor de madre en el caso de María, y ambos dones se renuevan en cada comunión eucarística, en donde María Iglesia nos dona a su Hijo, y en donde su hijo Jesús se dona con su Cuerpo glorioso y resucitado. Son los Pobres por excelencia ya que en la donación de sus seres y de sus vidas expresan el desapego esencial a todo lo creado, desapego que es a la vez deseo de unión con Dios Trinidad.

Bienaventurado quien, como la Madre y el Hijo, experimenta el deseo, venido de lo alto, de donarse con todo su ser al Padre por su Hijo en el Espíritu de Amor; bienaventurado quien tiene sed de Dios Trino, bienaventurado quien oye su Palabra y cumple su Voluntad.