martes, 26 de noviembre de 2013

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa


Historia de la aparición

La Virgen se le apareció a Santa Catalina Labouré el 27 de Noviembre de 1830. Estaba vestida de blanco, con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello. Cubría su cabeza un velo blanco que sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies. Al describir su rostro, Santa Catalina dijo que “era la Virgen María en su mayor belleza”.
Sus pies, que posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, aplastaban al mismo tiempo a una serpiente verde con pintas amarillas. Las manos de la Virgen, elevadas a la altura del corazón, sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una crucecita.
La Virgen mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo el globo. A veces miraba al cielo y a veces a la tierra. De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, rodeándola de tanta claridad, que no era posible verla.
Tenía tres anillos en cada dedo; el más grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y uno más pequeño, en la extremidad. De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos, que se alargaban hacia abajo y llenaban toda la parte baja.
Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, Ella la miró y dijo a su corazón:
“Este globo que ves (a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”.
Con estas palabras la Virgen se da a conocer como la Mediadora de todas las gracias que nos vienen de Jesucristo.
El globo de oro (la riqueza de gracias) se desvaneció de entre las manos de la Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies.
En este momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: “María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti”.
Estas palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda.
Santa Catalina oyó de nuevo la voz en su interior: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza”.
La aparición, entonces, dio media vuelta y quedó formado en el mismo lugar el reverso de la medalla.
En él aparecía una “M”, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por una espada. A su alrededor había doce estrellas.

Símbolos de la Medalla y mensaje espiritual:

En el Anverso:

-María aplastando la cabeza de la serpiente, que a su vez está sobre el mundo: el globo representa a la Humanidad, mientras que la serpiente representa al Demonio, que tiene a toda la humanidad bajo su poder, debido a que ha perdido la gracia y la unión con Dios a causa del pecado original. La Virgen, la Inmaculada Concepción, aplasta la cabeza de la serpiente, en cumplimiento de la profecía que Dios le hace al demonio en el Génesis: “La Mujer te aplastará la cabeza”. La Virgen, a pesar de ser una creatura humana, vence a la serpiente, porque la Trinidad en pleno le participa de su poder, de modo que, a pesar de ser una creatura humana, tiene tanto poder que su solo pie femenino representa, para el demonio, todo la fuerza y la omnipotencia divina.
-Las manos de la Virgen, extendidas y emitiendo rayos luminosos, representan su condición de Madre de todos los hombres y Mediadora de todas las gracias. La Virgen es Madre de todos y cada uno de los hombres –independientemente de si tienen fe  o no- porque Cristo nos la dio antes de morir, al decirle desde la Cruz: “Mujer, he ahí a tu hijo”, señalando al apóstol Juan, en quien estábamos todos representados. El hecho de que Dios nos haya concedido a su Madre para que nos adopte como hijos, es un don de la Misericordia Divina que quiere asegurarse, por todos los medios posibles, la salvación de los hombres: teniendo a la Virgen por Madre, aun hasta el pecador más empedernido tiene la oportunidad de salvarse, porque la Virgen, llevada por su amor materno, hará todo lo que esté a su alcance para salva r a su hijo.
-Los rayos que emiten sus manos representan la gracia divina que pasa a través de Ella, es decir, representan su condición de ser Medianera de todas las gracias; esto significa que no hay gracia, ni pequeña ni grande, que no sea administrada por Ella o, lo que es lo mismo, toda gracia pasa por el Inmaculado Corazón de María. Esto quiere decir que quien no se acerca a María por el amor y la fe, no recibe la salvación de Jesucristo, y es también un incentivo tanto para rezar el Rosario, que es la oración que más le gusta a la Virgen, como para consagrarse al Inmaculado Corazón de María, porque la Consagración a la Virgen es en sí misma una gracia que anticipa muchas otras.
-La jaculatoria “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”, es una proclamación, en pocas y sencillas palabras, de uno de las más grandes misterios de la Religión Católica, el dogma de la Inmaculada Concepción, dogma por el cual la Iglesia reconoce en María a la Nueva Eva, la Llena de gracia, la Inhabitada por el Espíritu Santo, la Mujer del Apocalipsis, Vencedora de Satanás con el poder de su Hijo Jesús, Madre de Dios encarnado, Templo del Espíritu Santo, Sagrario Viviente de Jesús Eucaristía e infinidad de otros títulos.
-El globo bajo sus pies significa que la Virgen es Reina de cielos y tierra, por su condición de ser Madre del Rey del Universo, Jesucristo, y por el hecho de haber participado de la Pasión de su Hijo llevando, si bien no físicamente, sí espiritualmente, la corona de espinas de Jesús. En recompensa, Jesús le otorga a su Madre, una vez Asunta a los cielos, la corona de luz y de gloria que le corresponde como Reina de cielos y tierra.
-El globo en sus manos, de color dorado, es el mundo ofrecido a Jesús por sus manos, es el mundo que ha sido ya, en cierto modo, purificado por el dolor de la Virgen; es el mundo que ha recibido la gracia de la Redención, y por eso el color dorado.

En el Reverso:

-La cruz: significa el misterio de redención, es la Puerta abierta a los cielos, es el único camino por el cual se accede al Reino de los cielos; es la única vía de acceso al Corazón de Dios Padre. Quien rechaza la Cruz, rechaza la salvación; quien abraza la Cruz, abraza la salvación, porque la Cruz está empapada con la Sangre del Cordero de Dios.
-La M: símbolo de María y de su maternidad espiritual.
-El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la mujer del Apocalipsis, vestida del sol. Además de ser la Mujer del Génesis, que aplasta la cabeza de la serpiente, la Virgen es la Mujer del Apocalipsis, la señal que aparece en el cielo, la “Mujer revestida de sol”. Como tal, es la Mujer que vence al Dragón que quiere asesinar a su Hijo; la Virgen protege a su Hijo llevándolo al desierto.
-La barra: es una letra del alfabeto griego, “yota” o I, que es monograma del nombre, Jesús.
-Las doce estrellas: signo de la Iglesia que Cristo funda sobre los apóstoles y que nace en el Calvario de su corazón traspasado.
-Los dos corazones: la corredención, obrada por Jesucristo y su Madre. representa también la unidad indisoluble entre ambos, la futura devoción a los dos y su reinado.
Por último, la promesa de la Virgen para quienes lleven puesta la Medalla: “Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza”, nos invita a llevar la Medalla todos los días de la vida, hasta la muerte, y a pedir con gran confianza una gran cantidad de gracias, aun cuando parezcan imposibles de conseguir.



jueves, 21 de noviembre de 2013

La Presentación de la Virgen María


La Iglesia celebra el día en el que la Virgen, siendo Niña aun, es llevada por sus padres, Joaquín y Ana, al templo, para consagrarla a Dios. Al presentarla en el Templo y consagrarla a Dios, los padres de la Virgen solo reafirman exteriormente la consagración interior que de la Virgen hizo el mismo Dios Trino al crearla. En otras palabras, cuando los santos Joaquín y  Ana presentan a la Virgen Niña al templo para consagrarla y para que dedique toda su vida a Dios, solo reafirman, como padres piadosos que son, lo que la Voluntad de la Santísima Trinidad había expresado al crear a la Virgen como Inmaculada Concepción y como Llena de gracia: que la Virgen fuera un Templo Viviente, Purísimo y Perfectísimo, en donde habitara el Espíritu Santo desde su Concepción Inmaculada, para que así, inhabitada por el Amor Divino, fuera la Madre, en el tiempo, del Dios Eterno humanado. Más que ser los padres de la Virgen quienes la consagran a Dios, es el mismo Dios Uno y Trino quien, con el concurso co-creador de los santos Joaquín y Ana, consagra a la Virgen para sí mismo al crearla Pura e Inmaculada. De esta manera, la existencia de la Virgen no se explica sino es para ser la Madre terrenal del Dios Eterno, Aquella Madre amantísima que por su Pureza mereció concebir en el tiempo, sin concurso de padre humano, a Aquel que fue engendrado desde la eternidad en el seno de Dios Padre. 
Pero también la Presentación es la dedicación o consagración que de sí misma, en cuerpo y alma, hace la Virgen a Dios, una vez que tiene uso de razón, desde Niña muy pequeña, obedeciendo a la Voluntad de la Trinidad que la quería para sí y solo para sí. La Virgen María, por ser concebida en gracia, sin mancha de pecado original, y habitada por el Espíritu Santo, es llamada también “Templo perfecto del Nuevo Testamento”, “Sagrario Viviente del Hijo de Dios”, “Tabernáculo Purísimo que custodia al Verbo Eterno del Padre”. Como tal, la Virgen no podía –por imposibilidad metafísica- estar apegada a amores mundanos, terrenos, alejados de Dios: todo lo que la Virgen ama, lo ama en Dios, por Dios y para Dios, y nada ama que no sea Dios, como consecuencia de su condición de ser la Llena de gracia, concebida sin mancha de pecado original.
Es esto lo que la Iglesia celebra, el hecho de que Dios Trino haya creado a un ser, la Virgen María, destinado a ser un Templo viviente en el que inhabita sólo el Amor de Dios: el Amor del Padre, que la crea como Hija suya predilecta; el Amor del Hijo, que la ama por ser su Madre; el Amor del Espíritu Santo, de quien es Esposa Purísima. 
Y puesto que la Virgen es Templo Perfectísimo y Purísimo en donde inhabita el Amor de Dios, todo aquel que ingresa en este Templo, recibe solo aquello que posee este Templo y es el Amor Divino y este es el fundamento de la consagración del cristiano al Inmaculado Corazón de María: quien se consagra a María, Templo Viviente del Amor de Dios, recibe también la gracia de ser Templo del Espíritu Santo, es decir, queda también consagrado al Amor Divino. En consecuencia, el cristiano que se consagra a la Virgen, expulsa de sí todo tipo de amor mundano, impuro, terreno, incompatibles con el Divino Amor. Por lo tanto, al celebrar la Presentación de la Virgen, le pedimos que interceda para que también seamos, como Ella, templos vivientes del Espíritu Santo, consagrados solo al Amor de Dios.

jueves, 7 de noviembre de 2013

María, Medianera de Todas las Gracias


         ¿Qué quiere decir que María es “Medianera de Todas las Gracias? Quiere decir que no hay ninguna gracia, de ningún tipo, pequeña o grande, que no pase por María. Quiere decir que absolutamente todas las gracias que toda la humanidad necesita para su salvación, que no sea administrada y distribuida por la Madre de Dios. Quiere decir que todos los hombres, de todos los tiempos, para salvarse, deben recurrir a la Virgen –si quieren salvarse- y que nadie puede obtener la salvación si no es por mediación de María. Quiere decir que, así como es cierta la frase: “fuera de la Iglesia no hay salvación”, también se puede decir, en este sentido, que “sin la mediación de María Virgen, no hay salvación”.
         Para darnos una idea de la importancia de María como Medianera de Todas las Gracias, hagamos el siguiente ejercicio espiritual: imaginemos que Dios es como un océano infinito –sin playas y sin fondo- de substancia infinita, y que esa substancia es Amor -Amor Puro, eterno, celestial, inagotable, incomprensible, inefable- y que ese Amor que es Dios quiere darse todo Él, sin reservas de ningún tipo, a todas y cada una de las almas humanas, desde Adán y Eva, hasta el último hombre nacido en el Último Día de la historia humana, y de tal manera quiere este Dios que es Amor donarse a cada alma sin reservas, que el alma que lo reciba lo adquiera como propiedad suya personal. Imaginemos este inmenso Océano de Amor infinito y eterno, que es Dios Uno y Trino, que arde en deseos de donarse a las almas, no puede hacerlo, porque entre las almas y Él hay como una muralla infranqueable que impide que Dios Trinidad se comunique a las almas como Él lo desea.
         Sin embargo, para superar este impedimento, Dios Trino, movido por su Amor, establece que su Amor sea donado, en forma de gracias, a los hombres, a través de una como especie de Puerta o Compuerta, similar a las de los diques –de esas que permiten la salida del agua cuando la presión es muy alta, para evitar que el dique se rompa-, para que su Amor se comunique a las almas que lo necesitan, y esta Puerta o Compuerta celestial es el Inmaculado Corazón de María. Y de tal manera es el Inmaculado Corazón de María una Puerta que deja pasar el impetuoso e inagotable flujo de gracias que surgen del Ser trinitario, que todo aquel que se acerca a este Inmaculado Corazón, no deja nunca de recibir todo tipo de gracias y dones celestiales. En otras palabras, quien se acerca al Inmaculado Corazón de María, así como un hijo se acerca a su madre en busca de amor materno, no deja nunca de recibir gracia tras gracia y don tras don. Pero también es cierto lo inverso: quien no se acerca al Corazón Inmaculado de María, no recibe el Amor de Dios, dosificado en forma de gracias, porque Dios Trino ha establecido que solo a través del Corazón de María sean dadas las gracias a los hombres.

         Por esto, es imperioso llamar a todos los hombres -a todos, sin que falte ninguno-, para que se consagren al Inmaculado Corazón de María, para que todos reciban el Amor Divino, mediado por el Corazón de María, en forma de gracias.

Los Nombres de la Virgen María (IV): Nuestra Señora de Luján


Fiesta: 8 de mayo
Descripción de la imagen
La imagen de Nuestra Señora de Luján corresponde en realidad a la Inmaculada Concepción; sucede que al encontrarse revestida al estilo español, y al quedar cubierto toda su figura, exceptuando el rostro y las manos, por una cubierta de plata -realizada en el año 1904-, la advocación queda oculta. Se encuentra de pie sobre nubes, entre las cuales sobresalen cuatro cabezas de querubines. A sus pies se ve la luna en cuarto creciente. Sus manos están en actitud orante, a la altura del pecho).
Para describir la imagen de la Virgen de Luján, es necesario tener presente el libro del Apocalipsis, puesto que el origen de la imagen se encuentra allí: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (12, 1).
“Una Mujer, vestida de sol…”: el resplandor del sol –imagen de Jesucristo, Sol de gracia eterna- está figurado en la rayera gótica, adosada a la espalda de la imagen. En la rayera se encuentra la inscripción: “Es la Virgen de Luján la primera fundadora de esta Villa” (con “Villa”, no se representa tanto a una localidad en particular, sino que se significa a la Nación Argentina).
“…con la luna bajo sus pies…”: en la luna –realizada en plata en la imagen- está representada toda la Creación, visible e invisible. María Santísima, como Hija Predilectísima de Dios Padre, como Madre de Dios Hijo, y como Esposa Purísima del Espíritu Santo, es Emperatriz de los cielos y de la tierra. La luna está colocada a los pies como símbolo del poder de María, en su condición de esta triple predilección de la Santísima Trinidad, que la ubica por encima de todas las creaturas, visibles e invisibles, convirtiéndola en una criatura única e inigualable, por encima de todos los ángeles y santos, y sólo un poco por debajo del Hombre-Dios, Jesús de Nazareth.
“…y una corona de doce estrellas sobre su cabeza…”: las estrellas representan, según San Bernardo, las 12 prerrogativas de gracias con las cuales la Santísima Trinidad adornó a la Virgen: cuatro del cielo -la generación de María anunciada en el Antiguo Testamento, el haber sido saludada por el ángel, el haber concebido en su seno al Hijo de Dios, el haberse realizado esto por obra y gracia del Espíritu Santo-; cuatro del cuerpo -su inquebrantable propósito de guardar virginidad, su virginidad realzada por una milagrosa fecundidad, el estar libre de las molestias que se siguen a la concepción "llevando a Quien la llevaba", su milagroso alumbramiento; cuatro del Corazón -la mansedumbre de su pudor, su profunda humildad, su fe magnánima y firmísima, el martirio de su Corazón.
La corona imperial: es de oro con incrustaciones preciosas. La corona que le concede la Iglesia -bendecida por León XIII en 1886-, es una figura de la corona de luz y de gloria con la cual su mismo Hijo la coronó en persona en el Cielo, en la Asunción. Antes de llevar esta corona de gloria, participó de la Pasión de su Hijo Jesús, sufriendo los mismos dolores de su Hijo coronado de espinas, y por eso mereció recibir esta corona de luz.
La coronación de María en la tierra, por parte de sus hijos, representa el reconocimiento que sus hijos hacen a su Madre como Patrona de la Patria, como Patrona de las almas: colocar la corona en la cabeza de una reina significa reconocer la majestad de esa reina, y es eso lo que hacemos al coronar a María: reconocer, con humildad, su grandeza mayestática, su majestuosidad de Reina de los cielos que nos honra tomándonos como a sus hijos.
La corona que se coloca en la imagen de María es una corona material, hecha con  materiales nobles, como la plata, el oro, o piedras preciosas, y es una figura o símbolo de la corona real, espiritual, que María lleva en el cielo.
La corona de María en el cielo es una corona de luz, de santidad, de pureza, de gloria divina, que María ostenta en los cielos desde su Asunción gloriosa, por toda la eternidad. Pero a esta corona de luz y de gloria que María lleva en el cielo, no la alcanzó sin antes haber llevado en la tierra, en el tiempo en el que vivió en la tierra, en su Corazón Inmaculado, el dolor inmenso de la corona de espinas de su Hijo Jesús. Su Hijo Jesús fue coronado en la cruz como el Rey de los judíos, como el Rey de la humanidad, con la corona de espinas, una corona pesada, formada por gruesas espinas, duras y afiladas, que traspasaron su cuero cabelludo e hicieron brotar sangre a borbotones de su Cabeza, sangre que luego corrió por su cuerpo crucificado; la corona de espinas le provocaba dolor a Jesús, pero mucho más que las espinas, lo que le provocaba dolor era la maldad de los corazones humanos, además de la frialdad de corazón y la indiferencia para con su sacrificio. Fue Jesús quien llevó la corona de espinas en la cruz, pero María la llevó también, invisible, en su Corazón Inmaculado, al pie de la cruz, porque en su Corazón llevaba todo el dolor de su Hijo Jesús, y así como la corona de espinas de Jesús en la tierra se transformó en la corona de luz y de gloria en el cielo, en la resurrección, así el dolor de Jesús, que María atesoraba en su Corazón en la tierra, en el Calvario, al pie de la cruz, se convirtió en el cielo en su corona de luz y de gloria divina.
Al contemplar la corona de la Virgen de Luján, pidamos la luz de la fe para trascender lo que vemos, para ver con la luz del Espíritu Santo, como lo pide para nosotros la misma Virgen, para ver cómo María merece la corona de luz y de gloria luego de llevar el dolor de su Hijo. Eso mismo debemos pedir para nosotros.

            Significado espiritual de la devoción
            La devoción y la imagen de la Virgen de Luján tienen una profunda y estrechísima relación con el ser nacional del pueblo argentino; tanto, que se puede decir que la Nación argentina tiene, en expresiones del Papa Pío XII, su "centro natural" en Ella.
            Trece años después de haberla visitado en su camarín de Luján, siendo ya Sumo Pontífice, dijo que “Ella quiso quedarse allí y el alma nacional argentina comprendió que allí tenía su centro natural”. Además, expresó cuál había sido su impresión al verla: “…nos pareció que habíamos llegado al fondo del alma del gran pueblo argentino.”
            En otras palabras, el Santo Padre nos dice que vio, en la Virgen de Luján, "el fondo del alma del gran pueblo argentino", es decir, aquello que es su base, lo que le da razón de ser, lo que sirve de cimiento a todo lo que se construye luego, y sin cuya existencia, nada puede ser construido. Es sobre la base de este pensamiento de Su Santidad Pío XII, que elaboramos las siguientes meditaciones acerca de la Virgen de Luján y el significado espiritual para los argentinos.

            La Virgen de Luján, Madre, Patrona y Dueña de la Patria Argentina
Pocas naciones en el mundo tienen el privilegio de la Nación Argentina, el de haber sido elegidas, por la Madre de Dios, para quedarse en su suelo. Un hermoso prodigio dio origen a su estadía en nuestro suelo patrio: la carreta tirada por bueyes, en donde se encontraba la imagen, no se movió hasta que no quitaron de su interior la imagen de la Madre de Dios que luego sería venerada como “Nuestra Señora de Luján”[1]. El prodigio fue un claro signo de que la Virgen quería quedarse en la Patria, y quería ser venerada en ese lugar por todos los argentinos.
            De esta manera, nuestra Patria se vio honrada, al ser elegida por la Madre de Dios para ser su patrona. Desde entonces, la Virgen de Luján presidió todos los grandes acontecimientos de la patria, fue proclamada Generala y recibió los bastones de mando de numerosos próceres argentinos, como San Martín, Belgrano, Güemes, Lamadrid, Pueyrredón, y fue invocada por los soldados héroes de Malvinas, y por millones de argentinos, civiles y militares, que forjaron la Argentina.
            Se trata por lo tanto de una imagen plena de historia y de significado, en donde la historia de la Argentina como Nación, y de cada argentino como patriota, encuentra su sentido y su significado: bajo su manto, bajo su mirada maternal, bajo su protección de Madre celestial, nacieron, vivieron y murieron generaciones y generaciones de argentinos, quienes gracias a su intercesión misericordiosa, gozan ahora de la beatitud eterna, la contemplación alegre y extática de las Tres Divinas Personas.
            Pero hay otro privilegio, que viene de la mano de este prodigio realizado por la Madre de Dios para quedarse en nuestra Patria y ser su Patrona y Dueña, y es el de su manto, que lleva los colores de la Inmaculada Concepción, pues de ese manto bendito, surgió nuestra enseña nacional, nuestra gloriosa Bandera Argentina.
            El general Don Manuel Belgrano, a la hora sublime de crear la bandera de la nueva nación, eligió los colores celeste y blanco, pero no por capricho, ni al azar, ni para recordar el cielo cosmológico, sino para honrar a la Purísima Concepción de María, de quien era ferviente devoto.
            Éste es el otro privilegio que tiene nuestra Patria, no compartido por ninguna otra nación de la tierra, y es el de llevar, gloriosamente, en su bandera, los colores del manto de la Inmaculada Concepción. Así lo quiso el General Manuel Belgrano, al elegir los colores de la Bandera Nacional: quiso que llevara los colores de la Inmaculada Concepción, a quien amaba, veneraba y honraba desde su niñez. Desde entonces, los argentinos tenemos la dicha de besar la Bandera Nacional, como si estuviéramos besando el Manto de la Virgen de Luján, que es el Manto de la Inmaculada Concepción.
            Es por esto que si el Salmo dice: “Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor” (cfr. Sal 32), nuestra Patria puede, alegrándose en la Virgen Inmaculada, decir: “Dichosa la Nación cuya Patrona y Dueña es la Madre de Dios”.
Ahora bien, el hecho de que María Virgen sea nuestra Patrona, supone privilegios especiales, no exentos de tribulaciones; aún más, podría decirse que la tribulación es la condición de los hijos de la Virgen, como don del cielo, venido directamente de Dios, que hace participar, a sus hijos adoptivos, de la Gran Tribulación de su Hijo Jesús en la cruz.
Es así como nuestra Patria, bajo el amparo de la Virgen, ha atravesado numerosas tribulaciones, y lo continúa haciendo, en el día de hoy, y podría decirse que la tribulación de este tiempo es la más grande, la más dura, la más dolorosa, de todas las tribulaciones vividas en su historia.
Hoy la Patria se ve acosada, además de sus enemigos naturales, por un enemigo más insidioso, más difícil de detectar, pues no se identifica con extrañas banderas, como en Obligado. El peligro más grande, para la Patria, viene hoy de algunos de sus propios hijos, que no la reconocen mariana, no la reconocen católica, y por lo mismo, no reconocen a la Virgen de Luján como a su Madre, Señora, Dueña y Protectora.
La más grande tribulación la sufre hoy la Patria, no sólo porque botas militares extranjeras mancillan sus amadas Islas Malvinas, sino porque muchos, muchísimos de sus hijos, desconociéndola en su condición de Madre de los argentinos, se han olvidado de su Hijo, lo han rechazado, y han abrazado el culto a los modernos ídolos neo-paganos, el poder, la fama, la gloria mundana, la violencia, la ideología de los sin Dios, y se dirigen, inconscientes y ciegos, al abismo de la eterna condenación.

La Bandera Argentina es el Manto de la Inmaculada Virgen de Luján
Las banderas nacionales son un reflejo del pensamiento y del sentimiento de un pueblo, pero también representan lo más característico de una nación. En la bandera nacional está representado y simbolizado el ser más auténtico y profundo de toda una nación, y por esto mismo, porque representa al ser nacional, todo el pueblo se siente representado y reflejado en esa bandera. En la bandera nacional se aglutinan y condensan las vivencias más significativas e importantes de la nación, aquellas que dieron origen a su ser nacional, las que forjaron y fraguaron el ser de la nación, en los inicios históricos de la existencia de un pueblo.
Todas las naciones surgieron por un hecho histórico trascendente –o también, por una serie de hechos históricos-, el cual queda plasmado en la insignia nacional, de modo tal que las generaciones sucesivas, al contemplarla, traigan a la memoria la gesta del pasado, de la cual nacieron, y con sus corazones honren y veneren en el presente a la Patria a la que pertenecen, y juren defenderla con sus vidas hasta el fin.
Una bandera nacional, entonces, no es nunca un símbolo vacío, sino un símbolo cargado de riqueza histórica y de valores trascendentes, que despiertan en el hombre sus sentimientos más nobles y profundos.
Muchos han dado sus vidas por sus banderas, no por el lienzo, obviamente, sino porque sus colores y sus figuras representan la génesis, el presente y el futuro del ser nacional, y en ellos están representados elevados valores humanos y los hechos históricos que originaron a la nación.
Así, en la bandera de EE.UU., por ejemplo, “el blanco simboliza su color de piel e inocencia, el rojo sangre y valor, y el azul el cielo, perseverancia y justicia” (…) La bandera de Estados Unidos de América consta de trece barras horizontales, siete rojas y seis blancas, y un rectángulo azul en el cantón con cincuenta estrellas blancas. Las barras representan a las trece colonias originales que se independizaron del Reino Unido y las estrellas a los estados que forman la Unión”[2].
Cuando leemos acerca de la bandera de México, se lee lo siguiente: “El Escudo Nacional de México (…) consiste en un águila real devorando a una serpiente (…) está basado en la leyenda azteca que cuenta cómo su pueblo vagó por cientos de años en el territorio mexicano buscando la señal indicada por sus dioses para fundar la ciudad de Tenochtitlán (la actual Ciudad de México), donde vieran a un águila devorando a una serpiente”[3].
En el primer caso, la bandera destaca las virtudes, además del cielo cosmológico, y están representadas las colonias que iniciaron la independencia; en el segundo caso, una leyenda inmemorial, según la cual los dioses señalarían el lugar de la fundación de la ciudad emblemática de la nación, que debía ser en donde encontraran a un águila devorando una serpiente.
Virtudes humanas en un caso, leyenda mitológica pre-hispana, en el segundo.
En el caso de la Bandera Argentina, no hay nada de esto, sino algo infinitamente más sublime.
Abundantes pruebas historiográficas, demuestran que la Bandera Argentina, creada por el General Manuel Belgrano, lleva los colores del manto de la Inmaculada Virgen de Luján, de quien Belgrano era ferviente devoto.
Como antecedente a la creación mariana de la Bandera Nacional, existen una serie de datos históricos que avalan esta tesis, según el historiador Vicente Sierra[4], de quien tomamos la siguiente recopilación: “Cuando el rey Carlos III consagró España y las Indias a la Inmaculada en 1761, y proclamó a la Virgen principal Patrona de sus reinos; creó también la Orden Real de su nombre, cuyos caballeros recibían, como condecoración, el medallón esmaltado con la imagen azul y blanca de la Inmaculada, pendiente al cuello de una cinta de tres franjas: blanca en el medio, y azules a los costados.
El artículo 40 de los estatutos de la Orden, retomados en 1804, dice: ‘Las insignias serán una banda de seda ancha dividida en tres franjas iguales, la del centro blanca y las dos laterales de color azul celeste”[5].
Según este dato, entonces, ya desde la época del rey Carlos III, tanto España como las Indias, estaban consagradas a la Virgen, en cuyo honor se crea la Orden Real de la Inmaculada, que lleva los colores azul y blanco.
Avanzando un poco más en el tiempo, Sierra trae un dato tomado de Bartolomé Mitre: “Mitre dijo que los colores nacionales blanco y azul celeste pudieron ser adoptados ‘en señal de fidelidad al rey de España, Carlos IV, que usaba la banda celeste de la Ordende Carlos III, como puede verse en sus retratos al óleo… La cruz de esta orden es esmaltada de blanco y celeste, colores de la Inmaculada Concepción de la Virgen, según el simbolismo de la Iglesia’. El artículo IV de los estatutos de dicha orden, decretados en 1804, dice: ‘Las insignias… serán una banda de seda ancha dividida en tres fajas iguales, la del centro blanca, y las dos laterales de color azul celeste’. Augusto Fernández Díaz recuerda que, cuando en el último ensayo de gobierno republicano en España, se acordó cambiar la bandera rojo y gualda por otra de tres franjas: rojo, gualda y morado, Miguel de Unamuno, entonces diputado, dijo: ‘…Bandera monárquica podríais acaso llamar a la celeste y blanca de los Borbones de la casa española, cuyos colores son también los de la República Argentina y los de la Purísima Concepción”[6].
Otro antecedente mariano de la Bandera Nacional como signo distintivo de Argentina, aparece en la Reconquista de Buenos Aires, en donde las tropas patriotas se identifican con la imagen de la Inmaculada Concepción. Dice así otro historiador, Aníbal Rottjer: “Si bien la escarapela azul y blanca no se usó en 1810, y sólo aparece al año siguiente, como distintivo de la Sociedad Patriótica; sus colores habían adquirido una especial significación, por haberlos usado los voluntarios que prepararon la Reconquista, y que, reunidos en Luján, combatieron luego en la Chacra de Perdriel. Las crónicas de Luján nos hablan del ‘Real pendón de la Villa de Nuestra Señora, bordado en 1760 por las monjas catalinas de Buenos Aires. En él había dos escudos: uno con las armas del rey y otro con la imagen de la Pura y Limpia Concepción de María Santísima, singular patrona y fundadora de la villa’. El Cabildo de Luján entregó este estandarte a las tropas de Pueyrredón, ‘como su mejor contribución para el servicio y la defensa de la Patria’. Después de implorar el auxilio de la Virgen, y usando, como distintivo de reconocimiento, los colores de su imagen, por medio de dos cintas anudadas al cuello, una azul y otra blanca, y que llaman de la medida de la Virgen, porque cada una medía 38 centímetros, que era la altura de la imagen de la Virgen de Luján; los 300 soldados improvisados se lanzan al ataque contra 700 veteranos de Beresford, y mueren en la acción tres argentinos y veinte británicos.
Los dispersos se unen más tarde a las fuerzas de Liniers, y obtienen, días después, la victoria definitiva, que se atribuyó oficialmente a la intervención de la Virgen María, como consta en las actas del Cabildo de 1806. Estos colores los conservaron los húsares de Pueyrredón enla Defensa, durante las jornadas de julio de 1807”[7].
Como se puede ver claramente, los patriotas argentinos, que se levantan en armas para combatir al invasor inglés, se identifican con los colores celeste y blanco y con la imagen de la Inmaculada Concepción.
Tal es la identificación de con la Madre de Dios, y con los colores de su manto, que el Coronel Domingo French, en una proclama en Luján, el 25 de septiembre de 1812, dice así: “¡Soldados! Somos de ahora en adelante el Regimiento de la Virgen. Jurando nuestras banderas os parecerá que besáis su manto. …Al que faltare a su palabra, Dios y la Virgen, por la Patria, se lo demanden”[8].
Continúa aportando datos históricos Aníbal Rottjer, relativos a los reyes de España, y también al General Belgrano, que muestran la devoción a la Inmaculada Concepción: “Carlos III, Carlos IV y Fernando VII vestían sobre el pecho la banda azul y blanca con el camafeo de la Inmaculada, y el manto real lucía estos mismos colores, como puede observarse en los retratos que adornan los salones del escorial y el palacio de Oriente en Madrid, donde se custodian también las condecoraciones con la cruz esmaltada en blanco y celeste.
Pueyrredón y Azcuénaga los usaron, como caballeros de esa Orden, y Belgrano, como congregante mariano en las universidades de Salamanca y de Valladolid. Ya hemos referido en otro lugar que Belgrano, al recibirse de abogado, juró ‘defender el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, Patrona de las Españas’, y que, al ser nombrado secretario del Consulado, declaró en el acta fundamental de la institución que la ponía ‘bajo la protección de Dios’ y elegía ‘como Patrona a la Inmaculada Virgen María’, cuyos colores, azul y blanco, colocó en el escudo que ostentaba el frente del edificio”[9].
Otro historiador, el P. Guillermo Furlong, profundiza en la devoción mariana del General Belgrano, y la relaciona con la creación de la insignia nacional: “…al fundarse el Consulado en 1794, q1uiso Belgrano que su patrona fuese la Inmaculada Concepción y que, por esta causa, la bandera de dicha institución monárquica constara de los colores azul y blanco. Al fundar Belgrano en 1812 el pabellón nacional, ¿escogería los colores azul y blanco por otras razones diversas de las que tuvo en 1794? El Padre Salvaire no conocía estos curiosos datos y, sin embargo, confirma nuestra opinión al afirmar que ‘con indecible emoción cuentan no pocos ancianos, que al dar Belgrano a la gloriosa bandera de su Patria, los colores blanco y azul celeste, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, obsequiar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto’”[10].
El P. Salvaire también da testimonio de la devoción mariana del General Belgrano, en particular a la advocación de la Virgen de Luján, como antecedentes inmediatos a su particular elección de los colores de la Bandera Nacional: “Al emprender la marcha (hacia el Paraguay) pasa (Belgrano) por la Villa de Nuestra Señora de Luján donde se detiene para satisfacer el deseo que le anima de poner su nueva carrera y las grandes empresas que idea su mente, bajo la protección de la milagrosa Virgen de Luján. Manda, al efecto, celebrar en ese Santuario una solemne misa en honor de la Virgen a la que asiste personalmente, a la cabeza del Ejército de su mando, y robusteciendo su corazón con el cumplimiento de este acto religioso, prosigue lleno de fe y de esperanza el camino que le trazara el deber y el honor”[11].
El historiador Eizaguirre nos brinda los testimonios de un cabildante de Luján, y del hermano de Belgrano, que confirman que la creación de la Bandera Nacional fue un acto de devoción mariana y de amor a la Purísima Concepción de la Virgen: “José Lino Gamboa, antiguo cabildante de Luján, juntamente con Carlos Belgrano, hermano del General, afirmó que: ‘Al dar Belgrano los colores celeste y blanco a la bandera patria, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, honrar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto por haberse amparado a su Santuario de Luján’”[12].
Por último, en el mismo sentido, Aníbal Rottjer: “El sargento mayor Carlos Belgrano, que desde 1812 era comandante militar de Luján y presidente de su Cabildo, dijo: ‘Mi hermano tomó los colores de la bandera del manto de la Inmaculada de Luján, de quien era ferviente devoto’. Y en este sentido se han pronunciado también sus coetáneos, según lo aseveran afamados historiadores”[13].
De esta manera, vemos cómo nuestra enseña nacional, al llevar los colores de la Inmaculada Concepción, representa mucho más que valores humanos, o que leyendas mitológicas: representa nuestro ser nacional, cristiano y mariano. Al ver la Bandera, vemos el Manto de la Inmaculada de Luján, y así, ser argentinos y ser marianos, ser patriotas y ser hijos de la Virgen, es para nosotros una misma y única cosa.
Debido entonces a que la Virgen María, en su advocación de Inmaculada Concepción, y de Virgen de Luján es, comprobadamente, la Patrona y Dueña de estas tierras argentinas, ya que nuestra Nación se identifica con los colores de su Manto, a Ella, la Virgen de Luján, nuestra Madre del cielo, de quien orgullosos llevamos su Manto, que hemos tomado como enseña Patria, le decimos:
Ven, Purísima Concepción, Señora Dueña de la Argentina, y Defiende a tus hijos de los ataques del maligno, cubriéndolos con tu Manto celeste y blanco.
Ven, Madre nuestra, Reconquista los corazones de los habitantes de esta tierra Argentina, que te pertenece desde sus inicios.
Ven, Virgen Santísima, Inmaculada Concepción, y planta tu real insignia, tu Manto celeste y blanco, en las almas de tus hijos argentinos.
Ven, Madre de Dios, Virgen de Luján, y derriba las banderas idolátricas que ensombrecen el horizonte de la Nación, y enarbola los colores celeste y blanco de tu Manto de Purísima Concepción.
Ven Estrella Purísima de la mañana, Tú que anuncias la llegada del Nuevo Día y del Sol de justicia, Tu Hijo Jesucristo, y disipa las tinieblas que cubren nuestra Patria.
Ven, Virgen Purísima de Luján, defiéndenos del Maligno, cubre a tus hijos con tu Manto celeste y blanco, y condúcenos a la Patria celestial, el seno de Dios Trinidad.


            La Virgen de Luján Madre de nuestra Patria
            En el Antiguo Testamento, los israelitas celebraban con alegría el ser depositarios de la verdadera fe en Dios, y cantaban en el salmo: “Dichoso el Pueblo cuyo Dios es el Señor”. De esta manera, no solo se diferenciaban del resto de los pueblos paganos, en aspectos como el culto –los paganos ofrecían, cultos falsos en los que sacrificaban animales y, en algunos casos, seres humanos-, sino que estaban seguros y contentos por el hecho de ser elegidos por Dios y por lo tanto de poder contar con Él en momentos de tribulación y de prueba, pero sabían que podían contar con Dios también en el momento de la alegría y de la consolación, como lo testifican los innumerables prodigios o “maravillas” de Yahvéh a favor de su Pueblo.
“Dichoso el Pueblo cuyo Dios es el Señor”, repetían los israelitas en sus oraciones, este salmo que les daba confianza y serenidad en la prueba y en la tribulación, y les aseguraba de estar en la fe verdadera en medio de naciones paganas, ya que la Sinagoga, figura de la Iglesia, era la depositaria de la verdad de un Dios Uno y Único, que se había manifestado en la historia en medio del pueblo de Israel.
            Análogamente, la Argentina, como Nación, podría decir: “Dichosos nosotros, que tenemos a la Madre de Dios como Nuestra Madre y Señora”. Decirlo en la intimidad del corazón, y proclamarlo también hacia fuera, porque la Madre de Dios es la Madre de nuestra Patria: sin faltar a la verdad histórica, todo lo contrario, basados en la historia de nuestra nación, podemos comprobar cómo la Madre de Dios estuvo presente desde sus primerísimos orígenes, al punto tal de no tener sentido la existencia de Argentina como pueblo organizado, como Nación, sin  hacer referencia a la Virgen de Luján. No es Patrona –la “Patrona” es la dueña- de la Argentina porque los argentinos construyeron un santuario, la Basílica de Luján, convirtiéndolo en el principal santuario nacional de Argentina; es Patrona, o Dueña de la Argentina, porque así lo dispuso Dios Trino en su eternidad; es voluntad expresa de Dios Trinidad que la Madre de Dios sea la Dueña de Argentina, y es un honor inmerecido y una fuente de alegría en la paz y de consuelo en la tribulación.
            Pocas naciones, incluso entre las llamadas “cristianas”, tienen el honor de tener a la Madre de Dios como Dueña suya, por eso los argentinos, en medio de las naciones del mundo, podemos decir: “Dichosa la Nación cuya Dueña es la Madre de Dios”. Esto supone privilegios especialísimos, reales, verdaderos, actuales, algunos conocidos y la gran mayoría desconocidos, para los argentinos. El primero de todos los privilegios, el haber sido elegidos por Dios Trino para tener a la Madre de Dios como Dueña de su Patria.
            Pero el hecho de tener a Dios como Señor –y en correlación, el tener a la Madre de Dios como Dueña de la Patria Argentina- no evita las tribulaciones, como bien lo prueba el estado de guerra permanente que se vive en Palestina, tierra natal de María y de Jesús, Dios de dioses y Señor de la historia, y como bien lo muestran los dolorosos hechos históricos ocurridos en nuestra Patria ya desde sus orígenes como Nación independiente.
            Sin embargo, eso prueba también la verdad de las palabras de Jesús, cuando dice: “Os prometo el ciento por uno en esta tierra, y tribulaciones”. Las tribulaciones, individuales, personales, o como Nación, son prueba de la verdad de las palabras de Jesús. La diferencia está en que mientras otras naciones –paganas o cristianas- acuden entre sombras a la ayuda del Dios verdadero, frente a las tribulaciones, el pueblo argentino acude a su Dueña y Señora, a su Madre celestial, la Madre de Dios, para confiarle sus penas, aunque también sus alegrías.
            Y la Madre de Dios no puede dejar de escuchar los ruegos de quienes son sus hijos, del pueblo cuya Bandera Nacional es una prolongación en la tierra de su manto celestial.
            La Madre de Dios, la Virgen de Luján, no eligió a nuestra Patria para ser su Dueña solo para escuchar nuestros ruegos o darnos lo que le pidamos. Existe un misterio insondable, en el designio de Dios Trino, para la Argentina, un destino que solo Dios conoce, un destino de grandeza, no mundana, sino celestial, el arribar con seguridad al Puerto de la Santísima Trinidad, y es para ese destino de eternidad, para lo cual ha dispuesto que la Madre de Dios sea Dueña de la Argentina.

Nuestra Señora de Luján, Protectora celestial de Nuestra Patria
Mucho antes de que Argentina fuera nación, la Madre de Dios se estableció en estas tierras, mediante el milagro de la carreta y los bueyes.
De esta manera, quería indicar que era Ella la Patrona, la Dueña y Señora de lo que en el futuro se llamaría "Argentina", y, todavía mucho más importante, que sería la Madre celestial de todos los habitantes de la futura nación.
En un momento de la historia en que esa nación y esos habitantes parecen haber olvidado la historia de sus orígenes, puesto que con sus leyes se dirigen, a pasos agigantados, en dirección contraria a Dios, es necesario rezarle a la Virgen de Luján con insistencia, perseverancia y fervor cada vez mayores, para que haga regresar al único redil de Jesucristo a la Argentina toda.
Ante las negras tinieblas del materialismo, del liberalismo, del comunismo, del neo-paganismo, que se han abatido sobre el límpido cielo patrio, no nos queda sino elevar un ruego, desde el fondo de nuestra miseria e indignidad, a la Única que puede interceder por la salvación de nuestra Patria, y confiados en Ella, que es la Omnipotencia Suplicante, decimos:
“Madre de Dios, Virgen de Luján, Patrona y Dueña de nuestra Patria, no permitas que se pierdan los argentinos, estos hijos tuyos que se han apartado del luminoso Camino de la Cruz, y han emprendido el tenebroso camino del progresismo y de la ideología materialista, que los conduce al lugar de fuego, donde se pierde toda esperanza.
Madre de Dios, Virgen de Luján, Madre de los argentinos, sacude los corazones de esos tus hijos argentinos, extraviados en las negras tinieblas de la ausencia de Dios, y llámalos, uno a uno, por su nombre, para que vuelvan a cobijarse bajo el amparo de tu Manto celestial, el manto celeste y blanco de tu imagen de Luján; cúbrelos con tu Manto, llévalos en tu regazo, refúgialos en tu Inmaculado Corazón, implora a Tu Hijo por su perdón, y cuando su ira esté ya aplacada, llévalos, desde Tu amable Corazón sin mancha, al Corazón de Jesús.
Madre de Luján, Madre de Dios, Virgen Patrona de los argentinos, haz que cada argentino, nacido en las Pampas, en la Argentina toda, finalice su camino terreno llegue, partiendo desde el Puerto de Santa María de los Buenos Aires, tu Inmaculado Corazón, a la Ciudad de la Santísima Trinidad, la comunión feliz, en el Amor trinitario, con las Tres Divinas Personas. Amén”.

Oración a Nuestra Señora de Luján
Virgen de Luján,
Madre, Patrona y Dueña
de la Patria Argentina,
conmueve los corazones
de tus hijos argentinos,
que se han extraviado
por el materialismo
y las ideologías sin-Dios;
llámalos, Madre de Luján,
y llévalos
desde el Puerto de Santa María,
de los Buenos Aires,
Tu Inmaculado Corazón,
a la Ciudad de la Santísima Trinidad. Amén.



[1]Desde el Brasil partió la imagencita de la Virgen de Luján, hoy venerada en la Basílica. Los acontecimientos se remontan al siglo XVII, cuando Antonio Farías Saa, un hacendado portugués afincado en Sumampa, le escribió a un amigo suyo de Brasil para que le enviara una imagen de la la Virgen en cuyo honor quería levantar una ermita. En el año 1630 –probablemente en un día del mes de mayo– una caravana de carretas, salida de Buenos Aires rumbo al norte llevando dos imágenes, las que hoy conocemos como 'de Luján' y 'de Sumampa'. La primera representa a la Inmaculada y la segunda a la Madre de Dios con el niño en los brazos. Inmediatamente ambas imágenes emprendieron un largo viaje en carreta con la intención de llegar hasta Sumampa. En aquel tiempo, las caravanas acamparon al atardecer. En formación cual pequeño fuerte, se preparaban para defenderse de las incursiones nocturnas de las bestias o los malones de los indios. Luego de una noche sin incidentes, partieron a la mañana temprano para cruzar el río Luján, pero la carreta que llevaba las imágenes no pudo ser movida del lugar, a pesar de haberle puesto otras fuertes yuntas de bueyes. Pensando que el exceso de peso era la causa del contratiempo, descargaron la carreta pero ni aún así la misma se movía. Preguntaron entonces al carretero sobre el contenido del cargamento. "Al fondo hay dos pequeñas imágenes de la Virgen", respondió. Una intuición sobrenatural llevó entonces a los viajantes a descargar uno de los cajoncitos, pero la carreta quedó en su lugar. Subieron ese cajoncito y bajaron el otro, y los bueyes arrastraron sin dificultad la carreta. Cargaron nuevamente el segundo y nuevamente no había quien la moviera. Repetida la prueba, desapareció la dificultad. Abrieron entonces el cajón y encontraron la imagen de la Virgen Inmaculada que hoy se venera en Luján. Y en el territorio pampeano resonó una palabra que en siglos posteriores continuaría brotando de incontables corazones: ¡Milagro! ¡Milagro!” (Cfr. Fundación Argentina del Mañana).
[2] Cfr. Wikipedia, http://es.wikipedia.org/wiki/Bandera_de_los_Estados_Unidos_de_América.
[3] Cfr. Wikipedia, http://es.wikipedia.org/wiki/Bandera_de_México.
[4] Sierra, V., Historia de la Argentina, Ediciones Garriga Argentina, Tomo V, 1962, L. III, cap. II.
[5] Cfr. Rottjer, A., El general Manuel Belgrano, Ediciones Don Bosco, Buenos Aires 1970, 62.
[6] Cfr. Sierra, o. c.
[7] Cfr. Rottjer, o. c., 61-62.
[8] Proclama del Coronel Domingo French, pronunciada en Luján el 25 de septiembre de 1812; en P. Salvaire, J. M., Historia de Nuestra Señora de Luján, Tomo II, 1885, 268ss.
[9] Cfr. Rottjer, o. c., 62-63.
[10] Furlong, G., Belgrano, el Santo de la espada y de la pluma, Club de Lectores, Buenos Aires 1974, 35-36.
[11] Salvaire, o. c., 262-263.
[12] Eizaguirre, J. M., La Bandera Argentina, Peuser, Buenos Aires 1900, 43.
[13] Rottjer, ibidem, 66.