martes, 25 de septiembre de 2012

¿Por qué la Virgen nos pide rezar el Rosario?



         En las apariciones de la Virgen en San Nicolás, y en prácticamente todas sus apariciones a lo largo del mundo, hay un pedido que se repite con insistencia: la Virgen nos pide que recemos el Rosario. ¿Por qué?
         Por muchos motivos, y uno de estos motivos, es que por el Rosario, se establece un maravilloso intercambio de dones entre nosotros y la Madre de Dios: de parte nuestra, le damos a la Virgen un verdadero ramo de rosas espirituales, con cada rezo del Avemaría, los Padrenuestros y los Glorias; con esas rosas, van también nuestra confianza en Ella y en Jesús, nuestra esperanza en el don de la gracia y de la vida eterna, nuestro deseo de amar al prójimo como Jesús nos pide.
La Virgen, por su parte, a cambio de esas pequeñas rosas espirituales que le damos en el Rosario, nos hace regalos verdaderamente inimaginables: primero, va vaciando nuestro corazón, de a poco, de todo amor a las cosas del mundo, y a medida que lo vacía de estos amores mundanos, lo va llenando del Amor a Dios, trasvasándolo desde su Corazón Inmaculado, al nuestro; otra cosa que hace la Virgen, cuando rezamos el Rosario, es iluminar nuestra alma y nuestra mente con la luz de la Sabiduría divina, y con esa luz va haciendo cada vez más pequeñas las tinieblas en las que estamos envueltos, permitiéndonos de esa manera, poder ver las cosas y las creaturas como las ve su Hijo Jesús, desde la Cruz; iluminados de esta manera, podemos ver la vida con una nueva luz, la luz de Dios, y es así que entendemos lo que quiere decir: “Amar a los enemigos”, “Cargar la Cruz y seguir a Cristo”, “Ser mansos y humildes de corazón”, “El cuerpo es templo del Espíritu Santo”, y muchas otras cosas más, que sin la ayuda de la luz divina, no las podemos ver ni entender, y mucho menos, vivir.
Otra cosa que hace la Virgen, cuando rezamos el Rosario, es ir esculpiendo y modelando, en lo más profundo del corazón, una imagen viva de su Hijo Jesús, de modo que quien reza el Rosario con fe, con devoción, con piedad, obtiene de regalo, en un tiempo sólo conocido por Dios y por María, ser transformado él mismo en una imagen viviente de Jesús, que vive y obra con sus mismas virtudes, siendo un reflejo de su amor misericordioso.
Todo esto lo hace la Virgen para que, al final de nuestros días, cuando vayamos a presentarnos al juicio particular, Dios Padre vea en nosotros una copia fiel de Dios Hijo encarnado, y así, tomándonos por Él, no aplique sobre nosotros la Justicia, sino la Misericordia.
Por todo esto, la Virgen nos pide que recemos el Rosario.
         

jueves, 20 de septiembre de 2012

Nuestra Señora de la Merced




 Oración a Nuestra Señora de la Merced
Nuestra Señora de la Merced,
Virgen Generala,
Tú que concediste
al General Belgrano
la gracia de crear la Bandera Argentina
como acto de devoción mariana,
concédenos la gracia
de ofrendarte
el bastón de mando de nuestra alma,
para que triunfe en nosotros
Cristo Rey
en la batalla contra el demonio,
el mundo y la carne;
Nuestra Señora de la Merced,
Redentora de cautivos,
Concédenos la verdadera libertad,
Tu Hijo Jesús,
Camino, Verdad y Vida. Amén.
Descripción de la imagen
Para apreciar la imagen de Nuestra Señora de la Merced –o de las Mercedes, o Virgen de la Misericordia-, hay que recordar brevemente los orígenes de la Orden Mercedaria: el 1 de agosto de 1218, la Virgen se le apareció a San Pedro Nolasco, pidiéndole que fundara una congregación religiosa cuyo objetivo sería rescatar a miles de cristianos que se encontraban prisioneros de los piratas sarracenos.
Acatando el pedido de la Virgen, San Pedro Nolasco fundó la Real y Militar Orden de la Merced.
La imagen de Nuestra Señora de la Merced –Patrona de Tucumán-, está revestida con el hábito mercedario: túnica, escapulario y capa, todo en color blanco, y lleva el escudo mercedario en el pecho. Además del escapulario en el pecho, lleva otro pequeño en la mano, que lo ofrece a quien se acerca a venerarla.
Su cabeza ciñe una corona de reina, y en su mano derecha lleva un cetro, que en el caso de la imagen que se encuentra en la Basílica de Tucumán, tiene una historia particular: es el bastón de mando del General Belgrano –de marfil con puntera de oro- concedido por él en ocasión del triunfo de la Batalla de Tucumán, llevada a cabo el día 24 de septiembre de 1812, siendo proclamada luego oficialmente Generala del Ejército Argentino por el mismo General Belgrano, el 27 de octubre de 1812.
La imagen, de características colonial y española, data desde la época misma del establecimiento de los padres mercedarios en Tucumán, hacia 1586; es una imagen de vestir, que consta solamente de cabeza y manos, ya que el resto consiste en piezas de sostén de aquellas y de las vestimentas.
Es de tamaño pequeño en sí misma (0.53 x 0.30), aunque el hecho de estar asentada en un trípode, le otorga una altura total de 1, 45 mts.
El rostro, trabajado con una técnica que asemeja la porcelana, refleja firmeza; su mirada, serena, transmite paz a quien la contempla. Sobre su cabeza asienta una corona realizada en plata peruana, con 12 estrellas del mismo metal, indicando su condición de ser la “Mujer revestida de sol, con la luna a los pies y doce estrellas en su cabeza”, de la cual habla el Apocalipsis.

Significado espiritual
La Virgen de la Merced nos da más de lo que pedimos
            Para poder superar la difícil prueba a la cual se enfrentaba, el General Belgrano acudió a medios humanos: habla con la población civil, organiza la resistencia, da instrucciones acerca de cómo comportarse en caso de invasión del enemigo, organiza la retaguardia que tiene que asistir a los que van a combatir en el frente.
            Acude también a su ejército: habla con los capitanes de los soldados y con los jefes de los gauchos, les da instrucciones y los prepara para la batalla.
            Belgrano recurre a todos los medios humanos de que dispone.
            Pero también recurre a un medio sobrenatural, es decir, pide ayuda a Alguien que está más allá de la naturaleza. El General Belgrano pide la ayuda de la Madre de Dios.
            Acude a la Virgen de la Merced, pidiéndole su protección.
            Y la Virgen le da más de lo que Belgrano le pide: Belgrano le pide protección, y Ella le concede la victoria.
            También nosotros, como el General Belgrano, acudimos a la Virgen de la Merced en nuestras necesidades, y le pedimos protección y ayuda. Y también como al General Belgrano, la Virgen de la Merced nos concede lo que le pedimos –su protección y su ayuda maternal- y, como a Belgrano, nos da más de lo que le pedimos.
Quien acude a María, no queda nunca con las manos vacías, no queda nunca defraudado. Nos da siempre infinitamente más de lo que pedimos, nos da algo que es infinitamente más grande que ganar una batalla, como en el caso del General Belgrano; nos da algo infinitamente más grande que protegernos y ayudarnos en los problemas que se presentan en la vida: nos da a a su mismo Hijo Jesucristo en la Eucaristía.
Nosotros pedimos protección, y María nos da mucho más que protección y ayuda: nos da a su Hijo Jesús. Quien se acerca a María, recibe a su Hijo, Jesús Eucaristía.

La Virgen de la Merced y nosotros
Además de ser Redentora de cautivos, la Virgen de la Merced es, por causa del General Manuel Belgrano, Generala del Ejército Argentino.
            Antes de la Batalla de Tucumán, una de las batallas claves para la Independencia de Argentina, Belgrano, como era muy devoto de la Virgen, decidió confiarle el bastón de mando a la Virgen, nombrándola Generala del Ejército. Al darle el bastón de mando, el General Belgrano ponía en manos de la Virgen no sólo el resultado de la batalla, sino también su propia vida y la vida de todos sus soldados, además de poner en manos de la Virgen el destino de la Patria.
            Luego, en la batalla, se comprobó la presencia y la ayuda maternal de la Virgen, porque se dieron fenómenos extraños, como por ejemplo, la aparición de una enorme manga de langostas que invadió el campo de batalla y eso ocasionó, por un lado, que los patriotas pudieran ganar la batalla, y por otro, que hubieran muy pocos muertos y heridos. El triunfo de los patriotas fue atribuido por Belgrano a la Virgen, y es así que se pudo ganar la Batalla de Tucumán.
            Nosotros no tenemos un bastón de mando de un ejército para confiarle a la Virgen, como lo hizo Manuel Belgrano, pero si tenemos algo para ofrecerle a la Virgen, y es la custodia de toda nuestra vida.
            Imitando entonces al General Belgrano, que le confió a la Virgen no sólo el bastón de mando, sino la propia vida, podemos ofrendarle a la Virgen lo que tenemos, nuestra vida, y eso lo podemos hacer en la misa, ya que en la misa, se aparece Jesús, invisible, en la cruz, y la Virgen de la Merced al pie de la cruz.

La Virgen de la Merced, Redentora del alma
            ¿Por qué la Virgen de la Merced se llama Virgen de la Merced? ¿Cómo se originó la devoción a María como Virgen de la Merced?
            La devoción nació así: los musulmanes habían invadido Tierra Santa, estaban en guerra contra los cristianos, y cuando encontraban un cristiano, lo hacían prisionero y lo transformaban en un esclavo, y lo obligaban a trabajar como esclavo. Entonces, un grupo de sacerdotes, devotos de la Virgen de la Merced, los mercedarios, tuvieron la idea de entregarse ellos a cambio de los cautivos: ellos se entregaban a los musulmanes, y los musulmanes devolvían a los esclavos. Daban sus vidas a cambio a los esclavos, y los hacían libres.
            Hoy en día, al menos en nuestro país, no hay musulmanes que hagan esclavos a los cristianos. Pero nuestra alma sí puede estar esclavizada, no por musulmanes, sino por otros enemigos, invisibles y más poderosos: las pasiones desordenadas, el pecado, los poderes del infierno.
            Y aquí sí la Madre de Dios, la Virgen de la Merced, puede liberarnos con su poder maternal y con la gracia de Dios. La Virgen María nos concede la gracia de Dios, la vida de Dios en el alma; nos hace ser hijos de Dios, y los hijos son como el Padre: si Dios Padre es libre, también los hijos de Dios son libres[1]. María de la Merced nos da la libertad de los hijos de Dios, que no significa únicamente no hacer o no elegir el mal. La libertad de los hijos de Dios consiste en querer sólo el bien[2], como Dios: Dios quiere sólo el bien, no puede nunca querer el mal, entonces, sus hijos, como son libres como Él, sólo quieren el bien. María no sólo nos libera de nuestras pasiones desordenadas, del influjo del demonio y de las tentaciones del mundo: nos concede la libertad más alta y verdadera, la libertad de los hijos de Dios. Los hijos de Dios son libres para conocer y amar cada vez más a Dios Uno y Trino.
            La Virgen de la Merced, dándonos la gracia de su Hijo Jesucristo, es para nosotros la redentora de nuestras almas cautivas, de nuestros corazones prisioneros por el pecado, el mundo y el demonio. La Virgen es redentora del alma cautiva porque nos regala la Eucaristía, que es su Hijo Jesús, y en la Eucaristía nos unimos con su Hijo Jesucristo, y así somos libres con la libertad misma de Cristo Dios[3].

La Virgen, Generala de nuestras almas
            El hecho histórico que da origen a la devoción de la Madre de Dios como Generala del Ejército Argentino es la entrega por parte de Belgrano de su bastón de mando. Anteriormente, Belgrano se había consagrado a la Virgen, depositando en Ella toda su confianza para los difíciles momentos que debían sobrevenir. Con su gesto –su consagración confiada y la entrega del bastón de mando-, el General Belgrano, uno de nuestros próceres más católicos, quería significar que entregaba a la Virgen María el destino no sólo de una batalla o de una guerra, sino el de su persona y el de toda una nación.
            Como todas las cosas buenas, la acción de Belgrano es algo digno de imitar, y en este caso, doblemente, por ser él quien es, un prócer, y por la manifestación de su amor hacia la Virgen. Y además debemos dar gracias a Dios que en el origen de nuestra Patria haya suscitado con su Espíritu almas llenas de amor a Él y a la Virgen.
            No tenemos, como Belgrano, el bastón de mando de un ejército para confiárselo a la Virgen, pero sí tenemos otro bastón de mando, y es el bastón de mando del corazón, de la voluntad, del alma y de toda la vida. Y esto sí se lo podemos entregar a la Virgen, a imitación de Belgrano. Así como el General Belgrano dio a la Madre de Dios el poder no sólo sobre su Ejército sino sobre su propia vida, así como el General Belgrano se confió a Ella a su dirección y protección maternal y sobrenatural, así también nosotros debemos entregar a María Santísima, la Madre de Dios, la Virgen de la Merced, el bastón de mando de nuestras almas, de nuestros corazones, y de nuestras vidas, para que bajo su guía y protección, lleguemos a la victoria final, la vida eterna, la contemplación cara a cara de Dios Uno y Trino.
            Si entregamos a María todo nuestro ser, si le confiamos a Ella la conducción de la batalla que se libra todos los días en nuestras almas, entre Cristo y el demonio, por la salvación o la condenación de nuestras almas, no tendremos dudas de que vamos a salir victoriosos en la lucha final.
            Nuestra alma, el alma de cada bautizado, es como un nuevo Campo de las Carreras, pero lo que se juega ahí no es una batalla temporal y humana, sino una batalla sobrenatural y eterna, y la victoria final no es un triunfo terreno, sino la vida eterna en compañía de Cristo y de la Virgen.
            Y como para que estemos seguros de la victoria final, la Virgen nos entrega, ya en esta vida, un anticipo del triunfo final, el Cuerpo glorioso de su Hijo, Cristo Eucaristía.
            Nosotros le damos el bastón de mando de nuestro corazón, la Virgen nos da el Corazón de su Hijo en la Eucaristía, como prenda de la Victoria final.

La Virgen María, San Martín y Belgrano
            San Martín y Belgrano tuvieron gestos idénticos en relación a la Virgen María, la Madre de Dios: los dos, en situaciones difíciles, confiaron el destino propio y el de la Nación a la Virgen María, obteniendo la intercesión de María en ambos casos.
San Martín nombró a la Virgen, en su advocación de Nuestra Señora del Carmen, como Generala del Ejército de los Andes, y pudo cumplir la gesta del cruce de la cordillera y la liberación de Chile, con lo cual consolidó toda la región de Cuyo para las Provincias Unidas del Río de la Plata; Belgrano, por su parte, nombró Generala del Ejército a la Virgen de la Merced, y pudo vencer en la Batalla de Tucumán, ganando para las Provincias Unidas todo el Norte argentino.
La acción del General San Martín, de nombrar a la Virgen del Carmen como Generala del Ejército de los Andes, es idéntica a la decisión del General Manuel Belgrano de nombrar a la Virgen de la Merced como Generala del Ejército.
            En ambas decisiones, la Virgen es nombrada Generala del Ejército, y en ambas ocasiones, las batallas son favorables a los patriotas.
            Nosotros podemos imitar a estos grandes próceres, y encomendar nuestro destino y el destino de nuestra Patria a la Virgen María.
            Podríamos hacerlo encomendándonos a la Virgen del Carmen o a la Virgen de la Merced, advocaciones de María a las cuales se confiaron nuestros próceres. Pero también podríamos hacerlo empleando otro método, y es el de considerar cuál es el nombre de la capital de nuestra Patria: Santa María de los Buenos Aires y Puerto de la Santísima Trinidad.
            Así como San Martín y Belgrano confiaron sus destinos a la Virgen y la Virgen los llevó, por los Buenos Aires de Dios, al Bueno puerto, así nosotros nos podemos encomendar a Santa María de los Buenos Aires, para que nos lleve al Puerto de la Santísima Trinidad, la vida eterna.

La misión de la Virgen de la Merced
            La imagen de la Virgen de la Merced fue traída a nuestro país por los mercedarios, y si bien no cumplía su misión original –liberar prisioneros mediante el canje de misioneros voluntarios-, sí continuó en cambio ejerciendo su función protectora, libertadora y maternal.
            Fue la Virgen de la Merced la que consolidó e hizo posible la Independencia del país, cuando intervino milagrosamente en la Batalla de Tucumán, provocando el triunfo de las fuerzas patriotas sobre los realistas. En muestra de agradecimiento, el General Manuel Belgrano la nombró Generala del Ejército Argentino, depositando en sus manos el Bastón de mando de las tropas del Ejército del Norte.
            En nuestras tierras, la Virgen de la Merced continuó y continúa ejerciendo su poder maternal protector, aunque de manera distinta al pasado.
            Hoy en día, no se libran batallas entre ejércitos, al estilo del que se libró en Campo de las Carreras, y en el que intervino milagrosamente la Virgen de la Merced, ni tampoco está en juego –al menos por las armas- la Independencia del país.
            Hoy se libran otras batallas, de tipo espiritual, invisibles, más sutiles, en otros campos de batalla, los corazones humanos, y los ejércitos que se disponen en formación de combate se disponen sobre el corazón humano y buscan conquistarlo a éste como a su tesoro más preciado.
Estos ejércitos, formados en formación de batalla en el corazón humano son, de un lado, el ejército de Jesucristo, por un lado, venido del cielo, con las banderas del Cordero de Dios y de la Madre de Dios, celeste y blanca, agitados por el buen aire del soplo del Espíritu, y el ejército de Satanás, envuelto en llamas, tinieblas y humo, surgido del infierno, con la negra bandera de la muerte del espíritu, inficionando todo con su pestilente olor a muerte espiritual, del otro.
¿Cuál de los dos ejércitos triunfará en los corazones humanos? Hoy el infierno ha desencadenado el más feroz y despiadado ataque sobre el ejército de Jesús y de María, la Iglesia Católica y, a juzgar por los datos y estadísticas, que hablan de apostasías masivas y deserciones en masa, de frialdad e indiferencia para con la Presencia sacramental del Cordero en el Tabernáculo y en la Santa Misa, parece este ejército infernal estar ganando la batalla final.
Pero vienen a la mente las palabras de Jesús dichas a Pedro: “Las puertas –el poder- del infierno no prevalecerán contra mi Iglesia”[4].
A la Virgen de la Merced, la Madre de Dios, le pedimos no sólo el poder triunfar sobre las fuerzas del mal, y no sólo que nuestro corazón se vea libre del mal, sino, ante todo, luchar el buen combate por la salvación de las almas bajo la bandera de Jesucristo, el Cordero de Dios, y bajo la Bandera celeste y blanca de María de las Mercedes, la Madre de Dios y de los argentinos.






lunes, 17 de septiembre de 2012

El significado de la rosa dorada de María Rosa Mística



Como vimos anteriormente (al explicar los significados de las rosas roja y blanca), es la Virgen misma quien explica a Pierina lo que la rosa dorada significa: “penitencia”. Debido a que en nuestro mundo contemporáneo, materialista, la palabra “penitencia” tiene un sentido negativo muy fuerte, y para entender qué es lo que la Virgen pide, hay que considerar antes, brevemente, en qué consiste lo que el cristianismo llama “ascesis”, puesto que la penitencia está dentro de esta. En el mundo pagano, eran los ejercicios físicos con los que se entrenaban los atletas y los soldados –si no están bien entrenados, no pueden ganar competencias y batallas, respectivamente-, y en la filosofía, significan los desprendimientos necesarios para alcanzar la virtud –el que quiere alcanzar la virtud de la generosidad, debe combatir su egoísmo, por ejemplo-; en el cristianismo, significa un aspecto de la vida cristiana que busca hacer participar al cuerpo, material por sí mismo, por medio de las privaciones, de la vida espiritual del alma.
Esta penitencia es muy importante, tan importante, que el mismo Jesucristo la recomienda en los evangelios, pero para que sea un factor importante de crecimiento espiritual, la penitencia tiene que estar informada y precedida por la caridad, es decir, debe estar motivada por el amor sobrenatural a Dios y al prójimo. En otras palabras, si las prácticas de penitencia no están motivadas por el deseo de unirse en el amor divino a Cristo Jesús, entonces la ascesis se malinterpreta, ya que se la toma como una medida de disciplinamiento del cuerpo, y así pierde toda su esencia evangélica, su importancia y su efectividad para la vida espiritual. En nuestra época moderna, la ascesis ha tomado un aspecto negativo, como de mera privación por un sentimiento de piedad, como se lee en la definición de un diccionario: “Conjunto de ejercicios físicos y morales que tienden a la liberación del espíritu por medio del desprecio del cuerpo”. Del asceta dice: “Persona que... se impone por piedad ejercicios de penitencia, privaciones, mortificaciones”.
Sin embargo, no es así para el cristiano: el significado principal es el de la práctica de penitencia para luchar contra los defectos y adquirir las virtudes, como modo de hacer participar al cuerpo de la vida espiritual, motivado por el Amor sobrenatural a Cristo Jesús. En otras palabras, es una “oración con el cuerpo”, la cual, al igual que la oración del corazón, tiene que estar motivada por el amor.
El mismo Jesús en Persona, en el Sermón de la Montaña, aconseja la ascesis, bajo la forma de ayuno, en relación con la limosna y la oración, dándole al mismo tiempo su verdadero alcance y significado. Así, para que sea auténtico, el ayuno debe ser practicado, no como un precepto exterior que los hombres pueden ver y alabar, sino para complacer al Padre que ve en lo escondido, sin dejar de lado esa nota de alegría y de discreción que indica la recomendación de perfumarse la cabeza y lavarse la cara. El verdadero ayuno recibe, por tanto, su valor al nivel del corazón, en relación con la oración dirigida al Padre (Mt 6, 16-18).
Jesús no solo predicó la ascesis, sino que Él la practicó, al inicio de su misión apostólica, ayunando por cuarenta días en el desierto. Aquí se ve otro aspecto de la penitencia o ascesis, y es el de la lucha contra el demonio, que busca tentar con aquello que contraría la penitencia: al ayuno, le opone la tentación de convertir las piedras en pan. Precisamente, en la respuesta de Jesús a esta tentación, está el verdadero sentido del ayuno cristiano: tiene sentido en cuanto que la privación del alimento corporal permite que el alma no gaste energías en la metabolización y digestión de un alimento material, para dedicar todos sus esfuerzos a escuchar la Palabra de Dios, único alimento capaz de calmar, con sobreabundancia, el hambre espiritual, y en reconocer a Cristo Jesús como Dios Hijo, que nos revela esta Palabra, al ser Él la Palabra Encarnada.
Se ve el verdadero sentido del ayuno cristiano, y su relación directa con Cristo, cuando Él le contesta a los fariseos, que se escandalizan porque los discípulos no hacen ayuno: “¿Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán” (Mt 9, 15).  Jesús les dice que no ayunan porque están con Él; cuando Él sea crucificado y muerto, se quedarán sin el Esposo, y entonces sí ayunarán: se ve claramente que es la relación de fe y de amor con Jesús, como “el esposo”, lo que determina el sentido y la práctica del ayuno para sus discípulos. El ayuno adquiere todo su verdadero y pleno sentido en virtud de su vínculo con la persona de Cristo, vínculo de fe y de amor: queda asociada al misterio de la Pasión y de la Resurrección, misterio a su vez al que estamos unidos por la fe y el bautismo. Este es el sentido, por ejemplo del ayuno cuaresmal establecido por la Iglesia.
El ayuno, o la penitencia, no tienen entonces valor si se los toma como una obligación impuesta, como una obra religiosa que el hombre puede hacer valer por sí mismo ante Dios o ante los hombres; su práctica tiene sentido en la vida nueva que engendra la fe en Jesús. Es una participación en el combate decisivo contra el mal, que Cristo ha llevado a cabo victoriosamente durante su Pasión y que continúa tanto en su Iglesia como en la vida de los discípulos.
La ascesis es muy importante en la primera etapa de la vida espiritual, entre los principiantes, cuya principal preocupación es el combate contra los pecados y los defectos -aunque los más “perfectos” conocen las mayores pruebas, como muestra el ejemplo de san Pablo y del mismo Señor en su Pasión-: es indispensable para desprendernos del influjo de los instintos y de las pasiones, que corren el riesgo de someternos, como el apego a la comida, a la bebida, la atracción del sexo y de los placeres.
Es el medio necesario para obtener el dominio de la sensibilidad y conseguir la libertad interior o libertad de cualidad.  Lo importante es comprender que estos desprendimientos allanan el progreso espiritual y están al servicio del amor verdadero; en efecto, ¿cómo vamos a adquirir la virtud de la fortaleza, por ejemplo, si no nos ejercitamos regularmente en ella luchando contra la pereza, aceptando las dificultades y las pruebas, renunciando a seguir la pendiente de la facilidad y de la comodidad?
Hay dos tipos de ascesis: pasiva, llamada “paciencia” o “constancia”, que consiste en la aceptación de las privaciones y las pruebas que nos sobrevienen con independencia de nuestra voluntad, como la pobreza, la enfermedad, los fracasos, el sufrimiento en general; la otra, llamada activa, que son los ayunos, las vigilias, las fatigas (2 Co 6, 5), como también las penitencias, los sacrificios, las mortificaciones de toda clase que podamos imponernos.
Para el cristiano, la ascesis es asimismo una respuesta a la llamada del Espíritu Santo, una colaboración humilde y libre en su obra de purificación y de santificación.
Sirve para conformar nuestra sensibilidad y hasta nuestro cuerpo al amor de Cristo, a su serenidad y a su fuerza, y así quedan comprendidos en la ascesis el esfuerzo y la pena que reclama el trabajo, ya sea corporal, intelectual o apostólico, ya que todas nuestras tareas incluyen su parte de ascesis, si queremos hacerlas lo mejor que podamos.
La ascesis, como la virtud, sigue normalmente la medida de la razón; aunque puede suceder que la intervención del Espíritu modifique este criterio. Esto es lo que enseña santo Tomás, analizando la vida de los santos, en quienes es el Espíritu quien inspira dones que van más de los desprendimientos requeridos por las virtudes morales.
La virtud nos inculca, por ejemplo, un uso moderado de los bienes de que disponemos, siguiendo nuestras necesidades, evitando el apego del corazón que engendra la esclavitud. A esto no se puede llegar sin una parte de renuncia. Mas el don del Espíritu nos lleva mucho más lejos. En lo que toca a la primera bienaventuranza, puede inspirarnos tal amor a la pobreza que suprima del corazón toda atadura a los bienes materiales y hacer que los tengamos en nada. Eso es lo que muestra el ejemplo de san Francisco, santo Domingo y tantos otros, que se prendaron de la pobreza a causa del Evangelio.
La práctica de la pobreza, especialmente en comunidad, variará también según las vocaciones, pues es distinta la pobreza que conviene a una comunidad contemplativa, apostólica, enseñante u hospitalaria, o a los laicos.
La misma diferencia en la medida encontraremos en el campo de la afectividad, en el dominio de las pasiones y los deseos, de los temores y los miedos. Según santo Tomás, la bienaventuranza de los mansos nos enseña la fortaleza, que modera nuestros sentimientos ante las dificultades y los sufrimientos, según la medida de la razón; mas el don de fortaleza puede conferirnos una asombrosa tranquilidad de corazón y una seguridad plena en medio de los más graves peligros y tormentos, como en el caso de los mártires.
La ascesis cristiana es un camino hacia la libertad espiritual que pertenece al amor. Como tal, constituye una contestación radical respecto al mundo en que vivimos, en la medida en que está conducido por el deseo de poseer, de gozar y de dominar, por la atracción del dinero, del sexo y del poder, y se deja deslumbrar por la tentación de una libertad sin trabas ni medida. El compromiso con la pobreza, la castidad y la obediencia ataca directamente estos deseos; pero traslada el debate al corazón del hombre para sustituir en él la voluntad de poder, que es una voluntad de ser «como dioses», según la expresión del Génesis, por una voluntad de amor que nos llega a través del humilde y alegre reconocimiento de Dios como nuestro Dios, especialmente a través de la acogida de su misericordia en el perdón ofrecido en Jesucristo.
La contestación de este mundo por la ascesis cristiana posiblemente sea la única verdaderamente realista, porque se atreve a ir hasta el fondo de los problemas, hasta sus raíces ocultas en el corazón de cada hombre. Es como una rebelión de amor contra el sometimiento a las pasiones y a las codicias que se extienden en el mundo bajo la tapadera de la libertad, con las injusticias que de ello se siguen. Proclama también a su manera, sin hacer demasiado ruido, más a través del comportamiento que de las palabras, que existe otro tipo de libertad, puro don del Espíritu: la libertad de amar como Dios nos ama en Jesucristo, a pesar de nuestras faltas y nuestras debilidades.
En síntesis, en el significado espiritual de María Rosa Mística, tenemos que tener en cuenta lo siguiente: María Santísima se aparece primero vestida con una túnica de color morado, símbolo de duelo, de dolor, y con tres espadas clavadas en su pecho, símbolos de los pecados de los hombres, pero sobre todo de los sacerdotes y de aquellos que han entrado en la vida consagrada; en la segunda aparición, está vestida con una túnica blanca, y en el lugar de las espadas, hay tres rosas, roja, blanca y dorada o amarilla, que significan la oración, la reparación y la penitencia de los laicos y de los consagrados, para mitigar la ira divina justamente desencadenada por el rechazo de su Amor, revelado en Cristo Jesús.
Cada cristiano, con sus actos, puede atravesar el Corazón Inmaculado de María Santísima con una espada, o bien puede colocarle una rosa sobre su pecho, en señal de filial amor.
Oración a María Rosa Mística
María, Rosa Mística,
Tú que nos mostraste
El dolor de tu Corazón
Simbolizado en las tres espadas
Que lo atravesaban,
Te rogamos
Que intercedas por nosotros,
Para que Jesús nos conceda
Un espíritu de oración,
De reparación y de penitencia,
Para que así,
En vez de espadas
clavadas en tu Corazón,
Coloquemos rosas rojas, blancas y amarillas,
En prenda de nuestro amor por ti
Y por Jesús. Amén.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Nuestra Señora del Milagro de Salta




Descripción de la imagen
La imagen de la Virgen del Milagro representa a María de pie sobre la luna en cuarto creciente aplastando el dragón que enrosca por delante su cabeza y cola asaeteada (con forma de flecha).
La procedencia de la imagen no está determinada, pero su análisis muestra que la cabeza y las manos son de distinto origen al cuerpo tallado, al que fueron añadidas.
Inicialmente la Virgen del Milagro fue una Inmaculada de bulto completo con manto, todo tallado en madera. Esta imagen fue labrada nuevamente para hacerla articulada y poder vestirla con indumentarias de tela. La túnica tallada está ornamentada con finas líneas de oro sobre pintura que simulan brocato y una ancha faja de pan de oro en su borde inferior.
La corona de la Virgen del Milagro es una corona inperial de oro, constituida por cerco y diademas formados por dos rebordes en perilla y circunferencia de turquesas, con un espacio tachonado de esmeraldas y amatistas, un orbe de Lapislázuli, y coronamiento de la cruz con brillantes y esmeraldas.
La corona del Señor es una Real de oro de 24 kilates, con engarce de esmeraldas, rubíes y amatistas, constituida en cerco y diademas.
El cerco está divididos en tres zonas: su base es una circunferencia de laureles que divide un paño lisado superior, también circular, con roleos entrelazados y espaciados por una flor de extremos flordelisados, guarnecidos por una esmeralda, dando paso a ocho diademas, formadas por roleos entrelazados que conforman una cuasi flor de lis en la punta. Entre estas diademas, hay siete diademas menores con motivos fitomorfos.

Significado espiritual
Uno de los significados espirituales podemos tomarlo de la gran cantidad de claveles y flores con los que se ornamentan las andas del Señor y de la Virgen del Milagro: el arreglo floral del Señor del Milagro lleva, aproximadamente, ¡diez mil claveles rojos!, y el de la Virgen, unas ¡ocho mil flores blancas! Sin duda, una cantidad que deja pasmados, y con un preciso sentido espiritual: el rojo, simbolizando la Sangre de Jesús, derramada en el sacrificio de la Cruz, y recogida en el Santo Sacrificio del Altar, en el cáliz eucarístico; el blanco, simboliza la Pureza Inmaculada de María Santísima, que como Madre de Dios no solo jamás tuvo ni pecado original, ni pecado venial, ni tan siquiera imperfecciones, sino que estuvo inhabitada por el Espíritu Santo.
Con respecto a la cantidad de flores y claveles, llama la atención la cantidad, bastante considerable, aunque cuando se piensa en quiénes son los homenajeados, la Virgen y Jesús, se piensa que incluso son pocas flores, ya que se merecen no sólo esa cantidad, sino todas las flores y claveles del mundo, y si hubieran centenares de miles de mundos, con cientos de miles de millones de flores cada uno, incluso eso continuaría siendo poco. Además, es una pena que sólo se engalanen las imágenes una sola vez al año, en septiembre, ya que deberían rebosar de flores todos los días del año.
Entonces, para suplir esta carencia de flores materiales, como cristianos podemos hacer otra cosa: puesto que las flores simbolizan el Rosario –la palabra “Rosario” significa “conjunto de rosas”-, y este es el conjunto de rosas espirituales que le obsequiamos a la Virgen, y a Jesús por medio de la Virgen, podemos hacer el propósito de regalarle a la Virgen una corona de rosas espirituales, el Rosario, todos los días.
Pero el significado espiritual principal de Nuestra Señora del Milagro de Salta está estrechamente relacionado con los sucesos acaecidos en septiembre del año 1592, por lo que es necesario recordarlos brevemente. En ese entonces, el pueblo salteño recibió de regalo, una imagen de Cristo Crucificado –el actual Señor del Milagro-, proveniente de España. Luego de un solemne Oficio religioso, colocaron al Cristo en el Altar de las Ánimas.
Sucedió que, con el paso del tiempo, los salteños fueron olvidándose del Cristo, dejándolo olvidado por cien años en el Altar de las Ánimas.
Según la tradición, la imagen de Nuestra Señora del Milagro, la de la Pura y Limpia Concepción, ya estaba en Salta y pertenecía a una familia patricia, que solía celebrar la Natividad de la Virgen María, todos los años, para el 8 de septiembre, para lo cual trasladaban la imagen de la Virgen desde su casa a la Catedral. Providencialmente, esta vez la imagen quedó en el Templo unos días más. En esos días, comenzaron a sentirse una serie de terremotos, los cuales comenzaron el 13 de septiembre de 1692; como consecuencia de los mismos, la ciudad de Esteco, en ese entonces centro geográfico y comercial, rica y apartada de Dios, quedó arrasada en sus cimientos (aquí se recuerda una famosa profecía, transmitida oralmente, de San Francisco Solano: “Salta saltará, y Esteco se hundirá”).
No sucedió lo mismo con la ciudad de Salta, a quien la protegieron el Señor y la Virgen del Milagro.
Al comenzar los temblores en la ciudad de Salta, la gente, desolada y atemorizada, se dirigió hacia la plaza y algunos entraron a la Iglesia Matriz para sacar el Santísimo Sacramento en procesión alrededor de la plaza.
Y si este deseo de hacer una procesión con Jesús Sacramentado era ya el inicio de la salvación, ya que ese pensamiento fue puesto en el corazón de las gentes por el mismo Jesús, no quiso la Virgen dejar sin su auxilio a sus hijos, y fue en este momento en donde sucedió algo, que se interpretó certeramente como una intervención de la Virgen: los que entraron en la Catedral para sacar al Santísimo, observaron, con asombro, que la imagen de la Virgen se había caído de su hornacina, aunque no había sufrido ningún daño. El hecho de encontrarse bajo el sagrario, y con su corona real caída también a los pies del sagrario, fue interpretado a su vez como un gesto de súplica de la Madre de Dios a su Hijo, interpretación que luego se colocó en el himno oficial de la Virgen del Milagro, atribuyendo estas palabras: “Perdona decías, mi Dios a este Pueblo sino la corona de Reina aquí os dejo”.
Para confirmar este signo, quiso la Virgen obrar otro prodigio, el cual pudo ser visto por numerosos testigos: su rostro comenzó a cambiar de colores, desde el pálido blanquecino, significando la aflicción, al color natural y la expresión serena, signos de su protección maternal e intercesión.
Se colocó la imagen en su hornacina, y se dispuso a la celebración de la Santa Misa, pero los temblores continuaban; fue entonces que uno de los padres de la Compañía de Jesús, el padre José Carrión, recibió otro llamado del cielo: sintió una voz que le decía que “mientras no se sacase al Santo Cristo, abandonado en el Altar de las Ánimas, no cesarían los terremotos”.
El pueblo y los sacerdotes, haciendo caso de estas advertencias venidas del Cielo, sacó en procesión al Señor y a la Virgen del Milagro, dando con esto una señal externa de su arrepentimiento interior, dando origen de esta manera a la grandiosa procesión que se realiza, desde entonces, todos los años.
Hay dos lecciones que nos deja la hermosa historia de Nuestra Señora y el Señor del Milagro de Salta: la primera, la ingratitud humana, que cuando todo parece “andar bien”, se olvida de su Redentor, dejándolo olvidado, como sucedió con la imagen del Señor del Milagro, olvidada en el Altar de las Ánimas, sin recibir el culto merecido. Lo que el hombre no tiene en cuenta es que, como consecuencia de este olvido, sobrevienen al hombre toda clase de males, representados en los terremotos que se sucedieron. Al separarse de Dios y de su Ley, el hombre se aleja de la Fuente Increada de Amor, de paz, de luz, de alegría y de felicidad, internándose en las más oscuras tinieblas del error, del pecado, de la ignorancia, de la maldad y, lo peor de todo, se coloca voluntariamente bajo las tenebrosas y negras alas del Príncipe de las tinieblas.
Esto nos hace ver la inmensa misericordia que representa el llamado a la conversión, por el cual Dios Nuestro Señor quiere que retornemos a refugiarnos a la sombra de sus brazos extendidos en la Cruz. Y la Virgen, como Madre amorosa y como Medianera de todas las gracias, acude en nuestro auxilio, concediéndonos la luz de la gracia, para que seamos capaces de discernir el estado del alma sin Dios, al tiempo que pone en el corazón el deseo de recibir su gracia santificante, donada sin medida en los sacramentos, sobre todo en la Confesión sacramental y en la Eucaristía.
Oración a Nuestra Señora del Milagro de Salta
Nuestra Señora del Milagro de Salta,
Que intercediste ante tu Hijo
Para que cesaran los terremotos,
Desencadenados por el pecado
De los hombres ingratos,
Que obrando el mal se apartaron del Salvador;
Intercede también por nosotros,
Pobres pecadores,
Para que, fija la mirada
En la Cruz del Señor,
Permanezcamos firmes
en las tribulaciones de la vida
y, conducidos por Ti,
lleguemos un día
a la Jerusalén celestial. Amén.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

El Santísimo Nombre de María



         La Iglesia nos manda celebrar la memoria del Santísimo Nombre de María, y para saber el motivo de tal celebración, debemos tener en cuenta qué significa este nombre para Dios Uno y Trino, para los ángeles, y para el hombre pecador.
         Cuando Dios Padre decide crear a la creatura más hermosa, al alma más dichosa, a la Nueva Eva, superior en santidad, como los cielos distan de la tierra, en gracia y en hermosura, en inocencia, en belleza y en felicidad a todos los coros angélicos y a todos los santos que habrían de existir en el tiempo y por la eternidad, dice: “María”.
         Cuando Dios Hijo decide crear, para su Encarnación y venida a este Valle de lágrimas, un Tabernáculo Purísimo, un Sagrario más precioso que el oro, una Custodia Virginal e Inmaculada, que lo albergue con el Amor más santo y puro que jamás creatura alguna pueda siquiera imaginar, dice: “María”.
         Cuando Dios Espíritu Santo decide elegir una Esposa, la más hermosa entre todas las esposas hermosas del mundo; la Única, por su belleza, hermosura, amor y fidelidad; la Única capaz de amarlo con su mismo Amor, que es Él mismo, el Espíritu Santo de Dios, dice: “María”.
         Cuando los ángeles del cielo piensan en una Celestial Generala, que los conduzca en la batalla, combatida en Nombre de Dios en los cielos para desalojar y expulsar a los ángeles rebeldes y apóstatas, que por su perversión ya no pueden estar nunca más ante la Presencia Pura e Inmaculada de Dios Uno y Trino, dicen: “María”.
         Cuando los ángeles del infierno, con Satanás a la cabeza, gimen derrotados para siempre en las tinieblas del Hades, incapaces de hacer ya más daño a los hombres, porque la Mujer de la que habla la Escritura, en el Génesis, en la Pasión, en el Apocalipsis, les ha aplastado la cabeza y los ha hecho huir hasta lo más profundo del Averno, piensan en la Mujer, pero el terror que la Mujer les infunde les impide pronunciar el santísimo nombre de María.
Cuando Dios Hijo decide pensar en una madre que lo aloje con Amor santo y puro en la Encarnación; lo eduque y críe en su niñez y juventud, preparándolo para la Pasión; lo auxilie y conforte en el duro camino de la Cruz, endulce la amargura de su Corazón en el Monte Calvario, y lo reciba con una alegría más grande que todos los cielos juntos luego de resucitado, dice: “María”.
         Cuando el pecador, angustiado por su destino eterno, agobiado por sus culpas, temeroso de presentarse ante el Juicio de Dios, quien está justamente irritado contra él, ya que su ira divina se ha encendido a causa de la malicia de los pecados de los hombres y de la dureza de sus corazones, piensa en una Abogada misericordiosa, en una Mediadora de todas las gracias, que le conceda todas las gracias que necesita para su arrepentimiento y contrición del corazón; piensa en una Madre amorosísima que con su maternal presencia le aliviará y quitará los terrores de la agonía, le infundirá una gran confianza en la Misericordia Divina, le concederá la gracia del arrepentimiento final y perfecto, le concederá lágrimas de dolor por sus pecados y de amor por su Dios que lo ha salvado, y dice: “María”, porque así como no hay otro nombre dado para la salvación de los hombres, que no sea el nombre de Jesús, así tampoco hay otro nombre que haya sido dado a los hombres, para interceder ante Jesús, Hombre-Dios, que el dulce y santísimo nombre de María.
         Cuando el alma fiel y en gracia, que ama a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a sí mismo, arde en deseos de tener entre sus brazos al Niño Dios, acude a María, y María dice: “Jesús”; cuando al alma fiel y en gracia, que ama a Dios y desea tener para sí el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, acude a la Iglesia, de quien María es Modelo, y la Iglesia le dice: “Jesús Eucaristía”.
         Estas son las razones por las que la Iglesia nos manda celebrar el Santísimo Nombre de María.

lunes, 10 de septiembre de 2012

De la castidad de María




            Luego de la caída de Adán y Eva, por el desorden de las potencias del alma que provocó el pecado original, el hombre quedó en rebeldía con Dios y consigo mismo, porque perdió el don de la integridad, que le permitía el control perfecto de sus pasiones.
         Se ofuscó su mente, por lo cual se le hizo muy difícil tender a la Verdad, y se ofuscó su voluntad, por lo cual se le hizo muy difícil tender al Bien; se ofuscaron sus pasiones, por lo cual se le hizo muy difícil controlar sus pasiones. Y de entre todas las pasiones, que quedaron como desatadas del control de la razón, fue la concupiscencia de la carne la que más pesar le produjo, porque por ella se alejó todavía más de Dios.
         La concupiscencia de la carne es una consecuencia del pecado original, el pecado de soberbia, y su descontrol es tal que es imposible encauzarla sin la ayuda de la gracia divina y es imposible no caer sin el auxilio de la gracia.
         En su lucha por adquirir la virtud de la pureza, el católico no está solo, ya que Dios lo asiste en su Iglesia para que alcance la perfección en el seguimiento de Cristo Casto y Puro.
Uno de los auxilios más importantes con que cuenta el católico es la Presencia de María Santísima en la Iglesia. Ella es modelo ideal y fuente de santidad y de castidad. De Ella dice la Escritura: “hermosa como la tortolilla” (Cant 1, 9), y la llama también azucena: “Como azucena entre espinas, así es mi amiga entre las vírgenes” (Cant 2, 2).
Su sola Presencia infunde deseos de castidad y pensamientos de pureza, según dice Santo Tomás: “La hermosura de la bienaventurada Virgen infundía castidad a los que la miraban”.
María está Presente en la Iglesia con su espíritu de pureza y de castidad, y Ella infunde en el alma deseos de castidad, y no de una castidad cualquiera, sino que infunde deseos de una castidad sobrenatural, la misma castidad de su Hijo Jesús.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Nuestra Señora del Sagrado Corazón



         En la imagen, la Virgen sostiene, con su brazo y mano izquierdos, al Niño Jesús, mientras que con la mano derecha sostiene el Corazón de su Hijo. A diferencia de las imágenes del Sagrado Corazón, en donde es Jesús en Persona quien sostiene su Corazón en la mano, aquí es la Virgen quien lo hace, y lo hace en actitud de ofrecerlo a quien se acerca a ellos.
         La Virgen, en cuanto Madre de Jesús, conocedora de las intenciones de su Hijo, de subir a la Cruz cuando adulto, para donar su Sangre cuando su Corazón sea traspasado por la lanza, se adelanta en el tiempo –ya que Jesús en la imagen es Niño- y ofrece el Corazón de su Hijo al fiel que se acerca a Ella con amor.
         Y al ofrecer el Sagrado Corazón de su Hijo Jesús, y al ofrecerlo a Él en el Corazón, porque el corazón es la sede del alma, está también, en cierto modo, ofreciéndose a Ella misma, junto a Jesús, porque habiendo recibido Jesús, como todo hijo en el seno de su madre, de la carne y de la sangre de María, se puede decir con toda propiedad que el Corazón de Jesús proviene, en su materialidad, de su Madre, así como Él proviene, como Dios Hijo que es, en su condición de Dios y de Espíritu Puro, del seno eterno del Padre.
         En otras palabras, al ofrecer al Corazón de su Hijo, y a su Hijo con el Corazón, la Virgen se está ofreciendo Ella misma, y su Corazón Inmaculado, para ser la delicia y el gozo del alma que los quiera recibir con fe y con amor.
         Y si en la imagen de Nuestra Señora del Sagrado Corazón hay que ver las relaciones entre María y su Hijo Jesús, es en dos lugares en donde estas relaciones alcanzan un gran significado: en la Encarnación y en la Pasión, en el Monte Calvario.
En la Encarnación, la Virgen tomó para sí, primero en su mente y en su Corazón, al Verbo de Dios, recibiendo de Él todo el Amor y la ternura de su ser Hijo de Dios, y cuando el Verbo estuvo ya alojado en su seno virginal, le dio de su carne y de su sangre, y con ellos entretejió su Corazón de embrión y luego de bebé; en la Cruz y en la Pasión, la Virgen toma el Sagrado Corazón, con todas sus penas, sus dolores, sus amarguras y tristezas, y le da a cambio su Corazón Inmaculado, con sus alegrías, sus ternuras, sus dulzuras, sus caricias y sus amores de Madre amorosísima, para endulzar un poco las amarguras de Jesús y para aliviar sus inmensos dolores.
Pero hay otra cosa que debemos considerar, y es que, en la imagen, la Virgen nos da el Corazón de Jesús, pero el don es meramente moral, desde el momento en que la imagen es representación, sagrada, pero solo representación, de la realidad. Por esto nos preguntamos: ¿a quién pedir, y dónde conseguir, entonces, el Sagrado Corazón de Jesús que nos ofrece María Santísima?
Hay que pedirlo a la Iglesia, en la Santa Misa: así como Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús nos ofrece en la imagen el Corazón de su Hijo, así la Iglesia nos concede, en la realidad, de manos del sacerdote ministerial, al Sagrado Corazón de Jesús, vivo, palpitante, latiendo con la gloria y el Amor divinos, en la Eucaristía. De esta manera, la Iglesia actualiza y hace concreto y vivo, para nosotros, el don de Nuestra Señora del Sagrado Corazón: su Hijo Jesús en la Eucaristía.