viernes, 12 de mayo de 2023

Nuestra Señora de Fátima y el castigo de Dios

 

   

         Recientemente, un religioso que ocupa un alto cargo en una Academia Pontificia, declaró que todas las apariciones de la Virgen donde se anunciaba un castigo de Dios, eran falsas: “Fray Stefano Cecchin, ofm, presidente de la Pontificia Academia Mariana, ha concedido una entrevista al semanal Alfa y Omega, en la que, entre otras cosas, asegura que “las apariciones que hablan de castigos de Dios son absolutamente falsas”[1]. Esta afirmación es contraria a la Tradición, al Magisterio y a las Escrituras y, por lo tanto, no la vamos a aceptar; entre otras cosas, cabría preguntarse si estas declaraciones decretan como falsas las apariciones de la Virgen en Fátima, Akita y La Salette, en donde se habla de “castigo divino”, de “condenación eterna”, de “ira de Dios”. Estas declaraciones abarcarían no solo a la Devoción a la Divina Misericordia, sino que incluso al mismo Señor Nuestro Jesucristo, quien en el Evangelio habla igual o incluso más, acerca del Infierno y del Reino de las tinieblas, es decir, Jesús habla más de la eterna condenación en el Infierno, que la salvación en el Cielo y habla más del Reino de las tinieblas, que del Reino de los cielos.

         Habiendo dicho esto, haremos referencia, brevemente, a los que consideramos que son los elementos centrales de las Apariciones de Fátima. En estas apariciones de la Virgen, aprobadas por la Santa Iglesia Católica, hay cuatro elementos centrales: devoción piadosa -comunión de rodillas- y con amor a Jesús Eucaristía; rezo del Santo Rosario por la conversión de pecadores; penitencia y sacrificios por conversión de pecadores; existencia del Infierno y condenación eterna como consecuencia de despreciar los Mandamientos y los Sacramentos de la Iglesia Católica.

         La piedad, la devoción, el amor y la fe a la Eucaristía, es un elemento central, tal vez el principal, en las Apariciones de Fátima: antes de aparecerse la Virgen, se aparece el Ángel de Portugal por tres veces; en la tercera aparición del Ángel, el Ángel trae la Eucaristía y el Cáliz y antes de darles la Sagrada Comunión a los niños, deja suspendidos en aire a la Eucaristía y el Cáliz y se postra en tierra, con la frente tocando el suelo y les enseña a los Pastorcitos las oraciones eucarísticas de adoración y reparación. La tercera aparición ocurrió al final del verano o principio del otoño de 1916, nuevamente en la Gruta del Cabeço y, siempre de acuerdo con la descripción de la Hermana Lucía[2], transcurrió de la siguiente forma: “En cuanto llegamos allí, de rodillas, con los rostros en tierra, comenzamos a repetir la oración del Ángel: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo...”. No sé cuántas veces habíamos repetido esta oración cuando advertimos que sobre nosotros brillaba una luz desconocida. Nos incorporamos para ver lo que pasaba y vemos al Ángel trayendo en la mano izquierda un cáliz sobre el cual está suspendida una hostia de la que caían, dentro del cáliz, algunas gotas de sangre. Dejando el cáliz y la hostia suspendidos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces la oración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo: yo te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los infinitos méritos de su Santísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pobres pecadores”. Después se levantó, tomó de nuevo en la mano el cáliz y la hostia, y me dio la hostia a mí. Lo que contenía el cáliz se lo dio a beber a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”. De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: “Santísima Trinidad...”. Y desapareció. Llevados por la fuerza de lo sobrenatural que nos envolvía, imitábamos al Ángel en todo, es decir, nos postrábamos como él y repetíamos las oraciones que él decía. La fuerza de la presencia de Dios era tan intensa, que nos absorbía y aniquilaba casi por completo. Parecía como si nos hubiera quitado por un largo espacio de tiempo el uso de nuestros sentidos corporales. En esos días, hasta las acciones más materiales las hacíamos como llevados por esa misma fuerza sobrenatural que nos empujaba. La paz y felicidad que sentíamos era grande, pero sólo interior; el alma estaba completamente concentrada en Dios. Y al mismo tiempo el abatimiento físico que sentíamos era también fuerte”.

         El otro mensaje de Fátima es el pedido de oración, específicamente, del Santo Rosario, diciéndoles así la Virgen: “Soy del Cielo (…) Vas al Cielo y Jacinta y Francisco también (…) Cuando recéis el Rosario, diréis después de cada misterio: ¡Oh Jesús (…) lleva todas las almas al Cielo!”[3] y también la oración de reparación por las ofensas cometidas por los hombres contra Dios Uno y Trino. En la primera aparición del Ángel, se les enseña a los niños cómo rezar, en adoración y reparación a Dios; ocurrió en la primavera o en el verano de 1916, en una gruta del “outeiro do Cabeço”, cerca de Aljustrel, y se desarrolló de la siguiente manera, conforme narra la Hermana Lucía: “Sólo habíamos jugado unos momentos cuando un viento fuerte sacude los árboles y nos hace levantar la vista para ver qué pasaba, pues el día estaba sereno. Comenzamos a ver, a cierta distancia, sobre los árboles que se extendían en dirección al este, una luz más blanca que la nieve, con la forma de un joven transparente más brillante que un cristal atravesado por los rayos del sol. A medida que se aproximaba fuimos distinguiendo sus facciones: era un joven de unos catorce o quince años, de una gran belleza. Estábamos sorprendidos y absortos; no decíamos ni una palabra. Al llegar junto a nosotros nos dijo: “No temáis, soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo”. Y arrodillándose, inclinó su frente hasta el suelo. Llevados por un movimiento sobrenatural, le imitamos y repetimos las palabras que le oímos pronunciar: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”. Después de repetir esto tres veces se irguió y dijo: “Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”. Y desapareció. El ambiente sobrenatural que nos rodeaba era tan intenso, que casi no nos dimos cuenta de nuestra propia existencia durante mucho tiempo y permanecimos en esta posición en que nos había dejado repitiendo siempre la misma oración. La presencia de Dios se sentía tan intensa y tan íntima que ni entre nosotros nos atrevíamos a hablar. Al día siguiente todavía sentíamos nuestro espíritu envuelto por esa atmósfera, que sólo muy lentamente desapareció”[4].

         Otro elemento central en las Apariciones de Fátima es la importancia de la penitencia y del sacrificio. La segunda aparición del Ángel ocurrió en el verano de 1916, sobre el pozo de la casa de los padres de Lucía, junto al cual jugaban los niños. Así narra la Hermana Lucía lo que entonces les dijo el Ángel a ella y a sus primos: “¿Qué hacéis? Rezad, rezad mucho. Los Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios. ¿Cómo nos tenemos que sacrificar?, pregunté. “De todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así la paz sobre vuestra patria. Yo soy su ángel de la guarda, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con resignación el sufrimiento que Nuestro Señor os envíe. Y desapareció. Estas palabras del Ángel se grabaron en nuestro espíritu como una luz que nos hacía comprender quién era Dios, cómo nos amaba y quería ser amado; el valor del sacrificio y cómo le era agradable; y cómo en atención a él, convertía a los pecadores”[5].

Por último, un elemento también central en Fátima es la existencia del Infierno, realidad y existencia que es un dogma de fe de la Iglesia Católica, sin cuya creencia nos apartamos de esta Santa Fe. De modo concreto, en las Apariciones de Fátima, la Virgen no se anda con vueltas con respecto a la pedagogía con los niños o si estos tal vez quedarían “traumatizados” si supieran del Infierno, todos argumentos modernistas para ocultar la existencia del Infierno a los niños: la Virgen los lleva al Infierno, en donde los niños, cuyas edades iban desde los siete años -Jacinta- hasta los ocho o nueve, ven, con sus propios ojos, el Infierno, ven el lago de fuego, ven caer a las almas en el lago de fuego, “como copos de nieve”, ven a los demonios atormentando a las almas condenadas. Dice así la Hermana Lucía con respecto a la visión sobre el Infierno en Fátima: “Fue el día 13 de julio de 1917, después de haber dicho estas palabras: “Sacrificaos por los pecadores, y decid muchas veces, en especial cuando hicierais algún sacrificio: Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en desagravio por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”. Al decir estas últimas palabras, escribe Sor Lucía, abrió de nuevo las manos como en los meses pasados. El reflejo parecía penetrar en la tierra y vimos como un mar de fuego. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o broceadas, con forma humana que fluctuaban en el incendio, llevadas de las llamas que de ellas misma salían, juntamente con nubes de humo cayendo por todos los lados, semejantes al caer de las pavesas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. (Debe haber sido a la vista de esto cuando di aquel “ay”, que dicen haberme oído). Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa. Asustados y como para pedir socorro, levantamos la vista hacia Nuestra Señora, que nos dijo entre bondadosa y triste: «Habéis visto el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”[6].

 

“Mar de fuego, formas horribles de los demonios, gritos de desesperación”: lo que vieron los pastorcitos corresponde perfectamente con las penas físicas y morales que sufren para siempre los que murieron en estado de pecado mortal. Y con respecto al Infierno, hay que decir que es una muestra de que Dios SÍ castiga, sí castiga al ángel rebelde y al ser humano rebelde, que muere voluntariamente en pecado mortal, porque voluntariamente no quiere recibir el Amor de Dios. Entonces, decir que una aparición mariana es falsa porque anuncia el castigo de Dios, es una afirmación temeraria, falsa, modernista, contraria a la Santa Fe Católica.

Reparemos las ofensas a los Sagrados Corazones de Jesús y María; reparemos por nuestros propios pecados y por los pecados de los demás; hagamos adoración eucarística, pidamos nuestra conversión eucarísica, recemos el Santo Rosario, hagamos sacrificios y penitencias por las conversiones de los pecadores, pidamos insistentemente la gracia de perseverar en la Santa Fe Católica hasta el último día de nuestras vidas y de perseverar en la gracia y en las obras de misericordia, para así evitar el castigo divino, el Infierno eterno.

        

 

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