jueves, 11 de agosto de 2022

La Asunción de María Santísima en cuerpo y alma a los cielos

 



         En la Iglesia Católica Oriental, esta fiesta se llama “La Dormición” de la Virgen. La razón de este nombre se encuentra en el hecho mismo de la Asunción: al ser la Virgen la Llena de gracia, no experimentó la muerte, sino que se durmió y despertó en el Cielo, con su cuerpo y alma glorificados. Es decir, en el momento en el que la Virgen Santísima debía pasar de este mundo a la vida eterna, en vez de morir, como sucede con todos los seres humanos, la Virgen se durmió y puesto que su Alma Purísima era Plena de gracia desde su Inmaculada Concepción, toda esta gracia se derramó, por así decirlo, sobre su también Inmaculado cuerpo y esta gracia, al pasar de esta vida a la otra, es la que se convierte en gloria, con lo cual tanto el Alma como el Cuerpo de la Madre de Dios quedaron resplandecientes de la gloria divina y fue así como la Virgen Santísima fue Asunta a los cielos. La Virgen, entonces, no pasó por el trance de la muerte; su Alma Purísima nunca se separó de su Cuerpo Inmaculado, hecho que define a la muerte: por el contrario, permaneciendo su alma unida a su cuerpo, éste recibió la plenitud de gracia que poseía la Virgen desde su Inmaculada Concepción y fue así que tanto su Alma como su Cuerpo quedaron resplandecientes por la gloria divina.

         Entonces, en vez de morir, la Virgen se durmió –por eso los orientales la llaman “La Dormición”- y al despertar, despertó en los cielos, siendo llevada con su cuerpo glorificado por los ángeles, ante la Presencia de su Hijo Jesús, Rey de reyes y Señor de señores y es en eso en lo que consiste “La Asunción de María Santísima”.

         Ahora bien, como es cierto que “donde está la Madre, deben estar los hijos”, la Virgen, como Madre nuestra, desea que nosotros, que somos sus hijos por la gracia del Bautismo sacramental, quiere Ella que estemos todos sus hijos en la gloria; la Virgen quiere, con todo el amor de su Inmaculado Corazón, que ninguno de sus hijos se pierda para siempre y que salve su alma y que resplandezca, por la eternidad, con nuestros cuerpos y almas glorificados. Por esta razón, debemos hacer todo el esfuerzo para que, al final de nuestra vida terrena, seamos conducidos a la gloria del cielo, con el cuerpo y el alma glorificados. Para ello, debemos esforzarnos por vivir en gracia, evitar el pecado, vivir según los Mandamientos de la Ley de Dios, frecuentar los sacramentos y obrar obras de misericordia. De esta manera, viviremos en la gloria del Reino de los cielos, junto a la Virgen Asunta en cuerpo y alma a los cielos, adorando al Cordero de Dios, por toda la eternidad.

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