viernes, 13 de mayo de 2022

Las Apariciones de Fátima confirman la fe de la Iglesia en la existencia del Infierno como lugar de castigo eterno para los impenitentes

 



Muchos malos católicos, entre ellos, sacerdotes y laicos, niegan verdades de fe cuando enseñan el Catecismo, por el falso escrúpulo de no “traumatizar” o “escandalizar” a los que reciben la formación catequética. Pero entonces, ¿qué podemos decir de la Virgen María, quien fue Ella la que llevó a los niños al Infierno, para que tuvieran una experiencia mística del mismo? Es decir, la Virgen no les habló simplemente del Infierno, sino que los llevó a ese lugar y los hizo contemplar su horror. Si la Virgen hace esto, nosotros no podemos, de ninguna manera, omitir la enseñanza de la Iglesia acerca de esta verdad de fe.

Dentro del contexto de las Apariciones, el 13 de julio de 1917 la Virgen de Fátima mostró a los tres pastorcitos Lucía, Francisco y Jacinta, en la Cova da Iria (Portugal), una visión del infierno que muestra las trágicas consecuencias que trae la falta de arrepentimiento y lo que espera en el mundo invisible a quienes no se convierten[1]. Esta visión, mostrada en la tercera de las apariciones de Fátima, dio a conocer a los pequeños un secreto en tres partes. En la primera parte del secreto, donde el infierno fue mostrado, Nuestra Señora les dio a los niños una manera de ayudar a otros para que no se condenen: “Hagan sacrificios por los pecadores, y digan seguido, especialmente cuando hagan un sacrificio: Oh Jesús, esto es por amor a Ti, por la conversión de los pecadores, y en reparación por las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María”. La Virgen les enseña a los niños a hacer sacrificios y a rezar para precisamente evitar que los pecadores caigan en el Infierno.

En el libro La verdadera historia de Fátima del P. John de Marchi, se relata cómo el padre de la pastorcita Jacinta, Ti Marto, presenció lo ocurrido en Cova da Iria aquel día. Recordó que “Lucía jadeó de repente horrorizada, que su rostro estaba blanco como la muerte y que todos los que estaban allí la oyeron gritar de terror frente a la Virgen Madre, a quien llamaba por su nombre. Los niños miraban a su Señora aterrorizada, sin palabras, e incapaces de pedir socorro por la escena que habían presenciado”. Tiempo después y a petición del obispo de Leiría, Sor Lucía describió cómo fue la visión: “Mientras Nuestra Señora decía estas palabras abrió sus manos una vez más, como lo había hecho en los dos meses anteriores. Los rayos de luz parecían penetrar la tierra, y vimos como si fuera un mar de fuego. Sumergidos en este fuego estaban demonios y almas en forma humana, como tizones transparentes en llamas, todos negros o color bronce quemado, flotando en el fuego, ahora levantadas en el aire por las llamas que salían de ellos mismos junto a grandes nubes de humo, se caían por todos lados como chispas entre enormes fuegos, sin peso o equilibrio, entre chillidos y gemidos de dolor y desesperación, que nos horrorizaron y nos hicieron temblar de miedo (debe haber sido esta visión la que hizo que yo gritara, como dice la gente que hice). Los demonios podían distinguirse por su similitud aterradora y repugnante a miedosos animales desconocidos, negros y transparentes como carbones en llamas. Horrorizados y como pidiendo auxilio, miramos hacia Nuestra Señora, quien nos dijo, tan amablemente y tan tristemente: ‘Ustedes han visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Es para salvarlos que Dios quiere establecer en el mundo una devoción a mi Inmaculado Corazón. Si ustedes hacen lo que yo les diga, muchas almas se salvarán, y habrá paz’”.

Luego, después de la visión, María les indicó una oración esencial para ayudar a los pecadores: “Cuando ustedes recen el Rosario, digan después de cada misterio: Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu infinita Misericordia”. El P. de Marchi señaló que los niños comprendieron por qué la Virgen de Fátima pidió orar y hacer sacrificios por los pecadores. “Haz esto”, decía la Señora. “Es una cosa grande, buena y amorosa, y agradará a Dios que es Amor”.

A partir de la visión del Infierno, los niños comprendieron que sus oraciones y sacrificios tenían una enorme importancia para salvar almas y evitar que cayeran en ese lago de fuego. A partir de entonces, rezaron constantemente, todos los días, haciendo sacrificios y penitencias por las almas de los que no se convierten a Cristo, de los que faltan a Misa por pereza, de los que viven en el pecado en cualquiera de sus formas.

Además de la visión del infierno del 13 de julio de 1917, el mensaje de la Virgen de Fátima indica que se debe orar el Rosario todos los días, hacer sacrificios y orar por los pecadores, practicar la devoción de los 5 primeros sábados de mes en honor del Inmaculado Corazón de María, y la consagración personal también a su Inmaculado Corazón.

Esta visión del Infierno nos confirma la enseñanza bimilenaria de la Iglesia de la existencia de ese lugar de castigo, nos enseña que ese lugar no está vacío, pero nos enseña también que, por amor a esas almas, debemos rezar el Rosario, hacer penitencia y consagrarnos al Inmaculado Corazón de María, para que las almas no se condenen eternamente en el Infierno, sino que se salven y vayan al Reino de los cielos, junto con Jesús y María.

 

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