miércoles, 6 de junio de 2018

La Verdadera Devoción consiste en hacer de la propia vida una consagración



     

         La Verdadera Devoción no consiste en devociones que, aunque practicadas con piedad, están separadas unas de otras; tampoco consiste en esta o en otra devoción: la Verdadera Devoción, dice el Manual,  consiste en “un acto formal de consagración, pero consiste esencialmente en vivirla ya desde el primer día; en hacer de ella no un acto aislado, sino un estado habitual”[1]. Es decir, consiste en un acto de devoción, que es la consagración, pero es una devoción tal, que termina por abarcar todos los actos de la vida; es una devoción que termina por convertirse en la raíz y el fundamento de nuestro ser y existir, esto es lo que quiere decir el Manual cuando dice que la “devoción no es un acto aislado, sino un estado habitual”. La consagración a María debe ser un “estado habitual”, es decir, el legionario, por la consagración a María, debe vivir todos los días, todo el día, como consagrado. No debe vivir la consagración como un acto de devoción que hizo en algún momento de su vida y a ese acto lo recuerda cada tanto: debe vivir la consagración como un estado de vida, de tal manera que, si alguien le preguntara: “¿Cuál es su estado de vida?” a un legionario, éste debería responder: “Consagrado a María”. Y por supuesto, debe responder más con actos y hechos y no con meras palabras.
         En este sentido se pronuncia el Manual: “Si a María no se le da la posesión absoluta y real de esta vida –no de algunos minutos u horas simplemente-, el acto de consagración, aunque se repita muchas veces, no vendrá a valer más que lo que puede valer una oración pasajera. Será como un árbol que se plantó, pero no se arraigó”[2]. Es decir, el Manual lo afirma en este sentido: si a la Virgen no se le da, en el acto de consagración, toda la vida, todo el ser, lo que somos y poseemos, aun cuando repitamos el acto de consagración varias veces –por varios años, en cada aniversario-, la consagración no será tal, porque no habrá arraigado en lo más profundo del corazón. La consagración a María será como una hoja que se lleva el viento, cuando debería ser un árbol bien plantado y con sus raíces echadas en el corazón.
         Esto no quiere decir que se esté siempre y en cada momento con el pensamiento puesto en la consagración, dice el Manual: “No se crea que esta Devoción exige que la mente esté siempre clavada en el acto de consagración”[3]. Da el ejemplo luego: “Sucede como en la vida física: así como esta vida sigue estando animada por la respiración y el latir del corazón, aunque no reparemos en sus movimientos, también la vida del alma puede estar animada por la Verdadera Devoción incesantemente, aun cuando prestemos a ella una atención consciente y actual; basta que reiteremos de vez en cuando el recuerdo del dominio soberano de la Virgen, rumiando esta idea despacio y expresándola en actos y jaculatorias, para darle calor y viveza; pero con tal de que reconozcamos de una manera habitual nuestra dependencia de Ella, le tengamos siempre presente –al menos de una manera general-, y ejerza influencia real y absoluta en todas las circunstancias de nuestra vida”[4].
         Es decir, la consagración debe ser como la respiración, de manera tal que no estemos constantemente enfocados en ella, pero que al mismo tiempo, sea vital para nosotros, como es vital la respiración y el latido cardíaco. Aunque no estemos todo el tiempo hablando de la Virgen, la Virgen tiene que ser el “alma de nuestra alma”, por así decirlo, de manera tal que esté presente en cada momento de nuestra vida. Y así como cada tanto nos acordamos que respiramos y que el corazón late, así nos acordemos de la Virgen por medio de jaculatorias y oraciones.
            Una pregunta que podemos hacernos, para saber cómo es nuestra consagración, es la siguiente: ¿ejerce la Virgen una influencia real y absoluta en TODAS las circunstancias de mi vida? Un ejemplo puede aclararnos el sentido de la pregunta: la Virgen nos dice: "Hagan lo que Él les diga" y lo que su Hijo Jesús nos dice, entre otras cosas, es que "amemos a nuestros enemigos", "perdonemos setenta veces siete", "carguemos la cruz de cada día". ¿Hago lo que la Virgen me dice, esto es, hacer lo que Jesús me ordena en el Evangelio, o hago mi voluntad? Según cómo sea la respuesta a esta pregunta, sabremos si nuestra consagración es un estado habitual, o es solo una devoción pasajera.



[1] Cfr. Manual del Legionario V, 5.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

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