miércoles, 30 de noviembre de 2016

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa

         
Vida de Santa Catalina Labouré.

         Ya desde la infancia, su tesoro era Dios.
Nacida el 2 de mayo de 1806 en Fain-les-Moutiers, Borgoña (Francia) y desde muy pequeña demostró una gran devoción y amor filial por la Madre de Dios: a los 9 años quedó huérfana de madre y fue en ese entonces que  una criada de la granja la sorprendió encaramada sobre una mesa abrazando con toda piedad una imagen de la Señora.
Según testimonio de su hermana Tonina, fue desde el día de su Primera Comunión, en el año 1818, en que inició una vida de gracias místicas y extraordinarias, que la prepararían y habrían de tener su culmen en las apariciones de la Virgen y las revelaciones acerca de la Medalla Milagrosa.
Puesto que vivía cerca de las Hijas de la Caridad –congregación religiosa fundada por San Vicente de Paúl-, solía visitarlas con mucha frecuencia siendo niña y jovencita, sintiéndose atraída por las cosas de Dios y, sobre todo, por los oficios divinos.
¿Un sueño revelador, o una revelación en el sueño?
Ya por entonces comenzaba a pensar si acaso su vocación no sería la de hermana religiosa, pero fue a través de un sueño –que más que sueño, fue una revelación divina, según le dijo su director espiritual-, en donde tuvo conocimiento más certero acerca del llamado de Dios. En efecto, en ese sueño, se le apareció un anciano sacerdote que le dijo lo siguiente: “Ahora huyes de mí, hija mía; día vendrá, cuando tengas a gran contento, ser mía. Dios tiene sus designios sobre ti. No lo olvides”[1].
Frente a un sueño tan poco común, Santa Catalina decidió acudir al párroco de Chatillón, quien interpretó el sueño de este modo: “No abrigues la menor duda, no era otro ese anciano, sino San Vicente de Paúl, quien te quiere para Hija de la Caridad”. Y efectivamente, se trataba de él, tal como lo confirmó Santa Catalina, al reconocer al Fundador de las Hijas de la Caridad en un cuadro suyo que poseían las hermanas.
Santa Catalina ingresa en las Hijas de la Caridad.
Su ingreso en religión, sin embargo, no fue fácil, puesto que tuvo que luchar contra el impedimento que le ponía su padre; finalmente, este cedió y Santa Catalina ingresó, el 22 de enero de 1830, a la vida religiosa con la congregación “Hijas de la Caridad” y después de tres meses de postulantado fue trasladada al noviciado de París, en la Rue du Bac, 140.
Una vez en el noviciado, comenzó a recibir gracias y favores extraordinarios del Cielo, como por ejemplo, ver a Nuestro Señor, con sus propios ojos, en la Eucaristía.
Sucedió que en esos mismos días se celebraban las solemnidades con las cuales se festejaba el traslado de sus gloriosas reliquias, manifestando la Santa que había hallado en todo tanta dicha y contento, que para ella ya no quedaba más que pedir ni esperar en este mundo. Y sin embargo, como la historia lo demostraría, el Cielo tenía aún enormes tesoros para revelarle.
San Vicente de Paúl habla a Santa Catalina con su corazón de Padre.
         Antes de las revelaciones de la Virgen, fue el Padre fundador de las Hijas de la Caridad, San Vicente de Paúl, quien le reveló enseñanzas para sus Comunidades y advertencias sobre Francia.
         Sucedió que la Santa se encontraba presente cuando trasladaron los restos de San Vicente de Paúl, a la nueva iglesia de los Padres Paules, distante a solo unas cuadras de su noviciado. Fue en la capilla del noviciado –adonde había sido llevado el brazo del santo- cuando, durante la novena, Santa Catalina vio cómo el corazón de San Vicente de Paúl adoptaba diferentes colores, con un significado para cada color: el blanco, significaba la unión en la caridad que debía existir entre las congregaciones fundadas por San Vicente; el color rojo, significaba el fervor que debía animar a dichas congregaciones; el rojo oscuro, la tristeza que por ellas padecería. Además, oyó interiormente una voz que le decía que “el corazón de San Vicente está profundamente afligido por los males que van a venir sobre Francia”. Esa misma voz también le dijo que “El corazón de San Vicente está más consolado por haber obtenido de Dios, a través de la intercesión de la Santísima Virgen María, el que ninguna de las dos congregaciones perezca en medio de estas desgracias, sino que Dios hará uso de ellas para reanimar la fe”.
         Nuestro Señor se le aparece en la Eucaristía.
         En el transcurso de su noviciado en la Rue du Bac, Santa Catalina tuvo la gracia de ver a Jesús en la Eucaristía. Una de estas visiones tuvo lugar el día 6 de junio de 1830,en la Solemnidad de la Santísima Trinidad: al momento de leer el Evangelio, Jesús se presentó como un Rey, con una cruz en el pecho. De pronto, los ornamentos reales de Jesús cayeron por tierra, lo mismo que la cruz, como si fueran unos despojos inservibles. “Inmediatamente -escribió sor Catalina- tuve las ideas más negras y terribles: que el Rey de la tierra estaba perdido y sería despojado de sus vestiduras reales. Sí, se acercaban cosa malas”.
La “era de María”.
Debido a las frecuentes apariciones marianas -entre otras, La Salette, Lourdes, Fátima-, iniciada por la primera aparición moderna de la Virgen en el año 1830 a Santa Catalina, el Papa Pío XII llamó a esta época la “era de María”, una era en la que la Virgen, al igual que en su Visita a Santa Isabel, en la que llevó a Jesús, así también con estas apariciones nos visitó, trayendo para todos los hombres al “fruto bendito de su vientre”, además de recordarnos que su Hijo es la única salvación posible y que dejarlo de lado y optar por otros caminos es una decisión extremadamente riesgosa para la salvación eterna.
         Prolegómenos de las Apariciones: Catalina sueña con ver a la Virgen.
         En las vísperas de la fiesta de San Vicente de Paúl, el domingo 18 de Julio de 1930, Santa Catalina y las novicias reciben, de su maestra de novicias, una exposición acerca de la devoción a los santos y en particular a su Reina, María Santísima. Esta exposición sirvió como preparación de su corazón para recibir una gracia, la de ver a la Virgen en persona, por amor y no por mera curiosidad. En efecto, como consecuencia de las palabras de la religiosa, impregnadas de piedad y de ardiente fe, Santa Catalina experimenta el vivo deseo de ver y contemplar el rostro de la Madre de Dios. Debido a que se trataba de la víspera de San Vicente, se les había distribuido a las novicias un pequeño trozo de lienzo obtenido de un roquete del santo. Movida por su gran deseo de ver a la Virgen, Santa Catalina pensó que su ángel de la guarda y San Vicente le obtendrían esa misma noche la gracia que tanto anhelaba, de ver a la Virgen, por lo que lo ingirió inmediatamente antes de dormir, con la esperanza sobrenatural de ver cumplido su deseo. Con respecto a esta confianza, dice así San Juan de la Cruz: “La confianza consigue todo cuanto espera”.
La novicia es despertada por su Ángel de la guarda.
Alrededor de las 11:30 p. m. de esa noche, Santa Catalina sintió que alguien la llamaba, por tres veces, por su nombre. Al despertarse, vio a un niño –vestido de blanco y que parecía tener cuatro o cinco años- que le dijo: “Levántate pronto y ven a la capilla; la Santísima Virgen te espera”. Conociendo el temor de ser descubierta por el resto de las novicias, el niño la tranquilizó diciéndole: “No temas; son las 11;30 p.m.; todas duermen muy bien. Ven yo te aguardo”.
Sus palabras la llenan de confianza; al momento se viste con toda premura y acude hacia donde se encuentra el niño “que permanecía en pie sin separarse de la columna de su lecho”.
Una vez vestida Sor Catalina, el niño comienza a caminar, siguiéndolo Santa Catalina “a su lado izquierdo. Sucedió entonces que por donde quiera que pasaban las luces se encendían; además, el cuerpo del niño irradiaba una luz resplandeciente, haciendo que todo a su alrededor quedara iluminado. Cuando llegaron a la capilla, esta se encontraba con su puerta cerrada, pero se abrió al instante y suavemente apenas fue tocada por el niño con sus pequeños dedos.
Cuenta así Catalina la escena que contempló en la capilla: “Mi sorpresa fue más completa cuando, al entrar a la capilla, vi encendidas todas las velas y los cirios, lo que me recordaba la Misa de media noche”.
El niño la condujo al presbiterio, junto al sillón destinado al P. Director, donde solía predicar a las Hijas de la Caridad, y allí se puso de rodillas, permaneciendo de pie todo el tiempo al lado derecho.
Llevada por su deseo ardiente de ver a la Virgen, a Santa Catalina le pareció que la espera era muy larga, hasta que en un determinado momento el niño le dijo: “Ved aquí a la Virgen, vedla aquí”.
Santa Catalina ve a la Santísima Virgen.

En ese momento, junto al cuadro de San José, Santa Catalina oyó algo similar al suave sonido que produce el roce de un traje de seda; en ese momento, vio que una señora de extremada belleza atravesaba majestuosamente el presbiterio y “fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor, al lado del Evangelio”.
Desde lo más profundo de su corazón, Sor Catalina dudaba, en su interior, si es que verdaderamente estaba o no en presencia de la Reina de los Cielos, pero el niño le dijo: “Mira a la Virgen”.
Puesto que aún le parecía que no veía a la Santísima Virgen, el niño-ángel le habló, no ya como niño, sino con la autoridad propia del hombre más enérgico, diciéndole: “¿Por ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal en la forma que más le agrade?”.
“Entonces –cuenta Catalina-, mirando a la Virgen, me puse en un instante a su lado, me arrodillé en el presbiterio, con las manos apoyadas en las rodillas de la Santísima Virgen. Allí pasé los momentos más dulces de mi vida; me sería imposible decir lo que sentí”.
Instrucciones de la Santísima Virgen.
Con respecto a lo que la Virgen le dijo, hay muchas confidencias que Sor Catalina recibió de los labios de María Santísima, pero nunca podremos conocerlas todas, porque respecto a algunas de ellas, le fue impuesto el más absoluto secreto.
En relación a las que sí podía manifestar, dijo así Catalina: “Ella (la Virgen) me dijo cómo debía portarme con mi director, la manera de comportarme en las penas y acudir (mostrándome con la mano izquierda) a arrojarme al pie del altar y desahogar allí mi corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad. Entonces le pregunté qué significaban las cosas que yo había visto, y Ella me lo explicó todo”.
En resumen, los consejos que le dio la Virgen, como Madre y Maestra, para su particular provecho espiritual (consejos los cuales todos podemos y debemos imitar), son los siguientes:
Con respecto a su director espiritual, le dijo que debía ser humilde y obediente. Esto, a pesar de que su confesor, el padre Juan María Aladel, no creyó sus visiones y le dijo que las olvidara.
En relación a las penas, le dijo que debía comportarse con paciencia, mansedumbre y gozo.
Le dijo también que su corazón debía ser indiviso y no buscar consuelos humanos, y que acudiera siempre a arrojarse al pie del altar y desahogar su corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviese necesidad.
La Virgen también le explicó el significado de todas las apariciones y revelaciones que había tenido de San Vicente y del Señor.
Luego continuó diciéndole:
“Dios quiere confiarte una misión; te costará trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la gloria de Dios. Tú conocerás cuán bueno es Dios. Tendrás que sufrir hasta que los digas a tu director. No te faltarán contradicciones, mas te asistirá la gracia, no temas. Háblale a tu director con confianza y sencillez; ten confianza no temas. Verás ciertas cosas; díselas. Recibirás inspiraciones en la oración.
Los tiempos son muy calamitosos. Han de llover desgracias sobre Francia. El trono será derribado. El mundo entero se verá afligido por calamidades de todas clases (al decir esto la Virgen estaba muy triste). Venid a los pies de este altar, donde se prodigarán gracias a todos los que las pidan con fervor; a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres.
Deseo derramar gracias sobre tu comunidad; lo deseo ardientemente. Me causa dolor el que haya grandes abusos en la observancia, el que no se cumplan las reglas, el que haya tanta relajación en ambas comunidades a pesar de que hay almas grandes en ellas. Díselo al que está encargado de ti, aunque no sea el superior. Pronto será puesto al frente de la comunidad. Él deberá hacer cuanto pueda para restablecer el vigor de la regla. Cuando esto suceda otra comunidad se unirá a las de ustedes.
Vendrá un momento en que el peligro será grande; se creerá todo perdido; entonces yo estaré contigo, ten confianza. Reconocerás mi visita y la protección de Dios y de San Vicente sobre las dos comunidades.
Mas no será lo mismo en otras comunidades, en ellas habrá víctimas (Catalina ve lágrimas en los ojos de María). El clero de París tendrá muchas víctimas. Morirá el señor Arzobispo.
Hija mía, será despreciada la cruz, y el Corazón de mi Hijo será otra vez traspasado; correrá la sangra por las calles (la Virgen no podía hablar del dolor, las palabras se anudaban en su garganta; su semblante aparecía extremadamente pálido). El mundo entero se entristecerá”. En ese momento, Santa Catalina pensó: “¿Cuándo ocurrirá esto?” y una voz interior le dijo: “Cuarenta años y diez y después la paz”.
La Virgen, después de estar con ella unas dos horas, desapareció de la vista de Sor Catalina “como una sombra que se desvanece”.
En resumidas cuentas, en esta aparición la Virgen:
Le comunica una misión que Dios le quiere confiar (será la de revelar al mundo la Medalla Milagrosa).
Le enseña sabios consejos que la hacen crecer “en gracia y santidad”, de modo de poder hablar con sumisión y confianza con su director.
Para confirmar la veracidad de la aparición y su mensaje central –la Medalla Milagrosa-, le anuncia futuros eventos.
Le concede la gracia de una verdadera relación familiar de madre-hija: Santa Catalina no solo ve a la Virgen, sino que se acerca a ella, hablan con familiaridad y sencillez, la toca y la Virgen no solo consiente, sino que se sienta para que Catalina pueda aproximarse hasta el extremo de apoyar sus brazos y manos en las rodillas de la Reina del Cielo.
Con respecto a estas profecías, hay que decir que todas se cumplieron: la misión que Dios quería confiarle le fue indicada con la revelación de la Medalla Milagrosa; solo una semana después de esta aparición estallaba la revolución, en la que se producen saqueos y asesinatos por todo París, siendo finalmente destronado Carlos X, para ser sustituido por el “rey ciudadano” Luis Felipe I, gran maestre de la masonería. Su director espiritual, el Padre Aladel, es nombrado en 1846 Director de las Hijas de la Caridad, establece la observancia de la regla y hacia la década del 60 otra comunidad femenina se une a las Hijas de la Caridad. En 1870 (a los 40 años) llegó el momento del gran peligro, con los horrores de la Comuna y el fusilamiento del Arzobispo Mons. Darboy y otros muchos sacerdotes. Finalmente, solo resta por cumplir la última parte.
Aparición del 27 de noviembre del 1830: revelación de la Medalla Milagrosa.
La tarde el 27 de noviembre de 1830, vísperas del primer domingo de Adviento, sucedió la segunda aparición de la Madre de Dios a Santa Catalina: fue aquí en donde la Virgen le reveló la misión que Dios le encomendaba, y que era hacer conocer y difundir la bendita Medalla Milagrosa. En la aparición, la Virgen mostraba todos los elementos que debían estar presentes en la Medalla. Cuando estaba Sor Catalina haciendo su meditación en la capilla, le pareció oír algo que le hizo recordar a la aparición anterior, y era el sonido similar al que produce el roce de un traje de seda.
Entonces, se le apareció la Santísima Virgen, vestida de blanco con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello. Un delicado velo blanco cubría su majestuosa cabeza de reina y sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies. Cuando le preguntaron a Santa Catalina si sería capaz de describir el rostro de la Virgen, sólo atinó a decir que era la Virgen “en el esplendor de su máxima belleza celestial”.
Los pies de la Virgen, al tiempo que posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas. En sus manos, y a la altura de su corazón, sostenía un pequeño globo de oro, coronado por una cruz.
En cuanto a su actitud, la Madre de Dios mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo a Dios Trino el globo que tenía en sus manos. A veces miraba al cielo y a veces a la tierra. En un momento determinado, los dedos de María se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, y esta luz, que la circundaba, resplandecía por momentos con tal claridad, que no era posible verla.
En cada dedo, tenía tres anillos; el más grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y uno más pequeño, en la extremidad. A su vez, salían rayos luminosos de las piedras preciosas de los anillos, los cuales se alargaban a medida que se dirigían hacia abajo, llenando con su luz la parte inferior de la escena. Sin embargo, había perlas que no emitían rayos.
Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, Ella la miró con amor maternal y le habló a su corazón, explicándole en persona los significados sobrenaturales de la Medalla Milagrosa:
“Este globo que ves (el que se encontraba a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”.
Así, la Virgen se daba a conocer como la Mediadora de las gracias que nos vienen de Jesucristo, dándonos a entender, al mismo tiempo, que Dios tiene incontables gracias para darnos y que la única razón por la que no nos las da, es porque no las pedimos. Estas gracias, disponibles para nosotros –y nuestros seres queridos, para quienes las podemos pedir-, pero no pedidas, están representadas en las “perlas que no emiten rayos”.
A su vez, el globo de oro, que significaba la riqueza de gracias a nuestra disposición, se desvaneció de entre las manos de la Virgen; mientras tanto, sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies.
La Medalla Milagrosa y su significado.
En este momento se formó un óvalo alrededor de la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: “María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti”.
Las palabras de esta oración componían un semicírculo que daba inicio a la altura de la mano derecha de la Virgen, continuaba por encima de su cabeza y finalizaba a la altura de la mano izquierda. Una vez que se formó la frase, Santa Catalina oyó una voz en su interior: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza”. Si la Medalla Milagrosa es prenda de gracias, estas aumentan proporcionalmente al grado de confianza en el poder intercesor de María de aquel que lleva la Medalla con fe, con devoción y, sobre todo, con amor filial a María.
Luego, la aparición dio media vuelta y quedó formado en el mismo lugar el reverso de la medalla.
En él aparecía una letra “M”, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual a su vez atravesaba la letra hasta un tercio de su altura; debajo estaban los Sagrados Corazones de Jesús y de María, estando el de Jesús rodeado por una corona de espinas, y el de María traspasado por una espada. En torno había doce estrellas.
Significado de lo símbolos de la Medalla y su mensaje espiritual.
En el Anverso:
María aplastando la cabeza de la serpiente que a su vez descansa sobre el mundo. La Virgen es la Mujer del Génesis que aplasta la cabeza de la Serpiente (cfr. Gn 3, 15); el triunfo de la Virgen sobre Satanás esto se debe a que Ella, al ser la Inmaculada y la Llena del Espíritu Santo, tiene participada la recomnipotencia divina. Por esta razón, para el Demonio, el pequeño y delicado pie de la Virgen le representa un peso superior a cientos de miles de toneladas. La otra razón por la que la Virgen triunfa sobre el Demonio es por su humildad, puesto que la humildad vence a la soberbia.
El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la Virgen es también la Mujer del Apocalipsis, que aparece como “una señal en el cielo”, “revestida del sol” (cfr. Ap 12, 1): la Virgen es la Inmaculada Concepción y lleva en su seno al Sol de justicia, Jesucristo, Gracia Increada y Fuente de toda gracia participada.
Sus manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de Madre y Mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes le pidan: esos rayos brotan de los anillos que adornan las manos de la Virgen. Recordemos que es la misma Virgen quien le dice a Santa Bernardita que los anillos opacos, de los que no salen rayos, simbolizan a las almas que no reciben gracias por el simple hecho de que no las piden.
Jaculatoria: dogma de la Inmaculada Concepción, revelado antes de la definición dogmática de 1854. La Virgen es Inmaculada Concepción porque es el Sagrario Viviente que contiene en su interior el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Pero también es el ideal al que todo cristiano debe aspirar: por la gracia santificante, todo cristiano debe imitar a la Virgen en su pureza inmaculada, y además imitarla en su pureza corporal, por medio de la castidad, para recibir, con la mayor pureza posible, en su corazón, al Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía.
El globo bajo sus pies: el globo simboliza a la tierra y que la Virgen esté de pie significa que Ella es Reina de cielos y tierra, es decir, Reina de la Creación visible y de la invisible (la Virgen es también Reina de los ángeles).
El globo en sus manos: si bien no aparece en propiamente en la Medalla Milagrosa, sí forma parte de las apariciones y por lo tanto del mensaje que estas transmiten. El globo en sus manos, es el mundo ofrecido a Jesús a través suyo. ¿Cuál es la diferencia con el globo terráqueo bajo sus pies? El globo que está bajo sus pies, es el mundo caído en pecado, porque entre los pies de la Virgen y el mundo, está Satanás: pero es el mundo que, dominado por el pecado, la muerte y el Demonio, ha sido vencido por la Cruz de Jesucristo, Redentor del mundo, y por la Virgen, Corredentora y esa es la razón por la cual la Virgen aparece aplastando a la Virgen y en posición de dominio sobre el mundo. El globo de oro, que la Virgen tiene entre sus manos y próximo a su Inmaculado Corazón, es el mundo redimido por Jesucristo, por su Sangre y su gracia santificante, y es por eso que es de color dorado, porque ha sido redimido por la Sangre del Cordero. Es el mundo que no solo no tiene la ponzoña del pecado, de la muerte y del Demonio, sino que es el mundo o más bien las almas redimidas por la gracia santificante del Cordero.
En el reverso:
La cruz: es el Árbol de la Vida, de donde el alma recibe la vida divina; es el Libro de la Sabiduría, donde se aprende el Camino que conduce al Padre; es el misterio de la redención, el precio que pagó Cristo. La cruz es sinónimo de obediencia a la voluntad del Padre y de amor a los hombres hasta el extremo del sacrificio de la propia vida.
La letra “M”: símbolo de María, poseedora del doble y único privilegio trinitario: ser Virgen y al mismo tiempo, Madre de Dios Hijo encarnado. La letra “M” en la Medalla Milagrosa nos recuerda también la maternidad espiritual de María, quien se convirtió en Madre adoptiva de los bautizados el Viernes Santo, al pie de la cruz, por pedido expreso de Nuestro Señor Jesucristo.
La barra: es una letra del alfabeto griego, “yota” o I, que es monograma del nombre, Jesús. Así, la Medalla nos recuerda, de forma permanente, el nombre ante el cual toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en el abismo, el único nombre dado a los hombres para su eterna salvación.
La letra “M” y la “Iota” agrupados: significan el misterio del Hombre-Dios Jesús, Redentor, y de su Madre, la Virgen, Corredentora.
Las doce estrellas: simbolizan a la Iglesia que nace en el Calvario, del Corazón traspasado de Jesús y fundada sobre las doce columnas, los Apóstoles.
Los Sagrados Corazones de Jesús y María: significa que el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María están estrecha e indisolublemente unidos por el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Es la razón por la cual, el hecho de consagrarse al Corazón de María significa consagrarse al Sagrado Corazón. Ambos corazones reinan en las almas en gracia y este doble reinado en el corazón que ama a Dios, es una de las principales gracias que se obtienen por medio de la Medalla Milagrosa.
Nombre: originalmente, la Medalla se llamaba: “de la Inmaculada Concepción”, pero debido a que la devoción se expandió a causa de los innumerables milagros concedidos a través de ella –curaciones prodigiosas, vicios superados, virtudes adquiridas, bendiciones sin número-, se le comenzó a llamar “La Medalla Milagrosa”, siendo este el nombre con el que se la conoce actualmente. Así, se da inicio al cumplimiento de la profecía de Santa Catalina: “Por la Medalla será María la Reina del universo”.
Conversión de Ratisbone:
De todos los milagros propiciados por la Medalla Milagrosa, hubo uno en particular, que tuvo y tiene gran resonancia, y es la conversión de Alfonso Ratisbona. Éste, abogado y banquero judío de 27 años, cultivaba un gran odio hacia los católicos porque su hermano Teodoro, quien se había convertido y ordenado sacerdote, tenía como insignia la Medalla Milagrosa y luchaba por la conversión de los judíos.
Su conversión por medio de la Medalla Milagrosa fue así: en enero de 1842, estando Alfonso en viaje de turismo a Nápoles y Malta, llegó a Roma de modo accidental, luego de una combinación errónea de trenes. Una vez en Roma, decidió visitar a un amigo de la familia, el barón Teodoro de Bussiere, quien era  a su vez un protestante convertido al catolicismo.
El barón lo recibió con toda cordialidad y se ofreció a enseñarle Roma. En una reunión donde Ratisbone hablaba muy mal de los católicos, este barón lo escuchó con mucha paciencia y al final le dijo: “Ya que usted está tan seguro de sí, prométame llevar consigo lo que le voy a dar”. “¿Qué cosa?, dijo Alfonso. “Esta medalla” (obviamente, era la Medalla Milagrosa). Alfonso la rechazó indignado pero el barón replicó: “Según sus ideas, el aceptarla le debía dejar a usted indiferente. En cambio a mí me causaría satisfacción”. Alfonso se echó a reír y se la puso comentando que él no era terco y que era un episodio divertido. El barón se la puso al cuello y le hizo rezar el Memorare.
Luego de este episodio, el barón pidió oraciones a varias personas entre ellas al conde La Ferronays, quien le dijo: “Si le ha puesto la Medalla Milagrosa y le ha hecho rezar el Memorare, seguro que se convierte”. El conde murió repentinamente dos días después. Se supo que durante esos dos días había ido a la basílica de Santa María la Mayor a rezar cien Memorares por la conversión de Ratisbone (aunque no hay datos testimoniales, lo que sucedió es que, con toda seguridad, el conde ofreció su vida a la Virgen, a cambio de la conversión de su amigo Alfonso).
En su último día en Roma, Ratisbone se encontró con el barón en la Plaza España y acepta la invitación a pasear. Sin embargo, el barón le dio que antes tenía que pasar por la Iglesia de San Andrés para arreglar el funeral del conde. Ratisbone le acompaña a la Iglesia. Lo que sucedió en ese momento, lo narra así el propio Alfonso: “A los pocos momentos de encontrarme en la Iglesia, me sentí dominado por una turbación inexplicable. Levanté los ojos y me pareció que todo el edificio desaparecía de mi vista. Una de las capillas (la de San Miguel Arcángel) había concentrado toda la luz, y en medio de aquel esplendor apareció sobre el altar, radiante y llena de majestad y de dulzura, la Virgen Santísima tal y como está grabada en la medalla. Una fuerza irresistible me impulsó hacia la capilla. Entonces la Virgen me hizo una seña con la mano como indicándome que me arrodillara... La Virgen no me habló pero lo he comprendido todo”.
El barón lo encuentra de rodillas, llorando y rezando con las manos juntas, besando la medalla. Poco tiempo más tarde es bautizado en la Iglesia del Gesú en Roma. Por orden del Papa, se inicia un proceso canónico que declarará que lo que le sucedió a Alfonso fue un “verdadero milagro”.
Poco tiempo más tarde, Alfonso Ratisbone entró en la Compañía de Jesús. Ordenado sacerdote, fue destinado a París donde estuvo ayudando a su hermano Teodoro en los catecumenados para la conversión de los judíos.
Después de haber sido por 10 años Jesuita, con permiso sale de la orden y funda en 1848, las religiosas y las misiones de Nuestra Señora de Sión. Como resultado de este particular apostolado de Ratisbone, se convirtieron, solo en los primeros diez años, 200 judíos y 32 protestantes. Trabajó incansablemente en Tierra Santa, logrando comprar el antiguo pretorio de Pilato, que convirtió en convento e Iglesia de las religiosas. También consiguió que estas religiosas fundasen un hospicio en Ain-Karim, donde murió santamente en 1884 a los 70 años.
Triduo en honor de la Virgen de la Medalla Milagrosa.
Por la señal de la Santa Cruz, etc.
ACTO DE CONTRICIÓN.
Oración para todos los días:
¡Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
¡Dulcísima Reina de los cielos y de la tierra!, que por amor a los hombres te dignaste a manifestarte a vuestra sierva Sor Catalina con las manos llenas de rayos de luz, a fin de hacer saber al mundo que deseas derramar abundantes gracias sobre todos los que con confianza te piden: concédeme, Madre mía, que a imitación de Sor Catalina, derrames en mi alma la luz necesaria para conocer mi nada y mi miseria, y lo mucho que debo a mi Padre Dios por los innumerables dones que me ha dispensado y que cumpliendo su voluntad en esta vida pueda gozarle en Tu compañía eternamente en el cielo. Amén.
Tres Ave Marías y 3 veces la jaculatoria “Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Primer Día:
¡Amorosísima Madre mía!, cuánto gozo experimenta mi pobre alma, cuando considero el deseo que tienes en concederme vuestros favores y que no esperas otra cosa sino que acuda a Ti, para remediar nuestros males y llenarnos de vuestras gracias y dones.
Oh María, mi Madre amada, Reina de la Corte Celestial, te ruego que todos acudamos siempre a Ti, como nuestra única esperanza.
Oración Final:
Acordaos, ¡oh piadosísima siempre Virgen María!, que no se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección e implorado vuestra asistencia, haya sido abandonado de Vos. Animados con esta confianza acudimos a Ti, ¡oh Virgen de las Vírgenes!, y aunque gimiendo bajo el peso de nuestros pecados, nos atrevemos a comparecer ante vuestra presencia soberana. Amén.
¡Oh Madre del Divino Verbo!, no desprecies mis súplicas; antes bien, escúchalas favorablemente, y dígnate acogerlas. Amén.
Tres veces la jaculatoria: “Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Segundo Día:
¡Santísima Madre de Dios! ¡Señora nuestra y mi tierna Madre!; qué consuelo tan grande siente mi corazón cuando contempla Tu imagen, como te vio Sor Catalina, con un globo en vuestras Divinas Manos, que representaba toda la tierra y lo estrechabas sobre vuestro pecho, simbolizando así el amor que tienes a los hombres. Concédeme, ¡oh Divina Madre Eterna! ¡Oh Madre mía!, que sepamos corresponder a tanto amor, procurando imitar vuestras virtudes. Así sea.
Tres Ave Marías y 3 veces la jaculatoria “Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.
Tercer Día:
¡Virgen Inmaculada! ¡Celestial Madre mía! Con qué gozo celestial llego ante Tu Santísimo Altar; para contemplar Tus virtudes y exponer mis penas. qué aliento santo cobra mi espíritu al acercarme ante tu sagrada imagen; donde veo representada la más profunda humildad, una modestia admirable y el resto de todas las perfecciones con que el Señor Dios te adornó.
Haz ¡Madre Santísima!, ¡Divina y Celestial Señora! ¡Reina del Clero, de los apóstoles! ¡Madre del Mesías! ¡Hija predilecta de Dios Padre! Que oigamos siempre Tus maternales avisos para que, arrepentidos de nuestras culpas e imitando vuestras virtudes, logremos la inmensa dicha de estar contigo en el cielo por toda la eternidad. Así sea.
Tres Ave Marías y 3 veces la jaculatoria “Oh María, sin pecado original concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.


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