jueves, 20 de septiembre de 2012

Nuestra Señora de la Merced




 Oración a Nuestra Señora de la Merced
Nuestra Señora de la Merced,
Virgen Generala,
Tú que concediste
al General Belgrano
la gracia de crear la Bandera Argentina
como acto de devoción mariana,
concédenos la gracia
de ofrendarte
el bastón de mando de nuestra alma,
para que triunfe en nosotros
Cristo Rey
en la batalla contra el demonio,
el mundo y la carne;
Nuestra Señora de la Merced,
Redentora de cautivos,
Concédenos la verdadera libertad,
Tu Hijo Jesús,
Camino, Verdad y Vida. Amén.
Descripción de la imagen
Para apreciar la imagen de Nuestra Señora de la Merced –o de las Mercedes, o Virgen de la Misericordia-, hay que recordar brevemente los orígenes de la Orden Mercedaria: el 1 de agosto de 1218, la Virgen se le apareció a San Pedro Nolasco, pidiéndole que fundara una congregación religiosa cuyo objetivo sería rescatar a miles de cristianos que se encontraban prisioneros de los piratas sarracenos.
Acatando el pedido de la Virgen, San Pedro Nolasco fundó la Real y Militar Orden de la Merced.
La imagen de Nuestra Señora de la Merced –Patrona de Tucumán-, está revestida con el hábito mercedario: túnica, escapulario y capa, todo en color blanco, y lleva el escudo mercedario en el pecho. Además del escapulario en el pecho, lleva otro pequeño en la mano, que lo ofrece a quien se acerca a venerarla.
Su cabeza ciñe una corona de reina, y en su mano derecha lleva un cetro, que en el caso de la imagen que se encuentra en la Basílica de Tucumán, tiene una historia particular: es el bastón de mando del General Belgrano –de marfil con puntera de oro- concedido por él en ocasión del triunfo de la Batalla de Tucumán, llevada a cabo el día 24 de septiembre de 1812, siendo proclamada luego oficialmente Generala del Ejército Argentino por el mismo General Belgrano, el 27 de octubre de 1812.
La imagen, de características colonial y española, data desde la época misma del establecimiento de los padres mercedarios en Tucumán, hacia 1586; es una imagen de vestir, que consta solamente de cabeza y manos, ya que el resto consiste en piezas de sostén de aquellas y de las vestimentas.
Es de tamaño pequeño en sí misma (0.53 x 0.30), aunque el hecho de estar asentada en un trípode, le otorga una altura total de 1, 45 mts.
El rostro, trabajado con una técnica que asemeja la porcelana, refleja firmeza; su mirada, serena, transmite paz a quien la contempla. Sobre su cabeza asienta una corona realizada en plata peruana, con 12 estrellas del mismo metal, indicando su condición de ser la “Mujer revestida de sol, con la luna a los pies y doce estrellas en su cabeza”, de la cual habla el Apocalipsis.

Significado espiritual
La Virgen de la Merced nos da más de lo que pedimos
            Para poder superar la difícil prueba a la cual se enfrentaba, el General Belgrano acudió a medios humanos: habla con la población civil, organiza la resistencia, da instrucciones acerca de cómo comportarse en caso de invasión del enemigo, organiza la retaguardia que tiene que asistir a los que van a combatir en el frente.
            Acude también a su ejército: habla con los capitanes de los soldados y con los jefes de los gauchos, les da instrucciones y los prepara para la batalla.
            Belgrano recurre a todos los medios humanos de que dispone.
            Pero también recurre a un medio sobrenatural, es decir, pide ayuda a Alguien que está más allá de la naturaleza. El General Belgrano pide la ayuda de la Madre de Dios.
            Acude a la Virgen de la Merced, pidiéndole su protección.
            Y la Virgen le da más de lo que Belgrano le pide: Belgrano le pide protección, y Ella le concede la victoria.
            También nosotros, como el General Belgrano, acudimos a la Virgen de la Merced en nuestras necesidades, y le pedimos protección y ayuda. Y también como al General Belgrano, la Virgen de la Merced nos concede lo que le pedimos –su protección y su ayuda maternal- y, como a Belgrano, nos da más de lo que le pedimos.
Quien acude a María, no queda nunca con las manos vacías, no queda nunca defraudado. Nos da siempre infinitamente más de lo que pedimos, nos da algo que es infinitamente más grande que ganar una batalla, como en el caso del General Belgrano; nos da algo infinitamente más grande que protegernos y ayudarnos en los problemas que se presentan en la vida: nos da a a su mismo Hijo Jesucristo en la Eucaristía.
Nosotros pedimos protección, y María nos da mucho más que protección y ayuda: nos da a su Hijo Jesús. Quien se acerca a María, recibe a su Hijo, Jesús Eucaristía.

La Virgen de la Merced y nosotros
Además de ser Redentora de cautivos, la Virgen de la Merced es, por causa del General Manuel Belgrano, Generala del Ejército Argentino.
            Antes de la Batalla de Tucumán, una de las batallas claves para la Independencia de Argentina, Belgrano, como era muy devoto de la Virgen, decidió confiarle el bastón de mando a la Virgen, nombrándola Generala del Ejército. Al darle el bastón de mando, el General Belgrano ponía en manos de la Virgen no sólo el resultado de la batalla, sino también su propia vida y la vida de todos sus soldados, además de poner en manos de la Virgen el destino de la Patria.
            Luego, en la batalla, se comprobó la presencia y la ayuda maternal de la Virgen, porque se dieron fenómenos extraños, como por ejemplo, la aparición de una enorme manga de langostas que invadió el campo de batalla y eso ocasionó, por un lado, que los patriotas pudieran ganar la batalla, y por otro, que hubieran muy pocos muertos y heridos. El triunfo de los patriotas fue atribuido por Belgrano a la Virgen, y es así que se pudo ganar la Batalla de Tucumán.
            Nosotros no tenemos un bastón de mando de un ejército para confiarle a la Virgen, como lo hizo Manuel Belgrano, pero si tenemos algo para ofrecerle a la Virgen, y es la custodia de toda nuestra vida.
            Imitando entonces al General Belgrano, que le confió a la Virgen no sólo el bastón de mando, sino la propia vida, podemos ofrendarle a la Virgen lo que tenemos, nuestra vida, y eso lo podemos hacer en la misa, ya que en la misa, se aparece Jesús, invisible, en la cruz, y la Virgen de la Merced al pie de la cruz.

La Virgen de la Merced, Redentora del alma
            ¿Por qué la Virgen de la Merced se llama Virgen de la Merced? ¿Cómo se originó la devoción a María como Virgen de la Merced?
            La devoción nació así: los musulmanes habían invadido Tierra Santa, estaban en guerra contra los cristianos, y cuando encontraban un cristiano, lo hacían prisionero y lo transformaban en un esclavo, y lo obligaban a trabajar como esclavo. Entonces, un grupo de sacerdotes, devotos de la Virgen de la Merced, los mercedarios, tuvieron la idea de entregarse ellos a cambio de los cautivos: ellos se entregaban a los musulmanes, y los musulmanes devolvían a los esclavos. Daban sus vidas a cambio a los esclavos, y los hacían libres.
            Hoy en día, al menos en nuestro país, no hay musulmanes que hagan esclavos a los cristianos. Pero nuestra alma sí puede estar esclavizada, no por musulmanes, sino por otros enemigos, invisibles y más poderosos: las pasiones desordenadas, el pecado, los poderes del infierno.
            Y aquí sí la Madre de Dios, la Virgen de la Merced, puede liberarnos con su poder maternal y con la gracia de Dios. La Virgen María nos concede la gracia de Dios, la vida de Dios en el alma; nos hace ser hijos de Dios, y los hijos son como el Padre: si Dios Padre es libre, también los hijos de Dios son libres[1]. María de la Merced nos da la libertad de los hijos de Dios, que no significa únicamente no hacer o no elegir el mal. La libertad de los hijos de Dios consiste en querer sólo el bien[2], como Dios: Dios quiere sólo el bien, no puede nunca querer el mal, entonces, sus hijos, como son libres como Él, sólo quieren el bien. María no sólo nos libera de nuestras pasiones desordenadas, del influjo del demonio y de las tentaciones del mundo: nos concede la libertad más alta y verdadera, la libertad de los hijos de Dios. Los hijos de Dios son libres para conocer y amar cada vez más a Dios Uno y Trino.
            La Virgen de la Merced, dándonos la gracia de su Hijo Jesucristo, es para nosotros la redentora de nuestras almas cautivas, de nuestros corazones prisioneros por el pecado, el mundo y el demonio. La Virgen es redentora del alma cautiva porque nos regala la Eucaristía, que es su Hijo Jesús, y en la Eucaristía nos unimos con su Hijo Jesucristo, y así somos libres con la libertad misma de Cristo Dios[3].

La Virgen, Generala de nuestras almas
            El hecho histórico que da origen a la devoción de la Madre de Dios como Generala del Ejército Argentino es la entrega por parte de Belgrano de su bastón de mando. Anteriormente, Belgrano se había consagrado a la Virgen, depositando en Ella toda su confianza para los difíciles momentos que debían sobrevenir. Con su gesto –su consagración confiada y la entrega del bastón de mando-, el General Belgrano, uno de nuestros próceres más católicos, quería significar que entregaba a la Virgen María el destino no sólo de una batalla o de una guerra, sino el de su persona y el de toda una nación.
            Como todas las cosas buenas, la acción de Belgrano es algo digno de imitar, y en este caso, doblemente, por ser él quien es, un prócer, y por la manifestación de su amor hacia la Virgen. Y además debemos dar gracias a Dios que en el origen de nuestra Patria haya suscitado con su Espíritu almas llenas de amor a Él y a la Virgen.
            No tenemos, como Belgrano, el bastón de mando de un ejército para confiárselo a la Virgen, pero sí tenemos otro bastón de mando, y es el bastón de mando del corazón, de la voluntad, del alma y de toda la vida. Y esto sí se lo podemos entregar a la Virgen, a imitación de Belgrano. Así como el General Belgrano dio a la Madre de Dios el poder no sólo sobre su Ejército sino sobre su propia vida, así como el General Belgrano se confió a Ella a su dirección y protección maternal y sobrenatural, así también nosotros debemos entregar a María Santísima, la Madre de Dios, la Virgen de la Merced, el bastón de mando de nuestras almas, de nuestros corazones, y de nuestras vidas, para que bajo su guía y protección, lleguemos a la victoria final, la vida eterna, la contemplación cara a cara de Dios Uno y Trino.
            Si entregamos a María todo nuestro ser, si le confiamos a Ella la conducción de la batalla que se libra todos los días en nuestras almas, entre Cristo y el demonio, por la salvación o la condenación de nuestras almas, no tendremos dudas de que vamos a salir victoriosos en la lucha final.
            Nuestra alma, el alma de cada bautizado, es como un nuevo Campo de las Carreras, pero lo que se juega ahí no es una batalla temporal y humana, sino una batalla sobrenatural y eterna, y la victoria final no es un triunfo terreno, sino la vida eterna en compañía de Cristo y de la Virgen.
            Y como para que estemos seguros de la victoria final, la Virgen nos entrega, ya en esta vida, un anticipo del triunfo final, el Cuerpo glorioso de su Hijo, Cristo Eucaristía.
            Nosotros le damos el bastón de mando de nuestro corazón, la Virgen nos da el Corazón de su Hijo en la Eucaristía, como prenda de la Victoria final.

La Virgen María, San Martín y Belgrano
            San Martín y Belgrano tuvieron gestos idénticos en relación a la Virgen María, la Madre de Dios: los dos, en situaciones difíciles, confiaron el destino propio y el de la Nación a la Virgen María, obteniendo la intercesión de María en ambos casos.
San Martín nombró a la Virgen, en su advocación de Nuestra Señora del Carmen, como Generala del Ejército de los Andes, y pudo cumplir la gesta del cruce de la cordillera y la liberación de Chile, con lo cual consolidó toda la región de Cuyo para las Provincias Unidas del Río de la Plata; Belgrano, por su parte, nombró Generala del Ejército a la Virgen de la Merced, y pudo vencer en la Batalla de Tucumán, ganando para las Provincias Unidas todo el Norte argentino.
La acción del General San Martín, de nombrar a la Virgen del Carmen como Generala del Ejército de los Andes, es idéntica a la decisión del General Manuel Belgrano de nombrar a la Virgen de la Merced como Generala del Ejército.
            En ambas decisiones, la Virgen es nombrada Generala del Ejército, y en ambas ocasiones, las batallas son favorables a los patriotas.
            Nosotros podemos imitar a estos grandes próceres, y encomendar nuestro destino y el destino de nuestra Patria a la Virgen María.
            Podríamos hacerlo encomendándonos a la Virgen del Carmen o a la Virgen de la Merced, advocaciones de María a las cuales se confiaron nuestros próceres. Pero también podríamos hacerlo empleando otro método, y es el de considerar cuál es el nombre de la capital de nuestra Patria: Santa María de los Buenos Aires y Puerto de la Santísima Trinidad.
            Así como San Martín y Belgrano confiaron sus destinos a la Virgen y la Virgen los llevó, por los Buenos Aires de Dios, al Bueno puerto, así nosotros nos podemos encomendar a Santa María de los Buenos Aires, para que nos lleve al Puerto de la Santísima Trinidad, la vida eterna.

La misión de la Virgen de la Merced
            La imagen de la Virgen de la Merced fue traída a nuestro país por los mercedarios, y si bien no cumplía su misión original –liberar prisioneros mediante el canje de misioneros voluntarios-, sí continuó en cambio ejerciendo su función protectora, libertadora y maternal.
            Fue la Virgen de la Merced la que consolidó e hizo posible la Independencia del país, cuando intervino milagrosamente en la Batalla de Tucumán, provocando el triunfo de las fuerzas patriotas sobre los realistas. En muestra de agradecimiento, el General Manuel Belgrano la nombró Generala del Ejército Argentino, depositando en sus manos el Bastón de mando de las tropas del Ejército del Norte.
            En nuestras tierras, la Virgen de la Merced continuó y continúa ejerciendo su poder maternal protector, aunque de manera distinta al pasado.
            Hoy en día, no se libran batallas entre ejércitos, al estilo del que se libró en Campo de las Carreras, y en el que intervino milagrosamente la Virgen de la Merced, ni tampoco está en juego –al menos por las armas- la Independencia del país.
            Hoy se libran otras batallas, de tipo espiritual, invisibles, más sutiles, en otros campos de batalla, los corazones humanos, y los ejércitos que se disponen en formación de combate se disponen sobre el corazón humano y buscan conquistarlo a éste como a su tesoro más preciado.
Estos ejércitos, formados en formación de batalla en el corazón humano son, de un lado, el ejército de Jesucristo, por un lado, venido del cielo, con las banderas del Cordero de Dios y de la Madre de Dios, celeste y blanca, agitados por el buen aire del soplo del Espíritu, y el ejército de Satanás, envuelto en llamas, tinieblas y humo, surgido del infierno, con la negra bandera de la muerte del espíritu, inficionando todo con su pestilente olor a muerte espiritual, del otro.
¿Cuál de los dos ejércitos triunfará en los corazones humanos? Hoy el infierno ha desencadenado el más feroz y despiadado ataque sobre el ejército de Jesús y de María, la Iglesia Católica y, a juzgar por los datos y estadísticas, que hablan de apostasías masivas y deserciones en masa, de frialdad e indiferencia para con la Presencia sacramental del Cordero en el Tabernáculo y en la Santa Misa, parece este ejército infernal estar ganando la batalla final.
Pero vienen a la mente las palabras de Jesús dichas a Pedro: “Las puertas –el poder- del infierno no prevalecerán contra mi Iglesia”[4].
A la Virgen de la Merced, la Madre de Dios, le pedimos no sólo el poder triunfar sobre las fuerzas del mal, y no sólo que nuestro corazón se vea libre del mal, sino, ante todo, luchar el buen combate por la salvación de las almas bajo la bandera de Jesucristo, el Cordero de Dios, y bajo la Bandera celeste y blanca de María de las Mercedes, la Madre de Dios y de los argentinos.






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