jueves, 2 de septiembre de 2021

Natividad de la Virgen María

 



         La Iglesia Católica celebra con júbilo y gran gozo la Fiesta de la Natividad de la bienaventurada Virgen María, procedente de la estirpe de Abrahán, nacida de la tribu de Judá y de la progenie del rey David, de la cual nació el Hijo de Dios, el Verbo Eterno del Padre, hecho hombre por obra del Espíritu Santo, para liberar a la humanidad de la antigua servidumbre del pecado[1], de la muerte y del demonio y para convertirnos en hijos adoptivos de Dios por la gracia, para conducirnos al Reino de su Padre, el Reino de la eterna bienaventuranza en los cielos.

El nacimiento de la Madre de Dios, la Virgen María, concebida sin mancha de pecado –por eso es la Inmaculada Concepción-, Llena de gracia –inhabitada por el Espíritu Santo desde su concepción- y bendita entre todas las mujeres –fue la Elegida entre todas las mujeres de toda la humanidad, para ser la Madre de Dios Hijo encarnado-, es un anticipo y anuncio inmediato de la redención obrada por Jesucristo. En efecto, la Virgen fue concebida sin mancha de pecado original y Llena de gracia, porque estaba destinada, desde toda la eternidad, a ser la Madre de Dios Hijo encarnado, el cual habría de obrar la Redención de los hombres, muriendo en la cruz y resucitando al tercer día. La destinada a ser la Madre de Dios no podía ser un ser humano como cualquier otro: debía ser Inmaculada, porque Dios es Inmaculado; debía ser Llena de gracia, porque Dios es la Gracia Increada; debía estar Inhabitada por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, para que el Hijo de Dios, al encarnarse en su seno virginal, encontrara el mismo Amor con el que era amado por el Padre desde la eternidad, esto es, el Espíritu Santo. Por último, debido a que el Hijo concebido en sus entrañas es nada menos que el Hijo Eterno del Padre, que se encarna en sus entrañas purísimas para llevar a cabo el plan de redención de la humanidad, la Virgen es partícipe, tanto material como espiritualmente, de esta obra de la Redención de su Hijo Jesucristo y por esto es llamada por muchos en la Iglesia como “Corredentora”. Junto con la Iglesia, nos alegramos y damos gracias a la Santísima Trinidad por haber elegido a María Santísima como Madre de Dios Hijo encarnado y también como Madre nuestra, puesto que Ella nos adoptó como hijos suyos al pie de la cruz, por pedido de su Hijo Jesús. Es por esto que, en la Natividad de la Virgen, no solo está anticipado el Nacimiento del Hijo de Dios, sino que también está anticipado el nacimiento, por la gracia, de los hijos adoptivos de Dios, los que hemos recibido el Bautismo sacramental de la Iglesia Católica.

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