martes, 30 de abril de 2019

El Legionario y la Eucaristía 1



         La Misa

         El primer fin de la Legión es la santificación personal de sus miembros y esta santificación es su medio de actuar: es decir, sólo en la medida en que el Legionario posea la santidad, podrá servir de instrumento para comunicarla a los demás[1].
         Antes de proseguir, respondamos a esta pregunta: ¿qué es la santidad y cómo se la consigue en el catolicismo? La santidad es ser buenos, pero no con la bondad humana, sino con la bondad divina, que es algo distinto y se consigue por medio de la gracia, que nos hace partícipes de la vida de Dios, que es santa. Cuanto más se está en gracia, más santo se es, porque más se participa de la vida de Dios. Otro elemento a tener en cuenta es que la gracia, para nosotros, los católicos, nos viene fundamentalmente por los sacramentos, sobre todo la confesión sacramental y la Eucaristía, por lo que alejarnos de los sacramentos, es alejarnos de la santidad.
         Porque tiene que santificarse, es que el Legionario pide, encarecidamente, al empezar a servir en la Legión, llenarse, mediante María, del Espíritu Santo y ser utilizado por el Espíritu Santo como instrumento de su poder santificador sobre la tierra. El Espíritu Santo es santo; la Virgen, Mediadora de las gracias del Espíritu Santo, es santa; el instrumento, por el que se santifica el mundo, el legionario, debe en consecuencia, ser santo. No pueden, ni el Espíritu Santo ni la Virgen, utilizar instrumentos –legionarios- que no sean santos o que por lo menos no se propongan el camino de santidad.
         Ahora bien, ¿de dónde fluye la santidad con la cual el Legionario se hace santo? Es verdad que del Espíritu Santo y del Espíritu Santo a la Virgen y de la Virgen al legionario, pero hay algo que “conecta” al Espíritu Santo y la Virgen con este mundo, que hace que fluya la santidad como un río inagotable y es el Santo Sacrificio de Jesucristo en la Cruz, en el Calvario, el Viernes Santo. El sacrificio de Jesús en la cruz viene a ser como el canal por el cual la santidad del Espíritu Santo baja desde el cielo a la tierra, por medio de la Virgen. Ahora bien, puesto que este sacrificio de la cruz se perpetúa en el mundo por el Santo Sacrificio de la Misa, la cual no es mera representación simbólica del Calvario, sino que pone real y verdaderamente en medio de nosotros el sacrificio de Cristo en la cruz, la Misa tiene el mismo valor que el sacrificio de la cruz. Entre la Misa y el sacrificio de la cruz desaparecen el tiempo y el espacio, de modo que asistir a Misa es asistir al sacrificio de la cruz, solo que representado incruenta y sacramentalmente.
         De esto se deduce que el legionario que no asiste a Misa o que lo hace en forma discontinua o mecánica o distraída, no obtiene la santificación que fluye del sacrificio de Jesús en la cruz y que se perpetúa en la Misa. No asistir a Misa equivale, para el legionario, cortar la fuente de su santificación y frustrar el fin para el cual está en la Legión.
        



[1] Cfr. Manual del Legionario, cap. VIII.

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