martes, 13 de noviembre de 2018

Por la Verdadera Devoción se derraman abundantes e inefables gracias (2)



         Afirma el Manual del Legionario que “algunas personas reducen su vida espiritual a un balance egoísta de ganancias y pérdidas”[1]. En este sentido, cuando por la Verdadera Devoción se enteran de que deben entregar sus haberes –sobre todo los espirituales- en manos de la Virgen, piensan que, llegado el momento del Juicio Particular, se presentarán al Justo Juez con las manos vacías. En efecto, estas personas dicen: “Pero, si lo doy todo a María, ¿no estaré delante de mi Juez, en la hora de la salida de este mundo, con las manos vacías? ¿No se me prolongará el Purgatorio interminablemente?”[2]. A estas, preguntas, dice el Manual citando a un autor, se responde lo siguiente: “¡Pues claro que no! ¿Acaso no está presente en el Juicio la Virgen María?”. Es decir, si nosotros, por medio de la Devoción, entregamos a la Virgen todos los bienes espirituales por cualquier obra buena que hagamos –oraciones, mortificaciones, obras de misericordia, etc.-, no quiere decir por eso que en el Juicio Particular estaremos con las manos vacías, porque será la Virgen quien saldrá en nuestra defensa.
         Pero el reparo a esta Devoción viene principalmente por otro lado: por ejemplo, temen por la suerte de las cosas y personas por las que se ha de rogar obligatoriamente –la familia, los amigos, el Papa, etc.-, si se dan a manos ajenas todos los tesoros espirituales que uno posee, sin quedarse con nada. A este temor, se responde que en ningún otro lugar, que no sean las manos de la Virgen, están a mejor resguardo nuestros tesoros espirituales. En efecto, si la Virgen llevó en sus brazos al mismo Dios Hijo encarnado; si Ella custodió el Tesoro más valioso que los cielos infinitos, el Verbo Eterno del Padre encarnado en su seno virginal, ¿no habrá de guardar unos tesoros espirituales que, comparados con aquél, son casi igual a nada? Como dice el Manual, “en manos de la Virgen, todo está bien guardado”[3]. Incluso no sólo la Virgen guardará con todo celo y confianza los tesoros espirituales que nosotros le demos, sino que incluso “los acrecentará”. Por eso, dice el Manual, no hay que dudar ni un instante en arrojar, en manos de la Virgen, todos los bienes espirituales que seamos capaces de conseguir, en el Inmaculado Corazón de María, sin temor alguno a que se pierdan; más bien, con el convencimiento de que éstos serán acrecentados: “Arroja, pues, en la gran arca de su maternal corazón, juntamente con el haber de tu vida, todas sus obligaciones y deberes –todo el débito-”. La Virgen actuará con nosotros, así como una madre amorosa actúa con su hijo único: “María actuará como si tú fueras su hijo único. Tu salvación, tu santificación, tus múltiples necesidades son cosas que reclaman indispensablemente sus desvelos. Cuando ruegues tú por sus intenciones, tú mismo eres su primera intención”[4]. Entonces, cuando damos los tesoros espirituales a la Virgen, no solo están bien resguardados y no nos quedamos sin nada, sino que los acrecentamos a todos y cada uno, en una medida en que ni siquiera podemos imaginarnos.


[1] Cfr. Manual del Legionario, 6, 5.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

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