domingo, 19 de mayo de 2013

Santa María Reina de la Iglesia




         María es Reina de la Iglesia porque es Madre de Cristo, Rey de la Iglesia, y es de Él de quien toma su realeza, la cual no consiste, como en la tierra, en títulos nobiliarios, ni el poder de esta Casa Real se deriva de grandes posesiones materiales, de ejércitos terrenos y de alianzas de poder terrenales.
         Si bien María desciende de una familia real, al igual que José, la realeza de María, pero su realeza sobre la Iglesia no se deriva de la sangre de seres humanos que pertenecen a una dinastía terrena, puesto que su condición de Reina de la Iglesia se fundamenta en la posesión de una sangre real, la sangre de su Hijo; María es Reina de la Iglesia porque su realeza se en la Sangre del Hombre-Dios, el Rey de reyes, Cristo Jesús.
         Como Reina, María tiene una corona, pero no una corona de oro, de plata y diamantes, como las reinas de la tierra, sino una corona de luz y de gloria divina, la gloria de su Hijo Jesús. María compartió aquí en la tierra los dolores de su Hijo coronado de espinas, y por eso ostenta ahora, para siempre, la corona de luz que su Hijo Jesús le concedió en los cielos. María es Reina del Reino de los cielos, en donde su Hijo Jesús es Rey de reyes y Señor de señores.
         Como Reina, María se encuentra al frente de un gran “terrible ejército formado en batalla” (Cant 6, 10), porque el Reino de los cielos, el Reino de la luz, está en guerra sin cuartel contra el Reino de las tinieblas, que ahora campea en victoria aparente sobre la tierra y sobre los hombres. María Reina, al frente del poderoso ejército de su Hijo Jesús libra, comandando su ejército, la batalla de todas las batallas, la conquista de las almas. Así como en una batalla encarnizada, el ejército victorioso entra en la ciudadela conquistando casa por casa, librando feroces encuentros hasta lograr la victoria final, así el ejército de María Reina, compuesta en el cielo por los ángeles y santos que adoran al Cordero y compuesto en la tierra por aquellos que en la Iglesia se consagran a su Inmaculado Corazón, libra en esta tierra un duro combate por las almas, luchando ardorosamente para conquistar alma por alma. A esta Reina de los cielos, que es María, no le interesan las posesiones materiales ni la riqueza terrena, porque todo el universo le pertenece, como Reina y Señora de todo lo creado; le interesan las almas de los hombres, todas, y especialmente aquellas que forman parte del tenebroso escuadrón de las tinieblas, porque también esas almas, aunque momentáneamente formen parte del Reino de las tinieblas, han sido destinadas al Reino de los cielos.
         Los emblemas que identifican al ejército de María Reina y de Jesús Rey son el estandarte ensangrentado de la Cruz y los emblemas de los Sagrados Corazones traspasados de Jesús y de María; las armas que empuñan los miembros de este victorioso ejército son el Santo Rosario y la Cruz; la armadura está compuesta por la gracia santificante, el Escapulario del Monte Carmelo, y el intenso entrenamiento, con el cual los miembros del ejército de María Reina consiguen enormes victorias sobres sus enemigos, los “habitantes tenebrosos de los aires”, arrebatándoles de sus garras siniestras a las almas creadas por Dios, lo constituyen las obras de misericordia corporales y espirituales.
         La Reina de los cielos, la Reina de la Iglesia, a todos llama a alistarse a su ejército victorioso, porque el Príncipe de las tinieblas tiene cautivo al mundo y a las almas, y esta Reina, que derrotará para siempre al inmundo Príncipe tenebroso, aplastándolo con su delicado pie de doncella, dotado de la Omnipotencia divina, quiere alistar a los guerreros de su ejército cuanto antes, para que participen todos de su grandioso triunfo final, el triunfo que se avecina día a día, el triunfo de su Inmaculado Corazón.

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