martes, 11 de diciembre de 2012

Nuestra Señora de Guadalupe, Emperatriz de América


         
        En los años inmediatamente anteriores a las apariciones de la Madre de Dios al indio Juan Diego en su advocación de “Nuestra Señora de Guadalupe”, la situación en el orden espiritual en tierras mexicanas no podía ser peor, puesto que los pueblos indígenas pacíficos estaban sojuzgados por los mayas y los aztecas, pueblos sanguinarios que hacían la guerra para esclavizar a los otros y para tener ofrendas humanas para sus dioses.
         Teniendo en cuenta que San Pablo dice que “los dioses de los gentiles son demonios”, y considerando que las ofrendas de víctimas humanas, de práctica común entre los mayas y aztecas, constituyen una característica central de la adoración pagana al demonio, se llega a la conclusión de que una inmensa mayoría de pueblos indígenas, al momento de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, vivía dominada en el terror por los adoradores del diablo.
         La situación tampoco era distinta más hacia el sur, puesto que los incas, constructores de un enorme imperio, también hacían sacrificios humanos.
         Por este motivo, la aparición de la Virgen como Nuestra Señora de Guadalupe, es un claro signo del cielo, indicativo de que no iba a permitir que los pueblos indígenas pacíficos continuaran siendo esclavizados, torturados, asesinados, y dados en sacrificio humano a los demonios. La Virgen de Guadalupe, que en el Génesis aparece como la que aplasta la cabeza de la serpiente antigua, Satanás, y que en el Apocalipsis aparece como la “Mujer revestida de sol”, es decir, revestida de la gloria divina, al aparecer en estas tierras americanas, inicia la derrota de los pueblos sanguinarios, adoradores del demonio, convirtiendo los corazones de los indígenas: está comprobado que más de ocho millones de indígenas se convirtieron en los tiempos inmediatamente posteriores a sus apariciones a Juan Diego. Su condición de Madre de Dios y de Vencedora del infierno le valió el ser nombrada “Emperatriz de América”.
         Lamentablemente, en el día de hoy, tanto en México, como en Argentina, y en toda América Latina, se ha producido un rebrote del satanismo, de la brujería, de la magia, del esoterismo y del ocultismo, y tanto es así, que las sectas satánicas, las sectas wiccanas o paganas, y las sectas ocultistas, han registrado un aumento sin precedentes en todo el mundo de habla hispana.
         Enormes sectores de la población hispanoamericana, sean habitantes de las grandes ciudades o de las zonas rurales, se han volcado en masa a la adivinación, al tarot, a la lectura de cristales, al espiritismo, al vudú, a la macumba, a la santería cubana, y a la práctica de toda clase de abominables ritos mágicos, satánicos y ocultistas. Estas masas ingentes de personas de toda clase social y raza, no acuden más a Jesucristo como a su Dios, ni a la Virgen como a la Medianera de todas las gracias, ni a San Miguel Arcángel como Príncipe de la Milicia celestial, puesto a las órdenes de Dios para que proteja a los hombres del Ángel caído, ni recurre a los santos, quienes con su fidelidad a la gracia han vencido para siempre al más inmundo de los seres, el demonio. Por el contrario, esta enorme cantidad de gente, cuya gran mayoría pertenece a su vez a la religión católica, al menos nominalmente, se han entregado en los brazos del Enemigo de las almas, rindiéndole culto y proporcionándole todo tipo de cultos abominables.
         Las consecuencias de tamaña abominación se ven visiblemente y se sufren en la sociedad: la inseguridad, la proliferación de la miseria humana, económica y moral, la extrema fealdad y suciedad de las modernas urbes, son sólo datos externos que confirman no sólo la ausencia de Dios –Dios no puede estar en una sociedad que lo aborrece y cuyo corazón está volcado a su enemigo-, sino la presencia activa del siniestro Ángel de las tinieblas, Satanás.
         La Sagrada Escritura es muy clara respecto a quienes cometen tan abominable pecado, la adoración idolátrica y falsa del Demonio: “Afuera (de la Jerusalén celestial) quedarán los perros y los hechiceros, los lujuriosos, los asesinos, los idólatras y todos aquellos que aman y practican la falsedad” (Ap 22:15).
“Afuera (de la Jerusalén celestial) los perros y los hechiceros”. Como cristianos católicos, no podemos ser indiferentes al estado de condenación en el que se encuentran cientos de millones de adoradores del demonio, y al destino de eterno dolor al que se dirigen, por lo que es nuestro deber rezar por ellos. Por eso, le pedimos a la Virgen de Guadalupe: “Nuestra Señora de Guadalupe, que aplastas la cabeza de la serpiente con la fuerza de la Cruz de tu Hijo, ¡ven a nuestras tierras americanas y vence a la idolatría! ¡Mira a tus hijos de América, que se han extraviado en las tinieblas del neo-paganismo; interviene, Virgen Santísima de Guadalupe, Emperatriz de América, para que tus hijos americanos regresen a la fe en el Único Dios y Redentor, Cristo Jesús, Vencedor victorioso del infierno y del pecado! ¡Ven, oh Virgen Madre, conmueve los corazones de tus extraviados hijos, y concédeles la gracia del arrepentimiento y de la contrición del corazón, antes de que sea demasiado tarde! 

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