jueves, 11 de octubre de 2012

Nuestra Señora del Pilar y la fe en Jesús



         La Virgen María, antes de ser Asunta a los cielos, fue trasladada por los ángeles hasta Zaragoza, España, hacia el lugar en donde se encontraba predicando el Apóstol Santiago, como respuesta a su súplica y para darle ánimo, ya que el Apóstol se encontraba abatido debido a la dureza de corazón de los habitantes del lugar. Luego de dejarle el pilar, la Virgen María le pidió a Santiago que se edificara en ese lugar una capilla, en donde su Hijo Jesús “fuera adorado por todos los siglos”, diciéndole además que le prometía “milagros admirables sobre todos los que imploren, en sus necesidades, mi auxilio. Este pilar quedará aquí hasta el fin de los tiempos, para que nunca le falten adoradores a Jesucristo”.
         Se trató por lo tanto de una traslación, y no de una aparición propiamente dicha, y el objetivo de la Virgen fue, además de alentar a Santiago, para que no decaiga en la misión de evangelizar a los pueblos paganos, dejarle el pilar, como símbolo de la fe en Jesucristo, que no habría de ceder hasta el fin de los tiempos.
Es decir, la Virgen no solo da consuelo maternal a Santiago, confortándolo con su presencia, sino que le garantiza que si de momento las oscuras fuerzas del paganismo parecían triunfar, ese triunfo sería solo momentáneo, puesto que la fe en Cristo Jesús haría desaparecer el paganismo en esos lugares, hasta el fin de los tiempos. No solo asegura la desaparición del paganismo, sino que anticipa que la fe en Jesús brillará desde ese momento, hasta el final.
Hoy, en nuestros días, vivimos un neo-paganismo incomparablemente más peligroso que en los tiempos del Apóstol Santiago, desde el momento en que la secta de la Nueva Era o Conspiración de Acuario no solo ha logrado desplazar a Dios de la mente y de los corazones de los hombres, sino que ha conseguido instalar al mal en lugar del bien, en prácticamente todas las manifestaciones culturales del hombre.
Pero si es cierto que los tiempos son todavía más oscuros que los del Apóstol Santiago, es cierto también que somos destinatarios de las promesas de la Virgen: quien acuda a Ella en busca de auxilio, recibirá gracias admirables, la primera de todas, la perseverancia final por medio de la fe, firme e inamovible como el pilar, en Jesús, el Hombre-Dios.

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