miércoles, 18 de enero de 2012

Los misterios de la Virgen María (II)



La Virgen María vive, en los cielos y por la eternidad, en un estado de continua, perpetua, perfectísima alegría, una alegría que comenzó en el día de su Concepción Inmaculada, pero que se hizo más viva y presente en el momento de la Anunciación. El saludo del ángel Gabriel a María Santísima supuso para Ella el comienzo de una alegría celestial, que no habría de terminar nunca más, ni en el tiempo de su vida terrena, ni por supuesto en la eternidad, en donde goza para siempre, por siglos infinitos, de esa alegría.
Al saludarla, el ángel utiliza una expresión usada en esos días, que traducida del griego “jaire”, significa “alégrate”, o “alegría a ti”, y si bien, como sucede con las palabras de uso cotidiano frecuente, había perdido la fuerza de su expresión, quedando reducida al equivalente del nuestro “buenos días”[1], en el saludo del ángel Gabriel a María no solo recobra todo su sentido primigenio, sino que adquiere una fuerza y un sentido que antes no tenía.
Cuando el ángel saluda a María utilizando la expresión “alégrate”, no está usando una expresión rutinaria, por más cortés que pueda ser: en el saludo está contenida la causa de la alegría que anuncia, porque la causa de la alegría de la Virgen, es el haber sido elegido por Dios Uno y Trino, por su Pureza Inmaculada y por su condición de Llena de Gracia, para ser Madre de Dios. El anuncio del ángel agrega entonces otro misterio celestial al misterio de María Inmaculada, y es que su alegría no tendrá fin, ni en esta vida ni en la otra, porque ha sido elegida para alojar en sí misma a la Palabra de Dios, que luego se donará como Pan de Vida eterna.
Pero el misterio de María no se agota nunca en María, como tampoco se agotan su amor y su bondad por los hombres, sus hijos adoptivos, adquiridos por Ella al pie de la Cruz. El amor y la bondad de María hacen que Ella quiera comunicar de su misma alegría a sus hijos, y lo hará por medio de la Iglesia, de quien María es Madre y Modelo.
A través de la Iglesia nosotros, que vivimos en el tiempo, en este “valle de lágrimas”, somos hechos partícipes de la misma alegría de la Virgen María, porque también nosotros recibimos el mismo saludo que recibió María: “Alégrate”, le dice el ángel a la Virgen, “porque has sido elegida por el Altísimo para concebir al Pan de Vida eterna”. “Alégrate”, nos dice la Iglesia, “porque has sido elegido por Dios para recibir en tu corazón al Pan de Vida eterna, Jesús Eucaristía”.


[1] Cfr. Deiss, Lucien, María, hija de Sión, Ediciones Cristiandad, Madrid 1964, 94ss.

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