viernes, 8 de abril de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios La Puerta



Podemos rezar con este icono recordando qué es lo que es una puerta común y corriente: una puerta es algo que separa a dos ambientes; si está cerrada, impide el paso de un lugar a otro. La puerta puede ser abierta sólo por el dueño de casa: si el dueño de casa no lo permite, la puerta permanece cerrada.

En el caso de la Madre de Dios, Ella es “puerta” porque separa, a la vez que une, más que dos ambientes, como lo haría una puerta común, dos mundos: el mundo sobrenatural, el mundo de Dios y su gracia, y el mundo nuestro, el mundo de los hombres. María es la Puerta sellada por su Dueño, el Espíritu Santo, y permanece sellada para cualquier criatura, y sólo pueden entrar y salir de Ella –que permanece misteriosamente siempre cerrada y sellada- el Hijo de Dios, que entra en Ella por el Espíritu Santo, y que nace de Ella “como un rayo de sol atraviesa un cristal”, y a la gracia divina, de la cual Ella es Medianera. María es una puerta muy pero muy especial: aún cuando a través de Ella pase el Hijo de Dios, desde el cielo a este mundo, permanece siempre sellada y cerrada, por el poder del Espíritu, y esto porque Ella es Virgen antes, durante y después del parto.

Que la Virgen María sea “Puerta”, lo dice un Padre de la Iglesia, San Jerónimo: “…opinan algunos que esta puerta cerrada por la cual entra solamente el Señor Dios de Israel… designa a la Virgen María, que permaneció virgen antes y después del parto. Era virgen cuando el Ángel le dijo: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, y el fruto santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios”; lo era también cuando Jesús nació, y permaneció virgen siempre. Digo esto para refutar a los que suponen que después del nacimiento del Salvador María tuvo otros hijos de José, fundándose en que el Evangelio habla de los hermanos de Jesús” (Coment. de Ezequiel, XIII, 44). San Jerónimo dice: “Ella es la puerta oriental siempre cerrada, como dice Ezequiel, y siempre resplandeciente, ya esconda o ya manifieste al Santo de los santos; puerta a través de la cual entra y sale el Sol de justicia, nuestro Pontífice según el orden de Melquisedec…” (Carta 49, 21).

Entonces, siguiendo a los Padres, decimos que María es la Puerta celestial que, permaneciendo misteriosamente siempre sellada, comunica a este mundo con el otro: Ella, en la Encarnación y en el Nacimiento, es el Portal de eternidad, que permite el ingreso del Dios Eterno y Tres veces Santo, Jesucristo, a nuestro tiempo y a nuestra historia, en la fría noche de Belén.

Pero dijimos que una puerta da paso en un sentido y en otro: María es también, con su Corazón Inmaculado, la Puerta por donde entran los pecadores al refugio celestial que los ampara de la ira divina. Ella abre las puertas de su Corazón Inmaculado a aquellos pecadores que, merecedores de la ira divina, se refugian en Ella hasta que pasa el furor de Dios. Además, Ella es la Puerta por la cual se tiene acceso, más que al templo de Dios, a Dios mismo, porque por Ella acceden las almas a Jesucristo. Dicen los santos como San Luis María Grignon de Montfort, que si queremos ser escuchados por Jesucristo, y si no queremos ser rechazados por Él, entonces tenemos que ir por María: por María a Jesús. La Madre de Dios entonces es la Puerta que nos da acceso a su Hijo Jesucristo.

Por último, María-Puerta es modelo de la Iglesia-Portal de eternidad, que comunica este mundo con el otro, cuando por la Santa Misa se abren los cielos en el altar, y entra en nuestro mundo, venido desde la eternidad, el Hijo de Dios, Jesucristo en la Eucaristía.

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